Por: Eva Golinger
Estoy segura de que Hugo Chávez no hubiera imaginado la Venezuela de hoy. Cuando le habló al pueblo por última vez, el 8 de diciembre del 2012, el Chávez que yo conocí parecía tristemente seguro de su destino, que ese sería su último discurso en vivo ante su patria querida. El Chávez que había contemplado durante meses, en anticipación de su mortalidad, quién tomaría las riendas de la Revolución Bolivariana en su ausencia, para llevarla adelante por el camino que él mismo había soñado. Estoy segura de que Chávez no se sacrificó a sí mismo para llevar a Venezuela a la destrucción.
Su decisión de escoger y recomendar a Nicolás Maduro como su sucesor, pidiendo a sus seguidores elegirlo en caso de su desaparición física, tal como sucedió meses después, en marzo de 2013, no fue una selección fácil para Chávez. Entre las tres principales opciones que estaba considerando —Maduro, Diosdado Cabello o Rafael Ramírez—, Nicolás parecía el más simpático en ese momento, el más humilde, el más equipado políticamente, y el menos ambicioso. Errar es de humanos.
Adelantemos seis años y veamos —vivamos— el resultado de su errónea decisión. Bien intencionada, tal vez, pero errónea de igual manera. No todo ha sido culpa de Nicolás. La expansión de la corrupción y el robo del dinero y de los fondos y recursos públicos comenzó a presentarse durante la enfermedad de Chávez, cuando aquellos que estaban en posiciones de poder (quizás solo por enriquecerse), se dieron cuenta de su fecha de vencimiento. Otros, aún más ambiciosos y astutos, se acercaron a Nicolás, se metieron en su entorno, lograron su confianza, y luego saquearon lo que podían.
¿Qué otra decisión podría haber tomado Chávez en ese momento crucial? Finalmente fue el pueblo el que decidió y votó por Maduro, aun por un margen de victoria menor de lo que se habría esperado. La oposición exacerbó la crisis. No aceptó la victoria electoral de Maduro en 2013, aunque fue un proceso limpio. No lo aceptó porque, ya sin Chávez, ellos pensaban que era su turno. Ya basta de Revolución Bolivariana, si Chávez no existía, pensaban. Pero el pueblo les mostró que la Revolución no era de Chávez, era suya.
La oposición y sus fichas empresariales hicieron su parte para sabotear, interrumpir, crear caos y sembrar desconfianza y descontento. Protestas violentas, respondidas con represión en algunos casos, que no llegaron a nada sino a más violencia, muertos, persecución, división y odio entre venezolanos. En 2015, la oposición optó por la ruta electoral y alcanzó una victoria contundente en las elecciones legislativas, logrando una mayoría en la Asamblea Nacional. Oposición venezolana se fragmenta ante el diálogo y la propuesta de elecciones legislativas
Y como en un juego de ajedrez entre malandros, el gobierno de Maduro respondió por vía de su brazo judicial y neutralizó la autoridad constitucional de la Asamblea Nacional, en una movida considerada por muchos expertos legales y analistas políticos, incluyéndome, totalmente inconstitucional y errada. Se pueden argumentar razones para esa defectuosa decisión: que si la Asamblea estaba en desacato, porque supuestamente hubo fraude en la elección de tres diputados de Amazonas; o si la Asamblea estaba obstaculizando las decisiones del Ejecutivo, poniéndolo todo en jaque mate (lo cual está dentro de sus atributos constitucionales y fundamentado en el concepto de la separación de poderes). La verdad es que a estas alturas, lo que pasó en ese momento, esa chispa que incendió el fuego incontrolable, parece una tontería. El presidente Maduro usó el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) —presidido por un magistrado amigo suyo, quien además había sido echado del poder judicial en 2007 por corrupción y extorsión— para intentar aplastar la Asamblea Nacional, simplemente porque estaba bajo control de la oposición.
En ese momento, la democracia participativa y protagónica, el principio fundador de la Revolución Bolivariana y de la Constitución Bolivariana, fue echado de lado por la ambición del poder. Luego vino un periodo de disturbios y desestabilización, y el inicio de la aguda crisis económica que hoy ha llevado a la mayoría del pueblo venezolano al sufrimiento por insatisfacción de necesidades básicas. Una Asamblea Constituyente acusada de usurpar el Poder Legislativo contribuyó a la fuerte polémica en el país, y fue obviamente un intento de concentrar todo el poder en manos del gobierno liderado por Maduro y su ambicioso entorno.
Escribo con la certeza de que Hugo Chávez no esperaba ésta realidad, o por lo menos no pensaba que sería el resultado de su proyecto socio-político, y del liderazgo de su sucesor escogido. Chávez dio su vida para mejorar las condiciones del pueblo venezolano y para llevar adelante el desarrollo del país, su progreso, y la recuperación y la diversificación de sus industrias.
Hay quienes en la oposición no están de acuerdo con lo que acabo de escribir. Nunca lo han querido creer, y seguro nunca lo creerán. Ellos son quienes han promovido golpes de Estado, guarimbas, sabotajes económicos, sanciones económicas e invasiones extranjeras. Ellos son quienes no quieren negociar una solución a la grave crisis que vive Venezuela, y son quienes solo ven salida en la derrota del gobierno y la erradicación del chavismo. Por eso, ellos nunca avanzan. No ven la legitimidad del ‘otro’. Ellos se motivan por el dinero, y creen que todos son así. No aceptan que el movimiento chavista se fundamentó en una ideología progresista de justicia social, soberanía y liberación. Su ceguera ha sido su falla principal.
Las diferencias entre la oposición y el chavismo son muchas. Sin embargo, en sus liderazgos, los contrastes son menos. Todos quieren el poder. Todos quieren el dinero que han acumulado o que podrían acumular. Todos quieren controlar el destino del país. Todos están con sus oídos sordos frente al pueblo.
El golpe fracasó. Las sanciones solo crean enemigos y miserables, y mucho sufrimiento innecesario. La invasión gringa es una amenaza sin dientes. Y, además, si llegara a pasar, sería el error más grande que haya cometido la oposición en toda su vida política. El que crea que la solución a una tranca política es una invasión militar extranjera, está completamente loco. Eso solo causaría más muerte, sufrimiento y miseria.
La imagen de un gobierno paralelo, como lo ha promovido la cúpula opositora respaldada por Trump, es un chiste. Los dirigentes políticos de la oposición no han cambiado, ni han aprendido de sus errores. El gobierno tampoco está ganando esta batalla. La gente está cansada. Quiere volver a la normalidad. La mayoría no quiere a ninguno de los participantes de esta destrucción de su nación.
Una vez, en medio de los múltiples intentos de sacar a Chávez por la vía de golpes, sabotajes, intervenciones, guerras psicológicas y toda la gama de tácticas y estrategias de injerencia, un general estadounidense dijo que Hugo Chávez era un ‘sabio competidor’. Habían subestimado su inteligencia y su capacidad política y estratégica. Chávez sabía cómo y cuando salir de situaciones de riesgo. Sabía cuándo rendirse, asumir su responsabilidad y comenzar de nuevo. Sabía cuándo rectificar, y cuándo negociar.
Por el bien del país, por el futuro de Venezuela, ambos bandos tienen que reconocer sus fracasos. Tienen que poner la patria y el pueblo por delante de sus ambiciones egoístas. La única salida a la grave crisis que vive Venezuela es una negociación entre todas las partes. Y un camino electoral, que no debe incluir a ninguno de los responsables del camino destructivo por donde han llevado la nación. Y, por supuesto, que no debe ser controlado por Washington o ningún otro poder externo. Hay muchos políticos talentosos en el chavismo, como también dentro de la coalición opositora. Gente que no ha tenido la oportunidad de florecer, porque los líderes insaciables de poder han opacado cualquier otra posibilidad de liderazgo.
Que pongan sus egos de lado. El encuentro en Noruega es un buen paso, pero no va a funcionar si termina siendo un diálogo de sordos, otra vez. Ningún lado puede iniciar una negociación con condiciones o términos fijos. Todo tiene que ser flexible, pragmático y realista. Lo único que no se debe negociar son la soberanía de Venezuela y los derechos humanos de los venezolanos.
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