Por: Thierry Meyssan
En Jerusalén se anunció un importante encuentro entre los consejeros de seguridad de Estados Unidos, Israel y Rusia. Los participantes tendrían como objetivo desenredar la complicada madeja alrededor del Eje de la Resistencia, garantizar la seguridad de todos los Estados del Medio Oriente y establecer un control compartido entre Estados Unidos y Rusia sobre todos los demás actores, incluyendo a Israel. Red Voltaire | Damasco (Siria) | 11 de junio de 2019
El ruso Nikolai Patruchev (a la izquierda) y el estadounidense John Bolton se reunirán en Jerusalén, en presencia del israelí Meir Ben-Shabbat.
Une reunión crucial entre los tres consejeros de seguridad nacional de Estados Unidos, Israel y Rusia tendrá lugar en Jerusalén durante este mes de junio. Este acontecimiento inédito ya ha dado lugar a una serie de «revelaciones» y «desmentidos» sobre los temas que estarán sobre la mesa. Casi todos los comentaristas están disertando a partir de ideas falsas que todo el mundo repite a coro. Es necesario rectificar esas elucubraciones antes de tratar de evaluar lo que está en juego en ese encuentro.
El juego de las Grandes Potencias en el Medio Oriente
Durante la guerra fría, la estrategia estadounidense de containement o «contención» aplicada frente a la URSS logró en efecto rechazar la influencia soviética en el Medio Oriente. Después del derrumbe de la URSS, Rusia abandonó esa región y no regresó a ella hasta el momento de la guerra de las potencias occidentales contra Siria.
Pero la presencia rusa en el Levante –exceptuando el paréntesis registrado desde 1991 hasta 2011– data de los tiempos de Catalina la Grande, o sea la emperatriz Catalina II de Rusia, quien envió su flota a defender Beirut, a pedido de la población de esa ciudad. La política de Catalina la Grande apuntaba primeramente a proteger la cuna del cristianismo –que no es Jerusalén sino Damasco, la capital siria–, por ser el cristianismo la base misma de la cultura rusa. Rusia extendió así su influencia en el Mediterráneo oriental y logró llegar hasta las aguas del Océano Índico.
En 2011, Rusia fue el único país del mundo capaz de distinguir la diferencia entre las revoluciones de colores del Magreb –las llamadas «primaveras árabes»– y las guerras desatadas contra Libia y Siria. Los países occidentales, que hacen su propia interpretación de aquellos acontecimientos, no se han esforzado nunca por tratar de entender cómo los ve Rusia.
No se trata en este trabajo de determinar quién tiene la razón y quién se equivoca –eso es un tema diferente [1]– sino de admitir al menos que existen dos interpretaciones totalmente diferentes. Vale la pena destacar que los occidentales están de acuerdo en que Moscú nunca aceptó la manera como ellos violaron la resolución del Consejo de Seguridad supuestamente destinada a proteger a las poblaciones civiles en Libia. Implícitamente, los occidentales reconocen así que no son los rusos sino el imperialismo occidental quien creó el problema que hoy enfrentamos.
Basándose en su propio análisis, Rusia comenzó a utilizar su derecho al veto contra los proyectos de resolución que los países occidentales trataban de imponer contra Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU. Simultáneamente, y a solicitud de Siria, Rusia negoció con el gobierno sirio el despliegue en suelo sirio de una fuerza de paz de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Sin embargo, Washington y Moscú pactaron en Ginebra –en presencia de las naciones occidentales y sin la participación de actores del Medio Oriente– una repartición de esa región. Eso sucedió en junio de 2012. Pero lo que parecía una luna de miel duró sólo unos días, antes de que Francia viniera a romperla, en contubernio con la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton.
Siete años después, Moscú está reclamando el respeto de los compromisos rotos de aquella época. No fue la OTSC sino Rusia la que desplegó fuerzas militares en Siria y, junto al Ejército Árabe Sirio y el Hezbollah, derrotó a los yihadistas, armados por Washington y sus aliados [2]. Y los reclamos rusos también van dirigidos a Israel, donde un millón de rusoparlantes ostentan la nacionalidad israelí y uno de ellos, Avigdor Lieberman, acaba de hacer caer, por segunda vez consecutiva, el gobierno de Benyamin Netanyahu [3].
Este giro de los acontecimiento resulta difícil de admitir para quienes se mantuvieron dentro de la alianza Estados Unidos/Israel que caracterizó la era de George Bush hijo. Sin embargo, el hecho es que desde que el Emirato Islámico (Daesh) fue derrotado, los emisarios de las autoridades israelíes han viajado más frecuentemente a Moscú que a Washington.
El juego de las potencias regionales ante Israel
Existe una supuesta “verdad” comúnmente aceptada según la cual las fuerzas del «Eje de la Resistencia» (Palestina, Líbano, Siria, Irak, Irán) se plantean como objetivo acabar con los israelíes, como los nazis que trataron de exterminar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Eso es sólo una transposición de papeles simplemente grotesca.
En realidad, el Hezbollah es originalmente una red chiita de resistencia contra la ocupación israelí del Líbano. Esa red comenzó recibiendo armas proporcionadas por Siria pero, a partir de 2005 y de la retirada de la fuerza siria de paz desplegada en Líbano, es de Irán que ha recibido su armamento. El objetivo del Hezbollah nunca fue «echar los judíos al mar» sino que siempre ha proclamado, por el contrario, su intención de lograr la igualdad de derechos para todos. La ocupación israelí en Líbano fue una realidad que sobrepasó incluso la voluntad del gobierno de Israel, que se vio desbordado por la iniciativa del general Ariel Sharon de lanzarse a la toma de Beirut, y fue también resultado de la colaboración de milicias cristianas y drusas, como las de Samir Geagea y Walid Joumblatt.
Idénticamente, Siria reaccionó ante el expansionismo israelí defendiéndose, en primer lugar, y luego prestando ayuda a las poblaciones palestinas. Eso es totalmente legítimo, sobre todo teniendo en cuenta que, antes de la Primera Guerra Mundial, Palestina y Siria fueron una sola entidad política [4]. Nadie pone en tela de juicio –ni siquiera Estados Unidos– que durante 70 años Israel siempre ha seguido arrancando territorios a sus vecinos y que aún hoy sigue haciéndolo.
Desde el inicio de la guerra fría, Estados Unidos –inmerso en su política de «contención» contra la URSS– estuvo perfectamente consciente del expansionismo israelí, que daba al traste con la estabilidad de la región. Teniendo en cuenta ese factor, Estados Unidos armó a Siria para que estuviese en condiciones de hacer frente a Israel –pero no de atacarlo– e hizo lo mismo con otras fuerzas regionales, como Irak [5]. De hecho fue el entonces secretario de Estado, John Foster Dulles, quien creó el «Eje de la Resistencia», garantizando así que Siria e Irak no recurrieran a la Unión Soviética para defenderse y obtener ayuda militar soviética.
La administración Eisenhower sabía que Israel había sido creado por voluntad del presidente estadounidense Woodrow Wilson y del primer ministro británico David Llyod George [6], pero consideraba el régimen israelí como un caballo loco al que tenía que proteger y domar.
Washington se unió por consiguiente a las iniciativas británicas: la firma del tratado de asistencia militar entre Damasco y Teherán y posteriormente, en 1958, la firma del Pacto de Bagdad, que permitía la creación de la CENTO (Central Treaty Organization, también conocida por las siglas METO, o sea Middle East Treaty Organization, que fue un equivalente regional de la OTAN). El contexto y los actores han cambiado, pero su móvil sigue siendo el mismo.
El caso de Irán es el principal problema de hoy. La mayoría de los dirigentes iraníes no aborda la cuestión de manera política sino desde un punto de vista religioso. Una profecía chiita afirma que los judíos volverán a formar un Estado en Palestina, pero también asegura que ese Estado será rápidamente destruido. El ayatola Ali Khamenei, Guía de la Revolución Islámica iraní, que ve esa profecía como algo fuera de discusión, la menciona periódicamente, como llevando un conteo regresivo, y muy recientemente afirmó que Israel habrá desaparecido en 6 años.
El endurecimiento de las posiciones –en Irán alrededor de la mencionada profecía y en Israel en torno a la ley llamada «Israel, Estado-nación del pueblo judío» (2018), constituye la fuente de continuidad de un conflicto que podría desbloquearse con un poco de inteligencia. Eso es lo que han tratado de hacer el presidente estadounidense Donald Trump y su consejero especial Jared Kushner, pero han fracasado porque, si bien una garantía de desarrollo económico puede resolver la cuestión de las reparaciones o compensaciones a los palestinos, no será posible avanzar hacia una solución sin lograr una evolución en las formas muy diferentes de percibir el mundo que tienen los judíos, los árabes y los persas.
¿Qué es el «Eje de la Resistencia»?
Los responsables religiosos iraníes utilizan a menudo la expresión «Eje de la Resistencia» para referirse a la alianza formada frente a Israel. Pero no existe ningun tratado que dé carácter formal a ese eje. Sus dirigentes nunca realizaron un encuentro cumbre para ponerse de acuerdo.
A partir del momento de la invasión de Irak, en 2003, las fuerzas del «Eje de la Resistencia» han venido dividiéndose poco a poco, tanto que hoy en día sus conflictos internos han cobrado más importancia que su lucha externa.
En 2003 fue asesinado el jefe religioso chiita iraquí Mohamed Sadeq al-Sadr. Con razón o sin ella, sus partidarios atribuyeron la responsabilidad del crimen al Gran Ayatola Ali al-Sistani. Este último en un religioso iraní residente en Irak, donde dirige los seminarios chiitas. La comunidad chiita se dividió poco a poco entre los proiraníes seguidores de al-Sistani y los proárabes seguidores de Moqtada al-Sadr, el hijo del ayatola asesinado. Moqtada al-Sadr cortó sucesivamente las relaciones con Damasco y con Teherán –en 2017– y viajó a Riad –la capital de Arabia Saudita– para reunirse con el príncipe heredero Mohamed ben Salman.
En 2006, aprovechando su victoria local en las elecciones legislativas organizadas en los territorios palestinos, el Hamas dio un golpe de Estado a al-Fatah en la franja de Gaza, donde se proclamó autónomo [7]. En 2012, la dirección política del Hamas, hasta entonces exilada en Damasco, se trasladó inesperadamente a Doha, la capital de Qatar, país que financiaba a los yihadistas que trataban de derrocar el gobierno sirio. El Hamas se declaró incluso «rama palestina de la Hermandad Musulmana», partido político ilegalizado en Siria. Los hombres del Hamas introdujeron agentes del Mosad israelí en la localidad siria de Yarmuk (en los suburbios de la capital siria), donde trataron –actuando en conjunto– de liquidar a los militantes del movimiento palestino adversario FPLP-Comando General (marxista). En definitiva, el ejército sirio tuvo que cercar Yarmuk para evitar que el Hamas avanzara hacia Damasco. Aquella decisión del ejército sirio contó con el respaldo, públicamente expresado, del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.
Son absurdas las acciones de las naciones occidentales destinadas a tratar de destruir el «Eje de la Resistencia», cuya existencia desearon en otro momento y a cuya creación contribuyeron. Hoy quieren destruirlo sólo porque ya no pueden controlarlo, pero no vale la pena que traten de acabar con él. Bastaría con que tengan un poco de paciencia porque esa fuerza está diluyéndose por sí misma.
Los iraníes son amigos fieles pero, por razones culturales, tienen tendencia a arrastrar a sus amigos en sus propios problemas. Los sirios nunca expulsarán de su suelo a los iraníes que contribuyen a protegerlos del expansionismo israelí y que los ayudaron a resistir cuando comenzó la agresión externa (en 2011-2014). Pero, en la actual coyuntura, si los iraníes quisieran actuar como verdaderos amigos de los sirios, deberían retirarse de Siria en el plano militar y dejar ese tipo de ayuda en manos de Rusia, para que Estados Unidos se viera obligado a reconocer la legitimidad del gobierno del presidente Bachar al-Assad. En vez de eso, los iraníes están utilizando la presencia de sus tropas en Siria para provocar a Israel con tiros de cohetes desde suelo sirio.
Los tres consejeros de seguridad nacional
El estadounidense John Bolton, el israelí Meir Ben-Shabbat (Israël) y el ruso Nikolai Patruchev, consejeros para la seguridad nacional en sus respectivos países, desempeñan las mismas funciones. Pero no tienen el mismo grado de experiencia.
Bolton está convencido de la superioridad ontológica de su país ante todos los demás. Su experiencia en materia de relaciones internacionales la adquirió, en primer lugar, durante las negociaciones sobre el desarme y fundamentalmente cuando fue embajador de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU (de 2005 a 2006). Bolton acostumbra a lanzarse en iniciativas espectaculares pero es capaz de retroceder cuando piensa que se ha equivocado. Es precisamente por su capacidad para cargar personalmente con los errores de otros que el presidente Trump lo ha mantenido en el cargo.
Meir Ben-Shabbat
Meir Ben-Shabbat es un hombre de fe, convencido de que pertenece a un pueblo elegido de Dios pero maldito. Meir Ben-Shabbat no es diplomático sino experto en contraespionaje. A pesar de eso, cuando dirigía el Shin Bet (la agencia israelí de seguridad general) dio muestras de gran sutileza tanto para luchar contra el Hamas como para manipularlo y negociar con él cuando era necesario. Su excelente conocimiento de las múltiples fuerzas que se mueven en el Medio Oriente le permite comprender instantáneamente lo que tiene posibilidades de durar en el tiempo y lo que va a ser efímero.
Y Nikolai Patruchev es un personaje de la categoría de altos funcionarios rusos. De los tres, Nikolai Patruchev es indudablemente el que tiene la más alta visión del tablero mundial. Como sucesor de Vladimir Putin a la cabeza del FSB (el Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa), Patruchev tuvo que enfrentar los intentos estadounidenses e israelíes de comprar a los principales directores de ese órgano. Luego de varios años de turbulencias, logró garantizar plenamente el control del FSB. Luego tuvo que enfrentar la desestabilización de Ucrania por parte de Estados Unidos y de la Unión Europea, lo cual condujo al regreso de Crimea a la Federación Rusa. Este hombre no negociará sobre un expediente haciendo concesiones en otro sino que velará –por el contrario– por lograr que todas las decisiones sean coherentes.
Estos tres estrategas tendrán que definir los contornos de una redistribución de las cartas, que después será objeto de negociaciones entre los diplomáticos. El papel de los tres consejeros de seguridad nacional será compensar las pérdidas de los perdedores para que se logre llegar a acuerdos aceptables para todas las partes.
[1] Yo expongo mi visión de las cosas en el libro Sous nos yeux, éditions Demi-Lune (2017).
[2] «Armamento por miles de millones de dólares utilizado contra Siria», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 18 de julio de 2017.
[3] «¿Qué sabe Avigdor Lieberman?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de junio de 2019.
[4] El entonces presidente sirio Adib Chichakli era miembro del PSNS (Partido Social Nacionalista Sirio) y militaba, por ende, en pro de la reconstitución de la Gran Siria, con todas sus minorías. Debido a ello aceptaba que el protectorado británico de Palestina se convirtiese en un Estado binacional (lo cual era el proyecto de la ONU) pero no podía aceptar que se diviera en dos Estados monoétnicos (conforme a la iniciativa de Ginebra y la conferencia de Annapolis).
[5] Syria and the United States. Eisenhower’s Cold War in the Middle East, David W. Lesch, Westview Press (1992)
[6] «¿Quién es el enemigo?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de agosto de 2014.
[7] El programa de al-Fatah es luchar contra el imperialismo en Palestina. El objetivo del Hamas no es ese sino crear un califato que abarque todo el mundo musulmán.
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