Por: Thierry Meyssan
Solo, contra su oposición, contra su propia administración y contra sus aliados, el presidente estadounidense Donald Trump no parece en condiciones de cumplir los compromisos que había contraído durante su campaña electoral. Tres años después de su elección, la Cámara de Representantes ha iniciado contra Trump un proceso para destituirlo… por luchar contra la corrupción de sus adversarios en Washington.
El presidente estadounidense Donald Trump ha declarado que el proceso de destitución que la Cámara de Representantes ha iniciado contra él es un intento de golpe de Estado.
El principal compromiso de campaña de Donald Trump –poner fin a la estrategia militar ofensiva Rumsfeld/Cebrowski [1] y sustituirla por una política jacksoniana de cooperación– se enfrenta hoy a una poderosa oposición interna, en Estados Unidos, y externa, de parte de los aliados de Estados Unidos. Más que nunca antes, el presidente Trump se ve solo, totalmente solo, ante la clase política de ambos lados del Atlántico.
Todo estaba decidido de antemano
Al igual que en el caso de su predecesor, Barack Obama, todo parecía decidido de antemano.
Desde su elección, en 2009, Obama fue saludado como «el primer presidente negro de Estados Unidos» y luego resultó ser incapaz de resolver los problemas de la comunidad negra estadounidense, incluso permitió que la violencia policial contra los negros alcanzara niveles nunca vistos antes de sus dos mandatos. Durante los primeros días de su primer mandato, el Comité Nobel otorgó a Barack Obama el Nobel de la Paz para “recompensar sus esfuerzos” «por un mundo sin armas nucleares», tema que Obama abandonó de inmediato. Los resultados de sus dos mandatos presidenciales son exactamente lo contrario de lo que había prometido durante sus dos campañas electorales… pero Barack Obama sigue siendo popular en el mundo entero. No importa que permitiera que las grandes transnacionales sacrificaran empleos en Estados Unidos para fabricar sus productos a menor costo en China, ni que la administración Obama haya mantenido la cárcel ilegal de Estados Unidos en Guantánamo, ni sus miles de asesinatos selectivos o la destrucción de Libia.
Por el contrario, desde que fue electo, incluso antes de que entrara en la Casa Blanca, en 2017, Donald Trump fue caracterizado como un narcisista maníaco-depresivo, de personalidad débil y autoritaria y como un criptofascista. Cuando llegó a la Casa Blanca, la prensa exhortaba a su eliminación física y el Partido Demócrata lo acusaba de ser un espía ruso. Los demócratas lograron poner en marcha una investigación contra Trump y su equipo, con la posibilidad de destituirlo. El principal consejero de Trump, el general Michael Flynn, fue obligado a dimitir, sólo 24 días después de su nominación, e incluso fue arrestado. Cuando el partido de Trump perdió las elecciones legislativas llamadas midterm –en noviembre de 2018– en la Cámara de Representantes, el presidente se vio obligado a negociar con algunos de sus opositores. Llegó a un acuerdo con el Pentágono, autorizando ciertas acciones militares a condición de que no llevaran el país a una espiral bélica, y obtuvo a cambio el cierre de la investigación sobre sus supuestas relaciones con Rusia.
Durante 8 meses, Trump trató entonces de poner fin al proceso de destrucción en el Gran Medio Oriente y al inicio de un proceso similar en la Cuenca del Caribe. Exactamente el mismo día que Trump esperaba poder anunciar desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU que por fin se concretaría la paz, el United States Institute for Peace (USIP) –que es esencialmente lo mismo que la NED [2], sólo que no depende del Departamento de Estado sino del Departamento de Defensa– publicó su informe sobre Siria, informe donde aconseja al presidente reactivar la guerra contra ese país. Y también exactamente el mismo día, la presidente de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, anunciaba el inicio de un procedimiento de impeachment contra el presidente Trump, ahora con un pretexto diferente: haber solicitado la ayuda del nuevo gobierno de Ucrania contra la corrupción del clan Clinton.
Por consiguiente, ya es poco probable que Donald Trump logre hacer realidad su programa de gobierno antes del final de su mandato y cuando ya se inicia la campaña electoral en la cual supuestamente él buscaría la reelección. Sin embargo, sus partidarios señalan que Trump se vuelve particularmente eficaz cuando está acorralado.
No abundan los medios de difusión que hayan explicado en qué consiste el “jacksonismo” [3], una ideología que nadie había promovido desde los tiempos de la Guerra de Secesión. Casi toda la prensa ha preferido afirmar durante 2 años que Donald Trump es simplemente un tipo incoherente e imprevisible, en vez de reconocer que actúa en función de una visión del mundo diferente a la del establishment estadounidense.
En todo caso, Trump ya ha logrado traer de vuelta a Estados Unidos numerosos empleos que las transnacionales habían desplazado al extranjero para incrementar sus ganancias. Y también ha logrado poner fin al masivo respaldo que el Departamento de Estado y el Departamento de Defensa aportaban a los ejércitos de yihadistas en el Gran Medio Oriente, aunque aún se mantienen algunos programas de la ayuda estadounidense a esos elementos.
En realidad, poco importa lo que Barack Obama y Donald Trump hayan hecho como presidentes. Sólo se hablará de ellos en función de cómo los presentaron los medios de difusión cuando llegaron al poder.
La prensa saludó la elección de Barack Obama como un progreso histórico para Estados Unidos, basándose únicamente en el color de su piel y sin tomar en cuenta sus opiniones políticas. Donald Trump, por el contrario, fue denunciado como un nazi (como en esta portada del semanario alemán “Stern”) y se llamó a decirle “No” (como en esta proyección sobre la fachada del parlamento británico).
El papel del Estado Profundo
Hoy ya es evidente que la oposición al presidente Donald Trump se compone no sólo de la mayor parte de la élite política estadounidense sino también de gran parte de los dirigentes de los países aliados de Estados Unidos. Esto puede parecer extraño ya que esos dirigentes extranjeros tendrían mucho que ganar si Trump lograse alcanzar sus objetivos. Pero no es así como funciona la política. Uno tras otro, esos dirigentes extranjeros han llegado a la conclusión de que nadie puede modificar la política de Estados Unidos y de que el interés de sus propios países ante el poderío de Estados Unidos no era hundirse junto a un Donald Trump aislado en su propio país sino mantenerse fieles a la política destructiva de George W. Bush y de Barack Obama.
Queda por averiguar quiénes, entre las decenas de miles de funcionarios de la administración, mueven los hilos y por qué se oponen al proyecto de Trump. El «Estado Profundo» (Deep State), cuya política Trump no logra desactivar, no es quizás más que un fenómeno sociológico pero también es muy probable que represente intereses estructurados. Trump creía haber negociado con el gobierno alternativo, estructura estadounidense creada preventivamente para asumir el control del país en caso de conflicto nuclear. Es evidente que estaba equivocado.
Lecciones de esta historia
De toda esta historia se pueden sacar dos lecciones:
Primeramente, todos los historiadores están de acuerdo en que George W. Bush no ejerció realmente su presidencia sino que se sometía a las decisiones de quienes le rodeaban, en primer lugar al vicepresidente Dick Cheney. Es igualmente evidente que Barack Obama tenía muy poco poder, fuera de ordenar asesinatos selectivos. Ahora puede verse que Donald Trump no está en condiciones de modificar la política de Estados Unidos. Todo eso indica que desde el 11 de septiembre de 2001, la función de presidente de Estados Unidos es casi exclusivamente mediática. Y si no es el presidente quien decide la política, quienes lo hacen desde la sombra son individuos no electos por el pueblo.
La segunda lección es que los aliados de Estados Unidos no obedecen al presidente de Estados Unidos sino al Estado Profundo estadounidense. Son juguetes de un actor invisible. Sólo Rusia y China son verdaderamente independientes. Rusia es el único de estos 3 Estados cuyo presidente es democráticamente electo y ejerce el poder en nombre de su pueblo. China dispone de un sistema transparente, aunque sólo los miembros del partido único participan en la vida política del país. Pero el sistema de Estados Unidos es completamente opaco.
[1] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté (Haití), Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[2] La NED (National Endowment for Democracy), generalmente presentada como una ONG estadounidense dedicada a promover la democracia, en realidad depende del Departamento de Estado y fue creada en 1983 por el Congreso de Estados Unidos para asumir el trabajo que antes realizaba la CIA en el financiamiento de grupos políticos a través del mundo. Ver «La NED, vitrina legal de la CIA», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 11 de octubre de 2010.». El financiamiento de la NED proviene del Congreso estadounidense. Nota de la Red Voltaire.
[3] Así llamado en referencia a Andrew Jackson (1767-1845), el 7º presidente de Estados Unidos (de 1829 a 1837). Nota de la Red Voltaire.
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