Por: Thierry Meyssan
En este editorial redactado para al-Watan, el diario más importante de Siria, Thierry Meyssan describe el acuerdo entre Estados Unidos y Rusia sobre el Levante.
Desde hace un siglo, el Reino Unido y, más tarde, Estados Unidos han cortejado sucesivamente a todos los países y grupos confesionales del Medio Oriente. Y, para hacerse indispensables, también han alimentado los conflictos confesionales, aplicando así el viejo principio que aconseja “divide y vencerás”.
Hace 3 años, el presidente Donald Trump fue electo en base a su proyecto de poner fin al imperio estadounidense y de traer las tropas de regreso a casa para ponerlas al servicio de sus conciudadanos. Según el análisis de su efímero consejero para la seguridad nacional, el general Michael Flynn, retirar las tropas estadounidenses del Medio Oriente ampliado, permitiendo así el regreso a la paz, supone poner fin a los conflictos confesionales y por ende a los Estados sectarios. Dicho claramente, hay que liberar Arabia Saudita del wahabismo, liberar Israel del judaísmo, liberar Irán del chiismo, liberar Gaza del sunnismo y terminar modificando las constituciones sectarias del Líbano y de Irak.
Eso es lo que estamos viendo hoy en día.
El príncipe saudita Mohamed ben Salman y su padre el rey Salman están haciendo retroceder el wahabismo en Arabia Saudita, a pesar de que su propia legitimidad como heredero del trono y como soberano proviene precisamente del wahabismo.
En Israel, Avigdor Lieberman, presidente del partido de rusoparlantes Israel Beitenu, acaba de provocar la caída del gobierno de Benyamin Netanyahu y está reclamando, desde hace un año, la formación de un gobierno sin partidos religiosos. Después de dos elecciones legislativas, ahora parece posible que el general Benny Gantz forme un gobierno laico de unión nacional, en el cual estarían incluidos los partidos de Lieberman y de Netanyahu, pero sin los partidos religiosos. Si no lo hace, habrá que proceder a una tercera elección legislativa.
En Irán, los principales colaboradores del ex presidente laico Mahmud Ahmadineyad han sido encarcelados. El país se halla bajo la presión financiera de Estados Unidos y la amenaza militar de Israel. En algún momento, será preferible que Irán modifique por sí mismo su sistema de gobierno y regrese a una política nacionalista.
En Palestina, una mitad de los territorios palestinos es laica y en la otra gobierna el Hamas. Pero el Estado palestino no existe porque el resto de Palestina es un Estado judío. Si Benyamin Netanyahu aceptara ser un simple ministro, rápidamente tendría que vérselas con la justicia de su país. Su caída no implicaría la caída del Likud sino la de los pocos partidarios del Gran Israel que se extendería, mediante la conquista, hasta el Nilo y el Éufrates.
En Líbano, a pesar de las grandes manifestaciones de los últimos días, resulta imposible reformar la Constitución sectaria que lastra a ese país desde hace tres cuartos de siglo y existe una amenaza de guerra civil. El problema es que una comisión constituyente sólo podrá conformarse en función el equilibrio entre los grupos sectarios y, por esa misma razón, no podrá abolir el sectarismo actual y si se decidiese elegir una asamblea constituyente, los partidos sectarios recurrirían nuevamente a la compra de electores para estar representados. La única solución sería la creación de un gobierno militar laico que se encargue de reformar él mismo la Constitución antes de devolver el poder a civiles electos.
En Irak, la situación es similar, aunque menos caricatural. Al igual que en Líbano, el movimiento de protesta viene de la mayoría chiita. A pesar de las aparentes contradicciones, el líder chiita Moqtada al-Sadr es ante todo un nacionalista. Lo mismo sucede en Líbano, donde el líder del Hezbollah, Hassan Nasrallah se considera, antes que chitta, un nacionalista y siempre ha recalcado que el Hezbollah dejará de existir bajo su forma actual el día que Israel deje de ser un Estado judío.
Pero el proyecto estadounidense de división de los países del Levante en grupos confesionales encuentra la oposición de Rusia, que siempre ha protegido a los cristianos pero que se opone a los Estados confesionales.
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