Con esta caricatura que habla más que mil palabras sobre la triste realidad colombiana, la ocupación EEUU y quién es Santos más allá de su aparato de lavado de cara, publicamos un extracto del excelente texto de José Antonio Gutiérrez: “Se desvanece la ilusión santista: guerra sucia y solución militar”, por considerarlo fundamental ante la marcha convocada por el fascismo colombiano para enrolar a sus políticas guerreristas a los incautos, disponiendo para ello de toda la financiación de un estado para contratar bandas musicales, propaganda, logística, etc. Como ya lo ha hecho el régimen en las 2 marchas anteriores del mismo corte, hará que la salida a marcha sea presionando a empleados públicos, colegios oficiales, poniéndose también la oligarquía y las empresas privadas a la tarea de movilizar a los trabajadores mediante chantajes para que marchen por los intereses del gran capital, y en definitiva en contra del pueblo colombiano, porque esa marcha del 6 lo que busca es legitimar la guerra sucia y los bombardeos contra la población que está efectuando el régimen santista. Pero así y todo, la marcha del régimen está llamada a fracasar en sus intenciones porque el pueblo colombiano está cada día más concientizado contra el saqueo multinacional, las privatizaciones, contra los encarcelamientos masivos, contra el Terrorismo de Estado, y contra el guerrerismo del gobierno de Santos.
La Marcha de la Guerra
En otro arranque de neo-uribismo, el establecimiento santista ha decidido copiar la iniciativa del 4 de Febrero del 2008 y patrocinar su propia marcha a favor del gobierno y contra la insurgencia apelando a la visceralidad de las clases medias urbanas enardecidas, recurriendo a una propaganda sofocante por todos los medios a su disposición, al sensacionalismo, a la estigmatización de las voces disidentes. Una marcha sin más propuestas que el odio, la polarización y la violencia, una marcha para reforzar el militarismo, donde “el ejercicio de la imaginación brilla por su ausencia”[16]. Una marcha con la cual buscan distraer al pueblo de los problemas sociales que lo han mantenido en movilización permanente todo el año, con la cual buscan lavar sus manos de la responsabilidad que les cabe en esta aventura militar que terminó con la muerte de los cuatro uniformados, pero por sobre todo, con la cual buscan dar alguna clase de legitimidad social a la profundización de la guerra sucia y a su política de tierra arrasada en las zonas rurales donde se libra el conflicto. La marcha del 6 de Diciembre es una parodia proto-fascista de concienciación, en la cual se busca movilizar a una masa desorganizada, amorfa, susceptible de ser manipulada. Marchar ese día es apoyar la política militarista y la guerra sucia del Estado; es apoyar el eterno derramamiento de sangre del campesinado; es apoyar el manejo irresponsable de la guerra por parte de un gobierno más interesado en encuestas de opinión que en las consecuencias de sus actos; es apoyar la criminalización de la oposición y la disidencia; es apoyar la hipocresía de un establecimiento que supuestamente se “conmueve” con estas muertes, pero que fue incapaz de mover un dedo por el intercambio humanitario cuando tuvieron más de una década para hacerlo y que no soportó que la insurgencia pudiera liberarlos unilateralmente. Marchar aquel día es apoyar el cierre estrepitoso del espacio político para la negociación política que han venido abriendo con no poco esfuerzo los movimientos populares a través de encuentros de masas como el de Barrancabermeja[17].
La hipocresía del Estado, evidenciada en esta marcha, es a partida doble. Porque no solamente reniegan de su propia responsabilidad al poner en riesgo la integridad de los combatientes de su propio bando, demostrando que los prefería muertos a liberados unilateralmente, sino que además porque jamás han mostrado una indignación semejante ante tragedias mucho peores que azotan al país. La tragedia del sábado es un drama minúsculo si se compara con la tragedia silenciada del pueblo colombiano que cuenta los desplazados en cinco millones, los desaparecidos en casi 60.000 reconocidos oficialmente, las ejecuciones extrajudiciales en varios miles más. No solamente estas tragedias no merecen indignación pública desde las altas esferas del Estado, sino que se protege a sus autores materiales e intelectuales con un velo de impunidad como lo demuestra la turbia protección a soldados de la Octava División en el Tame, Arauca, señalados por el secuestro, violación y asesinato de tres niños en Octubre del 2010[18]. Casos como estos abundan y el 98% se encuentran en la más perfecta impunidad y a la menor señal de justicia, comienzan las protestas de que se está intentando minar la moral de la tropa; esta protección de las violaciones a los derechos humanos, que corresponden a un aspecto integral de la política contrainsurgente del Estado, es la verdadera razón detrás de la reciente ampliación del fuero militar.
Pero también con la marcha se pretende cerrar el espacio para el acuerdo humanitario que vienen promoviendo sectores de la sociedad civil, y validar la continuación de la política de rescates militares, como lo ha anunciado el propio gobierno a pesar del clamor de los familiares de los militares retenidos por la insurgencia para evitar estas aventuras militares[19]. El intercambio humanitario es urgente, no solamente por los presos de guerra en poder de los insurgentes, sino sobretodo para evidenciar el drama que viven los más de 7.500 presos políticos y alrededor de un millar de presos de guerra, que sufren de condiciones completamente infrahumanas en las cárceles colombianas. Se ha convertido en un lugar común para el gobierno decir que a los presos de la insurgencia si se les respetan sus derechos y que se encuentran en condiciones infinitamente superiores a las de sus contrapartes militares en la selva. Esta afirmación, sin embargo, es otra gran mentira pues la tortura, los malos tratos, las privaciones de toda clase, la interferencia a visitas y el traslado arbitrario de presos políticos son la regla general en las cárceles colombianas, donde hasta se les hace convivir con los paramilitares. Algunas prisiones, como la Tramacúa, son prueba fehaciente del trato brutal que reserva el Estado para quienes han sido acusados del delito de “rebelión”. Para dar una prueba de las condiciones bestiales en las cárceles, basta citar el número de presos que han muerto a consecuencia de estos malos tratos en lo que va del año -en el período Enero-Mayo del 2011, al menos cuatro presos políticos y de guerra han muerto en las cárceles colombianas por falta de atención médica: José Albeiro Manjarrés[20], Jordán Fabián Ramírez, Otoniel Calderón Ovalle, Jimmy Ducuara Garzón[21]; dos presos más se suicidaron a causa de las torturas y malos tratos: Leonardo Salcedo y Jorge Russo[22]; desde entonces varios presos más han sido asesinado lentamente por malos tratos y otros han sido llevados al suicidio. Los casos más recientes han sido el mes de Noviembre: Jhon Jairo García[23], a quien se le negó asistencia médica para tratar una infección, y Ricardo Alfonso Contreras[24], quien murió por una brutal golpiza propinada por los guardias. La condición de varios presos es lamentable: un caso emblemático es el de Diomedes Meneses Carvajalino[25], quien se encuentra paralítico, carcomido por infecciones y aún así permanece en una cárcel de alta seguridad, y se le ha sometido a brutales torturas, en una de las cuales le arrancaron un ojo con una cuchara. De más está decir que no recibe atención adecuada y que su muerte por lenta tortura es una cosa de tiempo. Pese a estas historias de horror, el Estado persiste en negar la magnitud de la crisis humanitaria en las cárceles colombianas y arriesgar irresponsablemente a los presos de guerra en rescates militares.
Rechazar el militarismo del régimen y articular la lucha por la vida digna que Santos niega
La irresposabilidad del Estado va mucho más allá de la vida de una docena de rehenes en poder de la insurgencia. La irresponsabilidad de fondo es que con sus actos el Estado una vez más cierra las puertas a la posibilidad de una negociación política y vuelve a condenar a la sociedad colombiana a la prolongación de la guerra sucia y caníbal. Hoy día lo que se necesita en Colombia no son marchas vacías y viscerales, manipuladas e hipócritas, selectivas e irreflexivas, sino una movilización profunda y un debate colectivo en torno al conflicto social y armado, que vaya más allá de los clichés que repiten incansablemente los medios y de esas mentiras que martilladas una y otra vez, se convierten en verdad oficial.
No esperamos, desde luego, que la clase dominante colombiana que por dos siglos se ha enriquecido con el despojo violento y la exclusión política, dé gestos magnánimos para facilitar este debate. No esperamos que los medios al servicio de esos intereses venales sean los que abran el espacio para esta necesaria reflexión colectiva. Lo que sí esperamos, es que el pueblo que se moviliza a diario contra los atropellos del sistema, contra el modelo del despojo, contra el neoliberalismo armado,entienda la relación íntima que existe entre las inversiones multinacionales, la concentración de la tierra, el saqueo y la guerra. Aunque los medios y los furibundos nos hablen de los “héroes” caídos, en realidad no existe nada de heroísmo en una guerra para abrir territorio a las multinacionales, para garantizar la seguridad inversionista, para acallar la protesta social, para desplazar, para mantener el “orden” en el país con la mayor desigualdad en el Hemisferio después de Haití (¡Haití! ¡Qué consuelo!). Una guerra, además, en la cual los “héroes” uniformados han recurrido a toda clase de alianzas siniestras y en la cual han echado mano a las prácticas más abyectas e inhumanas, como la violación, la tortura, la desaparición forzada y las ejecuciones extrajudiciales para defender el privilegio absoluto de los cacaos y sus socios en EEUU. Apoyar esa guerra, en cualquier forma, es apoyar el modelo de hambre y marginalidad que padece la mayoría del pueblo colombiano, y contra el cual éste comienza a rebelarse de manera sostenida.
Colombia atraviesa un período de movilización popular inédito: en los primeros diez meses del año, la policía nacional registró casi 1600 protestas[26]. Esto, en parte, porque se está perdiendo el miedo; en parte, porque las condiciones mismas de existencia, cada vez más insoportables para las inmensas mayorías empobrecidas, empujan al pueblo a luchar. Movilizaciones como las de los trabajadores de los agrocombustibles, de los petroleros, de los campesinos, de los transportistas, de los estudiantes, asonadas como las de Ocaña o Tarazá, con distintos matices, con distintos énfasis, con diversos niveles de concienciación, son expresiones nítidas del malestar profundo que está anidado en el corazón del pueblo colombiano.
Ante la protesta popular, Santos aplica dos opciones: romper la solidaridad del bloque popular buscando que el pueblo se solidarice mediante una mezcla de patrioterismo cínico y humanitarismo manipulado con los que profundizan el modelo del despojo. Y por otra parte, cerrar la posibilidad de que se construya, al calor de la movilización, “un espacio de convergencia amplio y participativo [para] articular la solución política al conflicto, como expresión amplia, nacional, del movimiento popular (no de ese sofisma llamado “sociedad civil”), mediante la construcción de un proyecto alternativo, colectivo, y a la luz de los enormes desafíos y obstáculos, revolucionario, que permita la superación del conflicto.”[27] La solución política está ligada a las transformaciones sociales que la actual movilización popular demanda; la solución militar está ligada al mantenimiento delstatus quo. El bloque dominante no estará dispuesto a ceder nada ni a negociar sus privilegios a menos que sea presionado mediante una enorme movilización popular de masas, mediante luchas abiertamente en desafío al sistema el cual se ha demostrado irreformable y debe ser cambiado a fondo. Por eso es que el verdadero campo de batalla para el régimen está en lo político, no tanto en lo militar. Ese es el verdadero sentido de la marcha del 6 de Diciembre: buscar ganar terreno político perdido para el neoliberalismo armado y la guerra sucia.
Así que ya sabemos: la distinción entre Santos y Uribe es como el cuento del policía bueno y el policía malo. Que Santos termine siendo una copia perfeccionada del uribismo no es algo que deba sorprender a nadie pues lo empuja en ese sentido la lógica misma del modelo que se implantó en Colombia a lomo del paramilitarismo con la “refundación de la Patria” en los pactos de Ralito, Pivijay, Chivolo, Caldas, Barranco de Loba, Granada etc. Siempre sostuvimos que las tendencias fascistizantes de Uribe no eran una mera inclinación psicológica sino que estaban firmemente arraigadas en la realidad socio-económica y en la dinámica del poder en Colombia. Los últimos eventos en Colombia nos dan, lamentablemente, la razón.
José Antonio Gutiérrez D.
para ver las fuentes de este extracto, y leer el texto completo:
http://www.kaosenlared.net/noticia/desvanece-ilusion-santista-guerra-sucia-solucion-militar
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