por: Blanche Petrich
El juicio y la sentencia condenatoria contra el ex dictador Efraín Ríos Montt en Guatemala toca por primera vez el alma de los perpetradores, los ejecutores. Pero deja sin juicio el alma negra de los autores intelectuales de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron durante la guerra; las élites y el Estado, la cúpula del poder oligárquico, señala en un amplio análisis el experto en temas militares y de seguridad nacional Héctor Rosada-Granados.
Sostiene que igual de importante que fue el fallo que declaró culpable de genocidio al militar que gobernó uno de los periodos más sangrientos en la historia de este país –de por sí cruzada por la violencia– fue la orden que emitió la juez Jazmín Barrios para que el Ministerio Público continúe la investigación judicial contra cualquier otro implicado en hechos de esa naturaleza.
Y esto es lo que hace de este proceso un paso paradigmático y profundamente simbólico para Guatemala y el mundo. El país –añade– demostró que, a pesar de los antecedentes graves sobre la debilidad de su aparato judicial, es capaz de proporcionar justicia a sus ciudadanos.
Pero advierte que, al mismo tiempo, abre un compás muy peligroso, porque en la cúpula se reagrupó el pacto oligárquico que, como era de esperarse, reacciona con odio. Temo que estos días estamos viviendo una nueva oleada anticomunista; precisamente ahora, cuando ya no hay subversión, ni insurgencia ni comunismo. Temo que vamos a ver represalias violentas. Si lo están diciendo ellos, es porque están dispuestos a ejercerla.
Rosada-Granados encabezó la delegación gubernamental en las negociaciones de paz que culminaron en 1996. Sociólogo y antropólogo, ha hecho del estudio de las fuerzas armadas de su país el eje de sus investigaciones; la más reciente es su libro Soldados en el poder, el proyecto militar en Guatemala (1944-1990). En 1997 fue llamado para hacer un diagnóstico interno sobre la situación de la institución castrense.
Fue cercano al poder y asesor, incluso amigo de militares. En su calidad de negociador, tuvo acceso a información interna de Inteligencia Militar (D-2) y el archivo (donde se registraron las órdenes y decisiones más secretas de la guerra). Durante el juicio del caso ixil fue convocado por la representación de las víctimas. Su peritaje analizó la cadena de mando que funcionó desde la presidencia de facto hasta los operativos de campo y demostró que en el lapso que gobernó Ríos Montt se pasó de una guerra contrainsurgente a una contra la población civil, que llegó a ser considerada como el enemigo en los planes doctrinarios y operativos emanados desde la jefatura de Estado. El dictamen del tribunal basó parte de sus conclusiones en lo que sostiene este peritaje, que demuestra el genocidio por la frecuencia, repetición y masividad de los actos brutales.
Rosada Granados no es el primero que advierte que el juicio puede conducir a una confrontación. Cinco personajes claves en los acuerdos de paz firmaron un controvertido desplegado en el cual calificaron el proceso penal como una traición a la paz, que divide a Guatemala. Entre los firmantes hay tres ex delegados del gobierno en las negociaciones, Gustavo Porras, Raquel Zelaya y Richard Aikenhead, el ex guerrillero Andrés Zapata (Porras también lo fue) y el analista Eduardo Stein.
El investigador los critica duramente: Rigoberta Menchú los caracterizó magistralmente: intelectuales hipócritas. Para no enfrentar a la ultraderecha se aglutinan en torno a una posición que significa: dejemos las cosas como estaban antes de la guerra. Siendo negociadores de la paz, dan un paso atrás, como si el Acuerdo de Paz no existiera.
Ese acuerdo estableció la finalidad de lograr la reconciliación de la sociedad guatemalteca. Yo me opuse a usar ese término porque no puede hacer reconciliación donde nunca hubo conciliación. Eso es algo que se tiene que construir. Y precisamente, se puede construir a partir de ahora.
Cita, por lo tanto, palabras del obispo Juan Gerardi, quien encabezó los trabajos de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico y que fue asesinado dos días después de presentar su informe, hace 15 años: Decía: si quieren la paz, busquen la justicia.
En el informe de la CEH, en 1999, se habló por primera vez de genocidio. ¿Y porqué? Porque lo hubo.
Los grupos que reaccionan virulentamente contra la sentencia van desde los niveles más humildes, familias de ex Patrulleros de Autodefensa Civil (que fueron forzados a actuar como paramilitares) y familias de militares retirados de bajo rango, mandos medios organizados en la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala (Avemilgua) hasta los más poderosos, las familias oligárquicas representadas en el CACIF y grupos de extrema derecha como la Federación contra el Terrorismo.
Esta última publicó, en el último mes, tres extensos suplementos que circularon como encartes en El Periódico. Ahí reviven los ataques contra líderes civiles y defensores de derechos humanos, a quienes asocian con la guerrilla. Uno de sus editoriales resume: La farsa del genocidio tiene como intención debilitar al ejército y a las fuerzas de seguridad del Estado, quebrando su moral y espíritu de lucha ante el ataque de las ordas (sic) neomarxistas.
Rosada interpreta: Esos sectores no tienen miedo, tienen pavor, porque tienen la conciencia sucia. Y porque no están acostumbrados a que los cuestionen ni a perder ante los débiles, mucho menos si son indígenas. Entre ellos incluyo al presidente Otto Pérez Molina.
Los cuatro efectos del juicio histórico
Académico al fin, el también presidente del Centro de Estudios Estratégicos en Seguridad para Centroamérica (CEESC) enumera los cuatro efectos que tendrá el proceso en la vida política y social del país. Todos, asegura, son preocupantes.
Primero, en la redefinición en las fuerzas armadas. El tema del genocidio les devolvió la unidad de cuerpo que perdieron con el fin de la guerra. Se unieron los rudos y los rambos con los institucionales. Desde que se firmó la paz hubo fricciones entre armas y niveles de la fuerza armada porque se sintieron ninguneados por los sucesivos presidentes en la posguerra. La reconstrucción del espíritu de cuerpo ocurre ahora, cuando el ejército ha vuelto a ser actor político.
Segundo: En la sociedad han resurgido formas de pensar del pasado, el lenguaje que decía enemigo por nombrar al otro, al diferente, al indio. Ese racismo nunca lo logramos superar, ni después de la firma de la paz.
Tercero: La recomposición del pacto interoligárquico. En los últimos años las élites, los ricos de antaño, los de las fincas, los nuevos ricos, los poderosos, la banca, acusaron varias rupturas. Pero esa confrontación ahora queda superada porque nuevamente tienen frente a sí lo que entienden como el enemigo común.
Y cuarto: Este me gusta, pero me preocupa. Se está aglutinando el movimiento indígena, se está viendo su fuerza. Lo que vimos estos años fueron apenas segmentos de una diversidad étnica, 24 expresiones distintas, que ahora encuentran un punto común. El indio vivió en situación de sumisión desde la colonia. Esto no cambia hasta que en 1993 una indígena (Menchú) gana el Premio Nobel de la Paz. Entonces empezamos a pensar, como sociedad, en lo indígena. El mejor de los 17 acuerdos de 1996 es el de la identidad y los derechos indígenas, porque por primera vez pusimos en blanco y negro el concepto de pueblo maya. Ahora, con este juicio, se abre otra etapa, porque se reconoce lo que se les hizo a un pueblo. Ellos tuvieron el valor de ir a decirlo a un tribunal, que significa que además han perdido el miedo de hablar, 30 años después.
–Después de la sentencia, ¿qué sigue?
–El día que estuve en la sala del tribunal vi miradas y reacciones de odio. Eso es tremendamente complicado. Es de esperar que parte de los guatemaltecos, aunque sea pequeña, entienda que la única manera como se puede seguir construyendo el país es aceptando que las equivocaciones fueron mutuas.
Pero el juicio tiene un enorme potencial. Por primera vez estamos visualizando a los actores de un hecho genocida por el papel que desempeñaron. Falta identificar a la fuente, al autor intelectual. Es decir, las élites del poder. De ahí su miedo y su odio.
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