De hecho, 2010 ha sido el año más controvertido de la actuación de la Minustah, que ocupa el territorio haitiano desde julio de 2004, cuando fue creada bajo el pretexto de que Haití representaba “una amenaza a la paz y seguridad de la región”.
Durante los últimos seis años fueron recurrentes las denuncias de tortura, violación y asesinato por parte de soldados de la Minustah. Es más, han pasado más de once meses desde el terremoto que sacudió el país el 12 de Enero de 2010 pero las tropas de la ONU aún no han sido capaces de dar una respuesta eficaz a las víctimas del sismo. Ruinas y campamentos improvisados ocupan las calles de la capital Puerto Príncipe, sin que se vea acción alguna por parte de las tropas militares para la reconstrucción de casas y edificios.
Todavía bajo los efectos de los estragos causados por el terremoto, una epidemia de cólera se extendió por el país a partir de mediados de octubre, con un saldo hasta la primera quincena de diciembre de más de dos mil personas muertas y otras 100 mil infectadas. Una investigación divulgada a inicios de diciembre por el periódico Le Nouvelliste confirmó aquello que la población haitiana ya sospechaba: fue la propia Minustah quien introdujo el cólera en Haití. A pedido del gobierno de Francia, el epidemiólogo de ese país Renaud Piarroux realizó una investigación científica durante el mes de noviembre y concluyó que la bacteria causante del cólera llegó a suelo haitiano con el batallón nepalés de las Naciones Unidas, localizado en el municipio de Mirebalais, a los márgenes del Río Lartibonite que atraviesa buena parte del país, y es señalado como el principal foco de diseminación de la epidemia.
A esa coyuntura calamitosa se sumó las controvertidas elecciones presidenciales que se realizaron con el aval de la ONU el 28 de noviembre. A pesar de los llamamientos de diversos sectores de la población haitiana, de ONGs extranjeras e inclusive de la mayoría de los candidatos, que solicitaban el aplazamiento del sufragio hasta que la epidemia estuviera bajo control, la Minustah y el Consejo Electoral Provisional [CEP], decidieron mantener la fecha. El resultado: elecciones marcadas por diversas irregularidades como ausentismo y saqueo de urnas, actuación truculenta de militares, detenciones, tiros y el asesinato de un joven en el departamento de Lartibonite, según informaciones de la prensa local y de observadores internacionales.
Los días posteriores a la contienda estuvieron marcados por denuncias de fraudes y marchas populares exigiendo la cancelación de las elecciones, siendo que por lo menos dos personas murieron en confrontación con las tropas de la ONU. Los aeropuertos locales fueron cerrados. Los resultados preliminares divulgados el 07 de noviembre por el CEP mostraron la victoria en primer turno de la ex-primera-dama Mirlande Manigat, de 70 años, con 31,37% de los votos, seguida por Jude Celestin, candidato del actual presidente Rene Preval, con 22,48%; mientras el cantante Michel Martelly ocupaba el tercer lugar, con 21,85%.
Nuevas protestas se registraron en el país tras el anuncio de los resultados, ya que los simpatizantes de Martelly consideran que el candidato gobiernista llegó al segundo turno mediante fraude. Después de las reiteradas denuncias y la presión internacional, la Minustah y el Consejo Electoral Provisional (CEP) de Haití anunciaron el día 09 de diciembre que revisarían los resultados del primer turno de las elecciones presidenciales.
Es ante ese cuadro de caos generalizado, con elecciones fraudulentas, epidemia de cólera extendiéndose cada día, ruinas y campamentos improvisados resultantes de huracanes y terremotos, que se encuentra Haití actualmente. Y entonces surge la pregunta sobre cuál es la real función de la Misión de la ONU en el país y qué papel juega en la coyuntura actual del país y del continente. Para responder a esta cuestión es preciso comprender no sólo la formación en sí de Haití como nación, sino también referirse a la Minustah dentro de la trayectoria de constante interferencia de fuerzas extranjeras, armadas o no, en esa formación.
Fuerzas extranjeras
El proceso revolucionario que culminó con la independencia haitiana en 1804 estuvo marcado por duras y sangrientas batallas. Durante trece años, mulatos y esclavos de aquella que era la colonia más próspera de las Américas derrotaron a las tres mayores potencias bélicas del mundo. Los ejércitos de España, Inglaterra y Francia fueron expulsados de la pequeña isla caribeña y el día primero de enero de 1804 el general Jean Jacques Dessalines declaró la independencia de Haití, hasta hoy la única revolución de esclavos victoriosa de la historia. Como afirma Gerald Mathurin, agrónomo y coordinador del movimiento campesino KROS [Kòdinasyon Rejyonal Òganizasyon Sidès]: “Salimos de la nada, de una condición subhumana, de una masa de gente que no hablaba la misma lengua, que era azotada día y noche. Y de esta condición conseguimos con destreza y con visión liberar un país y hacer la independencia. Es un acto mayor en la historia del mundo, porque vamos a colocar en escena una raza, una calidad de personas que antes se afirmaba que no eran humanos”.
Pero las potencias occidentales vendieron caro la derrota y continuaron con las amenazas de invasión al territorio haitiano. Esto obligó a los primeros gobernantes haitianos a conformar una verdadera economía de defensa, invirtiendo substancialmente en la adquisición de armamentos y en la construcción de fuertes por toda la costa haitiana, con el objetivo de impedir una nueva invasión y la recolonización del país.
Sin embargo no era sólo con armas que las fuerzas extranjeras presionaban a Haití. Francia, en colusión con Estados Unidos, impuso un embargo económico al nuevo país. Sin la posibilidad de aumentar sus divisas con la exportación de productos, sin recursos para continuar resistiendo a las embestidas militares y viendo a los generales del antiguo ejército libertador inmersos en disputas y asesinatos por el poder, en 1825 el entonces presidente Jean Pierre Boyer cede a la presión francesa y acuerda el pago de una supuesta ‘deuda de la independencia’ a su ex-metrópoli, lo que en la práctica sepultó de una sola vez cualquier posibilidad de soberanía económica de la joven nación.
Se conforma entonces, en palabras del economista Camille Chalmers, “un Estado oligárquico, un Estado alrededor de nuevas clases dominantes que construyeron su poder marginando sistemáticamente a la clase campesina que había realizado la revolución antiesclavista. De esa forma, se trata de un Estado que se constituye de manera totalmente opuesta a la nación. Un Estado opresivo, un Estado oligárquico, un Estado depredador, que define sus intereses sobre el intercambio comercial con el extranjero y con el mercado capitalista”.
De esta división entre Estado y población nace el clima de inestabilidad política que gravitará en la historia de Haití hasta los días de hoy. Las continuas intervenciones extranjeras que vinieron, en vez de superar esta situación, sólo la reforzaron.
Es lo que sucede en 1915, cuando cerca de 20.000 mil marines estadounidenses invaden el país y permanecen hasta 1936, en cuyo lapso se crea un Estado totalmente dependiente y un ejército que obedece a las órdenes que vienen directamente de Washington, de modo que se establece la sustitución de la dependencia de Haití ante las potencias europeas por la dependencia directa a los Estados Unidos.
Pero las intervenciones no pararon por ahí. En 1957 el dictador François Duvalier llegó al poder bajo los auspicios del gobierno estadounidense. Durante los 29 años de dictadura militar –primero con François Duvalier y, a partir de su muerte en 1971, con su hijo Jean Claude Duvalier– fueron asesinados más de 30.000 haitianos y la deuda externa del país subió 40%.
Con la caída de la dictadura de los Duvalier a finales de la década de ochenta, se configura en Haití un movimiento de masas que busca rescatar la soberanía nacional, un movimiento popular que no estaba luchando solamente contra la dictadura, sino que reivindicaba también cambios sustanciales en el contrato social, con una nueva repartición de la riqueza, la realización de la reforma agraria y el fin de la marginación del sector campesino. Fue ese movimiento de masas que eligió al padre Jean Bertrand Aristide a la presidencia en 1990. Este movimiento fue duramente golpeado por medio de dos golpes de estado, en 1991 y 1994, la intervención de 20.000 soldados de los Estados Unidos y toda una estrategia de división, fragmentación y corrupción del movimiento social popular a través de los proyectos de desarrollo de las ONGs y de las agencias humanitarias como la USAID. Al tiempo que, frente a ese movimiento popular que tenía reivindicaciones claramente anti-neoliberales, se montó todo un proyecto neoliberal y gran parte de la clase dominante haitiana adhirió a ese proyecto, que se implantó aprovechando la gran represión al movimiento social. Se estima que cerca de cuatro mil haitianos fueron asesinados en ese periodo y más de 12 mil militantes sociales forzados al exilio.
Nuevo siglo, nuevas ocupaciones
El siglo XXI se inicia con una nueva elección de Jean Bertrand Aristide a la presidencia de Haití. Ante un gobierno desconcertado, que intenta conjugar frágiles aspiraciones soberanas con los intereses neoliberales imperialistas, la población haitiana asiste al surgimiento de grupos paramilitares que, patrocinados por la CIA, inician el proceso de desestabilización del gobierno a mediados de 2003, hasta que en 2004 –año del bicentenario de la independencia haitiana– Aristide es nuevamente depuesto del poder tras una nueva ocupación militar estadounidense.
La invasión de los marines es seguida por la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que determina la creación de una misión de estabilización de Haití, ya que el país es visto como una amenaza para la seguridad del hemisferio. Formada por soldados de 36 países, con el ejército brasileño al frente y con la presencia masiva de contingentes latino-americanos, las tropas de la Minustah desembarcan en suelo haitiano en abril de 2004, bajo la retórica de una cooperación Sur-Sur que encubre una ocupación militar en el continente americano en pleno siglo XXI. Sus objetivos se dividen en cuatro pilares fundamentales: estabilizar el país; pacificar y desarmar los grupos guerrilleros y rebeldes; promover elecciones libres y limpias, y fomentar el desarrollo institucional y económico de Haití.
En los primeros años de ocupación militar, la Minustah se enfrentó de hecho con grupos armados y secuestradores que se escondían en barrios pobres y representaban una amenaza para la sociedad. Esos grupos fueron eliminados o arrestados, tanto que hoy Haití posee una media de sólo 15 homicidios por cada 10 mil habitantes, mientras países más desarrollados como Brasil y Sudáfrica registran, respectivamente, 57 y 250 homicidios por 10 mil habitantes. La Minustah cumplía así uno de sus propósitos: estabilizar el país frente a las amenazas de las “bandas”. Lamentablemente, las tropas de la ONU no se preocuparon en eliminar o arrestar a los jefes de los grupos paramilitares patrocinados por la CIA, aún menos en garantizar elecciones limpias y el desarrollo económico de Haití.
Crisis estructural
La vulnerabilidad causada por la epidemia del cólera, por el paso de huracanes y por el terremoto del 12 de enero no se origina en catástrofes naturales o en una supuesta falta de seguridad en Haití. La población haitiana se encuentra en esta situación de constante vulnerabilidad debido a los graves problemas estructurales que asolan al país.
Haití es hoy la nación más pobre del continente americano, con 56% de la población bajo la línea de pobreza, 39% analfabeta y con una expectativa de vida de sólo 58,1 años. Según datos de la OMS (Organización Mundial de Salud), uno de cada dos haitianos no tiene acceso al agua potable y sólo 19% de la población puede acceder al sistema de saneamiento básico. A pesar de ser una sociedad esencialmente rural, con 66% de la población viviendo en el campo, las familias campesinas no tienen acceso a tierra o créditos, lo que hace que hoy Haití importe 80% de los alimentos que consume.
En Haití, la miseria ya existía antes de cualquier terremoto, huracán o cólera.
Al no encarar los problemas estructurales, limitándose a atenuar las consecuencias de las tragedias en lugar de combatir sus causas, la actuación de las fuerzas extranjeras sólo refuerza la inestabilidad y vulnerabilidad del país. Sin embargo, lejos de tratarse de un error de estrategia o falta de conocimiento, tal parece que se trata de una intencionalidad definida. No por coincidencia, Haití es hoy el 4º mayor importador de arroz de los Estados Unidos, zonas francas ‘maquiladoras’ se multiplican en la frontera con República Dominicana donde predomina la sobre-explotación de la fuerza del trabajo, con un contingente de cerca de tres millones de haitianos y haitianas que sirve como mano-de-obra barata, y en ese escenario el ex-presidente estadounidense Bill Clinton fue escogido para gestionar los $9,9 mil millones de dólares destinados a la Comisión Provisional para la Reconstrucción de Haití (CIRH).
Al parecer, la miseria haitiana genera logros y sus tragedias alimentan el desarrollo ajeno.
Frente a esta coyuntura, la gran pregunta que se plantea a la población latinoamericana y a los gobiernos de los países que mantienen sus ejércitos ocupando el territorio haitiano hace más de seis años es: ¿qué intereses defiende realmente la Minustah y qué ha hecho para ayudar Haití a superar su crisis estructural?
Para Gerald Mathurin, la respuesta parece ser simple: “Los militares que vinieron antes, y los que están ahora, tienen siempre la misma misión, tienen siempre el mismo objetivo, que es aplicar el proyecto del imperialismo”.
José Luis Patrola es profesor de Historia y coordinador de la brigada de cooperación entre La Vía Campesina de Brasil y organizaciones campesinas de Haití. Thalles Gomes, periodista brasileño en Puerto Príncipe- Haití.
Este artículo es parte de la reciente edición de la Revista América Latina en Movimiento, No. 461, sobre “Haití a un año del terremoto: deudas pendientes” http://alainet.org/publica/461.phtml
Fuente: http://alainet.org/active/43483
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