Por: Tomás Pliego*
El mundo se ha construido con hechos e ideas, con teorías y prácticas, con acciones y pensamientos de mujeres y hombres. Individuos y comunidades reconocemos que hay personalidades que definen y marcan rumbos, para construir y para destruir.
Una de esas personalidades, eminentemente instalada en los caminos de la construcción y el amor al prójimo –México, Cuba, toda América Latina y Estados Unidos lo saben–, en la constitución de su historia y memoria, es José Martí. Hombre nacido en Cuba el 28 de enero de 1853 y que no ha muerto en la historia de las voluntades libertarias y de emancipación, en la vida literaria, en la acción patriótica, en la viveza de las ideas. Al cumplirse 170 años de su nacimiento, Martí, sus obras todas, deben ser reivindicadas y convertirse una vez más en bandera de nuestras luchas: presentes y futuras.
La intensa vida política contemporánea de América Latina, sus latentes cicatrices, sus pueblos y paisajes, continúan amenazados por las voracidades imperiales, capitalistas, neoliberales conservadoras y ahora también fascistas, todas de distinto nombre y misma febril columna vertebral. Toda América Latina está bajo franco ataque, explícito e implícito de esas voracidades atroces. Es responsabilidad de una actividad cultural, regida por la ética de la sobrevivencia de las civilizaciones, erigirse en lo que Martí llamó: una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. Llámense como se llamen, los opresores han demostrado, desde las conquistas europeas hasta ahora mismo, tener ese mandato: conquistar, explotar, despojar, concentrar riqueza, bajo cualquier medio y con la única finalidad de imponer, mantener y recuperar el dominio en beneficio de las élites.
En nuestro país las ideas y acciones de Martí han calado, han permeado, han hecho de los próceres de la patria una continuidad, una articulación histórica de independencia, reforma, revolución y humanismo que poseen varios elementos del pensamiento martiano, una dinámica de sapiencia y actividad, de conocimiento y acción impostergable, constante y persuasiva. Ahora la denominada Cuarta Transformación (4T) recoge ideario, sentido, forma y fondo de las ideas de Martí, con un imperativo categórico: la paz, pero la paz digna.
A cuatro años de vigencia de la 4T, millones de mexicanos somos testigos y partícipes del camino de los sentimientos y tribulaciones de la nación. Las añejas legitimidades de equilibrios sociales, de construcciones sociales justas, se están materializando. Se reventaron los códigos de la hipocresía, se arrojaron fuera todos aquellos simuladores que vivían de la corrupción; se expulsaron los parásitos, se orientó la riqueza a resarcir los daños de lesa humanidad –porque esa es la característica neoliberal: propiciar el daño de la pobreza para acumular las comodidades a los privilegiados–; se impulsaron obras para exponenciar el desarrollo y no la dependencia. El fuego de la práctica revolucionaria está prendido, en marcha, siempre administrado con estrategia, tal como lo propuso Martí: estrategia es política.
Las palabras y cada una de las decisiones del Presidente de México, que desatan la movilización masiva del pueblo, tienen el aliento de Martí, la visión aprendida y ejecutada del apóstol de Cuba, los esfuerzos y proyectos plasmados en nuestra América. Una sola sangre recorre América, una constelación de voluntades liberadoras que se recrea en toda la América indígena, nativa, mestiza. Unir comunidades, conocer adversidades e historias locales. Los pueblos, dice Martí, han de vivir criticándose, porque la crítica es salud. Han de surgir estadistas naturales de estudio directo de la naturaleza. Leen para aplicar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Pensar es servir. Hay que dotar de contenido moral las acciones revolucionarias. Todo resuena en estos días. Hay una peculiar atmósfera de reiteraciones en las energías sociales, aunque hoy en el mundo se aprecia la paz que traen consigo los procesos democráticos, aunque se avizoran tiempos de alerta y disciplina ante lo que atenta contra las exigencias democráticas: el fascismo recargado con las ventajas de las desigualdades económicas, como siempre.
Es un tiempo donde ya existen las condiciones, por las prácticas humanistas en franco desenvolvimiento, de postular la forma de un pensamiento propio: el humanismo mexicano propuesto por López Obrador.
A 170 años del nacimiento de un prodigioso titán libertario como Martí, otra colosal voluntad de colocarse en la punta de las decisiones, de ir en contracorriente metálica del dinero y sus condiciones y conducir por un camino que se hace al andar, Andrés Manuel López Obrador, toma el relevo de nutrir la llamada patria grande, de ejercer soberanía, trastocar cadenas de mercado, crear obras mayúsculas para y por el pueblo, su presente y futuro, despertar y prender conciencias, quitar máscaras, poner en el centro a los pobres. Por el bien de todos, primero los pobres, un principio planteado por López Obrador de raíces martianas que es un temerario, poderoso y justiciero vuelco a cualquier teoría de mercado.
El humanismo mexicano vislumbrado por López Obrador viene de muchos afluentes, de varias corrientes vitales, de la circulación de ideas universales, de la experiencia exclusiva del pueblo mexicano, de la actividad humana que conjuga fuego y libro, ambición con respeto, traición con lealtad. Uno de los manantiales más visibles, una de las aguas más vitales, es la vida y obra de José Martí. Por ello, como lo sugiere: hay que poner hombro en la obra….
* Secretario de Arte y Cultura de Morena
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