Siglos de represión producen una tendencia de no opinar, y con eso una cultura detenida y limitada. La desesperación económica se produce y se reproduce en un medio ambiente saqueado por décadas de sobre-explotación y frente a una escasez permanente de agua potable.
No hay ninguna salida fácil. No hay petróleo, ni gotas. Sí, hay un poco de oro, pero no hay como minarlo sin arriesgar el mismo agua.
El gobierno del presidente Mauricio Funes y el partido FMLN, como cualquiera que quiere avanzar las condiciones del pueblo, enfrenta la miseria de un 25 por ciento de la población, la pobreza de otro 50 por ciento, y además, la poca capacidad técnica y la mucha corrupción de las instituciones, tanto las públicas como las privadas.
El aparato estatal –consumido por 20 años de política derechista y varias décadas de corrupción– no tiene ni la capacidad de mantener sus propios registros de sus ciudadanos. Nadie se arriesga en calcular las horas perdidas por los pobres pobladores que hacen filas interminables, esperando que un aparato improvisado les emita nuevos documentos de identidad, obligados a renovarlos porque habían demasiados errores en los anteriores. Todos especulan que se quedan todavía bastantes errores – inclusive cientos de miles de muertos no depurados. El mismo registro sirve para definir quienes tengan el derecho de votar.
Quizá la institución más visible a la población de todas las calcificadas es el transporte público. En todo el país con una población de seis millones hay solo 600,000 vehículos particulares registrados. O sea que las grandes mayorías dependen de los buses y para desempeñar sus actividades diarias, tanto por el trabajo como para las compras o para la educación. Esta sistema de transporte público, es un caos de rutas concesionadas a empresa privada que operan con buses escolares reciclados de los Estados Unidos de Norteamérica –productivos de humo negro contaminante, de congestión diaria en los nodos de intercambio, de renta pagadora a las maras, y de una inseguridad permanente a los pasajeros.
Hace unos pocos meses, se lo quemó un bus por una pandilla –un pleito con el operador– cobrando la vida a 17 pasajeros, inclusive niños, que no se les permitía salir del bus encendido. Si hay una sola palabra para describir las circunstancias y sus consecuencias es “la barbaridad”.
Añadimos a este dibujo del contorno salvadoreño, el terror diario que viven los vendedores humildes que saturan las calles más transitadas con sus tiendas, más champas y caretas que instalaciones, desesperados en la búsqueda de un ingreso mínimo, obligados a pagar una renta a las maras para no sufrir o el robo o el asalto o la muerte.
Añadimos las colonias de desposeídos, que se brotan a las orillas de las carreteras y quebradas, techos improvisados de bambúes y lodo, de láminas y cartón; laberintos zancuderos poblados de niños enfermos y padres sin poder responder a sus necesidades. Esta es la miseria.
Los que logran ahorrar un poco y que tienen la fuerza se van al norte, a pesar de las leyes represivas de Arizona, a pesar de los robados y asesinados en la ruta, a pesar de las ansiedades que se dejan a sus familias, a un ritmo de unos seis, siete mil mensual, o en el año, un tres/cuatro por ciento de la fuerza laboral.
Los que ahorran un poco más, compran el pasaje seguro de los mismos pandilleros que aterrorizan sus barrios. El precio típico son unos siete u ocho mil dólares –un tesoro al salvadoreño– pero que le ofrece la seguridad de que los coyotes lo lleven a la puerta de sus familiares en los estados.
A ésta imagen trazada en negro sobre blanco, se podría agregar un poco de color, de esperanza, pintando la realidad de los pobres no indigentes, que viajan en los mismos buses, pero quienes se vuelven en la noche a una casa techada; con agua la mayoría de los días; con luz y teléfono. Estos que son las mayorías, recién se beneficiaron de los “paquetes escolares” que les brindan a sus hijos, zapatos y uniformes, libros y comida, para sí poder asistir a la escuela primaria y secundaria –un programa del nuevo gobierno del Presidente Mauricio Funes y el partido FMLN. Hoy pueden llevar sus enfermos a los hospitales y clínicas públicas sin presionarse por pagar lo que se llamaba la “cuota voluntaria”. Se enfrentarán filas largas, porque los necesitados son multitudinarios, pero se van a atender.
En el caso que la familia viva en uno de los 72 municipios más pobres, sus viejos recibirán una pensión mínima del estado en el monto de cincuenta dólares mensual, y los servicios de salud les llegarán a su barrio o caserío con equipos ambulantes capacitados en prevención. El gobierno proyecta ampliar este nuevo programa a todos los 267 municipios antes de que se termine su período –o sea, antes de junio 2014. En los casos más reducidos de las familias que incluyen un empleado del gobierno, se van a gozar en este año nuevo de un aumento que representa aproximadamente un 10 por ciento de los salarios más bajos. Estas son la señales de esperanza, y son el producto de año y medio de gobierno de izquierda –el primero en todo la historia del país. Las elecciones de 2009, no fueron las primeras en que una opción de izquierda o de centro ganó. Pero sí son las primeras en que ganó la izquierda y la derecha no estaba capaz de reprimir el resultado.
Si le ponemos criterios modernos, y no los torcidos de la historia particular de El Salvador, Mauricio Funes es un político de centro, que se inclina a la izquierda, pero comprometido a una estrategia de unidad nacional -o sea, comprometido en formar alianzas con sectores empresariales y de la derecha moderna para enfrentar los desafíos del país. Se ha logrado la meta.
La Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), la derecha no-moderna, que gobernó El Salvador todo el período pos-guerra hasta 2009, se ha fracturado y mucho. De los restos, se formó un nuevo partido también de derecha, pero centro-derecha, sin el legado de Roberto D’Aubisson, el fundador padrino del partido ARENA, y líder de los escuadrones de la muerte. La nueva Gran Alianza de Unidad Nacional (GANA) hoy tiene 16 diputados en la Asamblea Legislativa. ARENA sigue pero con solo 19 escaños.
El nuevo equilibrio, le deja al gobierno de Presidente Funes con opciones en la asamblea de 84 diputados. Con la base de la fracción del FMLN, que tiene 35, se consigue una mayoría simple con el apoyo de GANA o del PCN que tiene 10 diputados. El Partido de Conciliación Nacional es un partido más viejo de derecha –un partido que precede ARENA y que se ha manifestado más flexible.
Estas opciones políticas abren el nuevo espacio de unidad nacional que permite la aprobación de leyes y decretos que implementen el programa del gobierno sin el apoyo de ARENA. El estrategia de formar un gobierno de unidad nacional ha logrado incluso consolidar su base de instrumentos financieros que requieren 56 votos – y esto, a pesar de la crisis global.
Aunque el FMLN tiene la ventaja estratégica, la derecha sigue con más fuerza, sumando sus tres fracciones –ARENA, GANA y el PCN. Pero hasta la fecha, el orgullo y los intereses particulares de los tres partidos de derecha los detienen en formar alianzas prácticas para bloquear la izquierda en las elecciones legislativas y municipales del próximo año 2012.
A GANA le falta un líder popular para representar el partido en las presidenciales de 2014, pero hay tiempo. Más se enfoca en las legislativas y municipales para comprobar su permanencia en el escenario nacional. Lo que queda de ARENA sigue dominado por el liderazgo histórico, y sus pocos elementos más modernos no han logrado estampar sus renovaciones a la cara del partido.
Los cambios estructurales que favorecen al FMLN son varios: el uso de un nuevo censo para definir la distribución de escaños del parlamento a los departamentos; el acercamiento de los centros de votación a las residencias de los votantes en siete de los catorce departamentos; el alivio a la desesperación de los pobres; la depuración del padrón electoral, aunque se quedan demasiados problemas; la presencia de cuadros conocidos del FMLN como ministros en el gobierno de Mauricio Funes – el vice-presidente y ministro de educación, el ministro de relaciones exteriores, el ministro de obras públicas, el ministro de gobernación, el ministro de seguridad pública.
Donald Lee es un politólogo canadiense que vive en El Salvador.
Comentario