Por: Fernando Irineo
El cuento infantil que todos conocemos, gracias a los hermanos Grimm, Der Rattenfänger von Hameln (o en español El flautista de Hamelín) relata que este pueblo se encontraba sufriendo una plaga de ratones, ante la desesperación los ciudadanos decidieron premiar con una cuantiosa recompensa a quien los librara de tan nefasta situación, un flautista (descrito como un vagabundo) llegó y prometió que limpiaría la urbe de los roedores y así lo hizo. El sistema que empleó fue sencillo, tocó una melodía que atrajo a los ratones, lo siguieron y, ya lejos de las murallas del pueblo, cruzó un lago; los animales, seducidos por las notas del instrumento de viento, se arrojaron al agua, muriendo ahogadas. Usualmente la historia se cuenta hasta esta parte pero no es el final. El flautista volvió y exigió su justa retribución pero los habitantes de Hamelín se negaron a pagarle. Molesto con los avaros pobladores, el flautista tocó otra melodía solo que esta vez no atrajo ratas sino niños y niñas, hipnotizados por las notas se fueron siguiendo al rencoroso músico. Así, Hamelín se quedó sin ratas y sin infantes. La historia es aterradora, especialmente la final. Creo que un título más atinado habría sido La venganza del flautista o La flauta justa. Por fortuna no he sido requerido para traducir cuentos infantiles (todavía).
Seguramente se pregunta: ¿a dónde va con esta historia? De fondo hay una reflexión política y un pozo de sabiduría. México, según creen los que alardean de gobernarlo, debe “desarrollarse a través de reformas”, popularmente hablando podría decirse que consideran que el cuerpo de nuestra nación se encuentra sano pero que con algunos ajustes en puntos clave habrá de servir como nunca. Noble intención y más loable los medios para lograrla pues en primer lugar robaron el poder para hacer realidad sus planes, dejaron de preguntar al pueblo por quién iban a votar para decirles cuánto iban a pagarles por apoyar a su candidato en las urnas. Fraudes, publicidad, manejo de los medios y varios millones de dólares consiguieron que un sujeto peinado con gel, con cerebro de mousse e ideas neoliberales fijadas con spray llegara a sentarse en la silla máxima, algo así como un inodoro enorme cuya descarga recae directamente sobre los más pobres. El segundo paso consistió en proclamar la unidad, al final no se puede hablar de un presidente fuerte sin un grupo de disidentes dispuesto a alabarlo: rendirle pleitesía fue preferible a entregar sus cabezas. La cobardía les hizo firmar un “Pacto por México” donde le atinaron nuestro grandes etimólogos, los legisladores. “Pacto” proviene del latínpactum, pariente cercano de la palabra “pago”. No es coincidencia y una vez más nuestros sabios defensores de la Constitución han hecho espléndida demostración de su sapiencial conocimiento de las lenguas (mal llamadas) muertas. Pagaron con dignidad con tal de quedarse con un poquito más de vida política, al final todos critican, ¿no? Mejor seguir en el panorama que ser oposición de un partido iniciado por asesinos, legado a burócratas y dirigido a reprimir a los que piensan. Tejidas entre sí las partes indiscretas de nuestra queridísima clase política, comenzaron la masacre, la explotación. En clave del cuento que he presentado al inicio, tocaron la flauta de las reformas con una delicadeza y una sutileza tales que cualquiera pudo haber caído, excepto claro los que no vemos telenovelas o hemos leído la Biblia más de una vez, completa, no unas partes, completa.
Lo más curioso en nuestro contexto nacional es que el folclor aquí se hace presente, cobra una vida que ni Frida hubiera pintado: En nuestra historia política son las ratas las que tocan la flauta, una minoría de ratas, y nos llevan a un trance de profunda inmovilidad. El pueblo, la masa sin rostro y esforzada en tener identidad fuera de sí misma, camina aletargada por la musicalidad de estos roedores políticos, de esta fauna partidista tan ignorante como corrupta. La canción de las reformas nos lleva a un río, a un risco del cual ya no podremos salir. La muerte del tejido social no va a detenerse permitiendo el ingreso de capital extranjero, extraer nuestra sangre petrolera no nos hará una nación primermundista, al contrario, arriesga lo poco que tenemos para defendernos frente a una catástrofe económica. Una reforma política para dar facultades porfirianas a quienes deberían estar tras las rejas y no a cargo de un distrito o del gobierno de un Estado. Ahora quieren una reforma agraria, incluso quienes no conocen el campo, para seguir explotando las venas nacionales, para dejarnos caer, dejarnos morir ahogados en deudas y patronazgos empresariales extranjeros.
Como en la versión mexicana, del cuento de los hermanos Grimm, las cosas cambian y puede ser que la venganza provenga de la plaga, de la sociedad que puede despertar a esa música tan horrenda que se presenta como la entrada al futuro. Las reformas están orillando al país a levantarse contra la clase política y sus herederos nefastos, pequeños príncipes y princesas de la vergüenza, hijos e hijas de la corrupción, de la inmundicia que cobra más y más vidas. La violencia de la clase política, protagonizada por los viejos vampiros del PRI, es de una calamidad histórica terrible; mas la violencia que provenga del pueblo cansado y hastiado será mil veces peor porque contiene años de dolor y sufrimiento, de injusticia y de incertidumbre. Al final ¿quién puede defender a los asesinos de la esperanza?
Comentario