Por: Juan Manuel Karg
El vicepresidente estadounidense Joe Biden se precipitó en reconocer al gobierno de facto de Michel Temer. Lo hizo a la vez que opinaba sobre el referéndum en Venezuela, instando al gobierno de Nicolás Maduro a que el revocatorio pedido por la oposición conservadora se haga durante el curso de 2016, algo que parece improbable, visto y considerando que la MUD comenzó tarde ―en el mes de abril― el extenso proceso de juntada de firmas y verificación.
¿Qué dijo en concreto Biden? “EE.UU. seguirá trabajando estrechamente con el presidente Temer”, admitió, para luego caracterizar al ‘impeachment’ como “uno de los mayores cambios políticos” de la región en los últimos tiempos. Es indudable la satisfacción que puede producir para el Departamento de Estado de EE.UU. que un asiduo informante de la Embajada de EEUU en Brasilia, tal como apareciera catalogado Temer en los cables desclasificados por WikiLeaks, sea ahora el presidente del país más grande de la región. No llama la atención que EE.UU., que reconociera a Micheletti en Honduras y a Franco en Paraguay, tras dos golpes consumados en 2009 y 2012 respectivamente, siga ahora aquella triste “tradición”. Como dice el dicho, “no hay dos sin tres”.
Pero la doble vara de Biden es inocultable: las encuestas conocidas en Brasil marcan que un porcentaje mayoritario de la población ―6 de 10, según Vox Pópuli― anhela elecciones anticipadas, ya que considera ilegítimo a Temer, quien ya comienza a aplicar el programa político derrotado en las elecciones de 2014. Incluso en las masivas movilizaciones de esta semana la consigna fue ‘Direitas ja’ (Elecciones directas ya) en una resignificación de la histórica demanda planteada por las organizaciones sociales frente a la dictadura de aquel país. Es decir: la sociedad civil de Brasil está pidiendo, ni más ni menos, que ir a las urnas para dirimir el destino político del país.
Resulta sintomático que Biden, quien le exige a Venezuela celeridad en implementar un revocatorio que no existe en ningún otro país de América Latina y el Caribe, no tenga apuro de ningún tipo en que los 54 millones de brasileños que votaron a Rousseff puedan elegir un gobierno acorde a sus preferencias. La doble vara tiene una explicación concreta: los intereses norteamericanos en la región. EE.UU. necesita al chavismo ―reelecto en 2013 con el 51% de los votos― afuera del poder en Venezuela para derrumbar finalmente el ciclo de gobiernos populares que, bajo la tríada Buenos Aires-Brasilia-Caracas, le dijo ‘No al ALCA’ en 2005. El desabastecimiento inducido es parte de ese mismo plan, similar al orquestado contra el gobierno de Salvador Allende en el Chile del 70. La salida de Maduro del poder, por la vía que fuere, sería la llave para luego avanzar en Bolivia ―ver el asesinato del viceministro Illanes― y Ecuador ―ver lo que sucede al interior de las FF.AA.―.
¿Podrán los movimientos populares ofrecer resistencias y alternativas ―en las urnas y en las calles― a la restauración conservadora que a todas luces avanza sobre la región? ¿Qué rol cumplirán los liderazgos de aquellos expresidentes que, hoy sin funciones ejecutivas, aún cuentan con una intención de voto importante de cara a las próximas presidenciales? Son preguntas cuyas respuestas pueden modificar la correlación de fuerzas a nivel regional. Si allí hay incertidumbres que alumbrar con el paso del tiempo, las declaraciones de Biden no dejan sino certezas: EE.UU. tiene una doble vara evidente sobre lo que sucede en nuestros países, con el único objetivo de cerrar el ciclo continental de gobiernos progresistas.
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