Por: Jesé Manuel Martin Medem
¿Qué quedará de la figura de Fidel en la isla tras su muerte? ¿El Fidel de la soberanía nacional, del desafío a Estados Unidos, de la defensa de la dignidad de América Latina y del orgullo de ser cubanos? ¿O el Fidel del uniforme militar, de las órdenes y del sufrimiento?
Vamos a suponer que somos cubanos y que tenemos 25 años. Ha muerto Fidel. Durante una década, de los 15 a los 25, a partir de su jubilación por enfermedad en 2006, sólo lo hemos visto en fotos o a través de la televisión en muy pocos actos públicos.
¿Qué sabemos de Fidel como jóvenes cubanos? ¿Que defendió la soberanía nacional contra las agresiones de Estados Unidos o que al mismo tiempo no fue capaz de organizar una agricultura capaz de producir los alimentos que la isla necesita?
¿Que hizo en Cuba los cambios necesarios para que no nos quedáramos sin poder ir a la escuela como nuestros abuelos o que para estudiar periodismo tiene que autorizarnos su Partido Comunista? ¿Que en Cuba no hay niños que se mueran de hambre, como sucede en casi todos los países de América Latina, o que el rancio autoritarismo que engendró no nos deja celebrar nuestras ganas de vivir sin imposiciones?
Ahora falta la tercera independencia, la que haga compatibles la defensa de la soberanía nacional y el derecho a la autodeterminación personal
Fidel convirtió una isla en una nación. Su Revolución es la segunda independencia. La primera no fue posible porque Estados Unidos se apoderó de la isla cuando los cubanos derrotaron al Ejército colonial español. Ahora falta la tercera independencia, la que haga compatibles la defensa de la soberanía nacional y el derecho a la autodeterminación personal. Muerto Fidel, me parece que lo que nos importaría como jóvenes cubanos es que pudiéramos decidir sobre el país que queremos.
Un buen amigo, veterano militante del Partido Comunista de Cuba (PCC), que dirigió dos de las publicaciones más importantes de la prensa cubana, me decía que la Revolución se fue al carajo cuando dejaron que Fidel acumulara el poder absoluto porque, supuestamente, así se garantizaba la unidad para defender la isla de las agresiones de Estados Unidos.
Mi amigo no sólo comprueba desolado la desconexión política de la mayoría de los jóvenes, sino que teme que, si el autoritarismo y la burocracia siguen haciendo tanto daño, no se podrá volver a hablar del comunismo en Cuba durante todo este siglo.
¿Qué quedará en la memoria de los jóvenes? ¿El Fidel de la soberanía nacional, del desafío a Estados Unidos, de la defensa de la dignidad de América Latina y del orgullo de ser cubanos? ¿O el Fidel del uniforme militar, de las órdenes y del sufrimiento?
En el PCC conozco bien al sector que reclama desde hace 20 años la democratización, la descentralización y la participación popular. Pero los abuelos de la Revolución mantienen a esos valiosos militantes en la periferia del sistema sin que puedan influir a favor de los cambios imprescindibles.
En Cuba puede haber sorpresas positivas en los próximos dos años si el bárbaro Trump no comete una salvajada contra la isla. Pero si los herederos de Fidel son los militares que controlan la economía y los burócratas del partido que pretenden seguir bloqueando a la inteligencia, entonces la transición no sintonizará ni con los mejores deseos de la mayoría ni con lo poco que queda del proyecto cubano de socialismo.
Porque puede haber democracia sin socialismo, pero no socialismo sin democracia.
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