Pasadas las 11 de la mañana del viernes 18 de octubre se produjo el colapso del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) en Cuba. En pocas palabras, se traduce en un «apagón» que abarcó todo el país. Puede afirmarse que este constituye uno de los peores desenlaces en medio de la actual crisis electroenergética que vive la Isla.
Un día antes, en el horario de la tarde, circuló un mensaje del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en el cual anunciaba: «He orientado al primer ministro, Manuel Marrero Cruz, junto a directivos del Ministerio de Energía y Minas, informar al pueblo en comparecencia especial hoy, a las 8:30 p.m., sobre la situación de emergencia energética que atraviesa el país».
Dicha comparecencia se retrasó varias horas por «problemas técnicos». En ella se señaló a la falta de combustible como el factor que más incide en el déficit energético. Asimismo, se mencionaron otros dos: el estado de la infraestructura y el incremento de la demanda. Además, se abordaron las perspectivas de trabajo a corto, mediano y largo plazos en este rubro. A pesar de ejemplificarse la complejidad del escenario existente, el mensaje final –emitido por el primer ministro apenas unas horas antes del colapso del CEN– fue: «Ya están los pasos próximos que nos permitirán ir a una recuperación, y lo más rápido es el combustible (fuel oil y diésel) [con] que ya cuenta el país para estabilizar la compleja situación actual».[1]
Si nos ponemos rigurosos, ninguna de las informaciones transmitidas en el espacio «justificaron» la emisión de este programa especial; así como la connotación mediática que se le dio.
Para ejemplificar el alcance de la crisis, ya existente en la noche del 17 de octubre, puede mencionarse que desde hace varios meses el sistema electroenergético cubano no logra satisfacer la demanda. El día 10 de octubre la máxima afectación por déficit en la capacidad de generación alcanzó los 1153 Megawatts (MW), el viernes 11 se amplió a 1467 MW,[2] el sábado 12 llegó a los 1278 MW, el domingo 13 de octubre –sin coincidir con el denominado «horario pico»– se afectaron 1346 MW, el lunes 14 el déficit máximo alcanza los 1358 MW y para el martes 15 se eleva hasta los 1641 MW (Gráfico 1).
En los últimos meses, la demanda máxima en Cuba oscila entre los 3000 y los 3500 MW. Contrario a lo que pudiera considerarse, es equiparable con la de otros países del área que presentan índices poblacionales similares al de la Isla. Para ejemplificar: la República Dominicana, con una población que ya en este 2024 supera a la cubana, registró el pasado 26 de junio un récord de demanda (hasta ese momento) de 3662,27 MW; en Bolivia, con 11,3 millones de habitantes según los datos oficiales de población obtenidos en el Censo de marzo, se reflejó una demanda máxima de potencia en el Mercado Eléctrico Mayorista (MEM) durante el mes de septiembre (día 25) de 1752,02 MW (aproximadamente, la mitad en comparación con Cuba);[3] en el caso de Ecuador, país que supera a Cuba en unos siete millones de habitantes y hacia donde se ha producido un movimiento migratorio de cubanos y cubanas, la demanda ronda los 4000 MW y se ve impactado por un significativo déficit;[4] y Haití, con cerca de once millones y medio de habitantes –país al cual muchos cubanos y cubanas se han dirigido a comprar productos y comercializarlos en la Isla luego–, demandaba en 2020 unos 500 MW [ello en un país en el cual el acceso a la electricidad (porcentaje de la población) se informó en 49, 3 % en 2022].[5]
Causas: explicaciones y comprensiones
Como se mencionó, las principales causas de la crisis energética son:
la falta de combustible, el estado de la infraestructura y el incremento de la demanda. Las dos primeras, de manera particular, inciden en las salidas del sistema de las principales plantas generadoras.
Desde la perspectiva gubernamental, ambas reciben el impacto de la política de bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos a Cuba; la cual ha impedido en los últimos años contar con los financiamientos necesarios y la disponibilidad en tiempo y forma para conseguir el combustible.
No es solo cuestión de tener el dinero, sino de tenerlo a tiempo para pagarle a los proveedores y que llegue el combustible a las plantas generadoras de electricidad. Se debe considerar que cada barco que traslada combustibles a Cuba proporciona el suficiente para aproximadamente 10 días. Eso significa que hay que mantener y hacer los enlaces necesarios para que no se vea interrumpido el suministro a las centrales productoras de electricidad.
Los envíos han estado afectados en los últimos años, particularmente desde el segundo semestre de 2019. En el preámbulo de la pandemia de la Covid-19 se dificultaron más por la agudización de la política hostil norteamericana, que pudimos ver durante el mandato de Trump, política que se ha mantenido durante la administración de Biden.[6]
En esas circunstancias, las operaciones de persecución financiera de los barcos de combustible y la posibilidad de pagar ese combustible, han impedido un normal funcionamiento de la economía cubana.
La política de asfixia y genocidio y su incremento se entiende no solo por la persecución financiera a esas transacciones para pagar a tiempo, sino porque la acción norteamericana también busca torpedear las principales fuentes de ingresos de la economía cubana. Un ejemplo: si se visualiza la composición de la economía cubana hace seis años, podemos observar que la venta de servicios profesionales –médicos, sobre todo– constituía una de las principales fuentes de ingresos. En este periodo ha caído significativamente la venta de servicios médicos (proveedores de recursos necesarios sobre todo orientados a la salud pública), así como el turismo, el cual ha sido desactivado o mermado por políticas públicas de migración como la Electronic System for Travel Authorization (ESTA). Se trata, en efecto, de un país que es objeto de un ataque planificado, quirúrgico y sistemático que no permite su funcionamiento en condiciones normales.
Por lo tanto, este pico de la crisis energética tiene que ver, durante los últimos meses, con la insuficiente capacidad financiera para contar con combustibles fósiles y con las piezas de repuesto y otros insumos básicos para poner en funcionamiento el Sistema Eléctrico Nacional, que hace apenas diez años tenía el doble de la capacidad actual (producto de la campaña dirigida por Fidel y conocida como «Revolución Energética»).
Es así que, a las 11:00 de la mañana del 18 de octubre, ese sistema fue a cero total. «Cero total» significa, en términos del suministro eléctrico, según los especialistas, una condición que es muy rara y es muy grave. Esto pone en evidencia la precariedad material en áreas claves que enfrenta el pueblo cubano.
Digamos que compartimos la perspectiva gubernamental, así como el diagnóstico sobre la responsabilidad que tiene en la actual crisis la política de asfixia estadounidense. No obstante, preguntémonos:
¿Se resuelve –y comprende por nuestra población– la crisis actual con la simple mención a la responsabilidad de dicha política de asfixia? No. Al menos cinco factores se conjugan:
El primero, un natural desgaste temporal. No es lo mismo enarbolar una consigna de resistencia, o de condena al imperialismo estadounidense, durante una década que por más de 65 años. Dicho desgaste se va acumulando con la irrupción de sucesivas generaciones políticas.
En segundo lugar, la complicidad entre varios actores –que se articulan por razones y desde enunciados diferentes– en disminuir el peso real y efectivo que continúa teniendo la política hostil de los Estados Unidos contra Cuba.[7]
El tercero, la desesperanza y la desmovilización que son hijas de las crisis de larga duración. Ya son más de treinta años desde los inicios de los noventa.
Cuarto, el reto político que constituye dirigir un país con una práctica de liderazgo –el de Fidel Castro– que se dilató, cuando menos, casi medio siglo.
Y, finalmente, la afectación del prestigio, la legitimidad, el apoyo y la confianza que –por diversas causas– marca a la actual dirección nacional cubana en sus diferentes estructuras.
Necesidad de ver el cuadro completo
El asunto no se trata solo del apagón «total» y se debe ver el «cuadro completo»: las condiciones de hostilidad económica que han llevado a este momento. Esto es corolario de una política histórica puesta en práctica desde el 6 de marzo de 1960, cuando se plantea que la única manera previsible de lograr el derrocamiento de Fidel Castro y de la Revolución, es generar y mantener un curso de acción con medidas que provoquen la desafección al gobierno a partir de la desesperación en las personas. Es decir, la política de los Estados Unidos, enfocada en esta dirección, ha buscado y materializado medidas cuyas consecuencias lleven a un escenario como el actual, en el cual sea la desesperación de las personas la que solvente la protesta social contra un régimen legítimamente establecido.
En este plano, una cuestión evidente es que, al producir la destrucción progresiva y sistemática de las condiciones materiales de vida se pueden crear las circunstancias de posibilidad para que un tipo de convulsión social se manifieste.
Lo cierto es que hasta hoy eso no ha sucedido. Sí se han producido legítimas y puntuales expresiones de protestas en algunos lugares, que han trascendido y sido amplificadas utilitariamente por medio de las redes sociales reaccionarias.
Sin embargo, esto no ha logrado articularse en un tipo de convulsión social generalizada por un conjunto grande de factores: el primero de ellos es que, aun en esta difícil coyuntura, hay una importante proporción del pueblo cubano que tiene confianza en las posibilidades y en lo que pueda hacer el gobierno y el Estado cubanos.
Eso es importante y sigue siendo una fortaleza, pero no constituye un «cheque en blanco»: dicha confianza se fundamenta en que gobierno y Estado actúen, cada vez más, en representación de la Revolución.
De hecho, lo que se ha visto, pero que ha trascendido menos debido a los contextos de circulación de noticias falsas, son expresiones de organización popular en los barrios con el objetivo de ayudar a quienes se encuentran en condiciones más complejas, materializadas en caldosas y ollas colectivas y en la solidaridad de personas que, contando con generadores eléctricos o equipos de refrigeración, los han puesto a disposición de los demás.
No se está, por tanto, en un punto en que pueda ser inminente un tipo de convulsión social. No obstante, la agudización de las circunstancias, unidas a que no se aprecia en el horizonte la posibilidad de un cambio en la política norteamericana que permita hacer respirar a la economía cubana, hace muy difícil pensar en una mejoría rápida y real de las circunstancias vividas. Es un momento muy complejo y difícil, pero que no está en el punto de convulsión social. Para que esto se dé tienen que coincidir, al menos, «dos campos de posibilidad»:
Uno, las condiciones de orden material, es decir, la pauperización de la vida, que es lo que se ha intentado generar y que ahora evidencia un pico.
Dos, las condiciones de posibilidad desde el punto de vista subjetivo y cultural, es decir, la tensión psicológica que lleve a ese punto de desesperación. Este segundo campo de posibilidades no tiene masa crítica aún, sin embargo, hay que estar atentos pues el enemigo cuenta con más posibilidades y recursos para crear campañas en ese ámbito.
La gravedad de lo experimentado durante el pasado fin de semana consiste, no solo en el problema de las «personas que llevan muchas horas sin electricidad», sino en que es el escenario aspirado por los anticubanos para provocar algún tipo de ensayo de convulsión social, que termine o que le dé un golpe definitivo a la Revolución. El asunto, por tanto, es parte de las medidas que en los últimos años el imperialismo ha tomado contra la economía cubana, en la dirección de prefigurar escenarios como el que se está viviendo, configurando un virtual colapso del sistema. Política que, además, ha dado muestras de que el curso de acción es la no intervención (con el objetivo de dejar que la situación explote).
Esto fue lo que se experimentó, por ejemplo, en el verano de 2021 durante la pandemia de la Covid-19, cuando las principales plantas de producción de oxígeno medicinal del país se vieron interrumpidas por fallas, y que llevaron a la muerte de personas por falta de oxígeno, debido a que los Estados Unidos impidió la llegada a tiempo de las piezas y equipamiento necesario para echar a andar las plantas; lo que ocurrió en el verano del año 2022, mientras se quemaban los principales depósitos de combustible ubicados en la ciudad de Matanzas y en que el gobierno norteamericano no actuó teniendo las posibilidades de hacerlo; o en los últimos años, en el oriente de Cuba, con los huracanes y tormentas tropicales en que también se ha impedido acceder a financiamiento que contribuyan a mitigar las situaciones.
El contexto actual, entonces, da cuenta de un entramado de leyes y posiciones que hacen imposible el normal funcionamiento de la economía de cualquier país del mundo (ninguno ha estado tanto tiempo sometido a las condiciones de asfixia que posee Cuba).
A lo anterior se suma que este bloqueo se ha vuelto cada vez más clasista en su aplicación: mientras que por una parte impide al Estado cubano desempeñar su rol de distribución lo más justa posible y satisfacer las necesidades básicas de la población, por otro privilegia un incipiente sector privado que por su condición no tiene ni el propósito ni la vocación de satisfacer esas necesidades básicas, al menos, de la mayoría de la población.
Llamado a acciones y atenciones
En ese sentido, el llamado a las organizaciones sociales y políticas, y al movimiento popular de la América Latina y el Caribe, es a mantenerse atentos y a dimensionar la complejidad de la situación, comprendiendo las expresiones de descontento legítimo en algunos lugares del país. A su vez, es necesario entender de qué se trata y de dónde provienen estas situaciones, e identificar la responsabilidad histórica que tienen los gobernantes norteamericanos en estos eventos.
Además, se alerta de estar no solo atentos a la situación particular y nacional, sino a dilucidar cómo están jugando la derecha y la ultraderecha contrarrevolucionarias más allá de Cuba, las cuales intentan utilizar este momento para provocar condiciones de posibilidad y generar noticias que solventen y legitimen algún tipo de convulsión social, proyectada como el caldo de cultivo para cualquier otro tipo de acción más grave en el país. Esto no es una exageración retórica, sino que se fundamenta en las campañas de desinformación de prensa de Miami o Madrid, por ejemplo, en las cuales un pequeño grupo de la migración cubana se ha dedicado, durante estos días y de manera particular, a estimular a la población buscando este tipo de salida. Esta salida, desde una perspectiva histórica, encuentra sus orígenes en la política amparada en la aplicación de la Ley Helms-Burton –cuyo nombre original era Ley Bacardí–, una legislación norteamericana que desde el año 1996 contempla los pasos para una hipotética caída de la Revolución cubana y la cual fue promovida por una familia de emigrados cubanos cuyas propiedades les fueron expropiadas legítimamente.
Debemos tener en cuenta, entonces, el carácter histórico de la complejidad del momento actual, toda vez que los enemigos históricos y actuales así la reconocen, saben que han trabajado para ello y se preparan en función de eso, hacen sus llamados y copan las redes sociales y los medios informativos. Es decir, percatarse de los objetivos del imperialismo: por una parte, distorsionar la realidad, las causas y las responsabilidades; por la otra, buscar una salida violenta a la actual situación.
En ese plano, se necesita saber y socializar que hay en curso un intento de hacer desaparecer materialmente las condiciones de vida de una población y que se conozcan y se entiendan las causas de otros fenómenos asociados a este asunto primordial. También
se necesita acompañamiento, pero un acompañamiento de verdad, solidario, que se expresa tanto en las declaraciones –porque hace falta que la gente sepa que Cuba no está sola– y también en la agencia de aquellos espacios que sí tienen condiciones de posibilidad real de hacer cosas: demandar, en instancias internacionales, la eliminación definitiva del bloqueo.
Este llamado a la solidaridad internacional se acompaña de un certeza: está claro que nadie puede luchar por nosotros mismos, que nadie puede hacer lo que nos corresponde a nosotros. Se trata de una lucha que data de varias generaciones. Lo aprendimos en carne propia, y también admirando la resistencia del pueblo palestino. Ahora el mundo habla de Palestina, pero los cubanos llevamos a Palestina en la sangre hace muchos años.
De ellos aprendimos a no pedir que se ocupe nuestro lugar en la lucha, pero que la solidaridad entre los pueblos sustituye cualquier relación entre Gobiernos. Nuestra América es una sola, y si una argentina, un chileno, una mexicana, un ecuatoriano (por no mencionar cualquiera de los otros 33 países de la región, comenzando por los países del Caribe que mantienen una actitud muy valiente, porque son islas pequeñísimas, tienen mucho que perder y han sido muy firmes y solidarias en relación con Cuba), si cualquier persona de esos países siente como propio el dolor, la angustia y el sufrimiento de estos días en Cuba, si entiende que su deber es luchar y colocar esas demandas donde pueda hacerlo, es una contribución extraordinaria a la causa del pueblo cubano que, en este minuto, como hace mucho tiempo, es también la causa de los pueblos de la América Latina y el Caribe.
Notas:
[1] «Informan sobre situación electroenergética en Cuba», Cubadebate, 17/10/2024. Consultado 23/10/2024 <http://www.cubadebate.cu/noticias/2024/10/17/informan-sobre-situacion-electronergetica-en-cuba-video/>.
[2] Para aportar otros datos, en la mañana de ese día se encontraban fuera de la generación (por averías) las unidades 8 de la Central Termoeléctrica (CTE) Mariel y la 2 de la CTE Felton; las unidades 2 de la CTE Santa Cruz y 5 de la CTE Renté, por mantenimientos; así como 43 centrales de generación distribuida, motores de la Patana de Melones y la unidad 6 de la CTE Nuevitas, por falta de combustible.
[3] La capacidad de generación en el mes de septiembre fue de 3064,80 MW. Ver «Noticias del MEM». Consultado 23/10/2024 <https://www.cndc.bo/reporte/index_dos.php#:~:text=La%20demanda%20m%C3%A1xima%20de%20potencia,19%3A30>.
[4] Según un reporte de Primicias, «La noche del 6 de septiembre de 2024, el Gobierno de Daniel Noboa anunció que los apagones serán de 22:00 a 06:00 entre el 23 y el 26 de septiembre de 2024» y se da cuenta de que «Ecuador afronta un déficit de 1080 MW de potencia». Ver «¿Cuánto dinero necesita el Gobierno de Noboa para cubrir el déficit de generación y evitar más cortes de luz?», Primicias. Consultado 23/10/2024 <https://www.primicias.ec/economia/dinero-gobierno-noboa-deficit-electricidad-cortes-luz-apagones-79002/#:~:text=Y%20es%20que%20Ecuador%20afronta,total%204.000%20megavatios%20de%20potencia>.
[5] «Haití — Acceso a la electricidad (% de la población)», Trading Economics. Consultado 23/10/2024 <https://tradingeconomics.com/haiti/access-to-electricity-percent-of-population-wb-data.html>.
[6] Una de las cuestiones que debe ponerse en discusión es el impacto que significó la implementación de la política hostil de Trump en un escenario en el cual, en algunos sectores –más allá de lo infundado o no–, se generaron expectativas con el denominado «proceso de normalización» iniciado por Obama.
[7] Dichos actores serían: a) los propios dirigentes del Estado, el Gobierno y las organizaciones políticas cubanas por «la práctica de repetición». Esta se caracteriza por identificar un responsable único de nuestras dificultades (el Imperialismo), disminuir el lugar de los errores propios, barrer bajo la alfombra los análisis a, y consecuencias para, los responsables de dichos errores, subestimar la capacidad de la población para leer entre líneas desacuerdos, incoherencias informativas, contradicciones, entre otras; b) una amplia gama en la que coinciden y se amalgaman «anarquistas», «izquierdistas críticos» o «críticos de izquierda», socialdemócratas y liberales por «la práctica de jerarquización negacionista». Esta perspectiva ha ido desplazando la responsabilidad y el impacto del bloqueo de los Estados Unidos en nuestras dificultades a la condición de «adorno» o «detalle». Además, cuenta con interlocutores internacionales que comparten esas mismas cartas de presentación. En rigor, se trata de un posicionamiento injerto: desde un discurso antiestalinista nace un nuevo «normalizador» georgiano. Un Stalin otro, que apela a la «pureza revolucionaria» para proponer, en resumen, «el socialismo en un solo país», «la coexistencia pacífica con los imperialistas» y purga a costa de la Revolución cubana la incapacidad de hacer su propia Revolución socialista; c) la contrarrevolución procapitalista por «su práctica de supresión». Esta se empeña en borrar, al mismo tiempo, cualquier evidencia de beneficio para las personas que haya llegado por la Revolución de 1959 y toda responsabilidad del Gobierno estadounidense en las limitaciones que sufrimos cotidianamente; y, d) la contrarrevolución termidoriana por «su práctica negacionista». Curiosamente, es quizás la que encuentra mayores porosidades con los otros actores: con «la práctica de repetición» porque su fundamento es la desconfianza y la denostación, luego, detrás de toda perspectiva crítica o desacuerdo está la mano del Imperialismo y su capacidad de captar «súbditos»; con «la jerarquización negacionista», porque le piden tanta pureza a la Revolución –a veces desde muchos kilómetros de distancia– que la convierten en un cuasi imposible que solo puede existir en sus cabezas y movilizar a pequeños grupos; con la «práctica de supresión» porque se empeñan en borrar la diferencia. Estos cuatro actores, en ocasiones sin proponérselo y a su pesar, contribuyen a disminuir el peso real y efectivo que tiene el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos contra Cuba. Hacen, de algo muy palpable y que nos desangra todos los días, una caricatura.
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