Por: Brecha
No es la primera, ni será la última. Desencantados, electores que no creen en quienes eligieron votar, lo hacen para evitar el triunfo de quien vislumbran como peor. Pragmatismo, signo de los tiempos, síntoma del desentusiasmo. A continuación, Brasil tras la victoria de Dilma.
Con británica puntualidad, el Tribunal Supremo Electoral difundió los datos exactamente a las 20 horas, cuando cerraban los últimos circuitos en el amazónico estado de Acre. De una, largaron el 94 por ciento de los votos escrutados hasta ese momento, casi cien millones de sufragios, milagro posible gracias a las urnas electrónicas que funcionan desde las elecciones de 1996. Dilma Rousseff fue reelecta con poco más del 51 por ciento de los votos. Poco, pero suficiente. No hubo festejos en las calles, como sucedió en 2003 cuando el primer triunfo del PT.
Las izquierdas (dentro y fuera del PT), los movimientos sociales, intelectuales como Leonardo Boff y Emir Sader, medios como Carta Maior, que se jugaron por Dilma, mostraron su esperanza de que, agora sim, se produzca la ansiada virada hacia la izquierda. La candidata lo prometió durante la campaña, en lo que fue interpretado como un compromiso a cumplir.
Fue el propio Lula quien echó por tierra esas esperanzas, al día siguiente del triunfo. Dio tres nombres para el cargo clave en la dirección de la política económica, el flanco más débil del actual gobierno. “Luiz Carlos Trabuco, presidente de Bradesco, es uno de los indicados por el ex presidente Lula para ocupar el cargo de ministro de Hacienda en el segundo mandato de Dilma Rousseff” (Valor, martes 28). Marina Silva debe estar revolcándose de risa. Fue acusada de neoliberal porque su principal asesora, Neca Setúbal, es parte de la familia propietaria del banco Itaú, que junto a Bradesco es uno de los más importantes bancos privados de Brasil. ¿No era que Dilma y Aécio representaban dos modelos de país “antagónicos”, como enfatizó la propaganda reeleccionista?
La propuesta de Lula y los primeros pasos en el área económica de la reelegida Dilma parecen dar la razón al economista Reinaldo Gonçalves: “Es impostura ideológica afirmar que hay dos modelos en disputa. Es ignorancia, ilusión o mala fe argumentar que hay un ‘neodesarrollismo’ que se contrapone a un ‘neoliberalismo’; lo que hay, de hecho, es un desarrollismo al revés que viene desde 1995” (IHU Online, 20-X-14).
En su opinión, estamos ante un “modelo liberal periférico” que es una síntesis entre el liberalismo y los “vicios propios de la periferia”, un sistema político “clientelista y corrupto, dominación financiera y sociedad civil desvertebrada”, que provoca lo que denomina desarrollo al revés, en el que “se moderniza pero persiste el subdesarrollo”. Aumentos del 2 por ciento anuales del salario mínimo real o millones de dólares en políticas asistenciales, así como cambios marginales en la distribución de la renta dentro de la clase trabajadora –razona– no implican cambios en el modelo.
Otro economista, el ex ministro del régimen militar Antonio Delfim Netto, ahora admirador de los gobiernos del PT, hace un análisis diferente pero complementario. Considera que la derecha perdió las elecciones por cuatro motivos. Porque centró la discusión en temas económicos alejados de la gente común; porque le faltó “convicción y credibilidad al afirmar que continuaría apoyando las políticas de inclusión social”; porque no tuvo en cuenta que el bajo crecimiento económico de los últimos años “fue sentido apenas por el 40 por ciento de los electores con renta familiar superior a tres salarios mínimos, cuando 60 por ciento se beneficiaron de una formidable política de transferencia de renta” y, lo fundamental, porque Aécio fue apoyado por el contingente social que “prejuiciosamente considera inmoral la política de inclusión social” (Valor, martes 28).
Esto lo afirma un político conservador, pero realista, que conoce la realidad de su país y no se mueve con estereotipos. Lo que dice Delfim Netto es algo que la derecha política y social paulista no parece comprender: las políticas sociales son necesarias si quieren evitar un estallido social, ya que Brasil es el país más de-sigual del mundo. Dicho de otro modo, es el tipo de políticas posibles sin tocar la riqueza y la de-sigualdad estructural. Al parecer, el mal humor de ese 40 por ciento (dos terceras partes paulistas) por tener que pagar horas extra a la empleada (negra) y compartir salas de espera de aeropuertos con pardos, les impide comprender que sus intereses a largo plazo están mejor defendidos por el PT que por la propia derecha.
UN PAÍS FRACTURADO
El gobierno que asume el 1 de enero hereda un país fracturado, luego de una virulenta campaña en la que el PT estuvo cerca de perder y, sobre todo, por la fractura norte-sur que atraviesa al país. Una fractura racial y clasista, por cierto. El norte pobre y negro votó masivamente a Dilma, que además tuvo mayorías suficientes en dos estados importantes como Minas Gerais y Rio de Janeiro. En los 150 municipios que más se han beneficiado por el programa Bolsa Familia, el PT orilló el 80 por ciento de los votos. El 70 por ciento que cosechó Dilma en Bahía contrasta con el 65 por ciento de Aécio en San Pablo y en los demás estados del sur, los más ricos, blancos y prósperos del país. En los días posteriores a las elecciones varios medios publicaron un mapa donde aparece un muro en la mitad del país, separando norte y sur, mostrando que entre la población se manifiestan claros síntomas de división racial en un país donde el 51 por ciento se considera afrodescendiente.
Lula es el único que puede ayudar a zurcir esta realidad, por provenir del norte y vivir en el sur; por haber nacido en cuna pobre pero frecuentar empresarios y millonarios; por su carisma; porque aspira a volver a Planalto en 2019. Por todo eso será el tutor del gobierno de Dilma, ya que un tropiezo serio de su gestión puede desbaratar (como estuvo cerca de suceder ahora) los planes del líder petista. Lula se puso a Dilma sobre los hombros cuando la cosa pintaba fea, luego de la muerte del candidato socialista Eduardo Campos, y también en la segunda vuelta, cuando los primeros sondeos daban vencedor a Aécio por estrecho margen. Es que Lula tiene la actitud que le falta a Dilma, una tecnócrata que se siente más cómoda hurgando entre números y estadísticas que rodeada de multitudes.
Pero hay algo más, que sólo los datos finales permiten intuir. Dilma venció en 47 de las 51 ciudades donde había ganado Marina Silva en la primera vuelta. Eso quiere decir que el impulso hacia los cambios lo captó finalmente el PT, porque debió aceptar la necesidad de una reforma política que, dijo Dilma, será la primera medida que pondrá en marcha. Si no la concreta, debido a la relación de fuerzas en el parlamento, tendrá un alto costo político.
Además, los tres millones de votos que separaron a Dilma de Aécio fueron conseguidos entre los votantes del Psol y los que votaron nulo y blanco en la primera vuelta. Son, pues, votos prestados para evitar que ganara la derecha, pero son votos por un cambio que no van a esperar.
MÁS CONTINUIDADES
Frei Betto, ex coordinador del programa Bolsa Familia bajo el primer gobierno Lula y actual crítico del gobierno, recordó que el PT ya no tiene “aquella aguerrida militancia voluntaria de las décadas de 1980 y 1990”. Por el contrario, “ahora todo depende del marketing y de mucho dinero invertido por personas jurídicas que, a partir de ahora, comienzan a cobrar factura” (O Globo, lunes 27).
Se refiere a los millones de dólares “donados” por las empresas brasileñas, desde las constructoras que recuperan las inversiones electorales con jugosas concesiones de obras, hasta bancos como Bradesco que pueden tener a uno de sus ejecutivos al timón de mando de la economía. Pero la reflexión de Betto tiene otra vuelta: en la medida que el PT no tiene militancia y está enfrentado a los movimientos sociales, su apoyo más sólido y constante desde que ocupa el gobierno son los grandes empresarios.
En suma, por lo menos en política interna, se esperan más continuidades que cambios. El sector empresarial reclama una sustancial reducción del gasto público que les permita cerrar las cuentas. Ellos tenían, en realidad, poco que temer a una victoria del PT. Según una investigación del Instituto de Economía Aplicada, la distribución de renta bajo los gobiernos petistas “no hay evidencia de que los ingresos de los más ricos estén cayendo”. Entre 2006 y 2012, analizando las declaraciones del impuesto a la renta, el investigador Marcelo Medeiros concluye que “nada menos que el 62 por ciento del crecimiento da la renta quedó en manos del 10 por ciento más rico de la población” (Valor, lunes 27).
Quizá sea el peso del sector empresarial, sumado a un Congreso más conservador en el marco del estrecho margen de la victoria de Dilma, lo que lleva al director del Instituto de Análisis Sociales y Económicos, Cândido Grzybowski, a considerar que la presidenta necesitará ser más osada si quiere hacer un buen gobierno. “En caso contrario, estaremos caminando hacia un empate y tendremos una democracia incapaz de generar los cambios que demanda la calle” (Rede Brasil Atual, lunes 27). Si se concluye que los movimientos fueron decisivos para la reelección de Dilma, es casi evidente que volverán a las calles durante su mandato. En 2016 se celebran los Juegos Olímpicos en Rio, una vitrina inmejorable en una ciudad donde el PT es marginal y los movimientos fuertes.
Pero la oposición y los movimientos no son los únicos problemas. El otro es la propia Dilma. Un exhaustivo informe de la revista Piauí muestra las dificultades de gestión de la presidenta, por su carácter amargo y punzante, las malas relaciones con el PT y la familia Lula (Piauí, octubre de 2014). No pocos de los 26 entrevistados por Daniela Pinheiro para su reportaje “La afiliada rebelde”, destacan la arrogancia como el rasgo más ostensible de su personalidad, capaz de pedir un informe semanal a la Secretaría de Comunicación de la Presidencia sobre las “burradas” (y sólo sobre eso) de sus ministros para pasarles factura.
Por eso Lula será su tutor, su cercano protector y vigilante. Si en 2011 dio los nombres de 15 de sus 37 ministros, ahora la marcación será mucho más cercana y, a diferencia de lo sucedido en estos cuatro años, no le dejará tomar decisiones estratégicas sin su consentimiento. Como dijo un entrevistado de Piauí, “desde el 1 de enero el gobierno pasa a funcionar en Ipiranga”, el barrio que cobija al Instituto Lula.
EMERGENCIA ESTRATÉGICA
Los grandes temas de estrategia y geopolítica parecen estar fuera de discusión. Es cierto que Aécio había propuesto saltarse el Mercosur para establecer alianzas con otros países, desde Estados Unidos hasta la Alianza del Pacífico. No le hubiera sido sencillo, cuando sólidos intereses empresariales están afincados en las alianzas regionales, con fuertes inversiones privadas en Argentina y Venezuela.
Las publicaciones especializadas en asuntos militares sostienen que los proyectos militares de carácter estratégico no corren peligro con ningún presidente. Prueba de ello fue lo sucedido días antes de la segunda vuelta con dos proyectos claves de la fuerza aérea: el carguero KC-390 y los cazas Gripen de la sueca Saab.
El martes 21 fue presentado en público el primer prototipo de avión destinado a sustituir al mítico Hércules C-130 estadounidense, del que se han vendido 2.400 unidades en 70 países durante seis décadas. El KC-390 es el mayor y más sofisticado avión fabricado por Embraer, capaz de cargar más tonelaje que su par estadounidense, volar a mayor velocidad y prestar más funciones, entre ellas transportar helicópteros, tanques, paracaidistas y reabastecer otras naves en vuelo.
El desarrollo del aparato demandó cinco años y más de 2.000 millones de dólares. Lo más interesante para la industria militar regional es la participación, en la construcción de partes, de empresas estatales de Chile, Colombia y Argentina a través de la Empresa Nacional Aeronáutica de Chile, la Corporación de la Industria Aeronáutica Colombiana y la Fábrica Argentina de Aviones respectivamente. Entre los tres países comprometieron la compra de 24 unidades, a las que deben sumarse las que comprará la fuerza aérea brasileña y las de Portugal y República Checa, lo que les permite salir al mercado con 60 aviones ya vendidos.
Además de este impresionante logro de la industria brasileña, la misma Embraer firmó horas antes de la segunda vuelta el contrato para la compra de 36 cazas Gripen con la sueca Saab por 5.500 millones de dólares. Habrá amplia transferencia de tecnología y, lo que más interesa a la fuerza aérea, desarrollo conjunto de una aeronave totalmente nueva. Cientos de ingenieros se trasladarán a Linköping, donde está la planta sueca de Saab, para formarse en la construcción de las primeras 21 aeronaves, previendo que las 15 finales serán enteramente construidas en Brasil.
El proceso de construcción de los 36 cazas de última generación, entre los más avanzados del mundo, comenzará en 2019. Los ministros de Defensa de Brasil, Celso Amorim, y de Argentina, Agustín Rossi, tras la ceremonia de presentación del Embraer KC-390, firmaron un acuerdo, denominado Alianza Estratégica para la Industria Aeronáutica, por el que se comenzará a negociar la compra de hasta 24 cazas Gripen, una vez que estos sean efectivamente producidos en Brasil (Defensa.com, 23-X-14).
Si la integración en el programa KC-390 significó revitalizar la semiparalizada Fábrica Argentina de Aviones, la participación en la producción de partes de los cazas puede relanzar la industria militar argentina hacia los niveles que tuvo medio siglo atrás. Algo similar puede suceder con las demás industrias regionales, que comenzaron una tibia cooperación a través del Consejo de Defensa Suramericano, como parte de la Unasur. En los cuatro próximos años, este proceso tal vez alcance un punto de no retorno, como ya lo alcanzó la industria militar brasileña.
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