Por: Alfredo Rada Vélez
Una vez terminó la “Cumbre de los Pueblos sobre el Cambio Climático y en defensa de la Vida” en la ciudad de Tiquipaya (Bolivia) las voces opositoras se dedicaron a criticar el discurso ambientalista oficial contraponiéndolo a algunas medidas prácticas de gobierno, o en resaltar que la declaración final de este encuentro es bastante moderada en relación a las conclusiones de la primera Cumbre efectuada hace cinco años.
Sin negar la importancia de ambos puntos, quiero concentrarme en las siguientes interrogantes: ¿Tiquipaya II sirvió para movilizar a sectores sociales que no estuvieron presentes hace cinco años y que comienzan a asumir la defensa de la Madre Tierra?, a partir de ello, ¿está surgiendo una nueva conciencia ecologista en los movimientos sociales, que pueda reorientar las políticas que en los hechos preservan el depredador sistema capitalista?
En octubre de 2010, en la primera Cumbre por la Madre Tierra, asistieron masivamente los movimientos indígenas y campesinos, siendo muy reducida la participación de la clase obrera. Este octubre de 2015 acudieron a Tiquipaya, además de sindicatos agrarios y autoridades originarias, organizaciones sindicales de los trabajadores en luz y fuerza, de obreros constructores y petroleros, de mineros sindicalizados y cooperativizados, de artesanos y microempresarios, de choferes asalariados, de juntas vecinales. Toda una gama de sectores que asumen como propia la preocupación por el calentamiento global. Si a eso sumamos la presencia de organizaciones feministas y juveniles podemos concluir que en Bolivia se está fortaleciendo desde la sociedad civil el movimiento ecologista.
Particularmente interesante fue la postura de las organizaciones afiliadas a la Central Obrera Boliviana (COB), uno de cuyos dirigentes expresó: “iremos a la cumbre ambiental y llevaremos una propuesta ecológica que parta de nuestra tesis socialista”. El documento comenzó a ser trabajado en talleres realizados en la sede de los trabajadores eléctricos en la ciudad de La Paz, pudo socializarse en reuniones con varias Centrales Obreras Departamentales, hasta finalmente tomar cuerpo con el nombre de “Tesis del Socialismo Comunitario por la Vida”. Suscrita por la Confederación de Trabajadores en Luz y Fuerza, la Confederación de Trabajadores en Construcción y el Comité Integrador de Organizaciones Económicas Campesinas, esta Tesis fue difundida en las mesas temáticas de la Cumbre de Tiquipaya.
El documento parte por ratificar el entronque histórico del proyecto comunitario de las naciones originarias con el proyecto socialista de la clase obrera, que ha venido a denominarse Socialismo Comunitario. Pero ahora agrega un nuevo enfoque sustentado en el biocentrismo, vale decir un nuevo socialismo desde la perspectiva de la vida en un sentido amplio, que abarca toda la vida natural incluyendo la vida humana.
Llama la atención que obreros que son parte del proceso productivo capitalista sean los que realicen la crítica más radical a los impactos destructores del propio capitalismo sobre la naturaleza. Recordemos que uno de los paradigmas de la primera revolución industrial (que duró de 1760 a 1860) fue que el ser humano organizado en sociedad tenía por destino manifiesto someter a la naturaleza a través de la ciencia y la técnica. Las siguientes revoluciones industriales continuaron con este imperativo traducido en el mito burgués del “progreso” que se convirtió en matriz civilizatoria. El marxismo, nacido en el contexto cultural e industrial europeo, inevitablemente fue influenciado por aquél paradigma que separa al ser humano de la naturaleza considerándola una externalidad que debe ser dominada.
En nuestro medio algunos ideólogos indianistas de orientación antimarxista, atribuyendo una identidad compartida al capitalismo y al socialismo, condenan a ambos por igual. Sin embargo parten de una premisa falsa: el supuesto acriticismo y apologismo de Marx frente a la tecnología.
En su obra más sistemática, El Capital, cuando Marx se refiere a la maquinaria y la gran industria, analiza a las fuerzas productivas como medida de la transformación material de la naturaleza efectuada por la sociedad que a su vez transforma al propio ser humano desde su condición natural. Pero lo hace entendiendo a esas fuerzas productivas en su doble faceta, tanto positiva y emancipadora en la fase ascendente de una sociedad de clases, como destructiva y alienante en la fase de declive del capitalismo histórico.
Puestas al servicio de la incesante acumulación del capital a escala mundial y de la alienante cultura del consumismo, las fuerzas productivas se orientan hacia la destrucción de la naturaleza. Esta contradicción fundamental que está poniendo en riesgo la vida sobre el planeta, explica también el fortalecimiento de las tendencias anticapitalistas a nivel internacional.
Lo que aquellos indianistas critican como socialismo es en realidad el estalinismo, que fue la monstruosa deformación del marxismo a partir del triunfo de José Stalin en la lucha por el poder en la Unión Soviética. El régimen burocrático que sofocó a la revolución socialista, se caracterizó por despreciar a la naturaleza en nombre del “desarrollo de las fuerzas productivas” replicando, a su manera, los efectos nocivos del propio capitalismo. Dos de los mayores crímenes ecológicos del siglo XX son atribuibles a este régimen: la desaparición del Mar de Aral y el desastre nuclear de Chernobyl.
El Mar de Aral era un enorme reservorio de agua, ocho veces más grande que nuestro Lago Titicaca, que se alimentaba de los ríos Sir Daria y Amu Daria en Asia Central. En la década de los cincuenta, se realizaron grandes obras de ingeniería hidráulica para utilizar las aguas de esos ríos en la irrigación de enormes campos de sembradíos de algodón; el resultado fue terrible ya que en pocas décadas desapareció el mar interior. En Chernobyl quedaba una central nuclear, cuya construcción en 1972 tenía la finalidad de abastecer de energía a Ucrania y a Bielorrusia. El 26 de abril de 1986 ocurrió una enorme explosión en el reactor que es calificada hasta hoy como el mayor accidente nuclear de la historia.
Hoy, en el nuevo siglo XXI, el socialismo comunitario desde la perspectiva de la vida confluye con otras corrientes anticapitalistas, en la fundamental coincidencia de que no habrá solución al calentamiento global dentro del sistema capitalista y que lo que se propone es un cambio de modelo civilizatorio basado en nuevos paradigmas como el Vivir Bien, que restituya el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Que esto no puede quedar en lo discursivo está claro, como también que para construir lo socialista-comunitario-ecológico en la práctica hace falta aún trabajar en la parte ideológica y en la articulación de fuerzas sociales, a nivel nacional e internacional, que exija a las potencias mundiales el cumplimiento de los compromisos asumidos y, en nuestro país, la defensa de los derechos de la Madre Tierra de que hablan las leyes.
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