La pregunta vino de un joven militante de la Feria de Santana que asistió a un debate en la Universidad Estadual en el primer semestre. ¿Es o no posible reconstruir la izquierda después de la ruina del PT? ¿O la ruina del PT significará una avalancha que irá a hundir a toda la izquierda, incluyendo aquella que es oposición al gobierno?
En otros términos, merece todavía ser seriamente considerada la “maldición” lanzada por Zé Dirceu en 1992 cuando Convergencia Socialista fue expulsada del PT: “fuera del PT estarán condenados al gueto de la marginalidad”. (1)
Ese es el argumento más repetido contra la izquierda revolucionaria. Se resume a un lamento: no alcanza tener razón en las críticas a los gobiernos del PT, si no se consigue salir en la condición de minoría. Es la gran duda: ¿es posible o no salir de la condición de minoría y, al mismo tiempo, ser oposición al gobierno Lula?
Ya existe ruptura con el lulismo
La respuesta no es difícil: sí, es posible, pero hay una pre-condición. Sólo podrá acontecer cuando cuándo se levante una gran onda de lucha en el movimiento de los trabajadores y de la juventud. Las propuestas revolucionarias ganan influencia de masas en una situación revolucionaria, o por lo menos transitoria.
Por otro lado, una avalancha ya comenzó. La ruptura con el petismo no es algo para un futuro incierto. Son muchos millones los que ya rompieron. Y toda una enorme parcela de la generación más joven de la clase trabajadora que ya perdió esperanza en el lulismo. Lo que hay de viejo, de podrido, de corrupto en el movimiento de los trabajadores y de la juventud precisa ser desalojado, para abrir el camino. Ocurre que el ritmo de los procesos no es el mismo.
La cuestión es saber si aquellos que rompen con el lulismo encontrarán o no, fuera del PT y en oposición al gobierno, un polo de izquierda suficientemente fuerte que pueda ser un punto de apoyo para la defensa de sus intereses. Todos aquellos que dudan en romper con el gobierno atrasan esta dinámica. Aquellos que se posicionan en el medio del camino no son menos responsables, pueden ser hasta más peligrosos.
Preparase para esta disputa exige luchar para ocupar posiciones estratégicas en las organizaciones de los trabajadores contra los oficialistas. Ayudar a la vanguardia a educarse en el marxismo.
Defender la democracia en el movimiento. Construir el frente único para luchar e impulsar la unidad de acción. Fortalecer el trabajo de organización de base en las empresas, desarrollar campañas internacionalistas, desalojar a las burocracias donde sea posible, y construir nuevos instrumentos de lucha como la CSP (Central Sindical y Popular), o ANEL (Asamblea Nacional de Estudiantes Libre), y otras. Todo eso y mucho más son las tareas que están a nuestro alcance.
Comprender que los ritmos de la historia pueden ser crueles, porque estos trece años no fueron fáciles, sin desmoralizarse, sin desesperarse. Saber esperar y tener confianza del que el proletariado se irá a levantar, nuevamente, con disposición revolucionaria, como ya lo hizo en el pasado, o sea, valorizar la firmeza ideológica.
Lo que coloca una segunda pregunta (que no es fácil de responder): ¿cuándo vendrá esa gran onda de lucha?. Nadie puede responderlo con anticipación. No hay sismógrafos infalibles de situaciones revolucionarias. Pero las condiciones objetivas maduran. Siempre maduraron más rápidamente que las subjetivas.
La hora de las decisiones llegará
La cuestión, por tanto, es apoyar la experiencia de los sectores más lúcidos, o más decididos, de tal manera que la relación de fuerzas se altere de manera favorable y lo más rápidamente posible. Sí, podemos afirmar que el ajuste económico del gobierno pone la exigencia de una movilización proletaria y popular para derrotarlo. Eso pasa en esta semana por la huelga bancaria, por la huelga de los petroleros. Como pasó por la huelga del Correo. Y tuvo un gran momento en la manifestación de la avenida Paulista el 18 de setiembre. La mejor perspectiva, puede evolucionar, en la medida que el impacto del ajuste económico vaya quedando más claro, en dirección de la huelga general.
En ese proceso la lucha política en el interior de la izquierda quedará, probablemente, más áspera, más rápida, más intensa que antes. Las relaciones entre organizaciones políticas rivales no pueden ser armoniosas, fraternas, amenas, ya que todas las clases son socialmente heterogéneas, incluyendo el proletariado, y la disputa por la dirección es un proceso exasperado. Pueden, con todo, ser respetuosas. El respecto se define por la disputa en torno de las ideas. Son irrespetuosas cuando se apartan de la crítica de los argumentos y degeneran en insultos que ofenden a las personas.
El movimiento de los trabajadores en los últimos ciento cincuenta años a escala internacional, aunque menos heterogéneo que otros movimientos sociales, estaba dividido, grosso modo, en tres grandes corrientes histórica: la reformista, la centrista y la revolucionaria. E inevitable una dura lucha entre estos tres campos políticos. Hoy estos tres campos están delimitados. Los reformistas están con el gobierno y los revolucionarios están contra el gobierno. Entre estos dos campos se posiciona el centrismo, que no puede apoyar al gobierno, pero tampoco puede romper con el gobierno.
Si existe un padrón regular y recurrente en la historia de la izquierda mundial y que nos enseña que, en situaciones defensivas, la tendencia moderada, por tanto, programáticamente reformista, fue siempre aplastante mayoría. En esas circunstancias, el centrismo, que oscila en el terreno de la táctica, erráticamente, porque no tiene un ancla estratégica, ni raíces sociales de clase, permanece en su órbita de atracción; mientras las posiciones revolucionarias están condenadas a ser una minoría. Sólo en situaciones revolucionarias las ideas anticapitalistas pueden conquistar la mayoría, porque solamente delante de una profunda desmoralización burguesa, división de la clase media y de disposición revolucionaria de la lucha de los trabajadores, la perspectiva del poder es, políticamente, visible para millones.
La experiencia histórica sugiere, también, que ocurre una falta de coordinación relativa en las relaciones políticas de las masas trabajadoras y sus organizaciones cuando se abre una situación revolucionaria. Explicando: en situaciones reaccionarias, en que las presiones sociales hostiles son inmensas, las direcciones de los partidos marxistas revolucionarios están a la “izquierda” de sus bases, estos militantes están a la “izquierda” de la vanguardia y la vanguardia está a su vez a la “izquierda” de las masas. Cuándo el escepticismo y el sentido común indican que no se puede cambiar la sociedad, hay que tener la osadía de marchar contra la corriente.
Sabemos cómo este proceso de aislamiento puede conducir involuntaria o imperceptiblemente a un “exilio social” de los revolucionarios. Cuando la masa de trabajadores pierde la confianza en sus propias fuerzas, no es fácil resistir a las presiones de adaptación política, y las aventuras arribistas de integración son generosamente recompensadas. El apartamiento de los grandes flujos de opinión mayoritaria entre los trabajadores, favorece las presiones doctrinarias y, marginalmente, hasta las “patologías” sectarias. Los “nomadismos” intelectuales y las “diásporas” políticas son una consecuencia de las inevitables rupturas que se precipitan en serie: escisión tras escisión.
Estas relaciones políticas entre representantes y representados se invierten, sin embargo, cuándo las relaciones de fuerzas comienzan a cambiar a favor de los trabajadores. Las masas giran abrupta y velozmente a la “izquierda” y sobrepasan a su vanguardia, superando incluso a las organizaciones revolucionarias que, por la presión y la fuerza de la inercia política, reaccionan siempre tarde a la evolución de las relaciones de fuerzas entre las clases. Si este proceso se confirmó como una recurrencia en todas las revoluciones urbanas, y hasta golpeó seriamente al bolchevismo, sería ingenuo o ligero imaginar que no volvería a repetirse en un futuro.
Cuándo se invierten las relaciones de fuerzas las masas giran a la “izquierda”. En tal perspectiva, el destino de la izquierda petista, de la Consulta Popular, del PCdoB parece, cuando menos, más perturbador que el de la izquierda revolucionaria. Es sobre ellos que se avalancha la ruina del petismo, porque no están de acuerdo con el gobierno, pero se recusan a romper con el gobierno. No están de acuerdo con la política económica del gobierno Dilma, se oponen a las metas de superávit primario de Levy, a la elevación de los intereses, a los cortes del presupuesto para la educación y salud, a la liberación del flujo de dólares que desvalorizan el real, que son, como es obvio, la principal orientación del Planalto (2) para confortar a los “inversores”, el nuevo eufemismo para denominar a la burguesía.
Más aún, no están satisfechos, también, con la reforma ministerial que fortaleció al PMDB, ni con el retorno de la CPMF (3) Contribución Provisoria sobre el Movimiento Financiero. Nunca estuvieron a favor del Bolsa Familia o de otras políticas compensatorias. Ya perdieron las ilusiones en la política de Itamaraty (4), luego de la presencia de las tropas de ocupación en Haití, de la negativa de concederle asilo a Edward Snowden, de la impotencia ante la crisis de los refugiados en Mediterráneo.
En resumen, es preciso buscar minuciosamente -y con mucha buena voluntad-, para encontrar alguna política del gobierno que estas organizaciones apoyen. Estas posiciones son fáciles de entender. No obstante, insisten en permanecer en el gobierno, lo que, podemos admitirlo, es más que extraño. Después de trece años, es bizarro.
Aprender con la historia
Algunos explicarían esta insistencia táctica” con un argumento politiquero, por tanto, estrictamente electoral: la mayoría de la izquierda petista y del PCdoB tendría que resignarse a un cálculo “realista” de posibilidades de renovación de mandatos parlamentarios, considerando que la sobrevivencia electoral por fuera del PT sería más difícil en las condiciones impuestas por el coeficiente electoral.
Es un argumento muy simple, pero poderoso. Estas organizaciones políticas desarrollaron aparatos, y aparatos crean intereses propios. Esta trampa estratégica que desafía el buen sentido exige, todavía, una explicación marxista más compleja, es decir, una explicación que debe condicionar los enfoques de análisis político de las presiones de clase.
Las presiones que despedazan a la izquierda brasilera, trece años después de la pose del gobierno de coalición por el PT de Lula y Dilma, anticipan cuestiones estratégicas que se pondrán a escala internacional para todas las fuerzas que se reivindican anticapitalistas. En esa dimensión, aún guardadas las innumerables desproporciones, vale la pena aprender con la historia.
Un desafío semejante estuvo colocado, hace cien años atrás, en 2015, tanto en Alemania -para Rosa Luxemburgo y la izquierda del SPD- como en Rusia -para Lenin y los bolcheviques-, cuando el desafío a ser resuelto por la corriente internacionalista, dentro de la II Internacional fue, primero, la separación y disputa de influencia con el reformismo y, después, la actitud ante los gobiernos Kerensky en Petrogrado, en 1917, y Ebert/Scheidemann en Berlín, en 1918.
Aunque mantuvieron diferencias sobre el momento de la ruptura, no dudaron en elegir el campo de una irreconciliable oposición de izquierda. Más, tanto en la izquierda alemana como el bolchevismo, el reposicionamiento no fue indoloro. Exigió una intensa lucha política interna. Las cuestiones colocadas por las rupturas no fueron simples ni ligeras. Rosa Luxemburgo no sólo fue la pionera en la polémica con Bernstein, sino que llegó antes, también, a la conclusión del carácter irreversible de la adaptación de la corriente de Kautsky y Bebel en el SPD alemán. Fue Lenin, en Rusia, quién primero se convenció que la división era incontenible. No obstante, recién en 1912, los bolcheviques consiguieron la mayoría para la construcción delimitada, es decir, independiente.
En ambos países, las circunstancias de lucha contra la izquierda reformista casi aniquilaron a las alas revolucionarias. Ni que hablar que, en la mayoría de los otros países, una ínfima minoría de los marxistas permaneción internacionalista.
Perece sugestiva, por tanto, la comparación histórica que remite al terremoto que destruyó a la izquierda alemana cuando la Primera Guerra Mundial porque, en ambas circunstancias, las vacilaciones determinaron los atrasos en la reorganización de la izquierda revolucionaria.
* Militante del PSTU (Partido Socialista dos Trabalhadores Unificado). Profesor jubilado del Instituto Federal de Educación, Ciencia y Tecnología de San Pablo (IFSP).
Notas de Correspondencia de Prensa
1) Se refiere a José Dirceu (actualmente sentenciado y preso) uno de los principales dirigentes de Articulación, fracción mayoritaria del PT. Fue el principal articulador del “mensalao”, sistema de corrupción montado en el primer gobierno Lula. Convergencia Socialista fue una de las organizaciones fundadoras del PT en febrero de 1980, luego de la expulsión pasó a denominarse PSTU.
2) Sede del Gobierno Federal en Brasilia.
3) Contribución Provisoria sobre el Movimiento Financiero.
4) Sede del Ministerio de Relaciones Exteriores en Brasilia
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