“…la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que ven en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos.”
Camilo Torres, sacerdote colombiano caído en combate contra el ejército en febrero de 1966
Andrés Figueroa Cornejo
1. Habitantes de Buenos Aires celebran al nuevo Papa Francisco I como si hubieran ganado la final del Mundial de Fútbol contra Brasil. ‘Ahora Dios atiende en Buenos Aires y es peronista’, comenta medio en broma una señora apretujada en el subterráneo metropolitano que aumenta de precio al ritmo de la devaluación de los salarios.
Quien escribe se educó en Chile con los jesuitas durante la tiranía. Varios de sus sacerdotes fueron y son ardientes defensores de los Derechos Humanos. Refugiaron perseguidos políticos, ofrecieron sus dependencias para la antidictatorial Federación de Estudiantes Secundarios, se jugaron el pellejo. Pero la Compañía de Jesús también cuenta en su seno con representantes del conservadurismo más endiablado. Al igual que en Argentina. Y ocurre que el primer Papa de un país y un continente empobrecido, sí participó en la ultraderechista ‘Guardia de Hierro’ de los 70′, sí es homofóbico, si fue amigo de la dictadura de 1976, y en particular, del representante de la Armada, Emilio Massera.
Jorge Bergoglio nació en un territorio dependiente, saqueado, expoliado antes y ahora mismo; una Argentina quebrada, primario agroextractiva, donde la mayoría de los migrantes fronterizos realizan los peores trabajos, y sólo en la Capital existen más de 5 mil talleres clandestinos en los cuales incontables bolivianos son víctimas de la esclavitud laboral. El 55 % de los asalariados en Argentina obtiene la mitad del costo de una canasta familiar básica y hay 600 mil niños desnutridos.
La misma Argentina contradictoria que es vanguardia en matrimonio igualitario para personas del mismo sexo, pero que en el artículo segundo de su Constitución declara que el Estado sostiene económicamente a la Iglesia. Y el año pasado la manutención fiscal alcanzó la friolera de 2.500 millones de pesos.
¿Por qué un Papa latinoamericano? ¿Sólo porque la mitad de su población es católica?
Geopolíticamente, América Latina es suelo impredecible para la hegemonía imperialista del capital. Su historia es la historia de las rebeliones, las resistencias, los indígenas en lucha, fuerzas sociales anticapitalistas que han ganado gobiernos tanto por elecciones, como por medio del pueblo armado. Continente de la Teología de la Liberación y la Teoría de la Dependencia. De Mariátegui, Guevara, Allende, Chávez; del Subcomandante Marcos, las FARC, del rojo y el negro, de internacionalistas estelares, de independentistas de madera incombustible, de jugados por terminar con los nacionalismos burgueses y destruir las fronteras de los pocos que administran la miseria. De lúcidas y lucidas mujeres y hombres que en este momento organizan en la acción directa, la caminata dura del poder popular, en desfinanciadas campañas electorales, pero siempre en medio del pueblo trabajador y de los excluidos, por todos los medios y empleando todas las formas de lucha, el próximo
empeño revolucionario.
Francisco I es un conciliador social, un mediador sincrético para enfriar el calor popular y alentar la caridad analgésica. Un bombero para mantener el injusto y transitorio orden de las cosas. El Papa es una pieza más de la estrategia de los capitalismos centrales, en su madura fase imperialista y de dominio financiero, que está sentado en una localidad simbólicamente poderosa para los latinoamericanos. Una figura bordada de dispositivos mágicos y presta a colaborar con la alienación a escala mayor y facilitar la apropiación imperialista de las economías y recursos del continente. Un Papa que habla perfectamente en latinoamericano, da señales mediáticas de austeridad, se hace el pobre. El Papa ‘sudaca’, próximo, ‘nuestro’. El Papa-pardismo en acción. El Papa de los cristianos de misa culpógena y falsa conciencia, pero no de los embarrados, los de abajo del puente, los desesperados, los curas del Cristo vivo que, al experenciarlo el nicaragüense Ernesto Cardena
l cuando era un joven sacerdote en Solentiname, retrató: ‘Lo que más nos radicalizó políticamente fue el Evangelio. Todos los domingos en la misa comentábamos con los campesinos en forma de diálogo el Evangelio, y ellos con admirable sencillez y profundidad teológica comenzaron a entender la esencia del mensaje evangélico: el anuncio del reino de Dios. Esto es: el establecimiento en la tierra de una sociedad justa, sin explotadores ni explotados, con todos los bienes en común, como la sociedad que vivieron los primeros cristianos’.
2. La cultura popular es el rastro y el rostro genuino de los pueblos. La piedra esculpida por los átomos profundos de la identidad. Siempre ha existido, como la rebeldía, pese a la violencia de los poderosos por aniquilarla, cooptarla, folclorizarla para imponer formas estéticas que representan su visión del mundo. Por eso el arte popular es un peligro para los que mandan. Lejos de los museos oficiales y las fachadas de la minoría que ordena, se reproduce, hace historia, se torna leyenda y mantiene su vigencia porque refleja la mirada y los talentos de la mayoría. Lejos de fórmulas ‘neorrealistas’, de ‘realismo socialista’, de propaganda fácil, esa mirada, una vez con humor, otra con acidez e ironía, cuestiona el orden de los pocos sobre los muchos, pone el mundo patas arriba.
Porque las manifestaciones culturales no permanecen ajenas, ingenuamente, en una sociedad de clases de intereses irreconciliablemente antagónicos, injusta y desigual como la Argentina, donde los pobres se cuentan por decenas de millones y hay 600 mil niños desnutridos.
La Sala Alberdi queda en el sexto piso del Centro Cultural San Martín de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, por más de 15 años funcionaron talleres abiertos de un amplio conjunto de disciplinas artísticas. Los jóvenes eran sus protagonistas, como los jóvenes son sus principales defensores. Sin embargo, el gobierno del ultraliberal y candidato a la Presidencia de la nación para el 2015, Mauricio Macri, pretende privatizar la Sala a costa de la producción artística popular. Por eso la Sala Alberdi ocupada por los artistas populares es un riesgo para Macri. Por eso la justicia, las policías y los medios estigmatizan a esos jóvenes como ‘lumpen’, ‘vagabundos’ o ‘delincuentes’. Y con esos argumentos, Macri usó la justicia -o la injusticia institucionalizada- y la Policía Metropolitana. A través de la orden de su ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, durante la noche del 13 de marzo desalojó a balazos de plomo y de goma, lacrimógenas y palos, a los muchachos
, con un saldo de tres heridos y 10 detenidos, uno menor de edad.
Lo de Macri son los negocios, la compra y venta de acciones, el enriquecimiento de unos pocos. Su vocación tecnocrática no sabe de artes dramáticas, literatura, muralismo, producciones audiovisuales ni de trabajadores de la cultura. Macri los reprimió con brutalidad, mientras Atahualpa Yupanqui lo maldice con guitarra vibrante y haciendo puntería con el clavijero.
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