Por: René Naba
Ernesto Che Guevara 48 años después, In memoriam.
De Sitting Bull a Pancho Villa, Emiliano Zapata, Simon Bolívar, el comandante Ernesto Che Guevara de La Serna, el subcomandante Marcos (México), del presidente Arbenz Guzmán (Guatemala), primer presidente después de la Segunda Guerra Mundial derrocado por el ejército estadounidense en 1954, a su lejano sucesor Salvador Allende (Chile) que sufriría un final trágico 20 años después, en 1973, a Fidel Castro (Cuba), Lula (Brasil), Hugo Chávez (Venezuela) y Evo Morales (Bolivia), el continente latinoamericano es uno de los principales proveedores de figuras míticas de la mística revolucionaria del mundo contemporáneo.
La mitología revolucionaria no constituye su único legado a la humanidad. Sus luchas contra los «conquistadores» españoles primero, contra los «gringos» después, su papel tradicional de principal foco de protesta en la esfera de la civilización occidental, confieren al hemisferio sur del continente americano un lugar de honor en el imaginario colectivo de los pueblos y un papel de mecha de la dinámica contestataria del orden mundial.
Por otra parte ese papel se amplifica por su incomparable posicionamiento geoestratégico constituido por un bloque basado en una continuidad territorial y una homogeneidad cultural y lingüística de más de 500 millones de personas repartidas en 20 países, raramente igualado en los demás continentes, y por la conjunción de dos rutas principales de las comunicaciones marítimas internacionales (océano Atlántico y océano Pacífico), así como por una lengua de comunicación planetaria, la lengua española, la cuarta más hablada del mundo, con 600 millones de hablantes, tras el chino, el indio y el inglés, delante del árabe con 300 millones (sexta posición) y muy por delante del francés (duodécima posición), con 200 millones de francófonos.
Su proyección demográfica en Estados Unidos, es decir, en el corazón del principal centro de producción de las riquezas y los valores de la época contemporánea, con la presencia de una población hispanófona de casi 40 millones de personas, equivalente al 12,5 % de la población de Estados Unidos, acentúa la importancia de ese despliegue cuya importancia se ampliará a los largo del siglo XXI.
En el hemisferio sur no existen la guerra entre el islam y Occidente o el «choque de civilizaciones». Los «latinos» pertenecen a la esfera de la civilización occidental, pero a contracorriente de sus congéneres el 12 de octubre de 1492 no marca para ellos, o al menos para una mayoría aplastante, el descubrimiento del Nuevo Mundo, tan celebrado por todas partes en Europa y en Norteamérica, sino el principio de casi seis siglos de pillaje y sometimiento. También de la lucha por la recuperación de la personalidad autóctona, auténtico fundamento de la personalidad americana.
La Teología de la Liberación
En el cénit de la Guerra Fría soviética-estadounidense (1945-1990), mientras la religión era instrumentalizada por Estados Unidos como arma de combate contra el ateísmo marxista, especialmente en los países árabes y musulmanes, Latinoamérica forjó un concepto nuevo, «la Teología de la Liberación», para justificar en nombre de la misma religión la lucha contra la hegemonía estadounidense.
Nada trivial, la expresión nos reenvía al cristianismo de las cavernas de los primeros tiempos de la cristiandad, a la época en la que los discípulos de Cristo predicaban la insurrección contra la idolatría, el paganismo, la abulia y la villanía.
El hecho de que los sacerdotes predicasen una «Teología de la Liberación» veinte siglos después de la llegada del cristianismo da la medida de las frustraciones acumuladas y las injusticias infligidas a los largo del tiempo por los saqueos de un capitalismo desenfrenado.
Pero ese lema revolucionario, que no carece de ambición ni por sus autores ni por su proyecto, retumbaría en el contexto exacerbado de la Guerra Fría soviética-estadounidense como un lema subversivo para los amos del orden establecido, tanto en la jerarquía clerical como entre los latifundistas y sus aliados, los dirigentes de los conglomerados estadounidenses de la industria agroalimentaria «United Fruit», de la industria minera «Anaconda» o de las telecomunicaciones, IIT (International Telephone and Telegraph), que lucharon como tales.
A lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX fue un enfrentamiento sin cuartel. Todos los grandes países del Hemisferio fueron presa de la desestabilización. Las dictaduras militares, a menudo establecidas bajo cuerda por la CIA, la central de inteligencia estadounidense, ahogaron en sangre cualquier veleidad reivindicativa.
Desde Guatemala (1954) hasta Nicaragua (1980), pasando por Brasil (1964), Bolivia (1967), Chile (1973) y Argentina, todos los países pasaron a la posteridad por su macabro balance.
El plan Cóndor
El más elaborado de los planes concebidos de represión colectiva, el plan Cóndor de siniestra memoria, ofrece el horroroso balance siguiente: De 1975 a 1983, de la caída de Saigón, bastión de la presencia militar estadounidense en Asia, al desmantelamiento del santuario palestino de Beirut, la vasta y despiadada caza a los opositores de los dictadores latinoamericanos lanzada en el conjunto del Cono Sur bajo la instigación del secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger, con la colaboración de los dictadores de Paraguay, Alfredo Stroessner, y de Chile, Augusto Pinochet, causó varias decenas de miles de víctimas en seis países de Latinoamérica: Argentina (30.000), Bolivia (350), Brasil (288), Chile (3.000), Paraguay (2.000) y Uruguay (178).
La represión no perdonó a los clérigos católicos: a semejanza de sus émulos políticos, cuyas figuras emblemáticas pueblan todavía el imaginario colectivo universal, Latinoamérica también produjo figuras míticas en el orden religioso, auténticos iconos modernos del continente como Camilo Torres, el predicador colombiano –amigo del abate Pierre, protector de los desheredados franceses- promotor del «Frente Unido», que colgó los hábitos en 1964 para comprometerse en la lucha armada y murió con las armas en la mano en 1966 a los 40 años, una edad parecida a la de Cristo.
Otra figura mítica de la clerecía militante fue Helder Camara, arzobispo de Recife (Brasil), «el obispo rojo» de los suburbios y del « Banco da Providência» , activista del movimiento «acción, justicia y paz» y luchador contra la carrera armamentista. También el padre Rutilo Grande, asesinado el 12 de marzo de 1977 por un misterioso escuadrón de la muerte el año de la entronización de su amigo, monseñor Óscar Romero, el arzobispo de San Salvador al que también asesinaron tres años después.
La caza a los sacerdotes-guerrilleros incluso sobrepasó diez años el período del plan Cóndor, señal de lo influyente que puede ser la religión sobre una población creyente.
En el período de 1966 a 1992 el martirologio cristiano es impresionante: cuatro obispos, 85 sacerdotes, 19 religiosos católicos, 10 religiosos no sacerdotes, 9 pastores y 150 laicos miembros del movimiento católico y cooperantes extranjeros en un marco diocesano, fueron asesinados en Latinoamérica por motivos políticos. A esta lista hay que añadir al guatemalteco Juan Gerardi, asesinado en 1998. Este balance no contabiliza sin embargo a los sacerdotes guerrilleros muertos en combate, Camilo Torres (1966), Domingo Laín (1974) en Colombia y Gaspar Garcia Laviana (1978) en Nicaragua.
Además muchos teólogos de renombre han sido reducidos al silencio: Hans Kung (Suiza), Curran (Estados Unidos), Schillebeeck (Holanda) y Pohier (France). El destino singular de un teólogo de la liberación ilustra de manera trágica el drama de la iglesia latinoamericana: destinado a una buena carrera el clérigo brasileño Leonardo Boff, franciscano, profesor de la universidad, discípulo del cardenal Joseph Ratzinger –el exprefecto de la congregación para la Doctrina de la Fe que sucedió al papa Juan Pablo II con el nombre de Benedicto XVI- fue condenado el 26 de abril de 1985 al «silencio obsequioso», prohibición de palabra y escritura, una condena que para un teólogo equivale a la muerte civil.
Estoicos en la adversidad pero en coherencia con su ética, esos teólogos y guerrilleros han demostrado que la fe no es incompatible con la justicia. Además, gracias a su ejemplo se ha preservado el mensaje cristiano de una «iglesia de los pobres» que ha allanado el camino a sus sucesores laicos.
La generación del relevo: Hugo Chávez, Lula, Evo Morales
Mientras la globalización y la privatización gangrenan las almas con beneficios, los mandatarios de la generación del relevo, en particular el boliviano Evo Morales, procedieron a su vez, veinte años después, a una revolución del orden semántico al nacionalizar las riquezas nacionales, un término borrado del léxico político desde el final de la Guerra Fría y el triunfo de la libre empresa del capitalismo financiero.
Gracias a las elecciones que se desarrollaron a principios del siglo XXI Latinoamérica ofrece ya una alternativa democrática al orden estadounidense en sus dos variantes:
- La variante reformista representada por el brasileño Lula, apoyado por una superviviente de la dictadura de Pinochet, la chilena Michele Bachelet, hija de uno de los principales colaboradores de Salvador Allende.
- La variante radical, promovida por los presuntos herederos del patriarca cubano Fidel Castro: Hugo Chávez (Venezuela) y Evo Morales (Bolivia).
La rivalidad está viva entre las dos ramas de la renovación: Brasil, el país más importante de Latinoamérica con una población de casi 250 millones de habitantes, es decir, tantos como todos los países árabes juntos, pretende ser el motor de la renovación humanista y democrática del subcontinente.
Además Brasil acoge el foro de Porto Alegre, lugar de concertación anual del movimiento altermundista que se celebra paralelamente al coloquio de Davos –que reúne en febrero en Suiza a los grandes patronos de las grandes empresas occidentales-. Brasil se dedica con la ayuda de India y Sudáfrica (BRICS) a edificar una estructura paralela al foro de las potencias industriales del mundo occidental (G7) con el fin de influir en nombre del Tercer Mundo en la escena internacional.
Venezuela, dirigida a constituir un núcleo militante en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) por medio de una alianza estratégica con Irán. En junio de 2006 Teherán y Caracas firmaron una decena de acuerdos de asociación por valor de 9.000 millones de dólares para el financiamiento de 125 proyectos y Washington sospechaba que Irán quería hacer de Venezuela su cabeza de puente comercial en Sudamérica. Venezuela debía ocupar en octubre de 2006 el escaño rotativo atribuido a Latinoamérica en el Consejo de Seguridad, un período marcado por las elecciones de medio mandato de Estados Unidos y los plazos diplomáticos relativos a la nuclearización norcoreana e iraní. Para soslayar el veto estadounidense Hugo Chávez cuidó en sus últimos tiempos a su pareja, el gigante brasileño, lo que le llevó a unirse al MERCOSUR, desmarcándose así espectacularmente de su aliado boliviano Evo Morales.
El mercado común de Sudamérica, el MERCOSUR, agrupaba a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. La adhesión de Venezuela, octavo productor y quinto exportador mundial de petróleo, convirtió al MERCOSUR en un bloque comercial que representa el 75% del PIB sudamericano y un mercado de 250 millones de personas. Bestia negra de Estados Unidos, que le consideraba el contrarresto del proyecto estadounidense de una zona de libre comercio a escala continental, Hugo Chávez buscó la «politización» de esa agrupación económica. Desde esa perspectiva cerró la puerta a la Comunidad Andina de las Naciones (CAN), bloque comercial que agrupa a Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú.
El presidente Chávez reprochaba a Bogotá y Lima la firma de un acuerdo de libre comercio con Washington. Su alineamiento al MERCOSUR conllevaba el riesgo de debilitar a su aliado ideológico Evo Morales, al que de esa forma dejaba aislado frente a los estados derechistas de Perú y Colombia.
Más allá de las rivalidades, de las maniobras diplomáticas y de las luchas por el liderazgo regional, hay que subrayar que América Latina, en sus dos vertientes, reformista y radical, es un actor principal en el debate de la reconfiguración geoeconómica del planeta a la sombra de la globalización impulsada por la potencia estadounidense.
Llevada por el giro a la izquierda de América Latina, Cuba sale progresivamente de su aislamiento a pesar del bloqueo estadounidense de cincuenta años, el más largo de la época moderna, y la presencia militar estadounidense en la isla en la base de Guantánamo, de siniestra reputación.
A los 86 años, la misma edad de la reina de Inglaterra pero con una trayectoria sensiblemente diferente, y debido a problemas de salud, uno de los más célebres supervivientes de la historia contemporánea, Fidel Castro, cedió serenamente el poder en 2009, con ocasión del cincuentenario de la revolución cubana.
Con un espectacular restablecimiento, el decano absoluto de los contestatarios al orden estadounidense aparece ya en los anales de la historia de su país como un superviviente político sin parangón a pesar de todas las operaciones de desestabilización urdidas por su poderoso vecino. La llegada al poder de la generación del relevo político aparece así como la última afrenta infligida a la hegemonía estadounidense por el antiguo barbudo de la Sierra Maestra, a pesar de los errores y defectos de su régimen.
La venganza de todos los mártires de la represión estadounidense, del Che Guevara a Salvador Allende y Camilo Torres.
Como un guiño de la historia Cuba e Irán, ambos ausentes de la Conferencia de Bandoeng fundadora del Movimiento de los No alineados en 1955, el latino debido al dictador Fulgencio Batista y el chií debido a la dinastía imperial Pahlévi, han regresado en 2015 por la puerta grande a la escena internacional por un asiduo cortejo estadounidense, señal irrefutable de su voluntad inquebrantable en la lucha contra el imperialismo.
Comentario