Fuente: Insurgente.org
La izquierda latinoamericana no puede eludir responsabilidades, no se trata de ganar elecciones, sino de darle sentido a los triunfos, de no crear desafección, mantener sus principios y sobre todo ser coherente
¿Qué es ser de izquierda? ¿Qué papel juega la izquierda en el nuevo orden mundial?
La primera guarda relación con su definición histórica. En este sentido se trata de una posición política articulada al reconocimiento de los derechos políticos de ciudadanía vinculados a la triada nacida en la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. A lo cual hay que sumar la idea de emancipación, tan importante para las grandes batallas de independencia política y soberanía de fines del siglo XVIII y el siglo XIX.
Baste recordar la gran gesta iniciada en 1795 en Haití, cuyos rasgos antiesclavistas estaban presentes. La radicalidad de los jacobinos fue combatida por la derecha y definido su poder como “terror rojo”. ¿Coincidencia? El historiador inglés Eric Hobsbawm define esta etapa como democrática y transformadora.
La segunda perspectiva guarda relación con el desarrollo de la clase y el movimiento obrero, sintetizada en la aparición de la Primera Internacional y la redacción por Karl Marx y Friedrich Engels del Manifiesto Comunista en 1848. La revolución tomó otro cariz, dejó de ser burguesa y pasó a ser proletaria y anticapitalista.
Los principios de paz, lucha antiimperialista, soberanía, emancipación y anticapitalismo están en el ADN de la izquierda mundial. Sin embargo, esta pequeña relación de hechos ha ido variando a medida que el propio capitalismo ha ido evolucionando. La izquierda ha sufrido rupturas, traiciones, abandono de principios y deserciones. Tras la Segunda Guerra Mundial se produjo la debacle, la Guerra Fría y el anticomunismo hicieron de la izquierda su gran enemigo. El nazifascismo fue reconvertido e incorporado a la ideología dominante y formó parte del sentido común de las derechas internacionales.
La izquierda se desgajó y perdió identidad. El ataque a la izquierda no cambió su posición en el tablero, pero sí la visión que se proyectaba: una izquierda seria y responsable y una izquierda anclada en el pasado. El punto de inflexión fue la crisis de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la caída del comunismo realmente existente.
En América Latina tenemos múltiples experiencias de abandono del anticapitalismo como una definición de ser de izquierda. Sin embargo, un hecho clave cambió el rumbo de los acontecimientos: el alzamiento zapatista en 1994 supuso un aire fresco para recomponer el pensamiento teórico y político de la izquierda latinoamericana, sin duda lo más importante, junto con la Revolución Bolivariana, tras la caída del Muro de Berlín, sin desconocer el triunfo de la Revolución cubana, cuna de toda la izquierda transformadora, anticapitalista y emancipadora en nuestra América.
En este sentido el rol de la izquierda no es ser un Pepito Grillo, conciencia crítica del capitalismo, para mejorar las condiciones de explotación y dar más racionalidad al capitalismo digital sobre el cual se lleva a cabo el proceso de acumulación y reproducción del capital.
¿Es compatible el socialismo con la democracia?
SÍ con letras mayúsculas. El concepto de sociedad es en sí, es un vínculo con el bien común, la justicia social, la igualdad y los derechos de ciudadanía. La idea de cooperación frente a la de competitividad. El yo individualista frente al nosotros colectivo, esa es la diferencia. Desde esta posición se puede plantear el problema. O si se quiere responder en forma negativa, democracia y capitalismo no son compatibles y democracia y socialismo configura una relación unívoca. En esta dirección, si el capitalismo es un orden de dominación y explotación, su propia definición excluye la democracia de su organización social. Sin embargo, el socialismo, que también es un orden de dominación, en cuanto sistema político, lo es bajo la condición de construir un poder democrático.
Hoy la democracia en el capitalismo se entiende como un procedimiento electoral vaciado de contenidos. Es una guerra por apropiarse del concepto, desvirtuarlo y dejarlo reducido a la nada. Esa es la disputa. La democracia como una técnica procedimental o concebida como una práctica social y plural de control y ejercicio del poder político. En otras palabras, para entendernos, si la democracia consiste en ir a las urnas y votar, morirse de hambre es un hecho auténticamente democrático.
Pablo González Casanova señaló que democracia y desarrollo, democracia e igualdad, democracia y justicia social, constituían una sola propuesta de emancipación. Su libro La democracia en México, escrito en 1965, significó una crítica a las visiones liberales de la democracia y constituyó un punto de partida para el debate sobre los contenidos de la misma. René Zavaleta Mercado también profundizó en esta perspectiva, como lo hizo la mayoría de la izquierda marxista latinoamericana.
Citando nuevamente a González Casanova, en los años 80, cuando el socialismo y el marxismo sufrieron una arremetida política y descalificación bajo los gobiernos de la doctrina de la seguridad nacional, producto de los golpes de Estado, y la adopción de las políticas neoliberales, se preguntó: ¿cuándo hablamos de democracia de qué hablamos? Su respuesta sigue vigente. Para saber si vivimos en democracia tenemos que responder cómo vamos de mediación, negociación, representación, participación y coacción. En conclusión, democracia y socialismo son y constituyen un único proyecto emancipatorio, por definición de socialismo y democracia.
“No es posible dar esperanzas, prometer asaltar los cielos y luego bajar a las catacumbas afirmando que se hace lo que se puede”
¿Cómo ve la izquierda en el mundo actual?
Sus luchas y sus agendas son dispares. Luchar por derechos democráticos y el socialismo no es igual en Afganistán, Emiratos Árabes, Israel, Sudáfrica, Yemen, Francia o Australia. Qué decir de América Latina. La historia de la izquierda ha sido desigual y está llena de procesos de ida y vuelta. Lo que sí es común es la perspectiva histórica en la cual se debate su existencia.
Hablamos de la transición del capitalismo analógico al capitalismo digital. Las contradicciones que se producen añaden a las desigualdades tradicionales las propias de los cambios introducidos por la Inteligencia Artificial (IA) y el Big Data. Con ritmos asimétricos, asistimos a la necesidad, desde la izquierda, de repensar el capitalismo bajo estás nuevas realidades.
Hay muchas izquierdas, tantas como países. ¿Qué les une? Su lucha contra el capitalismo. Las formas son diversas; los problemas son disímiles. Desde la crisis ecológica, el calentamiento global, hasta el aumento de la pobreza, los narcoEstados, la corrupción inherente al capitalismo y el auge de una derecha cerril que no toma prisioneros. Asistimos a la emergencia de un capitalismo que algunos llaman capitalismo de plataformas, otros lo adjetivan de feudo-capitalismo digital o cibercapitalismo. Sea como sea la definición propuesta, se trata de una nueva forma de concebir los mecanismos de dominación.
Armand Mattelart ya destapó las características de la nueva guerra neocortical, control de las emociones, sentimientos, dolor social. Se trataría de anular la capacidad de pensar y forjar una sociedad sumisa. Lo que en algún momento planteé como la emergencia del socialconformismo; la domesticación del pensamiento.
La izquierda debe hacer frente a estas nuevas realidades donde el proceso de deshumanización del cibercapitalismo tiene un nuevo mito: la IA. Si anteriormente fue orden, progreso y desarrollo y democracia, hoy su fundamento está en la informática y la cibernética. Poder más control de la información. Dominar el mundo es hoy más fácil. De allí que sus postulados han sustituido la democracia por seguridad. Repito, la izquierda –siempre anticapitalista, sino no es izquierda– debe enfrentar el reto.
En América Latina hay movimientos sociales y políticos que asumen esta perspectiva. Desde el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hasta las reivindicaciones en el Wallmapu o las formas de resistencia que lentamente van germinando. En Europa, con gobiernos entregados a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y los Estados Unidos, comprometidos en la guerra de Ucrania y sosteniendo la política de Benjamín Netanyahu en Israel, la izquierda debe no solo denunciar, sino construir una alternativa capaz de romper esta dinámica imperialista.
Son momentos críticos. En Francia lo hemos visto con el Nuevo Frente Popular, Mélenchon y la Francia Insumisa ha sido relegada y ninguneada, a pesar de haber sido la promotora de la Unidad. Pero eso era previsible, la izquierda es la amenaza, la derecha extrema o el neofascismo son compañeros de viaje con los cuales se puede convivir.
¿Cuáles son los desafíos de la izquierda en América Latina?
Lo principal es confluir en un proyecto programa donde se enuncien las medidas a las cuales no se podría renunciar. No hace falta reinventar la Historia, los ejemplos nos ayudan. En este sentido las 40 medidas de la Unidad Popular (UP) en Chile son un referente. Desde luego no se trata de un calco y sí de una forma sobre la cual definir la estrategia a medio y largo plazo. Las estructuras sociales y de poder en América Latina han cambiado, lo que no se ha transformado es la manera de actuar de las clases dominantes, la plutocracia y el imperialismo. De ahí que uno de los desafíos más importantes que se abandona o se menosprecia es retomar la pedagogía política. Educar, concienciar y articular un movimiento político y social de base popular desde el cual confluir en la alternativa anticapitalista y socialista. Y, sin duda, luchar contra los males de la izquierda no solo latinoamericana, sino mundial: el protagonismo, el sectarismo, el individualismo, el personalismo y la falta de crítica interna.
La izquierda latinoamericana no puede eludir responsabilidades, no se trata de ganar elecciones, sino de darle sentido a los triunfos, de no crear desafección, mantener sus principios y sobre todo ser coherente.
No es posible dar esperanzas, prometer asaltar los cielos y luego bajar a las catacumbas afirmando que se hace lo que se puede. Mentir para ganar elecciones no es el camino. Aquí también hay ejemplos, baste ver Uruguay y el mandato de José Mújica. Hubo cambios, pero transformaciones estructurales en las formas de dominio y explotación del capitalismo ninguna.
Tampoco es posible mentir y engañar al pueblo, eso se paga. En 1778 el entonces monarca de Prusia Federico II convocó un concurso filosófico sobre si era útil para el pueblo ser engañado. Condorcet, enciclopedista y humanista, redactó un ensayo bajo el encabezado: “¿Es conveniente engañar al pueblo?”, y aunque no lo presentó a concurso su reflexión es lo suficientemente aguda para entender que nunca y bajo ningún criterio debe optarse por mentir, ocultar o manipular la verdad de los hechos. La mentira siempre lleva a una falsedad, mientras que decir la verdad puede suponer un error, pero nunca una falsa conclusión.
“La defensa de los procesos emancipadores, antiimperialistas, democráticos y socialistas se construye con organización, valores, conciencia y entrega”
En el siglo XX, Ernesto Che Guevara en Guerra de guerrillas y El socialismo y el hombre nuevo en Cuba reivindicó la verdad, aunque sea difícil de aceptar, como la única forma de crear confianza y ganar espacios entre el pueblo. Engañar, seducir y generar falsas esperanzas acaba con la izquierda. En su lugar emergen relatos e historias con cierto grado de verosimilitud, pero con dobleces.
La socialdemocracia es muy dada a ello y también la llamada novísima izquierda latinoamericana, afincada en el discurso verde donde las contradicciones de clase, género o étnicas se ocultan, negando las relaciones de explotación sobre las cuales el capitalismo se reproduce.
El mejor ejemplo en América Latina lo constituye el gobierno socialdemócrata de Gabriel Boric, cuyas políticas de militarización del Wallmapu, represión, corrupción institucional y en lo económico la venta al capital trasnacional del litio, acabarán por entregar el poder a la derecha. Y el otro ejemplo de mentir y engañar ha sido Podemos en España. El daño afecta más a la izquierda transformadora y anticapitalista que a la derecha en cualquiera de sus presentaciones. Sin una propuesta, repito, sin decir la verdad, el resultado es catastrófico.
Ese es el desafío, recuperar el espacio que nunca debió abandonar: la lucha contra el capitalismo. Al capitalismo no solo se le combate, hay que estudiarlo, conocer sus manejos, visualizar sus debilidades y fortalezas, es el trabajo teórico el que habilita dicha opción. En América Latina recuperar el pensamiento crítico latinoamericano y dejarse de tanta moda de los estudios postcoloniales, culturalistas y postmodernos anclados en los centros de poder de los Estados Unidos o Europa. José Martí, entre otros, nos señala el camino.
¿Cómo han cambiado las tácticas de la derecha internacional y los países hegemónicos respecto a la izquierda latinoamericana?
El mejor ejemplo de las viejas y nuevas tácticas de la derecha criolla e internacional lo podemos verificar en las elecciones celebradas en la República Bolivariana de Venezuela este 28 de julio. Si se me permite, comenzaré la respuesta con una afirmación: hoy el mundo está en una guerra permanente, desigual, híbrida y asimétrica. Una guerra global donde la batalla cultural juega un papel importante. Me refiero al significado de las palabras en la lucha ideológica.
La derecha ha impuesto su agenda política descalificando sus luchas, sus demandas, sus principios. Palabras como democracia, libertad, ideología, patriarcado, feminismo, justicia social e igualdad han sido desnaturalizadas. La democracia la han reducido a un continente vacío de contenido. La libertad se concibe como libertad de consumo, la ideología es transformada en adoctrinamiento marxista, el patriarcado y el feminismo en ideología de género, y los derechos ciudadanos en privilegios. Esa es la estrategia.
Lo vemos en la concepción del libertarismo de Milei en Argentina, el anarcocapitalismo. Lo cierto es que dichos discursos han calado en la juventud. El relato racista, negacionista, xenófobo y sexista se impone, cambiando –si cabe esta afirmación– el sentido común sobre el que se construye el mundo de la vida cotidiana, en el cual los peligros se ubican en la izquierda anticapitalista que atenta contra los valores de Occidente, ataca a la familia y la religión católica, judeo cristiana. Tras de sí, ellos se presentan como salvadores.
Recientemente ha surgido el debate sobre el movimiento tradwife, cuyo centro se ubica en los Estados Unidos, en el cual las mujeres hacen las tareas domésticas o cocinan para agradar a sus maridos. Por otro lado, muchos de los influencers se declaran abiertamente contra el pago de impuestos, críticos con las políticas públicas de carácter social y lanzan diatribas contra el Estado del bienestar. Lo dicho, aderezado con un discurso de odio y una oda al individualismo. El ejemplo es la elección en España de Alvise Pérez, un neofascista confeso, como eurodiputado. Su mérito es tener más de un millón de seguidores en Instagram. «Se acabó la fiesta», nombre de su organización, logró tres eurodiputados. Por primera vez alguien sin ninguna presencia en los medios de comunicación tradicionales y el debate político entra en el Europarlamento.
Elon Musk ha facilitado sus redes y ha puesto a su servicio los algoritmos necesarios para que la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) de Edmundo González y María Corina Machado hicieran campaña. También sus hackers y su tecnología han entrado en acción. El mismo que apoya a Donald Trump. Pero no nos engañemos, las grandes tecnológicas de la IA prestan su apoyo a la derecha latinoamericana. Bill Gate, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg no son precisamente militantes de la izquierda anticapitalista. El control de las emociones, los gustos, los deseos y sentimientos se ha transformado en un activo político. La derecha lo sabe y está ganando la batalla.
¿Es posible que gobiernos de izquierda en América latina puedan desarrollar sus proyectos o están destinados a sufrir bloqueos, sanciones y golpes de Estados?
Esa respuesta la tienen que dar las burguesías nacionales –si las hubiese–, las plutocracias del continente y el imperialismo estadounidense. Si queremos agregar algún otro actor que los aglutine, es el complejo militar-industrial, tecnológico y financiero.
Por el momento la Historia nos demuestra que las derechas no son democráticas, salvo cuando ganan las elecciones. Pero eso es parte de la lucha de clases. Lo que sí no se puede hacer es renunciar a los principios con tal de ganar gobiernos. La dignidad y los valores hay que mantenerlos, de lo contrario estamos destinados al fracaso.
La tarea no es fácil, ahí está el reto. La defensa de los procesos emancipadores, antiimperialistas, democráticos y socialistas se construye con organización, valores, conciencia y entrega. Los ejemplos no faltan: Cuba, hoy Venezuela. Y los grandes líderes son ejemplos a seguir: Lázaro Cárdenas, Fidel Castro, Jacobo Árbenz, Juan Bosch, Salvador Allende, entre otros muchos, nos señalan por dónde debemos ir. Pero como dijo en una ocasión Mario Benedetti: a las derechas le gustan las revoluciones fracasadas y derrotadas, no las que triunfan. Pensar para ganar, ese es el deber de la izquierda no solo resistir.
- Entrevistado por Nahir González
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