Por: Yizbeleni Gallardo
América Latina atraviesa el que pudiese ser el proceso de cambio más determinante en su historia moderna, la confrontación ideológica y política está en su punto más álgido y de manera irónica, pareciera que como en Europa y Medio Oriente, en el continente, también se está gestando un choque.
Mientras que de manera paradigmática surge de la mano del Papa Francisco la iniciativa de integrar y hermanar a los pueblos latinoamericanos, los países claves para dicha integración enfrentan conflictos que pudieran llevar a su desintegración regional y desestabilización interna.
Brasil afronta una recesión económica derivada (entre otras cosas) de la variación de los precios del petróleo que, aunado a un escándalo de corrupción manipulado irresponsablemente por los líderes de la oposición y los medios de comunicación, representa una de las crisis más importantes en su historia.
Argentina ha sido víctima de embates económicos (claramente dirigidos) con toda la intención de desestabilizar a la nación; Chile hace algunos meses enfrentó un escándalo de corrupción de tal envergadura que la presidentaMichelle Bachelet tuvo que renovar todo su gabinete y procesar a algunos miembros del mismo; México, aunado al problema de inseguridad también ha sido golpeado fuertemente, el presidente Enrique Peña Nieto vio desde el año pasado desquebrajado su ‘Mexican moment’ tras la crisis política que derivó de la desaparición de los jóvenes normalistas y el escándalo de corrupción vinculado a su esposa; Venezuela afronta una fuerte crisis económica y política que se suma a la crisis diplomática con Colombia; y finalmente, hace algunos días, fuimos testigos de la renuncia y detención de Otto Pérez Molina, quien fuera el presidente de Guatemala.
Pareciera que el tópico que se ha elegido para fragmentar nuestra región ha sido el tema de la corrupción, si bien ha sido un problema que históricamente ha golpeado fuertemente a Latinoamérica (casi siempre en complicidad con las grandes corporaciones del dinero que operan desde las economías centrales), ciertamente es una cuestión que aqueja a la mayoría de las naciones, incluso a esas que enarbolan la democracia con la intención de transgredir la soberanía de las demás.
El punto débil en común está siendo utilizado para desquebrajar a todo un continente. En contrasentido, el proceso de la integración está a la vista y ya se han logrado importantes avances; el MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC son los destellos de lo que la madurez de la región viene logrando.
Curiosamente el antídoto que varias fuerzas políticas han propuesto a la crisis que las naciones enfrentan es precisamente la desintegración de estos esfuerzos de hermanar a los pueblos y el planteamiento que han hecho es que los países salgan e incluso desaparecezcan dichas organizaciones aglutinantes.
La integración, a diferencia de la atomización, busca unir a los pueblos de manera pacífica y hacerlos artífices de su propio destino sin tutelajes e injerencias donde el más fuerte subordina al más débil, pretende sinergizar y respetar la cultura, el idioma, las tradiciones y los procesos sociales de cada uno de ellos, sin privar a ninguna nación del pleno ejercicio de su soberanía; pretende asumir una sana interdependencia.
El economista chileno Felipe Herrera, fundador y primer presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ya en los años 60 vislumbraba como antídoto a la realidad global que hoy enfrentamos poner en marcha un proceso de integración: “En el mundo de hoy, en que está constituyéndose un nuevo sistema internacional, en que las relaciones serán entre supernaciones, si América Latina quiere preservar su identidad cultural como una región diferenciada, dotada de sentido político propio, tendrá que integrarse. De esta manera, la integración es la alternativa de hoy para que América Latina pueda seguir manteniendo mañana su propia imagen; para que esa imagen se proyecte con dignidad y con sentido de futuro hacia otras comunidades del mundo”.
El rotundo fracaso que significó la fallida ‘Primavera Árabe’ debería, tras la desestabilización y fragmentación de los respectivos regímenes de gobierno en cada uno de los países que protagonizaron dicha desintegración, ilustrarnos respecto a lo que la atomización puede provocar en nuestra región.
En el Medio Oriente en los países que solían tener el mayor índice de desarrollo hoy lamentablemente sus habitantes se mueren de hambre. Poco menos se podría esperar si una lamentable reacción desestabilizadora infectara a nuestra América Latina.
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