Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Desfachatez, es la actitud de obrar o hablar con excesiva desvergüenza y falta de comedimiento o de respeto…. o también el dicho o hecho descarado e insolente…”. El termino puede asociarse a cinismo, falta de vergüenza, pérdida del sentido, son muchas las opciones para referir una situación que por absurda no logra ser contenida en una sola palabra. Desfachatez es lo que hay en las exposiciones públicas del gobierno, a través de su equipo diplomático y sus vocerías mediáticas, llamando a otro gobierno a respetar la protesta y garantizar la libre expresión aduciendo que estas son legítimas y deben ser permitidas y toda acción de estado por controlarlas debe ser rechazada.
Para la sociedad colombiana, la de mayorías, que se representa en el 80% de población, que dejó de creer en la voz legitima del gobierno, que mira con recelo sus actuaciones, que perdió la confianza en las instituciones cooptadas por el poder y que sobrevive entre la precariedad y la carencia de bienes materiales, resulta absurda y provocadora la insensatez anunciada, porque es como si se tratara de la llegada de marcianos que aterrizaron de repente en un lugar y sin saber lo que ocurre allí envían un mensaje ininteligible, mentalmente indescifrable, pero del que fácilmente se reconoce una intención ideológica, un libreto trazado para contribuir a desestabilizar aquello que no controlan.
Colombia es hoy el país más cuestionado del mundo por las actuaciones de menosprecio, fuerza y descalificación contra de la protesta social y el reclamo por derechos humanos. No importaría si las lecciones que el gobierno (o los marcianos) quieren dar sean de moral o éticas o de validez de la protesta y garantías a derechos humanos o si están revestidas de humanitario, solidario, fraternal o democrático, en cualquier caso son exabruptos, absurdos. Tampoco importaría si se acompañan de invitaciones a la legalidad o si fueran saludos amistosos dirigidos por ejemplo al rey de Tailandia por haber pasado su cuarentena con su harem en Alemania, mientras su pueblo moría, o por tener la costumbre de hacer arrodillar a su sequito en cualquier lugar o por tener en prisión domiciliaria a su hijo o porque haya nombrado como su primer comandante a un perro. O en cambio fueran dirigidas a gobernantes como los de Filipinas, Israel o Camboya que para responder a sus crisis han restringido con máximas medidas autoritarias la libertad de expresión, obstruido los medios independientes y castigado a activistas o se hayan ofrecido a matar delincuentes y movilizados en su contra.
La desfachatez del vehemente llamado oficial a otro gobierno conminándolo a respetar la protesta y atender a los manifestantes representa una clara intromisión en la soberanía y autodeterminación de los pueblos. Pero además el gobierno colombiano es el menos creíble para ofrecer lecciones de moral, legalidad, democracia o buenas prácticas de respeto a derecho alguno sea humano o fundamental. Preocupa no el doble racero porque ese tema es una parte constitutiva de la doctrina de intervención de las ultraderechas de cualquier lugar, si no el atrevimiento para hacer creer que aquí no pasa nada, todo es calma, entendimiento y convivencia pacífica, al tiempo que las víctimas, causadas al amparo o comisión del estado, no terminan su delo y ya se preparan para recibir la nueva oleada de barbarie porque el paro sigue y el gobierno vuelve a arremeter con políticas injustas y desafiantes, cuando su deber es darle curso express, de urgencia, sin vacilación al juicio y castigo a los responsables que hicieron uso de las herramientas del estado para acabar la vida, sueños y tejido humano de sus jóvenes que movilizados reclaman mínimos vitales, pero reciben odio, mutilación y muerte.
No puede haber jubilo inmortal, ni patente de palabra y acción para proferir lecciones morales y contribuir a la confusión, ni a hacer como que aquí no ha pasado nada, a beneficio de más violencia e impunidad. El mundo a través de sus organizaciones y organismos más legítimos en materia de derechos humanos, (ONU, CIDH, Human Rigths, UE, decenas de ONG y otros) le han señalado al gobierno de Colombia la gravedad de las arbitrariedades, delitos y maneras inhumanas de tratar la vida de quienes protestan y reclaman garantías para vivir libres del temor, la miseria y la tiranía. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en su informe trimestral de marzo 27 de junio 25 de 2021, ratifica el gran malestar social y la violencia asociada con resultados inconcebibles como la muerte 56 muertes, 54 de civiles y 2 de agentes de policía y cientos de personas heridas (otros muestran cifras de 73 muertes), para lo cual la ONU hizo varios llamados al gobierno a respetar los derechos humanos y el derecho a la protesta pacífica, así como a reducir la violencia y dialogar para buscar solución a la crisis y nada de esas recomendaciones se tuvo en cuenta, el gobierno justifica, omite, silencia. En las violencias desatadas en el marco del paro, esos mismos organismos responsabilizan al gobierno de excesos de fuerza de sus agentes y de hechos de barbarie, que son constitutivos de delitos internacionales por la intencionalidad, sistematicidad y patrones de conducta común.
Durante los 60 días iniciales de protestas pacificas contra el gobierno por sus políticas sociales y económicas, que afectan múltiples ámbitos de la vida, la salud, la educación y el bienestar general de la población, tampoco hubo tregua al genocidio en curso contra sectores sociales específicos y la ruta de asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos humanos y excombatientes siguió. Las lecciones de moral o legalidad son ofensas para las víctimas, familias y sociedad que no da crédito a cientos de desapariciones forzadas durante el tiempo del paro, a violaciones y vejámenes sexuales por decenas y a su lado el rebrote de escándalos de corrupción y alianzas entre paramilitarismo, narcotráfico y poder político que revelan datos de militares imputados por la JEP por ejecuciones extrajudiciales, sicarios de altísima formación militar (a cargo del erario) comprometidos con el asesinato del presidente de Haití. Todo eso ocurre en Colombia y los marcianos no lo saben, de ahí que sea vergonzoso para la inteligencia humana y para la gente con sentido de humanidad del mundo entero, escuchar que quien está de primero en el ranking de violaciones a derechos e irrespeto a la protesta, pretenda condenar y dar lecciones sobre cómo se debe respetar la vida y los derechos en otro país, por otro gobierno, no importa el que sea, el del rey o el del mendigo y de su lado estén las gentes que con camisas blancas reeditan y cantan las canciones de sangre y horror que cantaban las camisas negras mientras fusilaban a sus adversarios y hacían creer que había que defenderse y cazar enemigos comunistas que imaginaban obsesivamente en todo lado y llamaban a cazarlos para hacerlos trizas y convertir su grasa en jabón. Todo eso es desfachatez…. tristeza al fin y al cabo por la miseria humana que degrada las élites arrogantes de siempre, absurdas y carentes de sentido de realidad.
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