Por: Paco Gómez Nadal
El triunfo de Iván Duque en las elecciones presidenciales colombianas con el 53,9% de los votos augura una derechización de la política exterior del país.
Histórico pero no suficiente. El candidato presidencial en Colombia de la izquierda, el ecologismo, las organizaciones étnicas y los defensores y defensoras de derechos Humanos, Gustavo Petro, logró un resultado histórico (8 millones de votos), pero no fue suficiente para evitar la victoria de Iván Duque, el hombre ungido por el ex presidente Álvaro Uribe y apoyado por toda la élite política y económica del país.
Este domingo, en las elecciones más tensas que se recuerden en el país de las alternancias entre gobernantes de las élites, se elegía entre el regreso del uribismo -y de todo lo que significa- y un proyecto que, denominado como Colombia Humana y sin maquinaria política tradicional detrás, logró hacer soñar a millones de colombianos con el triunfo.
El resultado de Petro es histórico porque Juan Manuel Santos accedió a su segundo mandato con menos apoyo
Al final, con el 99,87% de los votos escrutados, apenas dos horas después del cierre de los centros de votación, Iván Duque, del partido Centro Democrático, lograba el 53,97% de los votos (10,3 millones de votos) frente al 41,81% (8 millones) logrado por Gustavo Petro, de Colombia Humana.
La primera reacción de uno de los políticos tradicionales que apoyaba a Duque al conocer el resultado, el ex alcalde de Bogotá, Jaime Castro, fue: “Este resultado demuestra que Colombia es tierra estéril para el comunismo”. Lo dijo orgulloso y sus palabras resumen la campaña de miedo que impulsó el Centro Democrático y que se explica por el profundo sentimiento en contra de la izquierda instalado en Colombia, como en buena parte de América Latina, desde los años setenta. Y Petro, para la derecha colombiana, no es más que eso: un comunista.
De nada le sirvió al candidato alterno suavizar su discurso, ni aclarar mil veces que un gobierno presidido por él no expropiaría tierras ni copiaría fórmulas venezolanas. El miedo a lo que aquí se ha denominado como “castrochavismo” y la defensa de los privilegios de los sectores económicos tradicionales logró que en torno a Duque se unieran en la segunda vuelta de estas elecciones (la primer se celebró el 27 de mayo) los partidos que apoyaron al actual presidente Juan Manuel Santos, todos los gremios económicos, las iglesias cristianas (se calcula que sus dos partidos mueven cerca de 1,5 millones de votos) y una serie de personajes de dudoso pelaje, incluido el que fuera el jefe de los sicarios de Pablo Escobar, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’.
Petro logró el apoyo de la mayoría de movimientos de base y de algunos políticos que juegan en los límites de lo establecido: Claudia López y el ex alcalde de Bogotá Antanas Mokus. Pero no consiguió que Sergio Fajardo, el autodenominado político de centro que fue alcalde de Medellín, o Humberto de La Calle, candidato liberal y jefe negociador por parte del Gobierno del acuerdo de paz con las FARC, se sumaran a Colombia Humana y el discurso de estos últimos promoviendo el voto en blanco le ha hecho mucho daño.
Petro a cambio logró el apoyo internacional de personajes como Chomsky, Piketti, Negri o Žižek. Anoche, el candidato de la izquierda aseguraba que todos esos apoyos llegaron porque “América Latina, el mundo, tenía esperanza en que el cambio, el milagro, se produjera en Colombia”.
El resultado de Petro es histórico porque Juan Manuel Santos accedió a su segundo mandato con menos apoyo (7,8 millones de votos) y porque los dos candidatos alternos que han retado a las élites tradicionales en Colombia se quedaron muy lejos de este resultado (el propio Mokus, en 2010, se quedó con 3,6 millones, y Carlos Gaviria, en 2006, sólo sumó 2,6 millones). Nunca la izquierda había llegado tan lejos en un país que tiene el récord de asesinato de sindicalistas, defensoras y defensores de derechos humanos, o líderes y lideresas ambientales.
Duque es un furibundo enemigo del gobierno de Venezuela, de Unasur y de todo lo que queda del ciclo de gobiernos progresistas de América Latina
Los 12 puntos de diferencia (2,3 millones de votos) entre Duque y Petro tienen muchas explicaciones, pero también una territorial. Colombia es un país donde, desde su independencia, hace 208 años, los poderes locales instalados desde la Colonia española han marcado, dinamitado o determinado el rumbo del país. Esta vez no ha sido diferente. Petro ganó en Bogotá, pero la capital no manda. El poder del uribismo en la rica Antioquía y en el Eje Cafetero, zona de colonización antioqueña, ha sido determinante. Allí las diferencias en la votación han sido de 50 puntos. Mientras, regiones con alto porcentaje de población afro o indígena y empobrecidas se han decantado por Petro. El candidato de la izquierda también ha ganado en el Valle del Cauca y en dos departamentos caribeños.
¿Y AHORA?
El triunfo de Duque puede tener consecuencias drásticas en los destinos del país. No tanto en el modelo económico, tan neoliberal y extractivista como el del saliente Juan Manuel Santos, sino en el clima político, los procesos de paz y las relaciones internacionales.
Duque es un furibundo enemigo del gobierno de Venezuela, de Unasur y de todo lo que queda del ciclo de gobiernos progresistas de América Latina. Santos, también; pero la política del actual Gobierno ha rehuido las confrontaciones. Si Duque cumple sus amenazas y retoma la agresividad de su padrino político, Álvaro Uribe Vélez, la tensión geopolítica en la región aumentará.
Y este hecho tiene mucho que ver, además, con los procesos de construcción de paz que se intentan impulsar en el país. El partido de Duque, con Uribe como líder indiscutible, ha sido la principal piedra en el zapato del acuerdo que el Gobierno firmó con la guerrilla de las FARC en noviembre de 2016 y en campaña ya ha avisado que hay mucho que revisar. Es decir: que los ya “peluqueados” acuerdos sufrirán una revisión a la baja que consolide la sensación de victoria de las Fuerzas Militares de Colombia. Tampoco se ve claro el futuro para las nuevas instituciones nacidas del acuerdo con las FARC: la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
En esa misma línea, Duque ha anunciado que no tienen intención de seguir con la Mesa de Diálogos entre el Gobierno y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) que en este momento opera en La Habana. El ya presidente repitió hasta el último día de campaña que lo único que ofrece al ELN es desarme, desmovilización y algunas ayudas para la reinserción.
El regreso del uribismo trae en la mochila cuentas pendientes, al haberse sentido traicionado por Juan Manuel Santos (que ya fue el elegido de Uribe en 2010), y necesidades urgentes, como blindarse ante los numerosos procesos judiciales abiertos por corrupción o por graves violaciones de derechos humanos a muchos de sus principales representantes.
De momento, el 20 de julio, día en que se instala el nuevo Congreso de la República, se despejará la duda de si Álvaro Uribe será su nuevo presidente, y de aquí al 7 de agosto, cuando tome posesión el Gobierno de Duque, se tendrán muchos más elementos para anticipar sus derroteros.
En las filas de Colombia Humana este domingo por la noche la palabra que más se repetía era: “Resistencia”. Gustavo Petro, dirigiéndose a sus seguidores en un tono de vencedor, anunció que va a ser oposición y que “los 8 millones de colombianas y colombianos que han apoyado a Colombia Humana no van a permitir que nos devuelvan a la guerra”. Lamentó Petro que “haya pobres que sigan prefiriendo recibir dinero el día de las elecciones a cambiar las injusticias del país”. Gustavo Petro terminó asegurando que “la clase política tradicional de Colombia ha muerto esta noche”. El inmenso capital político acumulado en estas elecciones va a ser aprovechado. El siguiente escenario es el de las elecciones regionales y locales de 2019.
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