…. el santanderismo es una metodología para preservar el poder y reproducir el régimen de acumulación económica en cada ciclo histórico a partir de un artificio o embrujo ideológico en el que se logra articular el recurso a la formalidad legal como reformismo institucional y el recurso al terror.
Decimos artificio porque en cualquier juego democrático del mundo sería incompatible la legalidad y el reformismo institucional con el terror. En Colombia por el contrario a pesar del uso intensivo y autoritario del terror como garante de la reproducción del poder y la acumulación capitalista, la legalidad conserva su lugar, el reformismo institucional se utiliza ante situaciones de desborde político -por aumento de la movilización popular- o ante situaciones de grietas en las fracciones de poder.
El terrorismo de Estado se utiliza para disciplinar, silenciar y exterminar, pero fundamentalmente para crear las condiciones y relaciones que el ciclo de acumulación particular exige, como tal es una metodología para reproducir formas de acumulación originaria, o acumulación a partir del robo y el saqueo, leamos esta crónica que ejemplifica suficientemente:
“… El Brigadier General Pauxelino Latorre condujo a un anciano agricultor a través de un laberinto de pasillos de concreto, pasando por una serie de rústicas habitaciones con vista a las plantaciones de banano y adentrándose en los cuarteles del ejército colombiano de la Brigada XVII en Carepa, localidad del noroeste de Colombia. Los soldados saludaban forzadamente en cuanto el general pasaba. El agricultor ‐ Enrique Petro ‐ pobre, con más de 60 años, arrastraba los pies pocos pasos atrás, tratando de evitar el contacto visual.
Comprensiblemente, Petro estaba ansioso. En repetidas ocasiones investigaciones penales han vinculado a la XVII Brigada con los grupos paramilitares ilegales que han asesinado brutalmente a miles, incluyendo el hermano de Petro y su hijo adolescente. Como se internaba más en los cuarteles, Petro tenía un sentimiento de aprensión. Latorre abrió una puerta en un edificio en la parte trasera de la base militar, donde Javier Daza, entonces Gerente de URAPALMA, estaba esperando. En el encuentro, Daza y el general llevaron la mayor parte de la conversación.
Era agosto de 2004. Unos días antes, Petro había denunciado ante el general que URAPALMA estaba sembrando palma de aceite en la tierra que los paramilitares le habían robado en 1997, en el cercano departamento del Chocó. En respuesta, el general había sugerido una reunión en la base militar, y Petro, suponiendo que tenía poco que perder, había aceptado. Al final del breve encuentro, dice Petro, Daza y Latorre lo intimidaron para legalizar la usurpación de sus tierras. Con la firma de Latorre en el contrato, en calidad de testigo, Petro perdió el 85 por ciento de su finca de 370 acres para que, casi cinco años después, todavía no haya recibido el magro pago estipulado.[2]…”
Lo anterior es el relato de un campesino de los 4,9 millones que han sido expulsados violentamente mientras sus tierras pasan a ser concentradas y usufructuadas por agro-empresarios de la palma africana, el saqueo violento es la base de la expansión del nuevo modelo agroindustrial y minero que impulsan las trasnacionales junto a la oligarquía colombiana. Es un relato al que faltaría agregarle el de los 250.000 desaparecidos de los últimos 20 años, el de los 300.000 asesinatos políticos, el de los campesinos a quienes les fueron usurpadas más de 10 millones de hectáreas.[3]
El terrorismo de estado antes que un problema político en la sociedad colombiana, es un problema militar y como tal su desvertebramiento exige la resistencia política y social, pero obligadamente exige el recurso a un dispositivo militar como es la insurgencia.
El anterior planteamiento cobra lógica y sentido si comprendemos que el terrorismo de estado es el cierre de la política y por lo tanto es equivocada la ilusión de su resquebrajamiento desde la política y la oposición democrática, no puede oponérsele lo que en esencia y práctica niega.
El reformismo institucional crea esperanzas para la disputa política en los escenarios municipales, pero el terrorismo de estado contiene y elimina cualquier debate o actores que incursionen en lo local con posturas sustantivas frente a la transformación estructural de la sociedad colombiana, el reformismo institucional desmoviliza y divide el campo popular, el terrorismo de estado no da tregua en su tarea de aniquilación, ambos recursos son parte de una misma metodología: El santanderismo.
El terrorismo de estado extermina actores que en su curso de acción comiencen a acumular poder desde la disputa democrática y se transforman en fuerzas con opciones de copar el régimen político en su totalidad. No permite, ni formas de poder paralelo (Marquetalia-retaguardias guerrilleras), ni formas de poder cuyo escenario es el régimen y la estrategia democrática de acceso al poder (UP), el terrorismo de estado no se suicida, preserva y cuida hasta el más mínimo milímetro del poder real.
Así mismo el terrorismo de estado no puede ser leído como una institución, debe ser caracterizado y comprendido como una metodología y una metalidad. Como metodología es dinámico, se sitúa y configura específicamente en cada ciclo histórico, aparece y desaparece según las exigencias de cada ciclo, articula y desarticula actores operativos de acuerdo a cada contexto y momento. Hay ciclos en que opera sembrando terror desde sus fuerzas armadas, en otros desde escuadrones privados –paramilitares-, en otros los combina, pero nunca deja de disparar, ni siquiera en los ciclos de reformismo institucional donde se pregona con fuerza la “paz”.
Su único límite es no resquebrajar la apariencia institucional de democracia, si esto comienza a ocurrir, se transfigura de modo, sujeto y lugar (Ejemplo ciclo de Turbay–Terror ejercido por el ejército a Belisario-Terror ejercido por paramilitarismo), pero continúa eficazmente su tarea de expulsión y exterminio.
Como mentalidad, el terrorismo de estado desprecia profundamente cualquier forma democrática, pues la existencia de la democracia supone su muerte. La existencia de formas democráticas develaría la forma oprobiosa y criminal como se ha reproducido el capital en Colombia.
La democracia supone la existencia de un mínimo político como es la garantía de los derechos civiles y políticos, a su vez, la existencia de derechos civiles y políticos supone un ambiente en el que el movimiento popular puede reconstituirse y asumir alternativamente el desplazamiento de la élite de poder. En Colombia, la oligarquía bloqueará compulsivamente cualquier forma de democracia, pues significa su suicidio como clase.
El terrorismo de estado como metodología del poder, es consustancial a la particular forma de acumulación del capital en Colombia, la cual ha tenido como lógica constitutiva la acumulación originaria, esto es la apelación sistemática al saqueo, el robo, el asesinato y la expulsión violenta de la población rural para garantizar la reorganización del capital en cada ciclo de crisis y buscar la pervivencia de la acumulación capitalista.
Si las formas de acumulación no fuesen salvajes y violentas, no tendría sentido la pervivencia del terrorismo de estado, el recurso al reformismo institucional de cambiar para que todo siga igual, bastaría para garantizar el poder de las élites.
La convergencia entre la acumulación capitalista y su obligado recurso al terrorismo de estado supone una realidad en la que no se pueden resolver las tareas de los derechos civiles y políticos sin abordar el problema de los derechos económicos y sociales junto con el modelo de acumulación de las élites.
En la realidad Colombiana se da una profunda conexión entre el crimen político, el saqueo y el desplazamiento con las formas del modelo económico, así el paramilitarismo no es el mercenarismo contrainsurgente caracterizado por algunas investigadoras Colombianas, pues su objeto central, el producto central de su tarea no es la contención o combate a la insurgencia
Pero sí es tarea del paramilitarismo el aniquilamiento físico de líderes del movimiento social y político que amenazan al régimen con la movilización y denuncia, sí es su tarea acometer el robo y saqueo en el campo para luego reconcentrar la tierra y favorecer la expulsión campesina, para garantizar la industrialización urbana en la mitad de siglo XX y la vía de desnacionalización industrial neoliberal en las ciudades y agroindustrial sanguinaria para el campo acometida desde 1990, o para garantizar la emergencia y consolidación de la neoburguesía mafiosa presente en el agrocultivo de la coca, la amapola y en el circuito financiero nacional y global.
¿Pero cómo se sostienen las formas de terrorismo de estado en un mundo globalizado, donde supuestamente los sensibles ojos del sistema mundial de los derechos humanos observan?, como se mantiene si teóricamente las formas democráticas son hoy defendidas por las burguesías europeas y norteamericanas?
Obviamente, se mantiene ante el silencio tímido de los gobiernos de izquierda latinoamericanos y la postura de doble rasero de las burguesías del mundo, las cuales pregonan democracia y derechos humanos para sus ciudadanos e imponen la muerte y el exterminio en sus colonias o neocolonias. Pero fuera de esto existen otros dispositivos que han hecho del terrorismo de estado un mecanismo capaz de autoreproducirse, veamos cuales son:
– La transformación de los más media en aparatos y dispositivos de guerra sicológica trabaja por aniquilar la legitimidad y justeza de los actores alternativos en resistencia, legitima y silencia el exterminio.
– Expansión del consumo como esfera de control ideológico, los jóvenes concurren a las catedrales del consumo, discuten sobre historia y presente de las marcas, no se habla del país y sus dolores, realmente viven en un país virtual, como Neo, en Matrix, era una batería incrustada en una celda para darle energía al sistema, pero él virtualmente vivía en un mundo en el que creía ser un prestigioso programador de sistemas.
El consumo agrupa alienadamente, los masmedia estigmatizan, ilegitiman, desmoralizan, cierran espacio a voces disidentes, premian y amplifican las convergentes con los intereses de la élite. Mientras, el terrorismo de estado vigila, castiga y trabaja ilusamente por lograr la paz romana, por cerrar el ciclo de la resistencia popular desde la fuerza. Pero a pesar de los ríos de muerte, la resistencia, existe y persiste señalando el camino hacia la Nueva Colombia.
[1] Mano Chau ilustra muy bien las características del terrorismo de estado Colombiano en su canción señor matanza: “Él dice quien vivirá y quien morirá, el señor matanza..” http://www.youtube.com/watch?v=hp5epzMM3QM
[2] http://www.verdadabierta.com/paraeconomia/1969-el-lado-oscuro-del-plan-colombia
[3] Ve datos del exterminio en www.cinep.org
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