Que nos invadan los ecuatorianos, tal vez así volvamos a tener de tierno maíz el corazón que perdimos.
Que nos invadan los cubanos, para que nuestros niños se eduquen gratuitamente y no mueran en las puertas de los hospitales privados.
Que venga lo mejor de nuestra América, que venga un contingente de garotas brasileñas que nos hagan el amor hasta perder la leve fuerza que se necesita para apretar un gatillo.
Sería lo mejor para Colombia una invasión brasileña a gran escala. De pronto así, algún día, ganemos un mundial de fútbol.
Necesitamos urgentemente una invasión venezolana, para volver a decir las cosas con claridad, con franqueza, sin santanderismos, con elocuencia boliviariana.
Se requiere con urgencia una invasión boliviana, que nos quite esa vergüenza de ser indios; esa vergüenza, que nos condena eternamente al peor de los subdesarrollos.
Reclamo con ansias la invasión de tropas de piqueteros argentinos, de madres y abuelas de Plaza de Mayo, que nos cuenten historias donde podamos reconocer nuestras propias historias.
Que vengan tropas españolas y chilenas a contarnos cómo se pudre el corazón de una patria fascista.
Que vengan los uruguayos con sus mates amargos a contarnos la milonga dulzona y triste de sus desaparecidos.
Que vengan todos los hermanos del mundo a esta tierra olvidada a hacernos entender que nuestro país no es el mejor país del mundo, porque es una patria injusta, que Colombia es pasión…, y muerte.
Ojalá nos invada la butacada festiva que acabe con nuestro luto, que acabe con este silencio que aturde.
Estamos solos, a la derecha del mapa. Sólo nos acompaña nuestro buen amigo, el que invadió el país de las mil y una noches.
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