Por: Fernando Dorado
Diversos hechos nos llevan a plantear que se empieza a vivir un nuevo momento político en Colombia. En este escrito se identifican esas circunstancias con el objetivo de contribuir a liberar una serie de cargas (limitantes) que corresponden al período anterior (2012-2020) en donde el “eje” de la política nacional giró alrededor del llamado proceso de paz (paz formal o “paz perrata” como la definimos desde 2013). Petro la llama “paz pequeña”.
Trataremos de demostrar que hemos entrado en ese nuevo momento. Para hacerlo debemos comprender que la contradicción Uribe/Santos (guerra/paz) está básicamente resuelta (desarme de las Farc) y que el factor principal para avanzar hacia la verdadera paz o “paz grande” es el cambio de modelo económico-productivo para poder desencadenar y sustentar las transformaciones sociales, políticas y culturales que están en marcha.
Al precisarlo podremos ver –con absoluta claridad– que en las nuevas circunstancias el llamado “centro” (o sea, el “ni-ni”, la indefinición política o la “forma sin contenido”), no tiene nada que hacer frente a los urgentes problemas que exigen soluciones efectivas. Además, afirmamos que ahora no sólo se trata de generar una “esperanza” sino de lograr cambios consistentes, certeros y efectivos. Las “medias tintas” son cosa del pasado.
Factores que determinan ese nuevo momento (síntesis)
Entre los elementos que hemos identificado como determinantes para generar ese “nuevo momento” están los siguientes:
– Hizo crisis el modelo económico-productivo dependiente de la exportación de materias primas. Colombia entró en la fase de transición energética que exige sustituir los combustibles fósiles con energías limpias y renovables. Las empresas carboneras abandonan el país, la industria del petróleo está de capa caída y la gente rechaza los proyectos extractivos que destruyen la naturaleza (¡No queremos oro, queremos agua!). Además, los pequeños y medianos productores de materias primas (cafeteros, paneleros, ganaderos, paperos, fruticultores, cacaoteros, etc.) requieren industrializar sus procesos productivos para enfrentar la nueva fase de globalización que vive el planeta.
– El Estado colombiano está insolvente, fiscalmente quebrado, sobre endeudado, y la pandemia agudizó esa situación. El gobierno de Duque está obligado por el gran capital a apretarle las clavijas a las clases medias y al pueblo trabajador. Las reformas tributaria, laboral y pensional son más que necesarias para “cuadrar caja”. Van a gravar toda la canasta familiar con el IVA, reducir el salario mínimo y aprobar el pago de trabajo por horas. Todo ello tendrá costos políticos enormes que traerán protestas y movilizaciones populares, que van a tratar de mitigar con propuestas populistas.
– El bloque de poder oligárquico está debilitado y fracturado en el terreno político. Su principal problema es que depende de un dirigente tóxico como Uribe y “los de arriba” no saben ni tienen las formas de reemplazarlo en lo inmediato. Es evidente que ante el avance de las fuerzas democráticas y progresistas, los grandes “cacaos” (Sarmiento Angulo, Santodomingo, Ardila Lulle, Gilinsky, GEA) se han asustado y han reculado nuevamente hacia el uribismo. La falsa “paz” ya les sirvió y el negocio (ilegal) debe continuar.
– Las clases medias empiezan a girar hacia el progresismo. La actitud de las famosas actrices como Margarita Rosa de Francisco y Aura Cristina Geithner, y de los jóvenes artistas que encabezaron la rebelión juvenil del 21N, son una manifestación de esa tendencia.
– La pandemia ayudó a desnudar todas las miserias de este país. Se ha hecho visible la escandalosa desigualdad económica y social; ha quedado expuesta la inmensa informalidad económica y laboral; el desempleo camuflado ha mostrado su cruel y mísero rostro; las consecuencias negativas de la mercantilización de la salud en manos de las EPS son palpadas y sufridas a diario por el grueso de la población; y otros problemas acumulados como la precariedad de la educación, la incapacidad del Estado para resolver las demandas sociales en servicios públicos y vivienda, etc., se convierten en motivo de protesta y movilización social.
– La dualidad de la Constitución de 1991 ya no da más. Lo social y el bien común buscan romper la esencia neoliberal de esa carta política.
– Todos los intentos del gobierno de Duque-Uribe por acabar con la Justicia Especial de Paz JEP y por sabotear el proceso de paz han fracasado.
– El nuevo marco internacional con la elección de Biden en EE.UU. es favorable para darle continuidad al proceso de paz, aunque no podemos hacernos ilusiones “pacifistas”.
– La crisis de los partidos políticos -de todos- está obligando a que surjan nuevas expresiones políticas. En lo inmediato están apareciendo nuevos tipos de coaliciones que van a reflejar con mayor nitidez los valores y posiciones políticas de las fuerzas comprometidas.
– Existen importantes evidencias de cómo las mujeres y los jóvenes serán determinantes para que ese “nuevo momento” se concrete en cambios sustanciales en la dinámica política de nuestro país.
La materialización del nuevo momento político
Un factor que es desencadenante y resultado de ese nuevo momento político es el caso jurídico que compromete al expresidente Uribe. La carga de la prueba de su criminalidad ha logrado trascender hacia la sociedad. Aunque la Fiscalía General lo exonere usando artificios legales y trapisondas jurídicas, el solo hecho de que haya renunciado al Senado para esquivar el juicio de la Corte Suprema de Justicia, se convierte en la confirmación de su culpa. El “tapen-tapen” ya no le sirve, el rey está desnudo y todo su proyecto político está en franca decadencia.
Otros hechos relacionados con el nuevo momento político son:
– Las castas dominantes son conscientes que al juntarse la pandemia con un gobierno tan incapaz como el de Duque, está a la vista la oportunidad para que las fuerzas progresistas y de izquierda accedan al gobierno. Es por esa razón que aparecen por doquier candidatos y candidatas que aspiran a representar los intereses del establecimiento oficial y están buscando alguien con “excelentes capacidades” para enfrentar a Gustavo Petro, que a pesar de las descalificaciones consideran un candidato con experiencia, formado y difícil de batir.
– El candidato preferido del “centro” -Sergio Fajardo- desnudó su “corporativismo” en favor del Grupo Empresarial Antioqueño GEA en el caso que destapó el actual alcalde de Medellín, Daniel Quintero, que compromete a las Empresas Públicas de Medellín EPM y el proyecto de Hidroituango. Así, se colocó del lado de los empresarios y contratistas corruptos y giró definitivamente hacia la derecha. Su uribismo vergonzante ha salido a relucir.
– El senador Jorge Enrique Robledo (Moir-Dignidad) se entregó -dentro de esa misma línea- a los intereses de los grandes grupos económicos del sector agropecuario (Asocaña, Augura, Fedepalma, AsoExport, etc.) con la consigna de la “defensa de la producción nacional”. Dicha posición la asume sin discutir para nada la lógica rentística y gran terrateniente de esa producción, sin cuestionar la forma como usan el Estado para favorecer sus monopolios depredadores de los recursos naturales y súper-explotadores de los trabajadores, y ocultando que han sido sectores que estuvieron comprometidos con la estrategia paramilitar de Uribe.
– La Alianza Verde se divide entre fajardistas, peñalosistas y progresistas, y sus “fundadores” intentan vender ese espacio político (que se convirtió en una agencia de venta de avales) a los herederos “semi-rebeldes” de César Gaviria dentro del partido liberal (Galán, Lara, Cristo, etc.).
– Los partidos tradicionales (liberales, conservadores, la U y Cambio Radical) están en descomposición y algunos de sus miembros más honestos o, menos corruptos, se acercan a la propuesta progresista.
– Las izquierdas y los movimientos sociales empiezan a entender que hay una oportunidad de quebrar el monopolio oligárquico a nivel presidencial (nacional), y evalúan nuevas formas de alianzas democráticas. Y en esa tarea van comprendiendo que la fórmula para hacerlo requiere de la más amplia apertura hacia las bases sociales y la derrota de prácticas burocráticas que de una u otra forma han hecho carrera dentro de sus organizaciones.
– Todo indica que mientras Gustavo Petro se vuelve un “atractor positivo” que impulsa un “pacto histórico”, Álvaro Uribe se ha convertido en un “atractor negativo”, en un “detractor de sí mismo” y en un representante del pasado.
Los escenarios posibles y la reacción del bloque dominante
Para las clases dominantes colombianas, y en especial, para la oligarquía que se bañó las manos con sangre a lo largo de las últimas 7 décadas (que fue casi toda), es impensable perder la presidencia de la república, dado que el régimen político de este país es fuertemente presidencialista y centralista. No pueden imaginar en ese cargo a un dirigente proveniente de las izquierdas, y menos, a una persona como Gustavo Petro que ha demostrado que es un luchador nato y de principios, y que militó en un movimiento guerrillero (M19) que tuvo -desde el primer momento- un alto sentido de realidad y de responsabilidad histórica.
Para esas castas oligárquicas el mejor escenario sería la repetición de lo ocurrido en 2018. Sin embargo, todo lo que estamos observando apunta a que no se va a repetir dicha situación. El progresismo y las izquierdas ya están construyendo una coalición más amplia que la de hace 3 años, mientras que el bloque dominante no tiene una figura descollante para encabezar su proyecto político (que es regresivo, o mejor, no tienen proyecto). Tampoco pueden repetir la fórmula de construir de afán un candidato improvisado y sin experiencia (“el que diga Uribe”) porque mostró su ineficacia. Germán Vargas Lleras, que es el cuadro más preparado de la oligarquía, quemó sus cartuchos en la pasada contienda y no es opción actual.
Es por ello que actualmente el bloque dominante está en la tarea de construir tres (3) alternativas políticas para unificarlas al final, y así, enfrentar al candidato del progresismo y de las izquierdas, que ellos saben que va a ser Gustavo Petro. Dichas alternativas son:
a) Una coalición “pura sangre” del uribismo con fuerzas del Centro Democrático, el partido conservador y algunas iglesias cristianas. Su principal candidata es Paloma Valencia, no descartan al hijo de Uribe (Tomás), pero todos saben que el escogido será su títere.
b) Una convergencia de figuras políticas (exalcaldes y exgobernadores) y clanes mafiosos (como el de los Char de la Costa Caribe), en donde aspiran a juntar a los sectores más descompuestos y politiqueros del partido liberal, Cambio Radical, La U, y “conservadores no uribistas”. Allí están Enrique Peñalosa, Dilian Francisca Toro y demás precandidatos.
c) El “centro”, encabezado por Fajardo que ahora está acompañado por algunos liberales “rebeldes” como los hermanos Galán, Juan Fernando Cristo, Humberto De la Calle, y aspiran a integrar a personajes como Alejandro Gaviria (exministro de Salud de Santos). Saben que el bloque de “centro” está mermado, que Fajardo está desgastado, Robledo ya no encabeza al Polo y los Verdes están divididos, pero están seguros que su “anti-petrismo” los convierte en aliados.
No podemos descartar que en la eventualidad que la candidatura de Gustavo Petro logre “conectar” con el grueso del electorado rebelde pero abstencionista, y se convierta en una avalancha política indetenible, la oligarquía intente otras respuestas “extrainstitucionales”. Si ellos perciben que ni siquiera juntando estas tres alternativas van a poder derrotar al candidato progresista, es muy posible que recurran al magnicidio del líder de izquierda, o que traten de utilizar un estallido social para provocar un caos artificial, o que utilicen (como ya lo han hecho) al ELN, al gobierno venezolano y a los grupos armados ilegales, para desestabilizar al país e implementar un plan violento y autoritario (golpe de Estado). Todo es posible en este país y mucho más frente a la posibilidad (cada vez más creciente) que las clases dominantes colombianas puedan perder el poder político.
Conclusión
No ser consciente del nuevo momento político es el gran problema para los dirigentes populares que hacen parte del movimiento social o de los partidos políticos alternativos, progresistas o de izquierda. Si se es consciente de que estamos frente a la enorme posibilidad de derrotar por primera vez, en el terreno electoral, a una oligarquía tan reaccionaria y cerrada como la colombiana, entonces, todo se aclara y se facilita no solo la unidad sino que las tareas prácticas tendrán un cauce claro y preciso: acudir a las bases sociales para construir el “Pacto Histórico” con todas las fuerzas y personas que deseen ser parte de él
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