El concepto de “nunca más” ha pasado por una reescritura nada sutil en estos cinco años y pico que lleva gobernando el Frente Amplio, a instancias del hoy ex presidente Tabaré Vázquez. Su versión de la fórmula (o, mejor dicho, su subversión) completaba el “nunca más” con las frases “un hermano contra otro hermano” e “intolerancia y violencia entre los ciudadanos uruguayos”, con la intención de “avanzar en un terreno de reconciliación y de reencuentro”. En 2006, Vázquez fijó por decreto el 19 de junio como fecha para promover esa aspiración.
Su sucesor, José Mujica, terminó de adherir a esa visión el viernes 18 en su audición radial, al describir el “día del nunca más” como “un grito desesperado de comprometernos con la tolerancia, con la convivencia, con la coexistencia, dentro de las contradicciones inevitables que implica vivir en sociedad”. El sábado, por cadena de radio y televisión, sostuvo que el “nunca más” alude a “los años de violencia, de enfrentamientos, de muertes, […] de dolores inauditos […] en el cuerpo y en el alma de toda nuestra sociedad”.
Estas formulaciones se pretenden complementarias al Nunca Más histórico, referido al terrorismo de Estado y sostenido por el movimiento en defensa de los derechos humanos desde las postrimerías de la dictadura. En realidad, contradicen sus principios básicos. No es casual que quienes defienden estas variaciones sean los sectores políticos, dentro y fuera del oficialismo, reticentes a declarar nula la Ley de Caducidad o que, tras pronunciarse a favor de esa nulidad, poco hicieron por su consagración en el Parlamento o en el referéndum del pasado 25 de octubre.
Los que postulan este “nunca más” de mampostería dejan de lado algunos detalles:
* La “convivencia” es inviable sin una expresión de arrepentimiento de los victimarios hacia las víctimas. Pero quienes violaron los derechos humanos en la dictadura no pidieron perdón alguno, ni tampoco las Fuerzas Armadas. Para peor, esas instituciones estatales han amparado a los autores materiales e intelectuales de crímenes aberrantes con un muro de silencio que obstaculiza la acción de la Justicia. E incluso siguen educando jóvenes soldados en los antivalores del deshonor y la cobardía.
* El enfrentamiento desigual entre antiguas autoridades y tupamaros al que algunos insisten en calificar de “guerra” camufló la opresión impuesta por unos pocos miles de uniformados y civiles en comandita contra tres millones de uruguayos. Un ejemplo de este malentendido es la reciente devolución de una bandera del MLN por parte de la Fuerza Aérea a Mujica. Se trató de un guiño a la guerrilla que integró el actual presidente, no a la sociedad en su conjunto. Gestos como éste se multiplican con camaradería empalagosa hacia el hoy multitudinario partido conducido por los que en el pasado empuñaron las armas en pos de una revolución. En cambio, escasean los dirigidos hacia activistas políticos y sociales pacíficos y simples ciudadanos que sufrieron inermes la represión, quienes constituyeron la enorme mayoría de las víctimas de la dictadura.
* No puede haber verdad sin justicia, no puede haber justicia sin verdad y no puede haber “convivencia” sin verdad ni justicia. La subversión del “nunca más” ignora estos principios, resumidos con maestría en el procesamiento del dictador Gregorio Álvarez por el juez Luis Charles: “El escudo de silencio […] cede ante el derecho-deber a saber, el cual no pertenece a las personas individuales, ni siquiera a familias directamente afectadas, sino a la sociedad en su conjunto”. Es decir que la sociedad tiene el derecho a saber la verdad y la obligación de buscarla.
* Mientras rija la Ley de Caducidad, por más excepciones que disponga el Poder Ejecutivo, la Justicia estará maniatada e incapacitada de cumplir con su deber. Habrá un par de decenas de condenados, mientras centenares de delincuentes seguirán protegidos por la impunidad. La ley ya debería haber sido declarada nula. No a causa de las obligaciones que le imponen al país el derecho internacional y las instituciones que lo regulan, como dicen unos cuantos dirigentes, sino por dignidad y decencia.
Para que tenga andamiento el “nunca más” que promueven Vázquez, Mujica y sus no pocos seguidores, es preciso que se cumpla el Nunca Más, el que se escribe con mayúsculas y sin comillas. Su liderazgo podría alentar la declaración de nulidad de la ley caduca y el pedido de perdón de las Fuerzas Armadas al país. Debe conocerse la verdad, debe actuar la Justicia, debe haber un arrepentimiento sincero y público de los represores. De lo contrario, Uruguay seguirá sumergido en una mentira turbia, en una versión de su historia que responderá a meras reescrituras de sucesivos vencedores, redactada sin ninguna clemencia hacia los vencidos de siempre.
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