Por: Marco Antonio Nina Palli
En todo el mundo existe un consenso que la democracia es la mejor forma de gobierno y, como consecuencia, el rol fundamental de los partidos políticos, pero al mismo tiempo la realidad demuestra que existe una situación paradójica en las diferentes formas de sistemas democráticos y sistemas de partidos, donde la opinión publica se caracteriza por una amplia insatisfacción y desconfianza en los partidos políticos.
Estas insatisfacciones están relacionadas en cómo el votante percibe la necesidad y las funciones de los partidos. Por ejemplo, empíricamente podemos sostener que en un “sistema presidencialista” disminuye el papel de los partidos en el sostenimiento de los gobiernos, como también en la articulación de programas de gobierno y políticas públicas más amplias. En consecuencia, en un Gobierno Dividido el Congreso puede frustrar las políticas y ambiciones de un presidente, es decir, ante la opinión publica puede sostener que se está frenando las políticas autoritarias de un presidente; en contra partida, el presidente puede culpar al Congreso de su fracaso. Por otro lado, en el caso de un “sistema parlamentarista” los legisladores pueden representar los interés de sus bases electorales, pero también podrían representar intereses más concretos, especiales o particulares. Por lo tanto, los sentimientos negativos se dan tanto en democracias parlamentarias como presidenciales, entendiendo que los partidos desempeñan diferentes papeles y que están estructurados de diferentes formas.
Ahora bien, según los tipos de sistemas de partidos genera también diferentes criticas a los partidos. Por ejemplo, en sistema de partidos bipartidista puede presentarse criterios en la opinión publica en desacuerdo con la hegemonía de solo dos partidos y sin alternativa con posibilidades reales, es decir, el sentimiento de alienación o ser al mismo tiempo críticos con el propio partido y sus líderes. En el caso de un sistema pluralista, si bien existe una variedad de alternativas, los votantes terminan siendo funcionales y pierden el control sobre la elección de gobierno, que será determinada por negociaciones entre los partidos, es decir, una coalición representa una negociación poco ética, que no representa el mandato de los votantes.
Entonces, la critica a los partidos no refleja un rechazo a la democracia, si bien los partidos son necesarios, estos no cuentan con confiabilidad. Según informes de Latinobarómetro (https://www.latinobarometro.org/lat.jsp), en Latinoamérica instituciones como la Iglesia (63%), FFAA (44%) y Policía (35%) tienen mayores niveles de confiabilidad que del Gobierno (22%), Congreso (21%) y Partidos Políticos (13%). Estos niveles de confiabilidad son preocupantes, aún más, si tomamos en cuenta los periodos dictatoriales de golpes de estados que sufrió Latinoamérica.
Esta situación puede ser entendida -sin tomar en cuenta elementos de dimensión patriótica, comúnmente utilizado por la FFAA; símbolos de unidad, en relación a los discursos de la Iglesia; y los elementos que converge alrededor de la competencia política, sentimientos exacerbados por la competencia negativa, que termina en muchos casos en el cinismo– por las contradicciones inherentes que tienen los partidos políticos en su papel fundamental que tienen en los regímenes democráticos. Para visualizar estas contradicciones inherentes solo basta mencionar: la concepción sobre los partidos, que son todos iguales o que solo dividen al país; demanda de mayor unidad partidaria o criticas a la existencia de demasiada unanimidad; la responsabilidad de los partidos de defender interés de sus votantes, en cambio se defiende los intereses de otros sectores, son peyorativamente considerados como intereses particulares; y la corrupción, que es inevitable asociarla a la imagen de los partidos y los políticos producto de la incapacidad o los limitantes de un partido a la hora de controlar la inmensa cantidad de postulantes ante la cosa pública.
En Bolivia
Los insumos teóricos desarrollados con antelación nos proporcionan instrumentos para el abordaje de la realidad boliviana en relación a su sistema de partidos y sistema democrático. Bolivia se caracteriza por tener un sistema de gobierno presidencialista con rasgos parlamentarios, donde es evidente que el comportamiento de los partidos es relativo y cambiante de acuerdo a las condiciones coyunturales. Es decir, si tomamos en cuenta los elementos de consistencia electoral y criterios de relevancia desarrollados por Gianfranco Pasquino, Bolivia paso en los hechos de un sistema de partidos multipartidista a un sistema de partidos bipartidista desde el año 2005 hasta el año 2019, posteriormente en el año 2020 surge un “nuevo partido” (Creemos) que cumple con los criterios de relevancia, volviendo de nuevo a un sistema de partidos multipartidista.
Ahora bien, en el periodo 2005-2019 podemos distinguir categorías como las de Voto Estratégico donde la hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) genera que los partidos políticos tradiciones coincidan en posturas antimasistas y anti sectores populares, en vez de converger alrededor de un proyecto político nacional donde se tome en cuenta a toda la población y no solo a una clase social o región.
La desconfianza hacia los partidos políticos tradicionales en Bolivia se reflejó, en las elecciones del periodo 2005-2019, donde los partidos tradicionales o los lideres políticos relacionados con la clase política tradicional elitista obtuvieron malos resultados. Cabe resaltar que solo al principio de este periodo, el sistema presidencialista con rasgos parlamentarios se evidencio, de forma más clara, cuando la oposición contaba con presencia decisoria en la Asamblea Legislativa donde se presenciaba las posturas anteriormente señaladas ante la opinión publica por parte de opositores: “se está frenando las políticas autoritarias del presidente”, sin tomar en cuenta el peligro de que las políticas amplias de interés nacional puedan quedar comprometidas por una serie de negociaciones, enmiendas y gastos que atienden los intereses de bases electorales particulares.
Por otro lado, dejando de lado esta dinámica en la relación entre el Congreso y los presidentes, la misma naturaleza de las elecciones presidenciales tiende a debilitar la posición de los partidos. En ese sentido podemos mencionar el caso de Comunidad Ciudadana (CC), donde el candidato Carlos Mesa es un outsider del partido Frente Revolucionario de Izquierda (FIR), es decir, no cuenta con ningún vínculo con el partido, incluso aparenta estar por encima del partido.
En relación al Golpe de Estado del 2019, podemos mencionar que los partidos políticos no son parte de la correlación de fuerzas de aquel momento producto de esta desconfianza, de esta idea “son más de lo mismo”; fueron personas particulares (Carlos Mesa, Fernando Camacho, Waldo Albarracín, entre otros), instituciones coercitivas (FFAA y Policía) que rompieron con el orden constitucional. Es decir, en el imaginario social de quienes (clase media y alta) se encontraban movilizados la legitimidad del Golpe de Estado estaba signado de alguna forma en el grado de confianza que perciben de la Iglesia, FFAA y policía. Por tal motivo, en la actualidad aún estos sectores privilegios aun no reconocen los hechos de Senkata y Sacaba, tampoco reconocen el papel relevante que tuvieron las FFAA y la Policía a la hora de alcanzar sus objetivos desestabilizadores.
Marco Antonio Nina Palli. Militante de Columna Sur.
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