¿Cuáles son los ámbitos de relaciones de los trabajadores mineros con el mundo? ¿Cómo se constituyen los mineros en el mundo? ¿Cómo constituyen el mundo? ¿Cómo los constituye el mundo? Hay que compenetrarse de estos climas, de estas atmósferas, de estos espesores de relaciones, para poder acceder al sentido inmanente del acontecimiento; en este caso, del acontecimiento histórico, en constante devenir, de la constitución del proletariado minero boliviano. Hay que tratar de comprender sus perspectivas móviles, intensas, manifiestas, aunque no necesariamente expresadas en discursos. Al respecto, el discurso teórico, el discurso político, el discurso ideológico, que han hecho causa de las luchas del proletariado minero, interpretan lo que acontece desde marcos teóricos, desde marcos políticos, desde marcos ideológicos. Lo hacen de una manera deductiva, logrando interpretar por analogías; rasgos que verifican la teoría son enaltecidos. Empero, queda sin interpretar, queda en la sombra, oculto a los ojos de estos “revolucionarios”, las perspectivas propias de los trabajadores mineros, sus percepciones, sus pasiones, sus afectos, sus deseos. Por eso no pueden comprender la intensidad de sus actos, que casi siempre los asimilan a la “consciencia de la clase en sí”.
Si bien estos discursos han coadyuvado en la organización del proletariado minero, otorgándole expresiones discursivas argumentativas, a la larga, en la medida que eran ajenos a los espesores de la experiencia y de la memoria social del proletariado minero, no pudieron sostener la continuidad de la lucha, no pudieron liberar la potencia social del proletariado, no pudieron desatar las subversiones múltiples contra las dominaciones polimorfas y las formas de explotación del capital. Se quedaron sólo con el perfil universal de las insurrecciones obreras, sin poder convertir estas insurrecciones en una guerra permanente contra el Capital y sus dominaciones.
No podrían hacerlo; las representaciones discursivas, externas a los espesores de la percepción, apegadas a racionalidades abstractas, vaciadas de contenidos, no logran acceder a las sensaciones, a las imaginaciones inherentes, a la explosión de las percepciones; por lo tanto, están lejos de acceder al sentido inmanente[1]. Como lo que ocurre con todo el racionalismo, también con el empirismo; llegan a deducir, en un caso, o inducir, en otro caso, aspectos universales, situaciones generales, analizando el valor abstracto de estas iluminaciones. No pueden comprender la singularidad de lo que acontece, las intensidades emergentes en los sucesos, no pueden sentir los efluvios existenciales brotados de la piel de los y las movilizadas, no pueden acceder al mundo del proletariado minero.
Lo que tienen estos discursos son narrativas explicativas, cuadros conceptuales, cronogramas anunciados, sentidos deducidos de los paradigmas, sentidos inducidos por las generalizaciones, dadas las regularidades encontradas. Esta aproximación teórica, pues no es otra cosa, se queda ahí; se contenta con esta verdad histórica o verdad económica, también verdad social. Estas verdades científicas pretenden ser la síntesis abstracta de la multiplicidad de singularidades; pero, no son más que un esquema vacío, un esqueleto lógico, llenado con esfuerzo por la colocación de datos y documentos estudiados, que hacen de carne disecada. Quizás todo esto ayude como vista panorámica; empero, está lejos de dar cuenta de las dinámicas del acontecimiento.
El acontecimiento de la emergencia del proletariado minero, en su devenir, en sus historias, en su distribución y dispersión, en el condicionamiento de los lugares y territorialidades, también en sus conglomerados, en sus articulaciones, en sus reuniones, en sus marchas y movilizaciones, no es comprensible si no se toman en cuenta los flujos afectivos, las pasiones constitutivas, las sensaciones trabajadas por la memoria, las percepciones trabajadas por las racionalidades concretas e integrales.
La constitución de subjetividades históricas, que contienen espesores de experiencias y memoria sociales, no es el resultado mecánico de fuerzas “externas”, por así decirlo, sin entrar en mayor discusión, pues requiere de la intervención de fuerzas “internas”, en el mismo sentido provisional que el anterior. Si bien es el mercado internacional, conformado por los efectos de la revolución industrial – mercado, en parte heredado, de los ciclos largos de las hegemonías capitalistas anteriores, empero, en gran parte, transformado por los requerimientos de esta revolución industrial, sobre todo por el nuevo cuadro de materias primas demandadas -, el que constituye, por así decirlo, el carácter de su articulación mundial de los nuevos Estado-nación de las periferias del sistema-mundo capitalista, ocasionando la apertura de la “industria” extractivista, sobre todo minera, en aquel entonces; de todas maneras, se desatan fuerzas “internas”, emergentes de la formación social concreta, que empujan a la formación del proletariado minero. Estas fuerzas “internas” explosionan debido a la disgregación de las comunidades, buscando en su diseminación conglomerarse en nuevas cohesiones sociales. Las fuerzas “internas”, desatadas de la disgregación comunitaria, son el substrato de la formación del proletariado minero. El proletariado minero de Los Andes tiene sus propias características históricas, sus propias peculiaridades, expresa las singularidades locales, territoriales y culturales de su acontecer.
En otras palabras, tradiciones comunitarias son transferidas a las prácticas solidarias, a las relaciones de cohesión social, a los ritos y ceremonias de la mancapacha; por ejemplo, los ritos y ceremonias entorno al “Tío” de los socavones. La subjetividad de este proletariado minero es pues “abigarrada”, usando un término conocido en la sociología boliviana. Estos ex-comunarios, devenidos de la historia dramática de los mitayos, usan la forma sindicato como organización de defensa y de luchas. Asumen las formaciones discursivas modernas de las luchas sociales y obreras, como la formación discursiva anarquista, primero, la formación discursiva marxista después, teniendo, como puente la formación discursiva del nacionalismo revolucionario. Sin embargo, estas formaciones discursivas son interpretadas desde los códigos subyacentes heredados, guardados y activados por la memoria social.
Cuando los trabajadores mineros salen de la mina, después de sus asambleas deliberativas, cuando llegan a consensos y logran resoluciones, salen a la movilización, a la marcha, a la toma de los espacios, cuando sus cuerpos se congregan en multitud compacta, llevando sus guardatojos, sus chamarras de cuero, sus botas y el infaltable bolo del acullico, lo que emerge somáticamente es la actualización de la memoria social. Los trabajadores mineros son particularmente apasionados; lo son de una manera propia, andina; pero, también lo son de una manera moderna, se sienten clase. Son orgullosos de serlo; consideran que sostienen el país con su sacrificio. En las movilizaciones llevan la dinamita, a la que están acostumbrados para abrir boquetes en los socavones, siguiendo la ruta de las vetas; dinamita, arma de expresión explosiva, arma de defensa y arma de lucha. Miran desde lo profundo de su cuerpo, miran desde el tiempo transcurrido, interpelando furiosamente el presente.
Lo que piensan, lo que expresan, es una maraña de intensidades. El discurso ideológico no capta esta maraña; sólo interpreta desde el telos de de la “ideología” el sentido atribuido por la teoría. Es importante comprender su ímpetu arronjado, su desprecio a la muerte, dispuestos al gasto heroico en el momento de la protesta.
En el imaginario político boliviano del siglo XX, los mineros se convirtieron en un mito. Era imposible imaginar una revolución sin ellos. Así como era difícil explicarse la historia política sin ellos. Los mineros eran la revolución misma encarnada en sus cuerpos. En gran parte este mito se debe a su coraje demostrado, también a la centralidad en la formación social del proletariado. Prácticamente, el proletariado minero desaparece con el neoliberalismo, por lo menos como centralidad: Lo “relocalizan”. Van a pasar años, quizás ocho, para que su figura legendaria vuelva reaparecer en el horizonte. Reaparecen mayoritariamente como trabajadores cooperativistas mineros, después lo hacen como trabajadores sindicalizados de las empresas nacionalizadas. Otra vez se vuelven importantes, por lo menos en la manifestación de los hechos y sucesos convulsos de la política; empero, nunca con el impacto estratégico y estructural que tuvieron en medio siglo de luchas sociales en Bolivia, durante el siglo XX.
Una mañana, en el Prado, los vi marchar. Una larga columna que daba la vuelta al Prado. La aplastante mayoría era lozanamente joven; muchachos trabajadores, curtidos por el k’aqchiu, por su labor horadadora de las rocas. La edad moza de este proletariado me llamó la atención; quizás de un promedio de alrededor de los veinte años. Muchos incluso reflejaban una edad menor. Estos trabajadores mineros del siglo XXI recogían algunos rasgos de la leyenda minera. Orgullosos, compactos, desafiantes, dispuestos a todo, cohesionados por lo que llamaremos la cultura del k’aqchiu. Sin embargo, también expresaban otros rasgos, nuevos, distintos, en contraste. Las consignas que coreaban no eran las mismas que sus antecesores. Sus estribillos no eran políticos; sus preocupaciones se anclaban en las preocupaciones coyunturales y de gremio. Para ellos era más importante identificarse como cooperativistas que como proletariado minero. El boquete abierto por el neoliberalismo marcó sus consecuencias; las mismas que podemos resumir como despolitización.
Hoy asistimos a eso, a marchas, bloqueos, tomas, de los trabajadores mineros, sean sindicalizados o cooperativistas, despolitizadas. No dejan de ser apasionados los trabajadores mineros, no dejan de ser impetuosos y arronjados; empero, su sacrificio no tiene horizontes, salvo el marco gremial restringido.
El conflicto minero actual, entre sindicalismo y cooperativismo, no tiene salida, desde la perspectiva proletaria. Tanto el sindicalismo minero puede observar como salida la estatalización de la minería, así como el cooperativismo minero puede observar como salida la expansión del régimen cooperativista; sin embargo, estas son salidas gremiales, no lo son en los horizontes históricos del proletariado. Hay pues una crisis de constitución social y subjetiva, quizás se pueda hablar de una crisis de reconstitución de la clase. No se puede salir de esta crisis sin una politización.
Son los trabajadores mineros los que deben discutir su porvenir, a la luz de la experiencia social de las luchas, a la luz de la historia política vivida, a la luz de la memoria social, a la luz de la complicada experiencia del llamado proceso de cambio. Sería restrictivo apostar a la inmediatez de los intereses sectoriales del momento, descartando los intereses de clase, escondidos en el espesor del presente. Jugarse la vida por los intereses gremiales es como darle un valor provisional a la vida. Estos jóvenes trabajadores mineros tienen la responsabilidad histórica de reflexionar colectivamente sobre su condición social y subjetiva en la coyuntura de crisis del proceso de cambio, en el contexto de la crisis financiera y de hegemonía del ciclo del capitalismo vigente. La burocracia sindical y los patrones administrares y dirigencias de las cooperativas mineras no pueden imponerles la agenda. Esta agenda burocrática y gremial será restrictiva; la agenda colectiva es de emergencia, pues el destino de estos trabajadores mineros, de este proletariado minero, está íntimamente ligado al destino de los pueblos que luchan por sus emancipaciones y liberaciones, está íntimamente ligado a la transición hacia una economía no extractivista.
¿La elaboración, el acuerdo y el consenso sobre esta agenda es una tarea de las “vanguardias”, así como lo habían asumido las izquierdas durante el siglo XX? Esta es la gran discusión del siglo XXI[2]. Por nuestra parte, no creemos que sean las “vanguardias” las que introduzcan una agenda de emergencia histórica, mucho menos, inocular la llamada consciencia de clase. Esta actitud forma parte del mesianismo y de los esquematismos del fundamentalismo racionalista de estas izquierdas. Estas “vanguardias” han resultado ser expresiones de las nuevas religiones políticas del siglo XX, castradoras de la creatividad de las dinámicas sociales. La historia política de las sociedades humanas, sobre todo el fracaso de las revoluciones, nos ha enseñado que no se trata de dirigir, de conducir, al proletariado, a los pueblos, sino de construir participativamente consensos de lucha, consensos de decisiones colectivas, abriendo rutas imaginativas y adecuadas, dependiendo de las historias y territorialidades concretas, variadas, diferenciales, plurales, efectuando el accionar alterativo de las dinámicas sociales[3].
Reflexiones sobre la Ley Minera
Una primera reflexión sobre la Ley Minera tiene que ver con la modalidad que instituye la Constitución. En el horizonte histórico y político que abre la Constitución se establece la construcción colectiva de la ley, diremos también la construcción participativa, pluralista e intercultural de la ley.
Por otra parte, una segunda reflexión tiene que ver con la integralidad normativa de la transición; la Ley Minera no puede desentenderse de lo que llama la Constitución las leyes fundamentales, que llamamos nosotros las leyes fundacionales. La Ley Minera debe formar parte del “sistema” normativo que coadyuva en la transición hacia un pos-capitalismo.
Una tercera reflexión tiene que ver con la transición misma que conlleva la misma Ley Minera, como tarea constitucional. En términos resumidos, se trata de una ley que contribuye a la transición, transitando de la salida del modelo extractivista del capitalismo dependiente hacia un modelo productivo-producente, en el contexto de la economía social y comunitaria, el paradigma económico y ecológico, en la perspectiva de la eco-industrialización y la revolución tecnológica limpia, buscando el logro de la soberanía alimentaria, además de los logros de las complementariedades económicas y sociales, tanto en el país, en la región, en el continente y en el mundo.
Una cuarta reflexión tiene que ver con las condiciones actuales de la minería en Bolivia; por lo tanto, con la definición de rutas de transición, rutas concretas a las problemáticas, a los rubros, a las formas “empresariales” complementarias, en la perspectiva de integrar las producciones mineras, encaminándolas a la industrialización, a la articulación económica con el mercado interno y la integración continental. Estas rutas no pueden dejar de comprender los requerimientos ecológicos, buscando evitar los impactos negativos, contaminantes y depredadores. Respetando los derechos fundamentales, los derechos de las naciones y pueblos indígenas originarios, los derechos de los seres de la madre tierra. Dando lugar constantemente a consensos, para avanzar en conjunto y de una manera acordada. Al respecto, es indispensable respetar lo que plantea el segundo numeral de la octava disposición transitoria de la Constitución: En el mismo plazo, se dejarán sin efecto las concesiones mineras de minerales metálicos y no metálicos, evaporíticos, salares, azufreras y otros, concedidas en las reservas fiscales del territorio boliviano.
Las concesiones a empresas trasnacionales extractivistas deben quedar anuladas. Las concesiones a empresas privadas deben quedar en suspenso, sujetas a revisión, de acuerdo a los mandatos constitucionales. Las concesiones a las cooperativas mineras deben quedar en suspenso, sujetas a revisión, dependiendo de los condicionamientos constitucionales, además garantizando el cumplimiento de la razón social y sin fines de lucro de las cooperativas, además, claro está, de prohibir la explotación de los trabajadores.
Todo el régimen de tributaciones, regalías e impuestos debe estructurarse, ciertamente, de acuerdo a los mandatos constitucionales; sobre todo acercándose, por lo menos, al régimen establecido en los rubros de hidrocarburos.
Proponer una transición viable y rápida cumpliendo con la prohibición constitucional de exportar materias primas. En este sentido, en esta transición, controlar, clasificar, el conjunto de minerales no pagados por las empresas trasnacionales, que se llevan como tierra, obligándolas a pagar inmediatamente y resarcir los daños, por concepto de no pago. Esto como corrección temporal, pues el objetivo es no exportar materias primas.
Defender los ciclos vitales del agua, del aire, de los suelos, de las cuencas, de los ecosistemas, de los bosques. Al respecto, se debe garantizar el agua para la vida, evitando convertirla en un insumo de lavado del extractivismo mineral depredador. En todo caso, el agua usada debe pagarse; su costo debe comprender la valorización de los impactos.
Son indispensables los acuerdos, los consensos, en los términos de una planificación integral y participativa, con enfoque territorial, como establece la Constitución, en los ecosistemas donde se realizan actividades mineras. Consensos entre todas las instancias involucradas, trabajadores mineros, poblaciones, pueblos, comunidades, empresas, Estado.
La Constitución establece que es el pueblo boliviano el propietario de los recursos naturales, no el Estado. Toda ley, comenzando por las fundacionales, debe normar este derecho del pueblo boliviano. Es indispensable establecer mecanismos claros, efectivos, para realizar este derecho. El pueblo boliviano es quien ejerce soberanía sobre los recursos naturales, es también quien debe decidir sobre su destino, así como deliberar y decidir sobre las políticas de recursos naturales, las políticas mineras, las políticas hidrocarburíferas, las políticas evaporíticas y de los salares, las políticas sobre el espacio electromagnético. La Ley Minera está en la obligación de plasmar artículos que hagan factible esta disponibilidad del pueblo boliviano.
En la Ley Minera deben quedar expuestas las estrategias políticas mineras. Estas estrategias tienen que construirse participativamente, deliberadamente e interculturalmente; deben ser resultado de consensos. Para tal efecto es importante que el pueblo boliviano este informado sobre las riquezas minerales que se tienen identificadas como “reservas”. No puede haber secretos en democracia, menos en una democracia participativa. Esto es importante al momento de construir colectivamente las políticas integrales mineras, articuladas a las otras políticas integrales de los recursos naturales; enfocadas en las transiciones hacia alternativas al capitalismo, a la modernidad y al desarrollo.
El gobierno ha dicho que, sobre el conflicto minero, sobre la Ley Minera, se comienza de foja cero, retomando como referente y mandato la Constitución. También ha dicho que en la elaboración de esta Ley deben participar todos los sectores. Esta actitud parece mostrar buenas señales, en atención a un campo estratégico como la minería. Esperemos que estas declaraciones sean honestas, se hagan efectivas, se abran espacios para la efectuación de la democracia participativa. No ocurra como con las otras leyes, sobre todo las fundacionales, que fueron elaboradas al viejo estilo de sigilosos secretos, en manos de grupos de “especialistas”, que preservan el espíritu leguleyo y la herencia jurídica colonial. Esas leyes son inconstitucionales, no sólo por la forma de abordarlas, sino, sobre todo, por que contravienen a la estructura conceptual y normativa de la Constitución.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Mundo y percepción. Rebelión; Madrid 2014. Bolpress; La Paz 2014. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Subversión comunitaria. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza Paradojas de la “revolución”. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
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