Por: Carlos Echazú Cortéz
El debate sobre el golpe de Estado se ha desviado, porque ha orientado su atención a los momentos conclusivos del hecho.
Si bien éstos momentos no dejan de tener su importancia, lo esencial en el golpe no está en las reuniones de la Universidad Católica, y tampoco en la autoproclamación de una senadora en recinto parlamentario vacío. Esos fueron, efectivamente, los momentos culminantes del golpe, pero hay que entender que nada eso hubiera sido posible si antes de ellos no se habrían producido otros hechos que los generaron.
Entonces conviene comprender, en primer lugar, que el golpe de Estado de nuevo tipo, en la estrategia de «golpes suaves» diseñadas por el departamento de Estado, implica necesariamente, el uso de la violencia proveniente de instancias de poder fáctico que desplazan a las instancias constitucionalmente establecidas. Se tiene entonces que estas instancias de poder fáctico de las oligarquías despliegan a grupos irregulares paramilitares, como la unión juvenil cruceñista, la resistencia k’ochala y otros para que actúen sobre objetivos específicos con el fin de desmoronar el orden establecido e impedir que se generen movimientos de resistencia al golpe. Todo esto ocurre, semicamuflado por las protestas de los pititas, para darles la fachada de una protesta ciudadana. Entonces actúan los paramilitares reclutados entre grupos delincuenciales, dirigidos por grupos juveniles tradicionales de la oligarquía.
Allí están entonces los ataques vandálicos a los recintos de los tribunales electorales departamentales en Potosí y Chuquisaca, inicialmente. Por increíble que parezca, esos ataques fueron coordinados con la policía, puesto que se realizaron ante la vista impávida de efectivos de «las fuerzas del orden» que no realizaron esfuerzo alguno para contener esos disturbios. En la misma línea de quebrar la institucionalidad están las tomas de instituciones públicas, en las que desaforados grupos de choque amedrentaron y agredieron funcionarios públicos en las puertas de dichas instituciones.
Lo más importante del ataque golpista fue sin embargo dirigido contra autoridades y dirigentes del MAS. En este marco, se inserta la agresión contra la vivienda y el hermano de Víctor Borda, en ese momento presidente de la cámara de diputados. Las características de este ataque muestran nítidamente el carácter delincuencial de sus autores, pues no «solo» incendiaron su vivienda, sino también golpearon, torturaron y amarraron en plaza pública a su hermano, advirtiéndole al dirigente masista, mediante llamadas telefónicas, que matarían a su hermano si no renunciaba a su cargo de presidente de diputados. Este hecho, que jamás es mencionado por quienes niegan el golpe y hablan de un vacío de poder, dizque, intencionalmente generado por el MAS, es el golpe más certero, dentro del golpe de Estado, pues no sólo provocó la renuncia de quien se encontraba en la línea de sucesión constitucional, si no también provocó la renuncia de Evo. Recuérdese que la renuncia de Borda fue antes que la de Evo y que el presidente indígena, al momento de renunciar, dijo «ya dejen de agredir a mis hermanos«. Se tiene entonces que el denominado vacío de poder fue intencionalmente generado por los golpistas con amenazas y extorsiones gansteriles.
Del mismo modo, obraron con el vice presidente la cámara de senadores, Rubén Medinacelli que, aunque no se encontraba en la línea de sucesión constitucional, estaba en un rango superior al de Jeanine Áñez, justamente para hacerlo a un lado del camino y posibilitar la auto proclamación.
Las agresiones de los paramilitares golpistas estuvieron dirigidos también a dirigentes reconocidos del MAS para evitar que organizaran algún tipo de resistencia. El caso más horroroso es el de la alcaldesa de Vinto, Patricia Arce, a quién golpearon, cortaron el pelo y la bañaron en pintura humillándola haciéndola caminar kilómetros en vía pública flagelándola. Se trataba de generar miedo en la población, para eso organizaron a cientos de motoqueros entre los paramilitares que asolaron las zonas populares de Cochabamba enfrentando a pobladores, golpeándolos. De modo parecido actuó la unión juvenil cruceñista en Santa Cruz que llegó hasta las zonas populares e incluso hasta Montero, para aplastar la resistencia de los adherentes al gobierno del proceso de cambio.
La estrategia de amedrentamiento se estrelló también contra las radios populares para evitar que desde ellas se convocara a la Resistencia. Tal es así que en el ataque a la radio de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, en la zona de Miraflores de La Paz, se detuvo por parte de los paramilitares a uno de sus periodistas y se lo amarró en un árbol en plena vía pública, previa golpiza.
Los ataques estaban planificados, pues en determinado momento decidieron concentrarse en la ciudad de La Paz. Por eso llegaron a la sede de gobierno bandas paramilitares desde Santa Cruz, Cochabamba, Potosí, Sucre, etc. Acá en la ciudad, el golpista Camacho hilvanó alianzas contra el gobierno con sectores opositores, como los cocaleros de los yungas que se sumaron a las agresiones contra el palacio de gobierno.
A esa situación de convulsión se sumó el denominado motín policial que, en rigor no era un motín, pues estuvo comandado por la oficialidad. El video de Camacho, donde señala a sus acólitos que se «ha cerrado» (acordado) con la Policía, demuestra la confabulación de la policía en todo el golpe. Como ya se ha demostrado fehacientemente, la policía estuvo ya subordinada a los golpistas antes de la renuncia de Evo. Lo prueba la protección que gozó Camacho de parte de ellos, cuando arribó a la ciudad de La Paz. Así también gozó de esa protección Jeannine Añez para llegar a la sede de gobierno, antes de autoproclamarse.
En esta situación, el poder del gobierno constitucional ya se había desmoronado y los golpistas campeaban. Solo restaba diseñar una forma de darle una legalidad aparente a la toma violenta del poder. Eso y nada más que eso, significan las reuniones de los golpistas en la Universidad Católica y la autoproclamación de Añez. Ciertamente ambos eventos son inconstitucionales, pero no constituyen en sí mismos el golpe. Son el corolario del golpe.
Ahora bien, el error en centrar el análisis del golpe en la reunión de la Universidad Católica y en la Autoproclamación de Añez, está en que se invisibiliza el carácter fascista del golpe. Esos dos eventos pasan como maniobras políticas, ciertamente inconstitucionales, pero se omite considerar la violencia utilizada, factor imprescindible para que se pueda caracterizar el golpe como fascista.
Por último hay otro elemento adicional que descubre el carácter fascista del golpe. Las manifestaciones de los 21 días (ridículas en comparación a los 500 años de lucha anticolonial) fueron llevadas adelante por una clase media envenenada con un racismo visceral. Este rasgo del golpe de noviembre es esencial, puesto que no sólo sirvió de camuflage a los ataques de las bandas paramilitares, sino que sembró de odio hacia lo indígena, deshumanizándolo, bestializándolo. Una vez que se posicionó esta imagen de lo indígena en la denominada «opinión pública», los paramilitares tuvieron campo libre para agredir a los indigenas quemando sus casas, flagelándolos en vía pública, etc, sin que pudiera surgir una condena hacia las agresiones fascistas.
Por todo lo descrito, que no es sino un resumen breve y de ningún modo exhaustivo de todo lo ocurrido, se hace imprescindible centrar la atención en la violencia racista desatada, porque es el único modo de poner al descubierto el carácter fascista del golpe.
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