Por: Virginia Gonzales Salguero
Hasta el año 2006, año en el que un indio ganó las elecciones presidenciales en Bolivia, la fisonomía de la política boliviana se caracterizó por estar manejada casi en su totalidad por sectores sociales acomodados, representantes de la clase alta y élites de rasgos étnicos y mentales «blancos».
Blanqueados mediante un sistemático proceso de colonización del pensamiento, de prácticas de clase propias de su sector social y de la institucionalización de su hegemonía. Respaldados para ello en un proceso de asimilación de una visión liberal – occidental, tanto en la configuración mental de la casta gobernante de décadas anteriores, así como en el anhelo propio de ese sector de alcanzar, de modo exclusivo, un estilo de consumo europeo – norteamericano – occidental.
El país republicano fue dirigido durante más de un siglo por sectores de «europeos» veleidosos nacidos por «un infortunio errático» en un país de indios. A partir de la presidencia de Evo Morales, que tuvo el acierto inicial de convocar a una Asamblea Constituyente para la elaboración del fundamento legal que actualmente constituye el andamiaje sobre el que, hoy, se rigen los destinos del país, se transformó de manera radical el escenario político de Bolivia con la inclusión masiva en la actividad política se sectores populares, sobre todo indígenas.
La Asamblea compuesta, mediante el voto ciudadano, por: indígenas, campesinos, obreros, sindicalistas, juntas vecinales populares; en síntesis: por indios, estaba constituida por alrededor de dos tercios de ellos, estando el resto conformado por representantes de los sectores conservadores del viejo Estado oligárquico.
En el transcurso de los sucesivos gobiernos de Evo Morales y ahora de Luis Arce (con el desdichado intervalo del gobierno de facto) se estableció un hecho de trascendencia invaluable en la calidad de la política boliviana. La apertura a la participación popular indígena, campesina, obrera y chola en las decisiones de la política nacional como un acontecimiento transversal a todos los ámbitos del quehacer político institucional boliviano, de modo que la democracia liberal trastocó en democracia popular, quebrando los muros de contención de la inapelable exclusión social reinante durante los regímenes elitistas. Este es posiblemente un hecho que llegó para permanecer por varias décadas a partir de 2006 en adelante o, quizá, para quedarse de manera irreversible y marcar de forma indeleble la historia futura de Bolivia.
Este acontecer podría ser una de las razones por las que la derecha boliviana no logró recuperarse ni reconstruirse en los quince años de gobierno del MAS, ni siquiera con el sangriento golpe de estado que asestó a Bolivia el año 2019, ni tampoco actualmente, luego de sus últimas victorias pírricas regionales. Este sector conservador señorial no consiguió en quince años superar su vulnerable situación de «diagnóstico reservado» en la que la situó la avalancha indígena en todos los escenarios de la vida nacional. La derecha no sólo no logró reconstruir un escenario político «aséptico» como anhela, ni realizar su sueño de hacerse, nuevamente, del poder político con la holgura y comodidad que le dio su mentalidad de país hacienda con la que hasta hace década y media atrás lo ejercía.
No sólo eso, su verdadero drama es su profunda carencia de conocimiento de la dinámica política que, actualmente, impera en el país. Ésta falta de entendimiento y la ceguera optativa de autoengaño que no le permite leer la nueva realidad la coloca en la situación de perseguir a tientas el poder que se le escurre continuamente en la nueva configuración político – étnica de la política boliviana. A raíz de la perplejidad que le genera esta incomprensión, la derecha boliviana tiene la reacción del animal rabioso de una ferocidad descontrolada y confusa por la que no suelta a su presa.
Por el otro lado, la incursión en la actividad política de los movimientos sociales indígenas y populares lleva consigo las experiencias y las vivencias surgidas de las mismas entrañas de la Bolivia real y auténtica y no de la impostación de concepciones eurocéntricas.
Los indígenas bolivianos no acceden al escenario político con las manos vacías, son portadores de formas de organización comunitarias político – económicas eficientes, de visiones democráticas del ejercicio de la autoridad, de cosmovisiones culturales valiosas para una vida con sentido humano comunitario, contienen instituciones muy arraigadas de solidaridad, de saberes de mucha riqueza en todos los aspectos de la vida y de una visión de avanzada sobre la relación de los seres humanos con la naturaleza.
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