Por: Eduardo Paz Rada
El capitalismo tiene, en su fase imperialista, la característica de profundizar las brechas y desigualdades entre las potencias imperialistas y los países y pueblos dominados, coloniales y semicoloniales y de afianzar la división internacional del trabajo que permite la explotación y extracción de excedentes de manera incesante en beneficio de las corporaciones transnacionales y de los centros metropolitanos. De ahí surge la necesidad de quebrar esta lógica, generando la estrategia de combinar la cuestión nacional y colonial con la cuestión social para avanzar en los procesos revolucionarios de liberación nacional.
El carácter semicolonial, tal el caso de los países de América Latina y el Caribe, implica la vigencia de una formal independencia con instituciones propias y marcadas por los parámetros republicanos, al mismo tiempo que está presente la colonización mental y económicamente se mantienen los lazos de dependencia y control exterior de las decisiones y modalidades de las actividades fundamentales de la producción. De ahí la imposición del librecambio y de las condiciones favorables al inequitativo orden internacional.
Para generar la ruptura de estas condiciones se generan movimientos nacional-populares, movimientos patrióticos antiimperialistas, que tienen como tarea principal quebrar las relaciones de dominación y dependencia mediante la formación de bloques sociales de los participan los sectores obreros, campesinos, cuentapropistas, urbano-populares y clases medias que coinciden en la tarea emancipadora; en el caso de Bolivia en los últimos años se ha avanzado sustancialmente al respecto con las nacionalizaciones, la recuperación de los recursos naturales y de varias empresas que fueron estatales, la industrialización y el fortalecimiento del mercado interno.
Este proceso tuvo la virtuosa coincidencia de articularse durante la última década con procesos similares que se producían en la región con los gobiernos de Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba, Ecuador y Nicaragua, entre otros, que impulsaron procesos de integración y unidad de América Latina y el Caribe al margen de la estrategia de dominación de Estados Unidos.
Desde esa perspectiva general, corresponde, por tanto, diferenciar, lo que son los procesos democráticos en las potencias imperialistas y en las regiones y países dependientes, En las primeras se ha construido bajo su propia experiencia histórica la democracia liberal mientras que en estos últimos el eje de la democracia está en lo que René Zavaleta llamó la “democracia de autodeterminación nacional” que no es únicamente el cumplimiento formal de los procedimientos electorales, de las relaciones equilibradas entre los poderes del Estado o la normativa constitucional, sino en desarrollar procesos de emancipación y liberación nacional con la participación activa de la mayoría oprimida de la nación transformando las relaciones de sometimiento.
De ahí la primordial importancia en Bolivia, como momento histórico constitutivo, la rebelión popular de octubre de 2003 que no solamente tiró abajo, con las movilizaciones populares, el sistema de partidos conservadores y neoliberales, sino que generó las condiciones de la autodeterminación nacional con la agenda que incluía las nacionalizaciones, la Asamblea Constituyente y la recuperación de la dignidad y la soberanía.
Por eso se hace importante reconocer la importancia de los treinta cinco años de la recuperación democrática con la lucha y el sacrificio del pueblo boliviano, pero es más importante establecer que en los catorce últimos años la democracia ha dado saltos cualitativos importantes.
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