Por: Ramiro Parodi*
Resumen
Este artículo se enmarca dentro de una investigación sobre el pensamiento político de Álvaro García Linera. En esta oportunidad, la propuesta fue hacer un recorrido por textos en los que el pensador boliviano reflexiona en torno al componente político de los usos de la memoria. Encontramos que, a lo largo de sus reflexiones en torno a procesos históricos de la clase obrera y campesina boliviana, el actual vicepresidente insiste en la necesidad de recuperar esos procesos revolucionarios por intermedio de una memoria potencialmente política para intervenir sobre el presente. Buscamos aportar a una reflexión sobre el pensamiento de García Linera que contemple la articulación entre sujeto político y memoria. En este sentido, los desarrollos de Todorov y Ricoeur resultan particularmente productivos para partir de un concepto de memoria que no busca recuperar la totalidad de un relato sino inscribirse políticamente dentro de una coyuntura particular.
Palabras clave: memoria, sujeto político, García Linera, acontecimiento y narrativas.
Introducción
En el siguiente escrito nos proponemos, en términos generales, hacer un aporte en torno a las investigaciones que abordan la articulación entre la memoria y el sujeto político en América Latina. Mientras que, específicamente, nos centraremos en cómo la obra de Álvaro García Linera, al plantear un modo particular de reconstrucción de una memoria en ciertos sectores y momentos de la sociedad boliviana, nos permite trazar los lineamientos de su propia teoría del sujeto político. Es por ello por lo que, a modo de hipótesis de lectura, queremos plantear que hay elementos en la obra de García Linera para desarrollar una teoría del sujeto político que encuentra una relación fundamental en los usos que el autor hace del concepto de memoria.
Para ello será necesario realizar un rodeo acerca de lo que algunos autores, como Paul Ricoeur, Tzvetan Todorov y Horacio González, han dicho sobre la memoria con el objetivo de dotarnos de un marco fértil a partir del cual recorrer nuestra hipótesis. Encontramos en estos autores pistas que nos permiten, por un lado, leer la obra de García Linera con herramientas conceptuales capaces de esclarecer sus planteos, mientras que, por otro lado, son pertinentes sus reflexiones en la medida en la que habilitan preguntas nuevas sobre el modo en el que Linera entiende los usos de la memoria.
De este rodeo se desprenderá una distinción que opera (únicamente) a nivel descriptivo sobre los usos de la memoria que proponemos llamar “memorial fósil” y “memoria fértil”. A través de estos dos conceptos buscamos resaltar la dimensión política de ciertos usos de la memoria.
Pero, por el interés específico de estas líneas, también creemos necesario realizar un segundo rodeo por los abordajes sobre la historia y las clases subalternas que han planteado pensadores como Antonio Gramsci, Walter Benjamin y Frantz Fanon. Aquí el aporte es distinto ya que entendemos que estas teorizaciones están pensando en la necesidad ineludible de recuperar una narrativa histórica de las clases subalternas para plantear un proyecto político que no sólo opere en el presente, sino que también sea capaz de trazar los lineamos de un porvenir emancipatorio.
Nuestra propuesta buscar articular conceptos de este segundo grupo de autores con el repaso que hace García Linera sobre la condición obrera boliviana. Buscaremos ubicar el proceso de reconstrucción de una memoria que realiza García Linera para pensar en un sujeto político capaz de incidir en su aquí y ahora a través de ciertos acontecimientos históricos bolivianos.
Estos dos rodeos, que no son excluyentes, serán los que nos permitirán realizar una lectura crítica sobre las reflexiones, en torno a la memoria y el sujeto político, en algunos escritos y conferencias de Álvaro García Linera. Todos los textos que usaremos de corpus para rastrear nuestro objetivo se encuentran en “La potencia plebeya”, compilación de escritos de Álvaro García Linera (a cargo de Pablo Stefanoni) publicada en 2008 por Clacso y Prometeo. Nuestra selección se compone de una porción de ensayos y conferencias realizadas entre 1998 y 2000. Este período coincide con la obtención de su libertad tras cinco años de prisión (detenido en 1992 y liberado en 1997) y el momento previo a asumir como vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia (2006).
“Los ciclos históricos de la formación de la condición obrera minera en Bolivia (1925-1999)”, “La muerte de la condición obrera en el siglo XX” y “Narrativa colonial y narrativa comunal”, son los títulos que optamos por incluir en este análisis debido a que recopilan experiencias, como la Revolución de 1952 y la “Marcha por la vida”, en las que podemos pensar que García Linera busca establecer un lazo teórico (pero fundamentalmente político) entre narrativa subalterna, memoria y sujeto político.
Memoria fosilizada y memoria fértil
Este escrito busca recuperar una concepción de la memoria opuesta a lo que daremos en llamar “memoria fosilizada”. Es decir, un abordaje sobre el pasado como algo estático, cuyos efectos en el presente son meramente rememorativos. Nos ubicamos cercanos a la línea que plantea Horacio González cuando critica un tipo de memoria que “no nos permite saber si ella es un mero efecto de consenso actuales proyectado al infinito pasado o una arcaica categoría atemporal que puede atravesar inmune las épocas” (González, 2014: 1) . Desde nuestra concepción, que proponemos llamar “memoria fértil”, no existen “hechos pasados” a secas sino construcciones sobre documentos o, más precisamente, huellas que en su rememoración son capaces de trastocar las relaciones materiales del presente.
Escribir sobre la memoria es escribir sobre el tiempo. El tema en cuestión implica reflexionar sobre sus usos (y abusos), sus retornos, su incidencia en el presente y su capacidad de reactivarse en un futuro. La temporalidad es la sombra misma de la memoria, razón por la cual veremos cómo estos temas se entrecruzan permanente. Entendemos así que no hay pensamiento sobre la memoria que no suponga una teoría sobre el tiempo. En la mayor parte de los autores que hemos decidido abordar para este texto encontramos al menos dos tipos de memorias a las que daremos en llamar “memoria fosilizada” y, recuperando un concepto utilizado por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, “memoria fértil”.
Por memoria fosilizada entendemos un tipo de memoria estática y cerrada. Es estática porque los hechos que aborda son tratados a través de una concepción del tiempo que implica un corte absoluto entre pasado y presente. De esta manera, aquello que la memoria aborda carece de movimiento y se queda estanco en ese pasado. El corte es tan marcado que no hay posibilidad de que aquello que se rememora puede tener incidencia alguna, más allá del acto mismo de rememorar, sobre al presente. La memoria fosilizada es también cerrada porque el acto de recordar arrastra consigo una interpretación unívoca sobre esos hechos. González plantea que una memoria así “sería apenas una cantidad ensamblada de efemérides hincadas en el desfile unívoco de hechos pasados” (González, 2014: 1).
En palabras de Todorov, hay dos modos mediante los cuales se pueden neutralizar los beneficios de la memoria: “la sacralización, aislamiento radical del recuerdo, y la banalización, o asimilación abusiva del presente al pasado” (Todorov, 2000: 194). El filósofo francés introduce la pregunta sobre cómo actúa la memoria en el presente. Si se realiza una separación tangente respecto al aquí y ahora la memoria no opera en la coyuntura actual, apenas son las líneas de un manual de historia que se pasan sin dejar efecto. Mientras que si la recuperación se hace sobre el pasado niega el transcurso del tiempo y la especificidad sobre ese tiempo, se produce un efecto de homologación entre memoria y presente cuyo efecto es el mismo: “no puede ayudarnos en absoluto en nuestra existencia actual” (Todorov, 2000: 196).
A través de estos dos modos de abordar el pasado Todorov nos advierte sobre la posibilidad latente de esterilizar la memoria, efecto propio de lo que damos en llamar memoria fosilizada. Tras este señalamiento el autor toma una posición pertinente para nuestro trabajo ya que creemos que está en una línea muy similar a lo que Álvaro García Linera intenta plantear cuando recupera la memoria sobre La Revolución de 1952 y la “Marcha por la Vida”. Para el filósofo francés “el uso adecuado de la memoria es el que sirve a una causa, no el que se limita a reproducir el pasado” (Todorov: 2000. 208). Más específicamente Todorov afirma que “la labor de la memoria se somete a dos series de exigencias: fidelidad para con el pasado y utilidad en el presente” (Todorov, 2000: 237)
Intentaremos plantear a lo largo de este escrito la operación mediante la cual Linera recupera ciertas narrativas sobre La Revolución de 1952 y la “Marcha por la vida” con el fin de rastrear algunas claves para repensar su coyuntura. En este sentido, podemos anticipar que García Linera no cae en una “sacralización” de aquellos momentos debido a que realiza una crítica radical sobre estos con el fin de producir un cambio cualitativo en las clases subalternas bolivianas y, de ese modo, repensar la práctica política de su presente.
Todorov advierte sobre la forma en la que puede retornar el pasado: “El pasado puede alimentar nuestros principios de acción en el presente; no por ello nos ofrece el sentido de este presente” (Todorov, 2000: 212). Esta aclaración reintroduce el vínculo que planteamos al principio sobre memoria y tiempo. La memoria siempre estará dislocada respecto al presente. Podemos pensar que la rememoración no ofrece soluciones como recetas, sino más bien trazos gruesos para repensar la coyuntura actual.
Desde nuestra perspectiva, la memoria fértil introduce la posibilidad de, a partir de una narrativa sobre un acontecimiento pasado, plantear las condiciones para generar una diferencia cualitativa en el presente. La memoria fértil es fiel a lo acontecido no por su identidad entre pasado y relato, sino porque busca recuperar el componente político de las ideas que le dieron forma a esos acontecimientos.
Nos interesa volver sobre la noción de Ricoeur sobre las “huellas” para pensar el medio a través del cual el pasado se hace presente y la ausencia se hace presencia. Para ello Ricoeur basa su definición de huellas en la propuesta de Jean-Pierre Changeux: “Todas las huellas están en el presente. Ninguna habla de la ausencia; menos aún de la anterioridad. Por ello hay que dotar a la huella de una dimensión semiótica, de un valor de signo, y considerar la huella como un efecto-signo, signo de la acción del sello sobre la importa” (Ricoeur, 2004: 545). Esta idea de la huella como signo nos habilita a pensar en el significado que toma esa huella en relación a los signos de su presente. Al poner a jugar a esa huella en un sistema de signos distinto del cual proviene, su significación será diferente. Allí radica su movimiento y su potencia. Por eso proponemos la memoria fértil porque puede dar lugar a nuevas significaciones que abran otros modos de pensar y de actuar sobre la coyuntura a partir de la cual se rememora.
Pero Ricoeur no sólo entiende a la huella como un signo, sino que también busca pensar su estatuto a través de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud quien habla específicamente de “huellas mnémicas”. Es decir, la forma a través de la cual se imprimen, de modo difuso, algunos recuerdos en la memoria. Estas huellas mnémicas retornan a través de las formaciones del inconsciente (sueños, síntomas, lapsus, olvidos, chistes). Si bien su forma y su contenido mutan, hay algo del orden del inconsciente que no se altera y que insiste. Ricoeur retoma estas concepciones para plantear que “el pasado experimentado es indestructible” y, a partir de allí, desarrolla su “tesis de lo inolvidable” (Ricoeur, 2004: 569).
Esta tesis encuentra su tensión en que, si bien lo experimentado es indestructible, la posibilidad de rememorar nunca puede ser plena. Es decir, entre el relato y lo acontecido siempre habrá un hiato. Es imposible recordarlo todo como Funes. Ricoeur señala que” la idea de relato exhaustivo es una idea performativamente imposible. El relato entraña por necesidad una dimensión selectiva.” (Ricoeur, 2004: 572). Esta dimensión selectiva nos parece fundamental para pensar los modos a través de los cuales García Linera (que no es ni historiador ni filósofo sino político) retoma la memoria sobre la historia de Bolivia. Sus insistencias, como el modo de organización comunal, son en este sentido señales de lo que Linera pretende hacer al rememorar esos momentos. Veremos cómo García Linera crea un relato propio sobre la constitución del movimiento obrero boliviano con el fin de trastocar su presente.
Las formas de retornar no están exentas de olvidos temporales o de represiones forzadas por determinados procesos históricos. Por ejemplo, para el caso boliviano, García Linera observa que lo que ha llevado al “olvido” de componentes fundamentales de la sociedad boliviana como la forma de organización de la producción comunal, ha sido, en parte, dos décadas de hegemonía neoliberal (1980 a 2000). En este sentido, nos resulta pertinente señalar que en el problema del rememorar no sólo hay un conflicto en términos de la imposibilidad de traer al presente algo del orden de la ausencia, sino que también habita un problema que es político. Lo que intentamos decir es que, de formas heterogéneas, algunos procesos históricos habilitan ciertas formas de olvido.
Autores como Antonio Gramsci y Walter Benjamin han trabajado sobre la dificultad de recuperar la historia de las clases subalternas debido a que incluso cuando estas atraviesan momentos de victoria, el continuum de la historia se encarga de trazar un relato sobre la historia que las anula. El propio Gramsci afirma que “incluso cuando parecen victoriosos, los grupos subalternos se encuentran en una situación de alarma defensiva” (Gramsci, 1932-1935: 493). Los olvidos a los que hacíamos referencia recientemente son parte de esta historia que podemos pensar que está impregnada de una memoria fosilizada. Por el contrario, una memoria fértil implica el trabajo de un historiador cuya finalidad sea, como señala Benjamin, “encender en lo pasado la chispa de la esperanza” (Benjamin, 1973: 181).
La necesidad de recuperar ciertos olvidos
En un breve texto denominado “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos”, Gramsci señala la dificultad de reconstruir la historia de las clases subalternas y afirma que esta es “necesariamente disgregada y episódica” (Gramsci, 1932-35: 493). Allí el intelectual italiano llama a estudiar “la formación objetiva de los grupos sociales subalternos” (Gramsci, 1932-35: 491) con el fin de reconstruir esa historia que las clases hegemónicas se han encargado de sustituir por un relato lineal y homogéneo.
En una línea similar Benjamin escribe que “al pasado sólo puede retenérsele en cuanto imagen que relampaguea” (Benjamin, 1973: 180). Podemos asumir aquí que el pensador alemán también está reflexionando, como Ricoeur, que el pasado es algo imposible de rememorar en su totalidad. Estos pensadores encuentran en la historia huecos y vacíos que son obstáculos para el trabajo de la memoria.
Para Benjamin la misión del historiador es muy clara: “Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro” (Benjamin, 1973: 180). “Pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” (Benjamin, 1973: 182) sería realizarle a la historia esas preguntas que aún no han sido pronunciadas con el fin de recomponer el rol que las clases subalternas han tenido. En otras palabras, podemos pensar que lo que el filósofo alemán está proponiendo es recuperar ciertos olvidos pertinentes; ciertas narrativas capaces de producir algún efecto en los sujetos políticos hoy y en sus prácticas.
Lo que ambos filósofos están proponiendo es una forma de la historia que revele su componente conflictivo. Este modo de abordar la historia tiene un uso muy concreto que es el de repensar la práctica política de las clases subalternas en la coyuntura actual a partir de experiencias pasadas que han demostrado momentos de unificación de esos sectores pero que, sin embargo, esos momentos han sido “rotos constantemente por la iniciativa de los grupos dirigentes” (Gramsci, 1932-35: 493).
De esta manera, para Benjamin, el legado de esa memoria opera en los sujetos políticos en la medida en la que se fuerza una detención del tiempo. Es decir, la coyuntura en la que se encuentran inmersos esos sujetos activa una memoria de lucha para pujar por un porvenir distinto. El presente ya no es transición ni fluir del tiempo plano y desmemoriado, sino que el presente debe ser forzado a detenerse a través de la práctica de un sujeto político colectivo. De ahí su crítica al historicismo que “plantea una imagen eterna del pasado” (una imagen fosilizada en los términos de nuestro trabajo), mientras que el materialista histórico “plantea una experiencia con el pasado que es única” (Benjamin, 1973: 189) y por ese motivo, fértil. La práctica política de las clases subalternas que activen el componente emancipatorio de la memoria es la que será capaz de sacudir al tiempo de su forzada y artificial linealidad.
El rol de García Linera, entre “intelectual colonizado” y militante
Para analizar la especificidad de la figura de Álvaro García Linera como reconstructor de un relato sobre la memoria de la clase obrera boliviana nos valdremos de las reflexiones de Frantz Fanon. El escritor de “Los condenados de la tierra” trabaja sobre el rol del intelectual de los países colonizados en contextos opresivos. Para Fanon, luego de muchos años de colonización los países sufren una “alienación cultural” (Fanon, 1961: 60) cuyo efecto es “un verdadero empobrecimiento del panorama cultural, de instituciones despedazadas. Se advierte escasa movilidad. No hay verdadera creatividad, no hay efervescencia. Tras un siglo de dominio colonial se encuentra una cultura rígida en extremo, sedimentada, mineralizada.” (Fanon, 1961: 70).
El modo de sacudir al pueblo de esta alienación cultural es la práctica del intelectual colonizado quien se encuentra en una relación intermedia entre el pueblo y la colonia. Fanon describe tres fases que este intelectual debe atravesar para llegar a tocar alguna fibra sensible de la sociedad a la que se dirige. En primera instancia, el intelectual colonizado asimila la cultura del ocupante. Luego el intelectual “decide recordar” (Fanon, 1961: 64), la experiencia personal del intelectual y los modos a través de los cuales este recuerda son los que habilitan la tercera fase. Se trata del momento que Fanon describe como “fase de lucha” (Fanon, 1961: 65). Es este el instante en el que surge una verdadera producción. El intelectual entiende que su función es política y allí convergen el desarrollo de sus investigaciones con su práctica.
Recordemos que la selección de textos propuesta para esta investigación encuentra a un García Linera en un período de fuerte militancia política pero también desarrollando una importante veta intelectual. Tras ser liberado de la cárcel es designado profesor de sociología de la Universidad Mayor de San Andrés. En ese momento, entabla fuertes debates con Alison Spedding, Silvia Rivera y Felix Patzi. Mientras que al mismo tiempo realiza las investigaciones sobre la clase obrera boliviana que darían lugar a los trabajos que aquí estamos analizando. Pero todo esto sucede paralelamente a su participación en la “Guerra del agua” (1).
Podemos plantear un doble rol de García Linera. Por un lado, su historia lo ubica como militante político. Formó parte de parte de la fundación del Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK) (cuyo objetivo era apoyar la insurgencia indígena), estuvo preso por su práctica y luego participó de una serie de protestas sociales, entre ellas, la “Guerra del agua”. Pero, a su vez, siempre mantuvo un aporte teórico reflexivo, tanto en el EGTK como luego de su liberación.
En esta línea Fanon afirma que para darle densidad a su pensamiento el intelectual debe “participar en la acción, comprometerse en cuerpo y alma en la lucha nacional” (Fanon, 1961: 68). Mientras que otra puntualización clave del pensamiento de Fanon es la necesidad de la práctica del intelectual para “actualizar los conflictos, modernizar las formas de lucha evocadas, los nombres de los héroes, el tipo de las armas” (Fanon, 1961: 71). Aquí revela la importancia de la práctica del intelectual. Podemos pensar que la insistencia de García Linera por reconstruir un relato sobre la condición obrera boliviana ubica a la memoria como la posibilidad de abrir una grieta en la planicie del presente para actualizar sus conflictos y reinterpretar de modo fértil los acontecimientos.
En los textos que planteamos para este trabajo es posible observar una intencionalidad política en torno a los usos de la memoria por parte de García Linera. Es posible que los huecos en la memoria socavan la capacidad organizativa de un pueblo. La insistencia de Linera sobre la narrativa de un pasado que recupere el valor de las clases obreras bolivianas y su capacidad autoorganizativa encuentra su fundamento en un proyecto político que no solo responda a las urgencias del presente, sino que también dibuje la silueta de un por-venir común. Esta es la propuesta que Fanon expone cuando señala que “el hombre colonizado que escribe para su pueblo, cuando utiliza el pasado debe hacerlo con la intención de abrir el futuro, de invitar a la acción, de fundar esperanza” (Fanon, 1961: 68)
El sujeto político que prefigura el actual vicepresidente de Bolivia posee una dimensión temporal que él mismo explica cuando señala que
“en la rebelión comunal, todo el pasado se concentra activamente en el presente; pero a diferencia de las épocas de quietud, donde el pasado subalterno se proyecta como presente subalternizado, ahora es la acumulación del pasado insumiso el que se concentra en el presente para derrocar la mansedumbre pasada (…) El porvenir aparece al fin como insólita invención de una voluntad común que huye descaradamente de todas las rutas prescritas, reconociéndose en esta audacia como soberana constructora de sí misma” (García Linera, 1997: 206)
Álvaro García Linera en su rol de historiador materialista
Si García Linera fuera un historiador sería un “materialista histórico” (Benjamin, 1973: 189), es decir, un sujeto que recupera la memoria de las clases subalternas con el fin de trastocar su presente y pujar por un porvenir más igualitario. La memoria que recupera Linera es una memoria fértil en la medida en la que también le permite ubicar rasgos de la de conformación de un sujeto político en su coyuntura particular.
Al comienzo de “Los ciclos históricos de la condición obrera minera en Bolivia (1825-1999)”, García Linera señala una dificultad similar a la que hace mención Gramsci. Recuperar la historia de las clases subalternas en su país resulta conflictivo debido a, como supo describir al alto grado de “complejidad y abigarramiento”. Releyendo a René Zavaleta Mercado, García Linera entiende por abigarramiento “la coexistencia de obreros disciplinados por el moderno régimen industrial, junto a obreros temporarios vinculados a actividades agrícolas comunales y obreros-artesanos distribuidos en unidades familiares o individuales (García Linera, 2000: 151). Con el fin de organizar esta dispersión el actual vicepresidente de Bolivia ubica tres etapas: El obrero artesano de la empresa, el obrero de oficio de gran empresa y el obrero de especialización industrial flexible. Para los fines de este trabajo nos centraremos principalmente en la segunda de estas etapas debido a que es en ese tipo de obrero en donde encontramos el lazo más claro entre memoria, narrativa y proceso de subjetivación política.
El obrero artesano de empresa: Esta condición obrera va de 1850 a 1900, implica la organización en centros industriales que operan a través de grandes masas de individuos agrupados. Linera ubica que este obrero es legatario de la memoria de sus ancestros cuya organización productiva es “comunal-campesina” y “se manifiesta en sus formas de resistencia como el motín, la fiesta, el uso del tiempo y el cajcheo” (Linera, 2000: 152). Este componente es aún muy determinante de la identidad obrera razón por lo cual “la subsunción formal del proceso de trabajo es primaria” (Linera, 2000: 152). Linera encuentra la disolución de esta condición obrera en el fin de la minería moderna de la plata, por este motivo estos trabajadores deberán volver al trabajo por cuenta propia.
El obrero de oficio de gran empresa: A fines de la primera década del siglo XX García Linera observa un repunte en la minería del estaño, un avance tecnológico y un desarrollo en las destrezas individuales del trabajo que genera una base material que da lugar al obrero de oficio de gran empresa. En esta condición obrera la máquina no reemplaza al trabajador, sino que se vale de sus saberes heredados.
Este factor le da al trabajador una cuota de poder importante ya que su saber-hacer es clave a la hora de desarrollar su labor. Para García Linera este punto es determinante en la constitución subjetiva del obrero ya que “este poder obrero sobre la capacidad productiva de los medios de trabajo industrial habilita no sólo un amplio ejercicio de autonomía laboral dentro de la extracción, sino que, además crea la condición de posibilidad de una autopercepción protagónica del mundo” (García Linera, 200: 154). El obrero en este sentido es el núcleo de la empresa, no una pieza sustituible.
Linera le otorga a la memoria de estos trabajadores un rol fundamental porque es la que permite que el obrero obtenga una diferencia cualitativa, en relación a sus destrezas laborales, que lo hará portador de un arma de negociación. De esta manera, retoma una tesis del pensador boliviano René Zavaleta Mercado (2) que asume los distintos “modos de recepción de las estructuras técnicas”. Ambos pensadores están de acuerdo en que las formas de inserción de la tecnología en los distintos países son siempre diversas debido, en gran medida, a la memoria singular con la que provienen los trabajadores que van a activar esas máquinas.
El obrero de oficio de gran empresa es portador, en términos de Linera, de una doble narrativa. Por un lado, este obrero logra obtener los primeros contratos fijos por tiempo indeterminado, lo que le permite proyectar su devenir. Por otro lado, subyace otra narrativa que implica un lazo entre obreros en la medida en la que se genera un circuito en el que participan “maestros” que enseñan el oficio a los “alumnos”.
A raíz del modo de producción que habilitaba la gran empresa, los obreros comenzaron a agruparse en campamentos mineros. Esto, según Linera, “permitió que se volvieran centros de construcción de una cultura obrera a largo plazo, en la que espacialmente quedó depositada la memoria colectiva de la clase” (Linera, 200: 156). Linera encuentra que aquí se están gestando una efervescencia que luego dará lugar a momentos de resistencia (como la Revolución de 1952 (3), la oposición a las dictaduras militares y la reconquista de la democracia parlamentaria) debido a la construcción de una narrativa interna de clase y la presencia de un espacio físico que convoque a estos grupos de obreros.
El actual vicepresidente de Bolivia llama a estas experiencias “memoria” y nos permite observar el lugar fundamental que el pensador boliviano les asigna a la hora de la activación de ciertos acontecimientos históricos que implican la inscripción de un sujeto político colectivo. Por supuesto que no es sólo el retorno de ciertas huellas lo que habilita un momento político de gran envergadura, pero creemos que la insistencia de Linera por realizar un recorrido histórico de la conformación de las clases subalternas en Bolivia señala su determinación vital al interior de su pensamiento.
De esta manera, Linera asume la importancia de la memoria, pero no supone una determinación unívoca por parte de esta a la hora de la conformación de un sujeto político. Por el contrario, también señala ciertos rasgos materiales (como el contrato fijo por tiempo indefinido) que dieron lugar a la posibilidad de establecer ciertos lazos comunes. “El contrato por tiempo indefinido aseguraba la retención del obrero de oficio, de su saber, de su continuidad laboral y de su adhesión a la empresa por largos períodos (…) permite prever el porvenir individual en un devenir colectivo de largo aliento y, por tanto, permite comprometerse con ese porvenir y ese colectivo” (Linera, 2000: 157).
Al cierre de esta descripción Linera asume que el obrero de oficio es un “sujeto condensado” debido a que porta una temporalidad específica y una narrativa singular. El pensador boliviano insiste en que es a través de este sujeto político que se desplegarán las luchas más importantes de las clases subalternas bolivianas. En términos históricos esta es la condición obrera que habilitará la creación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y luego de la Central Obrera Boliviana (COB), resultado también de la Revolución de 1952.
Finalmente propone pensar en el obrero de especialización industrial flexible. García Linera encuentra el fin del obrero de oficio y de las grandes ciudadelas de trabajadores con el cierre del ciclo del estaño en la minería boliviana. El nuevo obrero de especialización industrial flexible ya no está agrupado colectivamente, ocupa varias funciones y la destreza que se pone en juego es inferior a la de la etapa precedente. La emergencia de este trabajador coincide con la caída en los contratos a plazo indefinido y la flexibilización laboral lo cual provoca, en términos de García Linera, “efectos disolventes en la antigua organización y subjetividad obrera” (García Linera, 2000: 161).
Acontecimiento, retorno de la memoria y sujeto político en acción
Mucho se ha reflexionado en torno a lo que significa un acontecimiento. Esta noción ha sido trabajada por intelectuales tales como Alain Badiou (1998) y Slavoj Žižek (2014). Desde su experiencia, atravesado por otras urgencias, García Linera ha trazado algunos planteos en torno a lo que él considera que es un acontecimiento:
“Acontecimientos que al momento de suceder no acaban de desplegar toda su verdad implícita que portan y encima marcan una época, porque jalan a los restantes acontecimientos presentes y pasados hacia un rumbo en el que todos han de hallar finalidad y sentido. No son pues acontecimientos cotidianos sino condensaciones de época que, al momento de brindarnos el lenguaje para volver inteligibles los sucesos anteriores, parten la historia” (García Linera, 2000: 162).
Retomando lo planteado por Benjamin podemos decir que para García Linera un acontecimiento implica también una detención del tiempo para recomenzar de otro modo. Para el entonces militante del EGTK, la “Marcha por la vida” (4) de agosto de 1986 es un acontecimiento debido no solo a la magnitud de la gran movilización minera sino por los efectos desencadenantes de su repliegue. El autor la describe como “el alarido más desesperado no sólo de quienes, como ningún otro sujeto colectivo, creían en la posibilidad de la nación e hicieron todo lo que pudieron por inventarla por medio del trabajo, la asamblea y a la solidaridad; a la vez, fue el acto final de un sujeto social” (García Linera, 2000: 163). El actual vicepresidente de Bolivia destaca las prácticas políticas de este movimiento en relación a los modos de organización comunales como la asamblea, formas que son legatarias de las tres condiciones obreras que hemos repasado, pero particularmente del obrero de oficio de gran empresa y del obrero artesano de empresa.
Como vimos en el apartado anterior García Linera concibe a la condición obrera como un sujeto portador de una memoria que opera tanto al nivel de sus destrezas laborales como al modo de organización comunal-campesina que tiene sus modos específicos de resistir. García Linera busca abordar las razones que dieron lugar a la caída de este sujeto político ya que no solo implica una derrota en términos de derechos laborales que quedaron truncos, sino que, en palabras de García Linera, la disolución de este sujeto político favoreció la instauración de un régimen neoliberal que se desplegará Bolivia por dos décadas (1980-2000). “La visión del mundo neoliberal sólo pudo saltar a la palestra porque previamente fue disuelto, o mejor, se auto-disolvió, el sujeto generador de todo un irradiante sentido del mundo” (García Linera, 2000: 164).
García Linera observa en ese momento un avance del neoliberalismo a nivel mundial que tiende a la privatización de los recursos naturales, al avance de capitales transnacionales en su región y a la precarización laboral en las distintas industrias. Incluso sostiene que las clases dirigentes bolivianas, gobernadas por Paz Estensoro, favorecían dicho cambio en la configuración estructural de Bolivia. Mientras que las clases subalternas no fueron capaces de leer ese cambio que se estaba produciendo. Para García Linera no pudieron detectar que el Estado se estaba replegando en pos de favorecer el cierre de operaciones de los centros mineros. Por lo tanto, no solo se trataba de una ola de despidos y desregulación en términos de derechos laborales sino de la transformación integral del sistema productivo boliviano.
El principal problema, que devino en la disolución de este sujeto político, fue no haber podido convertir sus demandas al Estado a un modo de autoorganización colectivo. Es por ello que “La marcha por la vida (…) cristalizó un modo plebeyo de reclamar al Estado” (García Linera, 2000: 171). Sin embargo, García Linera rescata “una exultante interpretación ética de la vida en común” (García Linera, 2000: 171) y una práctica política que favoreció la resistencia y el modo asambleario de organización. Encontramos que estos elementos, juntos con la memoria, son también fundantes de su concepción de sujeto político. Para García Linera sin estos elementos no hay posibilidad de la irrupción de un sujeto político a través de un acontecimiento ya que “el aumento de las penalidades, los despidos, la contracción económica y la crisis no necesariamente desembocan en revueltas sociales. En general la miseria material engendra más miseria material, organizativa y espiritual de los sectores subalternos” (García Linera, 2000: 168).
García Linera piensa la constitución de un sujeto político a través de un fuerte movimiento de autonomía. Por este motivo se esfuerza por rastrear huellas de autonomía tanto en la “Marcha por la vida” como en la Revolución de 1952. Opera en su teoría una dimensión selectiva en torno a estos dos acontecimientos. La importancia de estas prácticas radica en que prescinden de la referencia de un otro. Podemos pensar que en este momento de la obra de García Linera predomina un reconocimiento entre pares por sobre un intérprete externo como podría ser el Estado. “La lucha por los derechos colectivos no sólo es un lugar de formación de una identidad social, sino que además sólo se puede ejecutar mediante técnicas asociativas comunalizadas, esto es, que son capaces de crear interunificación práctica y autónoma entre los trabajadores” (García Linera, 2000: 172). El pensador boliviano reconoce al “sindicato-en-lucha” (García Linera, 2000: 173) como una de las representaciones de este sujeto político ha dado a la historia boliviana.
El problema, reconoce García Linera, se presenta cuando en este sujeto prevalece esa referencia externa por sobre la autoorganización y la autonomía. Eso fue lo que sucedió con los obreros mineros durante la “Marcha por la vida”. Este conflicto toma aún mayor densidad y complejidad en un momento de neoliberalización, donde el Estado está en franco repliegue.
El modo de reclamar plebeyo presenta al Estado como a un padre, lugar de significación de todas las demandas. Esto genera que “la manera de proyectarse en el ámbito político sea meramente interpelatorio y no ejecutivo” (García Linera, 2000: 174) y que el obrero no se vea jamás como soberano. Por esta razón su posición se centra en una demanda constante y no en la posibilidad de gobernar. Las clases obreras han organizado una narrativa que terminó atentado contra sus propósitos ya que “siempre habían ordenado el campo significante de la lucha en términos de alguien a quien resistir y de alguiena quien apoyar, sin necesidad de cuestionar la pertinencia de la existencia de “alguien” por encima de ellos” (García Linera, 2000: 183). Entonces la autonomía que plantea García Linera no es solo la capacidad de autoorganización en esferas aisladas, sino que también implica que las clases subalternas sean capaces de verse a sí mismas en el acto de gobernar.
El intelectual boliviano sugiere que uno de los motivos de este posicionamiento subjetivo de las clases subalternas puede encontrar su justificación en el retorno de una memoria de la época de la colonia que implica sumisión. “Es como si la historia de sumisiones obreras y populares practicadas desde el coloniaje se agolparan en la memoria como un hecho inquebrantable, adherido al cuerpo del obrero y, empujara a la masa movilizada a enfrentarse al poder como simple sujeto de resistencia, de conminación, de reclamo y no, así como sujeto de decisión y soberanía ejercida” (García Linera, 2000: 175). La tensión en torno a este sujeto político es latente ya que por un lado reconoce un poder que se materializa en la marcha, en la capacidad de resistir, pero, por el otro lado, en ningún momento reconoce que ese poder puede identificarse con otra referencia que no sea el Estado como recipiente de demandas. Esta memoria de la colonia provoca una inmovilidad en el sujeto político que resalta su costado más conservador.
Retomando a Pierre Bourdieu, García Linera denomina a ese gesto conservador el “habitus de las clases populares” (García Linera, 2000: 175) que se observa a través de una “narrativa sufriente de su devenir de clase” (García Linera, 2000: 176). Es precisamente esta la crítica que García Linera realiza sobre la práctica del movimiento obrero en la “Marcha por la vida” de 1986 y es aquí donde él encuentra algunos de los motivos de la disolución de este sujeto político. Esta forma de enunciarse en el espacio público corroe la posibilidad de pujar por un porvenir distinto.
García Linera denomina a estas prácticas “reivindicativas”, mientras que en oposición propone las “prácticas políticas productoras de horizonte estratégico alternativo” (García Linera, 2000: 181). Aquí observamos otra característica del sujeto político en García Linera: debe poder trazar los lineamientos de una “creencia aglutinante” (García Linera, 2000: 182) y pujar, en su coyuntura particular, por él. Esta creencia va a organizar una narrativa que prescinda (aunque no olvide) de la referencia permanente al Estado.
Los contextos históricos, como el neoliberalismo, que fomentan la destrucción del lazo social, si no encuentran a un sujeto político que se haga cargo de resistir y de autoorganizarse de forma autónoma pueden llevar a períodos de retrocesos inconmensurables y a “huecos en la memoria” (García Linera, 2000: 169) que mermen la práctica política de los pueblos. García Linera ubica el cierre de esta etapa en el 2000 con la “Guerra del Agua”, acontecimiento que habilitó la recuperación de la capacidad de acción y la reactivación de una memoria capaz de reconstruir un horizonte autodeterminado por las clases subalternas.
Narrativa indígena, memoria y sujeto político
Así como García Linera reivindica y crítica momentos, narrativas y prácticas del movimiento minero durante la “Marcha por la vida”, también hace lo propio en relación al movimiento aimara-quechua en relación a la Revolución de 1952. Señala la dificultad de reconstruir la historia de este sector social debido a la falta de material escrito. De esta manera, la memoria de movimiento aimara-quechua se presenta de forma “episódica y disgregada” (Gramsci, 1932-35: 493). Plagada de vacíos por la intervención y la opresión de las clases hegemónicas. Pero también García Linera señala la dificultad de volver sobre esta memoria por el relato hegemónico que, desde el Estado, se ha forjado en torno a ellas. Esta narrativa, que elude los acontecimientos de los que el movimiento aimara-quechua fue protagonista, revela una temporalidad lineal, sin sobresaltos, donde el indígena sufre una “folklorización paternalista” (García Linera, 1998: 193) y es construido a partir de una “mirada condescendiente” (García Linera, 1998: 199).
El relato forjado desde el Estado responde a una memoria fosilizada donde se presenta una “uniformización indígena” (García Linera, 1998: 199) despojada de contradicciones y de práctica política. El principal componente del movimiento aimara-quechua que García Linera propone revitalizar y que ha sido borrado de la historia son las “formas comunales” (García Linera, 1998: 195). Estas formas proponen un modo de organización económica antagónico al hegemónico neoliberal. García Linera observa que se ha tratado de configurar una idea del indígena como “ciudadano civilizado” (García Linera, 1998: 195) para solapar las formas de organización productiva no capitalistas.
García Linera encuentra en el movimiento aimara-quechua una práctica política que, si bien dialoga y resiste al Estado, este no se presenta como el principio y el fin de todas sus necesidades.
“El movimiento indígena aimara-quechua, en la ambigüedad que caracteriza a toda acción autónoma de los subalternos, junto con la demanda inclusiva en la ciudadanía oficial y en los derechos reconocibles por el Estado, interminablemente ha venido desplegando un conjunto de disposiciones propositivas que no le piden nada a nadie; que postulan lo que se es como que se debe ser al margen y por encima de lo que la sociedad oficial dominante pretenda que sea” (García Linera, 1998: 201).
Estas prácticas autoorganizativas serían el germen de lo que podrá devenir en un acontecimiento. Uno de los principales rivales de este modo de hacer político es el retorno de una memoria colonial, que como señalamos más arriba, reavive la identificación de los indígenas como lo subalterno y obture la capacidad de verse a sí mismos como gestores del poder político.
Los momentos de rebelión, como la Revolución de 1952, son la principal arma para luchar contra esa reconstrucción de la memoria de lo indígena como fragmentada. Es precisamente en esos momentos donde el relato indígena se unifica y cobra sentido. Es por ello que, a falta de textos escritos, García Linera propone retomar esos actos como “el texto donde ir a descubrir el programa social verificable de los movimientos indígenas”. (García Linera, 1998: 206).
La memoria que García Linera busca que retorne es la memoria del acontecimiento que implicó la Revolución de 1952, donde se trastocaron las relaciones de poder. Podemos plantear que la memoria a la que apela García Linera es una memoria fértil en la medida en la que retoma las acciones insurgentes de los sujetos colectivos. Estas son las enseñanzas del pueblo indígena y la memoria que, a través de sus usos, determinará la posibilidad de aparición de un sujeto político capaz de pujar por su propia autodeterminación.
A modo de cierre
La memoria fértil es el arma para luchar contra la tendencia de la historia a crear un relato sobre las clases subalternas plano, unidimensional y vacío. La selección de García Linera por priorizar una memoria que retome los momentos de insurgencia como la Revolución de 1952 y la “Marcha por la vida” nos permite pensar en la potencia de sus usos. En este sentido, la teoría sobre el acontecimiento de García Linera pone en evidencia la necesidad de insistir sobre lo que Benjamin (1973) llamó “el instante de peligro”.
“No son acontecimientos cotidianos” sugiere García Linera (2000), sino que hay un criterio de selección, por parte del historiador y del intelectual, que debe priorizar algunos relatos sobre otros. Los fragmentos recuperados son los que tienen a las clases subalternas como protagonistas. Acontecimientos que ponen en evidencia que esas clases son capaces de unificación a pesar de lo que la historia hegemónica insista en contar, pero también muestran que la capacidad de autoorganización es posible de establecer cortes en la historia que reviertan tendencialmente el orden impuesto.
García Linera insiste en que en cada condición obrera hubo una memoria que retornó y que fue clave a la hora de configurar la subjetividad de ese obrero. Pero también expone que la memoria puede ser un factor que repercuta en conductas conservadoras. Lejos de las idealizaciones de las clases subalternas García Linera muestra las distintas facetas del retorno de una memoria que puede operar tanto como reactivación de poder de autoorganización pero también como un núcleo duro y paralizante. El pensador boliviano nos trae distintas formas de la memoria que puede ser un saber-hacer, una forma de organización comunal-agraria o una sumisión proveniente de la época de la colonia. De una u otra manera, estas observaciones señalan la articulación clave entre memoria y procesos de subjetivación.
El momento en el que García Linera redacta los textos aquí analizados nos permite pensar sobre sus intenciones, alcances y limitaciones. Entre su condición de intelectual y de militante, el pensador boliviano busca recuperar una memoria que traiga pistas para la acción de un sujeto colectivo en su presente.
En este sentido, podemos retomar nuestra hipótesis de lectura (hay elementos en la obra de García Linera para desarrollar una teoría del sujeto político que encuentra una de sus principales determinantes en los usos que el autor hace de la memoria) y plantear que, si hay en el pensamiento de García Linera una teoría del sujeto político, esta no puede prescindir de la memoria como factor clave. Una memoria que en sus retornos es capaz de reavivar el poder constituyente y la capacidad de organización autónoma de una sociedad, pero también de despertar tendencias conservadoras.
El modo en el que García Linera hace uso de la memoria es netamente político. Por lo tanto, es un modo que debe afrontarse a las urgencias de su presente como escollos que exigen una solución. La coyuntura en la que García Linera se inscribe trae preguntas nuevas donde el uso político de la memoria le permite esbozar algunas aproximaciones. Estas serán siempre un modo de intervención política, una posición que el sujeto político debe tomar para actuar sobre esa coyuntura. En otras palabras, el uso que García Linera hace de la memoria habilita pensar una práctica política para un sujeto colectivo.
Notas
(1) Guerra del agua: En el año 2000 se produjo una gran movilización en Cochabamba debido a que una parte de la población se oponía a la privatización del agua. La reacción del gobierno fue mandar a reprimir inmediatamente produciendo decenas de heridos. En esta movilización participaron García Linera y Evo Morales. La espontaneidad y masividad de este movimiento han dado lugar a reflexiones por parte de distintos intelectuales como Antonio Negri.
(2) René Zavaleta Mercado es considerado, por especialistas como Martín Giller, como uno de los intelectuales más influyentes en la historia del pensamiento crítico marxista. Su producción es amplia y se lo recuerda, entre otras cosas, por haber participado de la revista Pasado y Presente. Para nuestra investigación, constituye una de las fuentes más influyentes del pensamiento de Álvaro García Linera. La articulación entre estos dos autores o, mejor dicho, el modo en el que García Linera retoma la herencia zavaletiana merecerá una investigación más profunda, pero estamos en condiciones de plantear que Zavaleta es determinante para el modo en que García Linera repiensa categorías como las de clases sociales y Estado desde una perspectiva marxista. Por simplemente nombrar un ejemplo, en el 2010 García Linera pronunció, durante el acto de posesión presidencial del segundo período de gobierno del MAS, un discurso denominado Del Estado Aparente al Estado Integral, haciendo alusión al concepto desarrollado por Zavaleta de “Estado Aparente”.
(3) La revolución de 1952: Desde principios de 1900 Bolivia ha basado su actividad económica en la explotación minera. Más precisamente en la extracción del estaño. Las condiciones en las que estos trabajadores desempeñaban su actividad producían una expectativa de vida menor a los 40 años y serias afecciones físicas mientras que la remuneración no se correspondía con las condiciones y la larga jornada laboral. Los indígenas, que representaban al 60% de la población, eran obligados a trabajar en las haciendas de los terratenientes de forma gratuita y se les negaba la posibilidad de votar a todo aquel que fuera analfabeto. En 1932 se produce la Guerra del Chaco en la que Bolivia pierde el Chaco Boreal en manos de Paraguay lo que hace crecer las contradicciones internas del país. En esa guerra se produjo un intercambio entre mineros e indígenas, clases medias y clases bajas, donde el cruce de ideas y el encuentro de un enemigo en común (la oligarquía terrateniente boliviana) operará como caldo de cultivo de la explosión insurgente que ocurrirá en 1952. Tras la derrota en 1935 muchos jóvenes de clases medias decidieron participar del orden político a través de agrupaciones de izquierda que dieron una serie de golpes de estado y estatizaron la petrolera estadounidense, Standard Oil, crearon los Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) y promovieron la sindicalización de los trabajadores. En 1939 el socialismo militar sufrió un golpe de estado, este volvió a las manos de la oligarquía terrateniente y Enrique Peñaranda asumió como presidente. En este contexto se forjó el MNR (Movimiento Nacional Revolucionario) quien se oponía a la ayuda, a través del estaño, que Bolivia le daba a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Victor Paz Estenssoro fue uno de sus fundadores. En un contexto de fuertes huelgas por parte de los sectores mineros, Peñaranda decidió fusilar a 35 trabajadores lo que genera inmediatamente el agrupamiento del MNR con facciones de izquierda del ejército quienes derrocan a Peñaranda. Allí se desarrollaron toda una serie de derechos laborales que favorecieron a los trabajadores bolivianos y perjudicaron a la oligarquía. El colapso de este momento fue el linchamiento de Gualberto Villarroel, presidente del momento, por parte de la oligarquía y sectores medios. Se realizaron las elecciones y asumió Enrique Hertzog. Por su parte, Estenssoro, derrotado en las elecciones, organizó al MNR desde su exilio en Argentina y provocó una insurrección en Santa Cruz de la Sierra, Potosí, Sucre y Cochabamba. Este levantamiento fue fuertemente reprimido y se produjeron grandes cantidades de asesinatos. En 1951 finalmente asume Estenssoro apoyado por el MNR quien debe enfrentar a distintos enemigos: una parte del ejército, los intereses estadounidenses, la oligarquía local y los grandes grupos económicos nacionales. En 1952 surgió desde la Paz un levantamiento popular integrado por indígenas y mestizos quienes se unieron a las milicias del MNR y a la Federación Sindical de los Mineros que enfrentaron al ejército y lo derrotaron dando triunfo a la revolución. Ese mismo año Estenssoro pudo asumir la presidencia y gobernó durante cuatro años dando lugar a una serie de estatizaciones de sectores claves como la minería, el sufragio universal y los principios de una reforma agraria.
(4) Marcha por la vida: El 28 de agosto de 1986 se detuvo en las inmediaciones de La Paz una de las marchas más grandes que ha visto la historia de Bolivia. Un cerco de militares a punta de fusil frenó la entrada de esta multitud a la capital de Bolivia. La denominada “Marcha por la vida” fue una movilización que reclamaba en contra del decreto 21060 promulgado el 29 de agosto de 1985 por el presidente Víctor Paz Estensoro e implicaba el despido de 27.000 obreros de las empresas mineras del Estado. La marcha comenzó en Oruro y estuvo dirigida por la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). A los mineros se le sumaron estudiantes de la Universidad del Siglo XX y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). La multitud iba desarmada razón por la cual Filemón Escobar y Simón Reyes Rivera (miembro del Partido Comunista Boliviano), al encontrarse con el cerco militar, propusieron no forzar un enfrentamiento que podría terminar en una masacre. Postura opuesta a la de las mujeres mineras que plantearon intentar romper el cerco militar a pesar de su vulnerabilidad. A la oleada neoliberal que sacudía a Latinoamérica por ese entonces se le sumó una fuerte caída del precio internacional del estaño, principal insumo de la economía boliviana. En este contexto, Paz Estensoro pronunció la famosa frase “Bolivia se nos muere”. La marcha, que sumó más de 8.000 trabajadores y estudiantes, quedó impresa en la memoria de los bolivianos como un momento de fuerte lucha política pero también es reconocida como el fracaso del movimiento sindical de los trabajadores.
Bibliografía
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* Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA.FSOC) y maestrando en Estudios Interdisciplinarios del Sujeto y la Subjetividad (UBA. FyL). Investigador del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Co-Ayudante en la Cátedra Romé (Teorías y prácticas de la Comunicación III). Miembro del Miembro del proyecto UBACyT “Figuras de la subjetividad política en la Argentina contemporánea (2001-2015). Un aporte desde el análisis de la producción social de las significaciones” (IIGG, UBA). Miembro del Proyecto de Reconocimiento Institucional “Sobredeterminación, discurso y política. Crítica de las ideologías de la comunicación política” (FSOC, UBA).
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