Por: Ollantay Itzamná
Para el próximo 20 de octubre están convocadas las elecciones generales en las que cerca de 7 millones de bolivianos elegirán en las urnas al Presidente y Vicepresidente del Estado Plurinacional para el período 2020-2025. Además elegirán también 166 legisladores plurinacionales (130 diputados y 36 senadores).
Están habilitados 9 binomios presidenciables. Entre ellos, Evo Morales, por el partido oficialista del Movimiento al Socialismo (MAS) y Carlos D. Mesa Gisbert por la agrupación Comunidad Ciudadana (CC).
Según las redes sociales y las encuestas urbanas, hasta el momento, las intenciones de votos se concentran entre Morales y Mesa. El primero, gobierna Bolivia desde 2006 hasta la fecha. El segundo, fue gobierno a raíz de la huida del entonces Presidente Gonzalo Sánchez (actualmente prófugo en los EEUU), entre 2003 y 2005. En ese corto período, Mesa renunció a la Presidencia en dos ocasiones.
Mesa Gisbert, según la academia occidental oficial, un connotado historiador e intelectual de Bolivia contemporánea, desconoce la realidad de los pueblos de Bolivia. Lo demostró no sólo cuando fue Presidente y no supo manejar los “momentos históricos” de los pueblos convulsionados del país, sino también, ahora, que es el candidato más visible de la oposición.
Durante el gobierno neoliberal de Mesa, los pueblos bolivianos movilizados exigían la “nacionalización” de los hidrocarburos y la Asamblea Nacional Constituyente. Pero, Mesa y su cohorte de intelectuales se negaron a ver lo que miraban, se negaron a escuchar lo que oían. Eso sí, escucharon y aprobaron “la inmunidad” para los militares yankes que cometían crímenes en Bolivia. Decían: “Técnica y jurídicamente no se puede nacionalizar. No se puede realizar Asamblea Constituyente”…
Tuvo que renunciar Mesa a la silla presidencial, y llegar a ser gobierno los “ignorantes” y “atrasados” del país para renegociar los contratos petroleros, convocar a la Asamblea Constituyente, y construir el actual Estado de Derecho en Bolivia. De lo contrario, Bolivia seguiría siendo la hermana siamesa de Honduras, Guatemala o Haití, en la actualidad.
Mesa es pusilánime. Una persona timorata no puede ser gobierno de un país plurinacional. Y si lo es, irremediablemente encaminará a los pueblos a las circunstancias más oscuras y dolorosas. En el caso de Mesa, a los hechos nos remitimos.
Mesa tiene una personalidad genuflexa. Tanto por su última declaración con relación al restablecimiento de la diplomacia plena con el gobierno norteamericano, como por su actitud “servil” cuando fue gobierno, Carlos Mesa expresa una personalidad “reverente” con el violento poder imperial. Según Él, no se puede gobernar sin la venia de la “primera potencia mundial”, muy a pesar que el actual gobierno indígena demostró todo lo contrario.
Mesa no es plurinacional. Al ser un “intelectual” colonizado que desprecia lo suyo para imitar a los patrones euronorteamericanos, Mesa representa a la “devaluada” clase media tradicional (de allí el nombre de su agrupación política) que casi por dos siglos fungió como la “ciudadanía plena” de la Bolivia republicana.
Mesa busca restaurar, no sólo el violento sistema neoliberal en Bolivia, sino el racismo criollo que se institucionalizó por siglos en Bolivia. Y estos procesos de restauración, muy a pesar de sus espejismos mediáticos, generarán violentas convulsiones sociales iguales o peores que las vividas cuando Mesa fue gobierno. Y, entonces, Mesa abandonará irresponsablemente la silla presidencial, dejando nuevamente al país al borde del colapso. Y así, Bolivia será nuevamente la materialización de la maldición del mito de Sísifo.
Comentario