Por: Juan Carlos Pinto Quintanilla
Pensar la izquierda desde la experiencia boliviana, es plantearse como tema fundamental de su transformación, el de su descolonización junto al conjunto de la sociedad latinoamericana.
No podemos negar que junto a los procesos de transformación ocurridos a lo largo de la historia republicana de nuestros países, hubo intelectuales y organizaciones de izquierda que ayudaron a que exista un curso en los acontecimientos y las transformaciones sociales inscritas en leyes o bien en las propias constituciones. También fueron esas izquierdas las que ocuparon el papel del pueblo en diversos momentos y circunstancias, confirmando que la colonialidad también era parte del discurso de los “salvadores libertarios”.
En definitiva encontramos que quienes escribían la historia de vencedores y aún de vencidos, eran los mismos colonizadores que se atribuyeron el mandato de construir a nuestros países; bajo los mismos parámetros con los que podemos juzgar nuestra historia hoy. Desde una mirada colonial, de derecha o de izquierda, se reproducía esa perspectiva de que los pueblos indígena originario campesino, o bien eran seres sin alma o bien eran ovejas que debían ser arrastradas por la oleada revolucionaria del proletariado, o en su defecto por el partido de izquierda y sus dirigentes.
No olvidarnos que hasta la nomenclatura de izquierdas y derechas es parte de la colonialidad de la política, el que existan parámetros de medición o de representación que fueron propios de la experiencia burguesa revolucionaria francesa; que en definitiva desde nuestra realidad simplemente sirvió para un reacomodo de sectores dominantes y subalternos, sin dejar de mencionar que en medio de ello, las vidas, los ideales y las luchas que transcurrieron le dieron sentido corpóreo a una identidad política en muchos países latinoamericanos. En realidad son precisamente esas señales testimoniales las que han permitido hablar de una herencia latinoamericana de izquierda, junto a los procesos de mayor democratización en la transformación formal de nuestras sociedades.
Sin embargo hemos tenido izquierdas para todo gusto en nuestro continente, desde aquellas que nunca lo fueron pero que en el calor de las transformaciones de un mundo señorial absolutamente cerrado a cualquier tipo de democratización, se hicieron revolucionarios y por tanto de izquierda. También la izquierda histórica y formal, la que importó las lecturas marxistas y creó organicidad, la que se agotó en su papel nacionalista y desarrollista que apostaba todo a la modernización capitalista como etapa necesaria de la revolución socialista, tanto que tuvo demasiados deslices con los grupos de poder locales; en casos esas alianzas individuales u orgánicas son las que permitieron al sistema en sus versiones nacionales o neoliberales, dulcificarlo generando mayor inclusión ciudadana a través de políticas sociales.
También existieron las radicales, que convencidas del proyecto revolucionario, se involucraron con diversos sectores y actores sociales para hacerlos parte del proceso revolucionario definido por ellos mismos como el camino del desarrollo de nuestros países. Hubo presencias heroicas e importantes, en muchos lugares la izquierda logró carta de ciudadanía en la sangre derramada de sus militantes que se mezclaba o era una con la del pueblo movilizado. Experiencias que no sólo estaban basadas en el testimonio ético y político de quienes luchaban, sino en la desesperación de las mayorías que tomaron la violencia como un instrumento transformador frente a la violencia cotidiana que los atropellaba sin sentido y sin final.
Sin embargo a pesar de los dolores históricos compartidos, esa izquierda revolucionaria junto a la que se había negado y se había hecho oficialista, no terminaron de delinear una construcción colectiva con las organizaciones sociales y los movimientos sociales que siempre se hacían presentes en las luchas, definiendo su propio horizonte político y no el de los partidos.
No pudieron o no lograron entender que más allá de las recetas se encontraba el pueblo real, y en el caso boliviano, la mayoría indígena originaria campesina que tenía un proyecto estratégico basada en su propia memoria histórica y que buscaba un interlocutor que le permita entroncarse con el proceso revolucionario del hoy.
De alguna manera la colonialidad se hacía manifiesta en la forma en la que las direcciones revolucionarias existían, sectores intelectuales y de clase media reproducían de forma amable una vez más la señorialización de nuestras sociedades; no sólo en la etnitización sino también en la mirada paternal con la que se asumía a las organizaciones sociales.
Bolivia ha resumido muchas de nuestras historias continentales. La perspectiva de Estado Nacional con la que se crearon nuestros países, basados en fronteras territoriales que tenían que ver más bien con los intereses de las oligarquías locales; generaron una superposición territorial sobre pueblos indígenas y originarios que ya existían y que habían sido sometidos, aunque la idea misma de Estado siguiera existiendo como identidad y como autoridad, este fue el caso de Bolivia. Otros países que no contaban con esa identidad política tan fuerte en su territorio, optaron por su exterminio o la “reservización” aislando a los pueblos indígenas, mientras miles de migrantes europeos se trasladaban a realizar una ocupación territorial.
En nuestro país con una extraordinaria presencia aymara-quechua, los poderes locales optaron por la explotación de la fuerza de trabajo, y una gradual expropiación territorial; no siendo su preocupación central el de construir una identidad nacional, que permita la inclusión de esas mayorías indígenas. Ello se hizo manifiesto en la Primera Constitución y en las otras 17 que siguieron que relegaba la ciudadanía a quienes tuvieran patrimonio y supieran leer y escribir, es decir entre el 3 y el 5%. Situación que se hizo extensiva hasta la revolución nacionalista del 52.
No está demás decir que la historia oficial, no habla de los cientos de levantamientos indígenas en todo el territorio por territorios y reconocimiento. Sin embargo la figura estatal cada vez más definida fue la del Estado de ocupación y represión a través del ejército, que imponía decisiones estatales y recogía impuestos.
Este proceso económico de explotación desde la colonia, se enganchaba con la república a través de la minería y la tierra. Miles de comunarios indígenas obligados a ser mineros como servicio heredado de la mita colonial, se convirtieron en una nueva institucionalidad estatal, y también los indios-mineros en el naciente proletariado que organizado empezó sus propias batallas. Es en las primeras décadas del siglo XX que cierta intelectualidad tiene acceso a las primeras lecturas marxistas, y crea partidos como el PIR y el POR que serán quienes politizarán las luchas sindicales mineras, dándoles armas teóricas para convertirse en vanguardia del proceso revolucionario durante gran parte del siglo XX.
Sin embargo, y a pesar de la acumulación de la memoria histórica de clase, el proletariado y su entidad matriz, la COB, fueron vencidas finalmente en silencio por el neoliberalismo. La izquierda en todo ese tiempo o era una minúscula opinión, o era clandestina o finalmente hizo grandes alianzas electorales que carecían de proyecto alternativo frente al capital y el mercado. Finalmente en tiempos neoliberales, se autoexilió o bien practicó una suerte de “entrismo” al Estado para mejorar los planes sociales.
Siempre en esta historia oficial, también de izquierda, hubo una historia paralela, la de las organizaciones y movimientos sociales, principalmente indígena originaria campesina, que dibujaba paso a paso su propio proyecto político, diferenciado de esas izquierdas que los usaban o bien las ignoraban. El movimiento indianista de los 60 y el Katarista de los 70, dieron lugar a pensamiento propio y organizaciones políticas con protagonistas aymaras y quechuas que interpelaban y eran rechazados por izquierdas y derechas. Junto a ellos, la naciente identidad política de los migrantes que habían llegado como colonizadores a las zonas cocaleras como el Chapare, y que paso a paso hicieron curso político de su reivindicación económica y cultural, junto a un estatismo antiimperialista que los reprimía cotidianamente en su actividad.
Estos movimientos sociales, junto a los barriales y urbanos que desde la conciencia de la defensa de sus recursos fundamentales como el agua, y luego en una visión de país el gas; son los que dieron plataforma real a un nuevo sentido político, que no podía apoyarse en los partidos del neoliberalismo, de izquierda o de derecha; y optaron por la construcción de un instrumento político propio que convoque a las organizaciones para hacerlo suyo desde la horizontalidad de las decisiones y frente a la jerarquización partidaria; que politice las demandas de las organizaciones sociales sin tener que negociar con los partidos existentes; y en definitiva que liderice la lucha por el Socialismo como horizonte político. Ese fue la base histórica e ideológica para el surgimiento del Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos.
Han pasado muchos años desde ese inicio fundador y 10 años de gobierno que han transcurrido en un baño de realidades con sueños que aún persisten y que debemos recuperar todos los días para que la revolución siga siendo. En particular reflexionar el posicionamiento político de la izquierda frente a la proeza de los movimientos sociales que levantaron desde la mayoría excluida un proceso organizativo propio con un liderazgo que lo hizo posible, pues desde el inicio son esas izquierdas las que se sumaron de manera entusiasta al proceso de cambio que iniciaba el país. Algunos de sus militantes ocuparon importantes espacios en la naciente estructura estatal, otros fueron constituyentes cuando se necesitaban propuestas académicas que dieran sustento constitucional a la revolución que iniciábamos. En fin creo que esa izquierda que había ignorado en cierta forma el protagonismo indígena originario campesino se sentía su acompañante privilegiado, pero además sin dejar de borrar las huellas del pasado, como el fiel interpretador de la revolución en marcha. Sin embargo, no dejaron de interpelar la estructura horizontal y sin mandos políticos visibles más allá del liderazgo, y asumieron la histórica tarea, según ellos de darle un norte a la revolución, pues “ los IOCs no podrían hacerlo”.
No pasó mucho tiempo antes de que se sucedieran consecuencias importantes en el acontecer político del proceso de cambio. Unos izquierdistas convencidos y ¨puros¨ optaron por salir golpeando la puerta denunciando la traición a la revolución, en realidad a la revolución que ellos querían o pretendían soñar y no la que se desplegaba como realidad en el proceso que vivimos. Estos inquietos revolucionarios en realidad se convirtieron en poco tiempo en quienes ayudaron a argumentar y darle un discurso más eficiente a la oposición, y en casos incluso a armar sus campañas asesorando sobre donde sería más eficiente golpear al gobierno y al liderazgo. Otros organizaron sus propias redes políticas internas y optaron por ganar espacios políticos propios en la estructura estatal para terminar imponiendo determinadas maneras o modelos de entender la revolución o su negación en determinados espacios. Dicha acción política en el marco de la plurinacionalidad no fueran problema si es que se diera en el proceso abierto al debate revolucionario sobre la construcción del horizonte político pero se da dentro estructuras pequeñas que juegan un peligroso ajedrez político.
Aún es el tiempo de recuperar el horizonte revolucionario y repolitizar la estructura de los movimientos sociales que crearon el proceso de cambio que vivimos. Que se recupere el protagonismo politizado y revolucionario con propuestas de país que acompañen y complementen al Estado Plurinacional y al liderazgo. Que el sujeto histórico IOC sea capaz de ponerse a la vanguardia de la formación política y de un proceso de autocrítica revolucionaria para seguir avanzando en lo que nos falta por construir camino al Socialismo Comunitario. Finalmente que las izquierdas reconozcan plenamente el protagonismo IOC y refuercen el proceso organizativo y de formación política de quienes son el fundamento de la revolución que soñamos y que seguimos construyendo.
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