Por: Joaquín Ayma
Después de diez años de devaneos, Carlos de Mesa Gisbert, expresó públicamente que será candidato a la presidencia: “Vamos a tener un contendor que forma parte de los políticos del pasado” dijo, excluyéndose de un saque de los 8.000 millones de insignificantes mortales que conformamos la humanidad, e incorporándose al reino celestial para quienes el tiempo no transcurre: “Porque no pueden ya más morir: porque son iguales a los ángeles” Lucas 20:36
Para estar a tono con los tiempos que corren, los posmodernos políticos bolivianos, acuden en tropel a las grandes clínicas en busca de un Lifting integral que en una sola sesión les borre las patas de gallo, la cabeza de mono y la panza abultada, para luego, con el rostro rejuvenecido y lozano, pasar por la tele, asombrosa máquina de la desmemoria, aparecer sonrientes, sin presente y sobre todo sin pasado, nuevecitos, recién hechos, arrogándose el mote de analistas.
Carlos de Mesa, está detrás de una vieja obsesión neoliberal; despegarse de cualquier cosa que tenga que ver con el ayer, por eso anunció su candidatura desde su cuenta de youtuber. No convocó a una conferencia de prensa, como lo haría cualquier cristiano neoliberal, sino que acudió a las Redes Sociales, hábito de la generación millennial.
Varios años antes, en un irracional desprecio por el conocimiento, el 10 de mayo de 1933, a tan solo tres meses de haber llegado al poder, Hitler ordenó quemar públicamente libros y documentos en varias plazas de Alemania. Las hogueras de textos y manuscritos, marcaron el inicio del odio y el desprecio al otro. “Wikipedia” señala que don Carlos Diego de Mesa Gisbert, es un político, periodista, historiador y escritor, sin embargo, es difícil imaginar a un historiador ordenando quemar documentos. El 31 de enero de 2004, el ahora candidato a la presidencia, firmó el Decreto Supremo Nº 27345, para que los documentos de la Partida Gastos Reservados, se chamusquen hasta que solo queden cenizas del pasado, viejo testarudo que se afana en regresar. Ordenó quemar las pruebas de las coimas de 20 años de neoliberalismo, millones de dólares invertidos en la compra de conciencias, adhesiones, lealtades y silencios.
A don Carlos de Mesa, La Casa Grande del Pueblo, “le parece un engendro”. Doria Medina, declaró que cuando por fin llegue a la presidencia, convertirá La Casa Grande, en un hospital. Durante los dos gobiernos de Sánchez de Lozada, éste solía “alquilar sus aviones al Estado”, es decir contrataba a su propia empresa de aviones, para que lo trasladen de La Paz a Santa Cruz o a hacia cualquier sitio del país. En la misma línea de negocios, Doria Medina, remataba empresas del Estado para comprárselas él mismo y don Carlos de Mesa, alquilaba al gobierno su lujosa casa ubicada en el barrio de obrajes: no son los únicos, por supuesto, hay toda una generación de políticos devotos del Libre Mercado, representantes de una clase política que hacía buenos negocios con el Estado.
Carlos de Mesa, personaje detallista que solía hacer sobre mesa con un vaso de wiski, un Habano de Miami, el cuerpo desparramado en el sillón presidencial y las patas descalzas apoyadas en la mesa, ha cultivado cada detalle, para aparecer en la tele como “el neoliberal bueno”. El lunes 13 de octubre de 2003, “Carlitos” decide quitarle su apoyo a Sánchez de Lozada, pero para entonces ya habían 40 muertos amontonados en las aceras y calzadas de la ciudad de El Alto.
Es difícil entender, por qué, ni el gobierno ni las juntas de vecinos de la ciudad mártir, incluyeron a Carlos de Mesa en el juicio de responsabilidades. Este señor, siempre estuvo de acuerdo en vender gas a EEUU por puertos chilenos. Si llegó a aliarse con lo más recalcitrante del gonismo… es porque estuvo de acuerdo con todas sus medidas económicas y militares: Sabía que habrían muertos, y este caballerito de hablar pausado y bonachón; estuvo de acuerdo.
Dicen que cuando el zorrino ordenaba disparar, don Carlos sugería dialogo. Dicen que es la antítesis de Sánchez Berzain; yo no lo creo, son lo mismo: la misma birlocha con otra peluca, la cara pintarrajeada de colores chillones, que arrastra las “erres” que desprecia a “estos indios que bajan del teleférico” y ensucian nuestro barrio de Irpavi con su aliento a coca y sus ínfulas de que todos somos iguales ante la ley.
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