Por: Pablo Stefanoni
La derrota electoral del proyecto de reforma constitucional el 21 de febrero pasado ha transformado el mapa político boliviano. Evo Morales, quien durante una década ejerció como presidente-símbolo de la nueva Bolivia, ya no podrá repostularse en 2019 y su partido se verá ante la inédita situación de buscar otro candidato. La derrota, por escaso margen, tiene como sustrato un debilitamiento «intelectual y moral» del proceso de cambio boliviano, en parte debido al paso del tiempo, pero también como resultado de una forma de ejercicio del poder que genera rechazos especialmente en votantes de las grandes ciudades.
El 21 de febrero pasado, Evo Morales sufrió la primera derrota electoral de su mandato. 51,30% de los electores se decantó por el «No» frente a 48,70% que dijo «Sí» a una reforma constitucional que habilitaría un nuevo periodo del presidente boliviano. Se trató, sin duda, de una consulta prematura: poco más de un año después de haber alcanzado 61% de los votos, que le permitieron iniciar su tercera presidencia en enero de 2015, Morales se lanzó a un nuevo acto electoral para modificar el artículo 168 de la Carta Magna pensando ya en 2019.1
Para justificar un nuevo mandato, el discurso oficial debió dejar atrás la antigua figura de Evo como «uno más» entre los campesinos y construir una imagen de excepcionalidad del líder, imprescindible para que la Revolución alcance sus fines. Así, el canciller David Choquehuanca declaró: «Hay un solo Fidel, un solo Gandhi, un solo Mandela y un solo Evo»2, y el vicepresidente Álvaro García Linera fue más allá al señalar frente a los campesinos: si pierde Evo, «el sol se va a esconder y la luna se va a escapar y todo será tristeza»3. Con posterioridad a la derrota, el copiloto de Morales lanzó: «Si se va, ¿quién va a protegernos?, ¿quién va a cuidarnos? Vamos a quedar como huérfanos si se va Evo. Sin padre, sin madre, así vamos a quedar si se va Evo. Por eso estoy muy triste, mis hermanos, es muy triste pero he oído a mi abuelita y me dijo que no perdimos la guerra, solo una batalla». El vicepresidente hizo estas declaraciones durante una entrega de viviendas en la localidad de Curahuara de Carangas, Oruro. Y prosiguió: «Nuestro presidente Evo, tata Evo, igual que vos, de tu mismo color de piel, de tu misma sangre, eso te está regalando, 70.000 bolivianos, casi 10.000 dólares. ¿Cuándo algún presidente se acordó de San Pedro de Curahuara? ¿Cuándo alguien regaló una vivienda al pobre, al humilde?»4.
Se podrían establecer algunas comparaciones con el anterior referéndum, en el que Morales arrasó. Si en 2008 67% de los bolivianos votó para que el líder cocalero continuara a la cabeza del Poder Ejecutivo, en un referéndum revocatorio convocado por el propio gobierno, esta vez fueron menos de 50% quienes quisieron que se «prorrogara en el poder». Y al menos hay dos grandes diferencias entre aquel y este plebiscito: en primer lugar, en 2008 se procesó la definición de la crisis política en favor del gobierno «indígena popular» –en clave pueblo/antipueblo–; y, en segundo lugar, se trataba de completar el mandato constitucional para el cual había sido elegido con más de 50% de los votos a fines de 2005, en una épica victoria electoral que conmovió a los bolivianos, incluso en las grandes ciudades, donde el apoyo al Movimiento al Socialismo (mas) siempre fue más débil. Esta vez, en cambio, se trató de una consulta tras una década de ejercicio del poder que debilitó la idea de revolución en favor de la de un gobierno «normal», con un discurso oficial que acentúa la defensa de la estabilidad y de lo conquistado por encima de las imágenes de futuro. Y todo ello en el marco de una profunda desconfianza de los bolivianos frente a la «perpetuación» de sus gobernantes en el poder, desconfianza que tiene raíces históricas. Todos los que lo intentaron fracasaron en la empresa.
Morales logró adormecer esos reflejos antirreeleccionistas, y como presidente-símbolo de una nueva era se mantuvo imbatible durante una década y llegó a ser el presidente que más tiempo pasó en el Palacio Quemado. Pero hoy esa magia se ha disipado parcialmente, lo cual –sumado a una mala campaña electoral5–derivó en una derrota «por penales». Es más, el gobierno apareció forzando su propia Constitución, mientras que una parte de la oposición, que entre 2006 y 2009 buscó frenarla, quedó ahora como defensora de esa nueva Carta.
Los éxitos del modelo
A diferencia de otros proyectos nacional-populares dirigidos por militares o por exponentes de las clases medias, el ciclo nacionalista abierto por Morales es el producto de una acumulación política de las organizaciones campesinas, cuya actividad se «desbordó» hacia las ciudades y amplió los límites del sistema institucional, democratizando el Estado y descolonizando el ejercicio del poder. Elmas se sostiene en una articulación de organizaciones rurales y urbanas, con poca organicidad y mucho faccionalismo, y se mantiene unido por el liderazgo carismático de Morales. Su pervivencia en estos 20 años se debe a la eficacia de los equilibrios corporativos logrados, pero el verdadero «pegamento» ha sido el liderazgo de Morales y el avance hacia el Estado, que le permitió al partido campesino fungir como una promesa efectiva de acceso al empleo público. Sin esa promesa, el mas no habría logrado crecer ni probablemente sobrevivir unido6. Por eso, la inédita situación de tener que elegir un candidato diferente a su líder máximo no encaja bien en el oficialismo y algunos parecen entusiasmarse con repetir la consulta en 2018, lo cual no sería nada fácil.
La investidura de Morales en enero de 2006 fue escenificada como la llegada al poder del primer presidente indígena de Bolivia e incluso de América Latina. Por eso, un día antes de la toma de posesión en el Congreso, el aún líder cocalero fue investido en Tiwanaku –las ruinas de un imperio preincaico cercanas a La Paz y una suerte de cuna mítica de la nación boliviana–. Las primeras medidas de Morales plasmaron la agenda social construida en las calles desde 2000: convocatoria a una Asamblea Constituyente para «refundar» el país y nacionalización del gas y del petróleo. Durante el mes de la nacionalización (mayo de 2006), su popularidad superó, según las encuestas, el 80%. Entre 2006 y 2009, el proceso político estuvo marcado por los enfrentamientos con el autonomismo cruceño. La oposición de derecha actuó de forma territorializada y se concentró en el este y sur del país –el área no andina–, desde donde trató de resistir los cambios nacionalistas populares impulsados por el gobierno. De esos años son las movilizaciones y los referendos por la autonomía regional, finalmente incluida en la nueva Constitución.
- 1. El primer mandato de Evo Morales-Álvaro García Linera (2005-2009) no se contó por no haberse completado (se convocaron elecciones anticipadas con la nueva Constitución) y por ser parte del «viejo Estado». La pregunta en el referéndum fue: «¿Usted está de acuerdo con la reforma del artículo 168 de la Constitución Política del Estado para que la presidenta o presidente y la vicepresidenta o vicepresidente del Estado puedan ser reelectas o reelectos por dos veces de manera continua?».
- 2. Juan Morenilla: «Hay un solo Fidel, un solo Gandhi, un solo Mandela y un solo Evo» en El País, 15/1/2016.
- 3. «García Linera asegura que si Evo se va, el sol se esconderá y ‘todo será tristeza’» en Página 7, 25/11/2015.
- 4. «García Linera: ‘Si se va Evo, ¿quién va a protegernos?’» en Página 7, 28/2/2016.
- 5. El periodista de origen peruano Walter Chávez, quien dirigió todas las campañas del mas, se distanció del gobierno y apoyó la opción del «No» en el referéndum.
- 6. V. Hervé Do Alto: «Un partido campesino en el poder. Una mirada sociológica del mas boliviano» en Nueva Sociedad No 234, 7-8/2011, disponible en href=”http://www.nuso.org”>www.nuso.org<www.nuso.org< a=””>>.
Manuel dice
…. es el fin Evo! nadie puede aduenarse de los movimientos sociales en constante cambio. Necesitamos nuevos lideres.