Por: Javier Larraín
“La famosa idea del ‘empate catastrófico’ de García Linera fue paralizante y fue el principio de la derrota de 2019, porque impidió aclarar que si no desempatas tú lo hará la derecha, sobre todo en Bolivia”
A continuación presentamos la tercera y última entrevista sostenida desde Correo del Alba con políticos y pensadores de las izquierdas, en una serie llamada a pensar el Proceso de Cambio desde este sector.
El economista y docente Jorge Viaña, autor del libro Configuración y horizontes del Estado Plurinacional: disputa de proyectos societales y formación del bloque histórico, entre otros, nos sumerge en el análisis del pasado reciente para comprender a profundidad la actual coyuntura.
En los últimos meses la escena política boliviana, entre otras cosas, ha estado marcada por la división al interior del MAS, ¿cómo interpreta esas rencillas públicas en el partido más importante del país? ¿Hay un agotamiento del Proceso de Cambio o programático del oficialismo o puede tomar un nuevo aliento?
Solo se puede entender lo que está pasando si vemos los errores centrales que cometió el MAS desde el final del proceso constituyente. Momento en que se empezó a cerrar gradualmente la parcial revolución política que se dio entre 2000 y 2009 y en que comenzó a tener más importancia y fuerza el ala derecha del MAS –entre 2012 y 2014 en adelante–, compuesta por abogados y tecnócratas, militares semiilustrados conservadores, entre los cuales podemos nombrar a Héctor Arce Zaconeta, Carlos Romero, etcétera.
Pero, el ala derecha del MAS surgió alrededor de Evo y Álvaro y también de Arce, impulsados y cobijados por todos estos (Evo, Álvaro, Arce); por eso resulta curioso y paradójico que ambos, tanto “evistas” como “luchistas”, hoy se acusen de lo mismo: que son la “nueva derecha”. Lo que pasa es que hay una continuidad entre el golpe y la división que ya parece irreversible. Aunque vayan a primarias y tanto Evo como Arce digan que aceptarán el resultado, esto será muy precario porque no hay un debate de programa de nuevas reformas estructurales, los dos son más o menos lo mismo. Entonces se podría romper rápidamente el acuerdo, de hecho ya habrían firmado un acuerdo en el exterior para hacer una tregua que no duró.
Volviendo a la explicación profunda, el golpe fue eficaz porque se basó en los graves errores del MAS, siendo el más importante el ir desde 2010 gradualmente derechizándose, no construir poder popular, ni siquiera movilizar a la gente por sus demandas en un contrapunto y en corresponsabilidad con las medidas estatales. Tampoco más cambios estructurales, etcétera.
La última vez que se movilizó y tuvo importancia la acción de masas (la gente y sus aspiraciones y demandas) fue en 2008, para arrancar la aprobación a la Constituyente; nunca más las masas tuvieron presencia. Después no solo que no se las movilizó, sino que se las tuteló y luego se las subordinó y prebendalizó y a los 10 años, cuando se estaban cayendo y tarde, recién cuando viene el golpe el lunes 4 de noviembre, las convocaron. Cuando incluso el Gobierno frenó el que se pueda movilizar la gente desde el día siguiente de las elecciones, por el trauma del primer golpe de 2008.
En el fondo, desde 2008 y 2009 se fue cediendo a la derecha, con incapacidad de movilizar. Se confiaron en la Organización de Estados Americanos (OEA), un grave error que era resultado de que al superar el primer intento de golpe de septiembre de 2008 cundió la idea permanente en Evo Morales, Álvaro García Linera y en la mayoría de los ministros de no tensionar nunca. La famosa idea del “empate catastrófico” de García Linera fue paralizante y fue el principio de la derrota de 2019, porque impidió aclarar que si no desempatas tú lo hará la derecha, sobre todo en Bolivia.
a experiencia de Chávez nunca fue bien valorada, porque en el fondo le tenían miedo y en verdad despreciaban su táctica y su estrategia: el cambio de la correlación de fuerzas apunta de movilizaciones de masas, construcción de poder popular, comunas, círculos bolivarianos y cambios estructurales. El fracaso del golpe en Venezuela en 2002 en parte se debió a que Chávez no renunció, aun estando de veras en riesgo su vida, lo que permitió que se partiera el Ejército (paracaidistas y guardia presidencial) y, lo más importante, activar la movilización de masas inmediatamente. Luego se siguió este proceso y entre los años 2007 y 2009 se produjo la estocada final que logró cambiar la correlación de fuerzas definitivamente en Venezuela al perder el referéndum de 2007 (por la reelección) y hacer otro y ganarlo el 2009 movilizando a las masas. Nada de eso el MAS quiso hacer en Bolivia, solo llevó a cabo, impaciente, un referéndum que se perdió, y la solución para sortear la derrota fue peor que la enfermedad: el «derecho humano» de los políticos a ser elegidos para salvar al candidato con artilugios superestructulaes. En el momento del golpe de 2019 se juntaron todos los errores conservadores de un gobierno puramente liberal y desarmado. Grave error, ya que en Bolivia no hay Estado y ni siquiera con el Estado Plurinacional cambió demasiado la condición de ser un Estado aparente, por tanto si pierdes la calle y el apoyo de los órganos de represión (Ejército y Policía) ya te caíste.
Muchos graves errores hubo, como subestimar la movilización de la derecha, el desarme y prebendalismo hacia las masas –que siempre son la única garantía–, una pésima gestión con los órganos de represión (puras prebendas y puestos a los grandes jefes), nada de intentar hacer cambios estructurales en las Fuerzas Armadas y en la Policía. En el fondo, creían que con Evo y su soberbia y altanería alcanzaba siempre para todo.
¿Por qué hay continuidad de aquello hasta el presente? Porque Evo puso a Lucho Arce. Cómo es posible que, siendo como fuera, si Lucho fue “ingrato” o ninguneó a Evo, o Evo se excedió y lo quiso manejar como muñeco, ninguno de los dos tenga la capacidad y grandeza elemental de preservar la unidad y la continuidad del progresismo. Evo tiene una mayor responsabilidad para mal, por ser, como los mismos “evistas” dicen, el gran líder histórico. Nunca tuvo un lugar en el MAS la autocrítica profunda y el debate fraterno de fracciones, entonces al tener una condición bicéfala (Evo cabeza del partido y Lucho cabeza del Estado) es imposible manejar de forma sensata y madura el Estado y el MAS. Y esto impidió lo fundamental: un debate de proyectos. Por eso, en gran medida, Lucho y Evo son básicamente lo mismo. Ninguno logra plantear horizontes de transformación o nuevas reformas estructurales, el control del comercio exterior, la nacionalización de la minería, de la agroindustria o al menos meterles retenciones –como en Argentina–; y en el plano político más cambios estructurales con las demandas de los sectores populares, seguir desmontando la legislación neoliberal, mayores trechos de autorepresentación indígena y de mujeres, ampliar los causales del aborto, etcétera.
Numerosos políticos, cientistas sociales, comentaristas de todo tipo, entre otros, vienen planteando que estamos ante una crisis institucional profunda enmarcada en el tema de la irresolución de los problemas de Justicia, la imposibilidad de acción de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), la irrupción del Tribunal Constitucional (TC) como un árbitro por sobre el resto de los poderes del Estado, una economía contraída, un alto desempleo, inflación ascendente, etcétera. ¿Cuál es el diagnóstico que hace de la coyuntura actual? ¿Cómo lo caracterizaría?
Es sorprendente la falta de grandeza y comprensión histórica de ambas fracciones, sumidas en una disputa fratricida que está llevando a un suicidio político a ambos grupos a mediano o largo plazo. Evo y Lucho van demostrando no estar a la altura de los desafíos históricos; a diferencia de Chávez, Fidel o el Che, quienes claramente son muy distintos justamente por esa grandeza y comprensión histórica de las cosas, que en el caso nuestro se ve que ninguno tiene, aunque tal vez sea más grave este desempeño en Evo, por razones obvias.
Si vamos desunidos lo más probable es que perdamos en las próximas elecciones. Y aunque ganara el “evismo” o el “arcismo” la gestión va a ser como lo que estamos viendo ahora, el bochorno permanente y la parálisis estructural del Parlamento y parcialmente también del Ejecutivo, etcétera. Ya ni hablar de relanzar mayores cambios estructurales en el Estado y en la economía, aunque fuera que solo así se pueda capear la situación en tiempos de vacas flacas, de déficit fiscal, de escasez de dólares, etcétera. Medidas que si no se toman quizás nos lleven a una crisis más profunda e inflación, y a que eso pueda incubar otro Milei o Bolsonaro boliviano.
Por eso es tan grave la chatura y falta de comprensión histórica de las dos fracciones que curiosamente se acusan mutuamente de lo mismo: ser la “nueva derecha”, a la que los dos le darán paso. Es triste ver que seguimos yéndonos al precipicio de la mano de ambos.
Lamentablemente, si incluso ambos aceptaran ir a las primarias puede ser muy precaria la tregua ya que no hay diferencias de programa ni de horizonte, de proyecto entre ambos; sobre todo si pierde Evo Morales las primarias, porque no creo que se sometería al sector de Arce. Aunque es lo único que se puede hacer: apuntar a construir proyecto y horizonte en el ala dispuesta a plantearse este tema vital y esencial que hoy no está en la mesa, me refiero a salir del debate de “evistas” vs. “luchistas” en dirección a un proyecto y horizonte transformador.
Con turbulencias y todo, pareciera que el masismo continúa hegemonizando el tablero político local, ¿hacia dónde debe mirar la izquierda? ¿Qué horizontes debe trazarse una izquierda con vocación anticapitalista real?
La esmirriada y casi inexistente izquierda en Bolivia tiene que pugnar por construir ese proyecto de construcción de poder popular dentro y fuera del MAS. Si se puede, dentro de los dos grupos del masismo. Insisto en que se debe pugnar por reposicionar un horizonte transformador.
Se debe pasar rápidamente a reagrupar a la izquierda sin caer en esta polarización de líderes y plantear una nueva generación de transformaciones estructurales como retenciones a las exportaciones de soya y graduales procesos de nacionalización de la agroindustria y de la minería del oro, el control estatal del comercio exterior y cambios estructurales del Estado; esto en un nuevo ciclo de movilizaciones de las masas hacia estas consignas y propuestas que se deben construir con la gente, con las masas. Este es el tema central. Y profundizar la autocrítica para no cometer los mismos errores. Un nuevo ciclo de luchas de masas con contrapuntos con las decisiones y gestión estatal con miras hacia la construcción de poder popular y permanente movilización de masas. Todo esto si no nos llevan al precipicio liberal reformista ambas fracciones.
Habría que reagrupar a las organizaciones y volver al MAS en una organización de lucha de masas y no solo una plataforma de selección de candidatos y ser una maquinaria electoral. Esto es lo que fracasó en los 14 años de Evo y Álvaro. Y profundizar la autocrítica para no cometer los mismos errores.
Hay que propiciar y potenciar enjambres autogestionarios que controlen a la tecnoburocracia “evista” o “luchista” desde la base y la democracia directa. Retomar el proceso de parcial revolución política (2000-2009) y encaminar la correlación de fuerzas hacia un desempate que relance la actualidad de un posible revolución social que construya poder popular, autogobierno y expropiación a la burguesía y generar una socialización de los medios de producción y transformación radical del Estado y las relaciones sociales y el ser social. Siempre en función de la correlación de fuerzas, este es el “momento gramsciano”, por eso lo central es relanzar la lucha de masas y escuchar a la gente y proponer un proyecto y horizonte de transformaciones estructurales, que hoy es completamente inexistente porque ninguna de las fracciones pone esto en el tapete. Frei Betto, Isabel Rauber y muchos otros compañeros nos alertaron de esto y nos ayudan a apuntalar esta perspectiva, pero es muy difícil aquí llevarla a cabo porque no existe ni la autocrítica (en ninguno de los bandos) que nos llevó del golpe a la división casi inminente entre 2019 y 2024, y no parece posible posicionar este enfoque digamos que “revolucionario”.
Estos son los retos de una izquierda más allá de “luchistas” y “evistas”, pero sin eludir este dilema coyuntural tan crucial para el futuro.
Hace unas semanas vimos un acuerdo entre el Gobierno y las patronales para tratar de revitalizar la economía, con propuestas conocidas por todos. ¿Le parece tal acuerdo pertinente o popular?
En los acuerdos del Gobierno con los empresarios hay que tener cuidado, porque, primero, van a paliar un poco los problemas pero no van a traer la cantidad que se necesita de dólares, etcétera; y segundo, porque hay que cuidarse de seguir profundizando el perfil de un gobierno basado en los pactos con los empresarios.
Finalmente, desde una perspectiva socialista, ¿qué otras respuestas debieran darse para fortalecer el campo popular? ¿Cuáles son los retos para el conjunto de la izquierda local en el momento actual?
Es penoso e irrisorio que, por ejemplo, Álvaro García Linera, que durante 14 años frenó las tendencias más radicales de transformación estructural diga últimamente que la izquierda hoy tiene que ser radical.
Insistimos una y mil veces que hay que apuntalar las tendencias de construcción de poder popular, impulsarlo articulado al MAS como organización de lucha de masas, crear una perspectiva de construcción de proyecto de transformaciones estructurales encadenadas para, una tras otra, ir luchando por revertir el empate y cambiar la correlación de fuerzas. Chávez lo logró, cambió la correlación de fuerzas entre 2002 y 2009 e intentó, con todos sus errores, construir poder popular y movilización de masas y no solo economicismo y estatalismo pragmático que, en el caso de Evo y Álvaro, empezó a apoyarse en la banca y la burguesía cruceña como eje de su gestión estatal. Con principio de realidad, pero con horizonte transformador en función de la correlación de fuerzas y nunca renunciar a avanzar con los cambios estructurales, esta es la única forma de avanzar a una salida progresista.
Javier Larraín. Profesor de Historia y Geografía.
Comentario