Por: Roberto Chambi Calle
La historia es como el faro: guía y da luces, pero muchas veces los actores por su ignorancia o su ceguera obsecuente con las élites de poder, no acatan estas directrices. La historia ha demostrado esta funcionalidad cuando los colonos europeos robaron, engañaron y violentaron física y simbólicamente las vidas de los “indios” y sus tesoros. Aún cristalizada la independencia de Bolivia en 1825, los derechos de aquellos “ignorantes” seguían yuxtapuestas a la corona española y sus virreinatos, bajo el glasé de un “Estado”.
Las luchas de los pueblos indígenas no cesaron aun con la independencia de la “República de Bolivia”, pues quienes controlaban el estado continuaban siendo descendientes de criollos con una visión homogeneizadora y racista cuyo fin no era consolidar un estado a partir de sus realidades, sino desde sus propios intereses para crear un “estado” que fuera un feudo sobre la base de los indios. Por ejemplo, Casimiro Olañeta (Mason) y los “doctorcitos de Charcas”, tenían el objetivo de erigir su propio estado, que según Ramiro Condarco era la culminación de aquel proyecto de estado que siempre habían buscado desde el enfrentamiento con la Colonia española.
Si bien la República trató de gobernar para todos, en los hechos los que timoneaban el estado eran descendientes de europeos que tenían por objetivo mantener y sostener el viejo sistema colonial, un sistema que más adelante entró en pugna por un estado liberal que buscaba el flujo de capitales internacionales, en donde ingleses, franceses y españoles en concomitancia con las élites oligárquicas nacionales tenían como fin enriquecerse; tal cual lo hicieron Aniceto Arce, Gregorio Pacheco y Félix Avelino Siñani (patriarcas de la Plata) y más adelante el judío alemán Mauricio Hochschild, Carlos Víctor Aramayo y Simón Patiño (barones del estaño), éste último pese a ser uno de los hombres más ricos del mundo, no impulsó la industrialización de Bolivia, sino solo se dedicó a enriquecerse y enriquecer a Europa.
Frente a esta opresión hacia los indígenas, en los inicios del siglo XX, la resistencia de estos ya era visible, coetánio con la felonía de los federalistas, quienes a la cabeza de José Manuel Pando y los liberales asesinaron a Zárate Willca, siendo clara la traición y la deslealtad por enésima vez de los descendientes de los criollos hacia el “indio”.
La lucha indígena, durante todo el siglo XX ha ido evolucionando, siendo la historia misma su principal educador; por ejemplo la Guerra del Chaco (Bolivia-Paraguay: 1932-1935) fue uno de los primeros cohesionadores de la “bolivianidad” en donde los descendientes de los colonos e indios se enfrentaban por defender a su “patria”. No obstante de ello, las luchas indígenas aun no tenían la fortaleza para reclamar por sus derechos y sus tierras.
No cabe duda que el levantamiento de Pablo Zárate Willca, así como la participación de los indios en la guerra del Chaco, marcó la conciencia de los bolivianos aún hacia un proceso de homogeneización forzado, subsumiendo la esencia de aquel pueblo que durante centurias había sido sometido. Los antecedentes de la guerra del Chaco y el Constitucionalismo Social de Germán Busch en 1938, marcaron y delimitaron los derechos de forma inclusiva de los bolivianos; sobre esa base emergió la Revolución de 1952, la reforma agraria, el voto universal y la participación mediatizada de los indígenas en el poder bajo la figura de Víctor Paz Estensoro y el MNR.
El 9 de abril de 1952, si bien marcó un hito para la clase indígena, esta no legitimaba plenamente sus derechos ni mucho menos el manejo de los recursos patrimoniales del Estado, por ejemplo el Pacto Militar Campesino (PMC) desde la dictadura de René Barrientos hasta Hugo Banzer y Luis García Mesa, un “pacto” diseñado como una estructura institucional de enlace entre el sindicalismo para estatal y el ejército para sustituir la articulación sindicato-partido-Estado vigente durante el periodo del MNR (S. Rivera), reflejaba las pugnas para el control del poder y las riquezas de los bolivianos. En ese contexto los liderazgos de Jenaro Flores, Macabeo Chilla, Víctor Hugo Cárdenas con el (Movimiento Revolucionario Túpac Katari) MRTK o el de Constantino Lima, Luciano Tapia, Julio Tumiri y otros con el Movimiento Indio Túpac Katari (MITKA) demostraron la visión de estado que querían los indígenas, algunos de ellos como el MRTK más “democrático” a relacionarse con todos en frente de la “radicalidad” del MITKA cuya raigambre estaba estrechamente vinculada a los axiomas del Tawatinsuyo; denunciando e interpelando al Estado q’ara (criollos y mestizos).
No obstante de ello, parte del movimiento indígena campesino, sometidos con jugosos sueldos, cargos públicos, oficinas, vehículos, siguieron obedeciendo al PMC, siendo estos comprados por las élites, querían que sus congéneres sigan siendo obsecuentes a los gobernantes oligárquicos y golpistas.
Estas pugnas internas del movimiento indígena campesino siguieron su trayectoria hasta la emergencia de Felipe Quispe “El Mallku”, quién en teoría y práctica quería volver a los gobiernos y los paradigmas del Tawantisuyo. Sin duda, la presencia de estos actores demostró la fuerza aunada en un liderazgo que había derrotado a un gobierno alineado a EEUU, y es que Gonzalo Sánchez de Lozada, “El goni”, fue uno de los que rifó el patrimonio de los bolivianos en 1993 bajo el glasé de la capitalización y que el 2003 quería nuevamente vender a precio de “gallina muerta” el gas a los estadounidenses usando puertos chilenos; esta osadía le costó su renuncia gracias a las luchas iniciadas por el movimiento indígena campesino.
Este sendero trazado por Zárate Willca (desde 1825), Jenaro Quispe, Constantino Lima, el movimiento campesino transformado en mineros y trabajadores dentro de la COB y la CSUTCB por consolidar un estado que obedezca a la realidad de los indígenas en armonía con los mestizos y descendientes de criollos españoles, fue comprendido con la emergencia de un líder que supo unificar no solo al movimiento indígena campesino; sino a la gran mayoría de los bolivianos, quienes el 2006 lo erigieron como presidente y que desde ese momento revirtió las empresas nacionales vendidas por “Goni” para los bolivianos, siendo que las ganancias y la propiedad de los mismos ya estaban en las manos del gobierno de los movimientos sociales.
Las grandes reformas de Evo Morales no solo estaban dirigidas a las empresas del estado, sino en reivindicar y valorar los derechos, lengua, usos y costumbres indígenas yuxtapuestos por las oligarquías y las dictaduras del momento a su visión de estado. En esa línea el año 2009 los pueblos originarios finalmente lograron cimentar un estado que reivindicaba sus derechos, su estatus y su naturaleza misma como nación; pues la Fundación del Estado Plurinacional de Bolivia bajo el mando del Primer Presidente Indígena era una respuesta y un modelo para todos aquellos que habían querido convertir al país andino en un pongo de las élites nacionales e internacionales.
La legitimidad del primer presidente indígena año tras año, gracias a sus políticas ganaba amplia aceptación, la cual comenzó a incomodar, por lo cual desde sus inicios su gobierno fue flanqueado por la extrema derecha y la oligarquía cruceña, quienes ya desde ese entonces mascullaban la defenestración del “indio”. Ante la impotencia de su empresa comenzaron a hablar de autonomía, federalismo e independencia (Manfred Reyes Villa), los mismos que se cristalizaron con la “Media Luna” y la probable independencia de esa región para lo cual trajeron a mercenarios armados como los liderados por el húngaro-croata-boliviano Eduardo Rózsa, quien al mando de una célula terrorista que operó en Bolivia el 2008-2009, tenía por fin establecer un nuevo estado, así como sepultar a Evo Morales.
El hostigamiento y el complot constante tuvo finalmente su efecto el año 2019, cuando la extrema derecha y los grupos fascistoides, junto a la FFAA y la policía vendidas a las élites cruceñas (Clanes familiares con tendencias fascistas) tumbaron a Morales Ayma, entregando su gobierno a las castas oligárquicas representada por Jeaninne Añez, quienes junto a ella, asesinaron a más de 37 personas, saquearon las riquezas del estado, pulverizando la economía y entregándosela en bandeja de plata a los enemigos del pueblo boliviano.
La reconquista del poder nuevamente fue bajo el liderazgo de Evo Morales Ayma, quien desde su exilio forzado logró reconquistar el poder mediante las urnas, cuando la fórmula ganadora del MAS IPSP desde Buenos Aires marcaba una vez los senderos del pueblo, el resultado en sus inicios fue maravilloso; pues los candidatos propuestos ganaban con más del 55%: Luis Arce Catacora era el nuevo presidente.
El hombre articulador de todas las demandas desde el año 2006, así como la reconquista del poder el 2020, hoy nuevamente es cercado bajo el celofán de “democracia”, aquella amañada y prorrogada en la figura de los magistrados, las componendas de algunos parlamentarios y la tibieza de un mandatario (Luis Arce) que cegado por su cúpula más cercana no define aún su postura ideológica y apoyo al hombre que puede cohesionar a la bolivianidad como es la figura de Morales, un liderazgo que se hace necesario frente a los nuevos escenarios que Washington quiere delinear no solo para el país andino sino para el Continente latinoamericano.
El año 2019 ya ha demostrado que el manejo del estado por parte de los grupos “democráticos” solo tienen por fin entregar los recursos estratégicos a EEUU, así como ser un satélite más de Washington, por ello buscan por todo los medios (internos y externos) proscribir a Evo Morales; pues saben que este es la piedra en el zapato de la administración estadounidense, deshacerse de este actor importante (guste o no) es deshacerse de la soberanía, la dignidad y la autodeterminación, la cual ha costado la sangre y la vida de muchos “indios”, campesinos, obreros y bolivianos desde 1825.
Roberto Chambi Calle. Jurista, teólogo y analista en RRII.
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