¿Evo Morales quiere reestablecer la cultura y la civilización pre-colombina? Al menos eso es lo que afirma el artículo publicado por Miguel Angel Bastenier en El País el 25 de mayo pasado. A diferencia de Chávez y Correa, el presidente de Bolivia tendría un proyecto más radical. “Más que un mandato está cumpliendo una misión puesto que aspira a restablecer una cultura y civilización pre-colombinas, a las que encuentra todas las gracias, en contraste con lo que califica de capitalismo deshumanizador, producto de la conquista europea”. ¿Pero van por ahí los tiros en el proceso boliviano iniciado hace siete años?
Sin duda, este tipo de análisis son funcionales a una visión -con alguna difusión- de que el Gobierno instaurado en 2006 propiciaría una suerte de racismo al revés o venganza étnica contra los blanco-mestizos -o “blancoides” como se los denomina en Bolivia- en paralelo al recambio de élites que vive el país. Pero la cosa es algo más complicada. El proyecto de Evo Morales es, ante todo, un proyecto desarrollista y modernizante. Por eso no es casual la batería de proyectos político/simbólicos con vistas a la re-reelección, con un satélite de comunicaciones a la cabeza. En diciembre será lanzado desde el centro de Jiuquan (en China) el satélite Tupac Katari, construido en el país asiático con un costo de 300 millones de dólares.
El nombre -que refiere al caudillo anticolonial aymara- junto a la puesta en marcha de la Agencia Boliviana Espacial es en sí mismo una buena síntesis de las inestables identidades indígenas que conjugan a geometría variable modernidad y tradición. Otro de los proyectos es un teleférico de transporte público que va a unir a La Paz con El Alto, que ya empezó a ser construido por una firma austriaca. Además de las gestiones personales de Morales para que el rally Dakar pase este año por Bolivia (en la zona del Salar de Uyuni).
Y hay más: Bolivia volvió este año al mercado internacional de capitales con la emisión de un bono global y captó fondos a una tasa bastante baja: 4,875% anual. Y Morales se enorgullece de haber expandido internet y telefonía celular por todo Bolivia, incluyendo las zonas rurales. De hecho, la gestión macroeconómica es uno de los fuertes del gobierno. Los 14.000 millones de dólares de reservas son solo un emergente de la mezcla entre buen contexto macroeconómico -favorecido por los altos precios de las materias primas-, nacionalización del gas y una gestión prolija liderada por el ministro de Economía Luis Arce Catacora, que se mantiene en el cargo desde 2006.
La demanda interna creció de la mano de la expansión del gasto público, que se triplicó en los últimos siete años y la inversión pública se sextuplicó en poco más de media década. Los problemas de Morales no tienen nada que ver con sus supuestos intentos de imponer una suerte de retorno al inkario. De hecho, uno de los conflictos más serios que enfrentó fue la oposición de los habitantes del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) a la construcción de una carretera destinada a integrar oriente y occidente de Bolivia, que partía en dos a ese espacio protegido.
Y la mayoría de los actuales intelectuales disidentes se fueron del gobierno precisamente por considerar que no toma en serio la construcción del Estado plurinacional y es demasiado desarrollista/modernizador. Otra cosa es que esos proyectos puedan efectivamente modernizar al país y no se queden en las tradicionales ilusiones desarrollistas, o que eso sea vía no tenga costos que es necesario discutir, pero esas son las metas de la “agenda patriótica” aprobada por el oficialismo. Y son estos imaginarios del salto industrial los que explican los vínculos entre Bolivia y Corea del Sur (sí, con Seúl, no con Pyongyang), que hoy se materializan en una presencia inédita de su embajador en La Paz, que incluso da conferencias y escribe columnas sobre el modelo coreano y el Movimiento Nueva Aldea que transformó las zonas rurales de esa nación asiática.
La idea de que el proceso boliviano se propone -a secas- “negar todo lo occidental” sólo refleja un fuerte desconocimiento empírico de cómo funcionan las identidades y prácticas indígenas desde la colonia hasta la actualidad. Que los comerciantes aymaras hayan pedido recientemente la inclusión del chino mandarín en las escuelas -para facilitar sus viajes a las ferias chinas, a las que ya viajan anualmente muchos de ellos- quizás se puede leer como un “sentimiento antioccidental” pero difícilmente representa una estrecha demanda del retorno al Tawantinsuyo, una aspiración al aislacionismo étnico, o un pedido de avanzar en un anticapitalismo radical o “socialismo premarxista” (Bastenier dixit).
Sin duda, Evo Morales enfrenta una serie de problemas vinculados a las demanda de redistribución de la riqueza en una economía extractivista, además del desgaste de siete años de gestión y cierta pérdida de apoyo urbano. Pero los desafíos no vienen de la Central Obrera Boliviana (COB) que estos días llevó adelante bloqueos para pedir un aumento en las jubilaciones. El partido de trabajadores alentado por sectores de la COB apunta a ser una fuerza testimonial. La clave está en si la oposición de centroderecha y centroizquierda logrará o no (unida o separada) construir una fuerza articulada y presentar un candidato atractivo para las elecciones de fines de 2014.
Eso determinará que el escenario sea más parecido al de Venezuela (donde Henrique Capriles le disputó la elección a Nicolás Maduro) o Ecuador, donde Rafael Correa arrasó. En cualquier, caso Bolivia vive un poderoso cambio de élites (una suerte de revolución política) que rompió varios de los techos de cristal que condenaban a los indígenas a la subalternidad, pero esas nuevas élites están lejos de los imaginarios orientalistas sobre indios de museo con los que a veces se lee el proceso boliviano.
Pablo Stefanoni es jefe de redacción de ‘Nueva Sociedad’ y ex director de ‘Le Monde Diplomatique/Bolivia’.
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