sin embargo las diferencias remitían menos a proyectos diferentes que a una radicalización mayor o menor del mismo proyecto: gran parte del debate se concentró en si indemnizar o no a los barones del estaño y, más en general, a la profundidad de la política nacionalizadora. Hoy parece repetirse esa dinámica, pero a decir verdad, no hay una fuerza social a la izquierda del gobierno. El socialismo en Bolivia es percibido como un avance hacia mayores niveles de estatización económica. Y a eso se reduce en gran parte la discusión acerca de si el gobierno cumplió o no con la agenda de octubre.
Las protestas de la COB alentaron algunos análisis acerca del retorno de las luchas obreras y populares, esta vez contra el gobierno de Evo Morales. Ciertas izquierdas creen que es posible una salida por izquierda al evismo, pero.. . ¿es posible? La respuesta parece depender de lo que se entienda por izquierda. Si las cosas vuelven a plantearse como un clivaje reforma/revolución creo que no y que esas luchas pueden ser más “destituyentes” que “constituyentes”. La COB puede salir a las calles y reclamar con justeza aumentos de salarios, todos podemos criticar que el gobierno los acuse de hacer el juego a la derecha y que intente enfrentar a obreros con campesinos, pero todos sabemos también que la COB carece de una estrategia y de un proyecto político.
Por otro lado, el socialismo “cobista” -o el socialismo a secas- carece de una real base política social. Estas posiciones pueden dar letra a nuevos análisis sobre revoluciones eternamente traicionadas por direcciones reformistas, pequeñoburguesas, indigenistas, etc. pero jamás realizarán un análisis serio de las correlaciones de fuerzas políticas e ideológicas en la sociedad, ni acerca de los actores realmente existente y no los que imaginan los manuales y los dogmas. ¿Acaso hay un análisis del capitalismo boliviano actual? ¿Y de cómo los diferentes sectores, subalternos y dominantes, se articulan a él?
Una característica de nuestro marxismo es su anquilosamiento, su falta de diálogo con los marxismos más críticos y reflexivos y su repetición ad infinitum de una serie de eslóganes prefabricados. Todo ello a la (eterna) espera de que los sectores populares se desilusionen de Evo y den el ansiado paso hacia la Revolución.
Tampoco las críticas provenientes el ala plurinacionalista -cuyo principal vocero es Raúl Prada- parecen ser capaces de atraer demasiado entusiasmo entre los subalternos. En primer lugar porque difícilmente alguien que apenas se ha formado en la pésima educación que ofrece la escuela pública en el campo y los barrios populares urbanos pueda entender los artículos que publica el ex viceministro de Planificación estratégica. Raúl Prada señala que “El bloque dominante nacionalista en el gobierno se ha convertido en el mayor obstáculo para el avance del proceso descolonizador y para la tarea de construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico [y] así también para la emancipación del proletariado nómada, plural, diverso, articulado a las formas del capitalismo periférico, que combina la explotación salvaje con la explotación ultramoderna del capitalismo de las empresas transnacionales (“Las formas del contraproceso”).
Sin ninguna evidencia, el autor del artículo sigue asociando gasolinazo con nacionalismo, y nacionalismo con neoliberalismo… Subsume una enorme cantidad de problemas -y casi todo lo que no le gusta- en el término “nacionalismo” como si eso resolviera algo. Si en algún momento el socialismo soviético creía que el racismo, el patriarcalismo, la pobreza y los diversos “atrasos” eran cuestiones inherentes al capitalismo que desaparecerían progresivamente luego de su abolición (sin que nada de eso pasara), ahora la receta mágica es abolir el Estado-nación y desconectarnos del capitalismo mundial. Yo no se si eso nos acercará más a Suecia o a Haití y Somalia.
El problema de nuestros diversos discursos “revolucionarios” es que su radicalidad es una trampa: somos más radicales cuanto menos capaces somos de diseñar un programa de reformas consistentes. Frente a los intentos del gobierno de buscar deus ex machinas -posiblemente Garzón no nos ayude mucho a conseguir el mar- una corriente de izquierda podría proponer un “combo” de reformas consistentes. El derechista Piñera en Chile se propuso «Siete reformas estructurales», centradas en seguridad ciudadana, pobreza, modernización del Estado, medio ambiente, institucionalidad democrática, salud y educación.
¿Qué tal si nos propusiéramos esas siete reformas desde posiciones progresistas en Bolivia? Quizás nos permitiría salir de las meras grandes palabras (socialismo, estado plurinacional…) y comenzar a dar más densidad al proceso de cambio. La crisis de narrativa del gobierno, que hoy se trata de llenar con el giro marítimo, tiene que ver en gran medida con la distancia entre el Proyecto y la vida cotidiana de las personas. Si algo reencauzará el proceso -como se pide por estos días- es acercar los “grandes relatos” a las “historias mínimas” que cada día se tejen en los barrios populares, los ayllus y las comunidades campesinas. Si la escritora italiana Paola Caridi hablaba de los “árabes invisibles” -aquellos que no apoyan al fundamentalismo ni encajan en los clichés de Bush- también hay muchos “indígenas invisibles” que no encajan en los nuevos clichés posmodernos. A esos deberá llegar también el cambio.
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