Por: Carlos Echazú Cortéz
A partir de la Revolución francesa, damos el denominativo genérico de «derechas» a todas las expresiones políticas de las clases dominantes. Dependiendo de la época, la coyuntura o el tipo de formación social, estas adoptarán diversas ideologías pudiendo ser conservadoras, liberales, fascistas, neoliberales, entre otras. Lo que tienen en común es justamente constituirse en las representaciones políticas de los intereses de las élites dominantes.
Por eso es que las pretensiones de Carlos Mesa, Samuel Doria Medina y otros exponentes políticos en nuestro país en torno a que la dicotomía «izquierda y derecha» es ya caduca, resulta en un despropósito, incluso hasta conceptual. Para que esa distinción quede caduca, tendrían que desaparecer las élites y clases dominantes. Pretender que eso sucede en nuestra sociedad (o en cualquier otra en nuestra época), es un absurdo.
Ahora bien, este carácter de la derecha implica que su discurso político debe maquillarse puesto que no puede presentarse como lo que en realidad es, vale decir, la representación de los ricos y poderosos de la sociedad.
Esto nos permite develar una característica básica del discurso político de las derechas; el eufemismo. Dice el diccionario del eufemismo que se trata de una expresión más suave o decorosa, con la que se suplanta una más cruda, pero franca. Por eso, las derechas se han referido siempre a las masacres blancas como a «relocalizaciones»; han usado el término «ajuste estructural» para referirse al desmontaje de las políticas sociales y así sucesivamente.
En nuestra coyuntura, los golpistas han usado ampliamente eufemismos y, con ellos, han pretendido marcar la agenda en las confrontaciones políticas. Apenas lograron la captura del poder político, mediante un alevoso golpe de Estado, plantearon que la problemática mayor que tenía la sociedad boliviana en ese momento era la «pacificación» del país. Con este término aludían, en rigor, a las masacres en Sacaba y Senkata. Se trató del aplastamiento de la resistencia al golpe, por eso debían darle a este horror una perspectiva que les permitiera consolidarse en el poder. No es algo nuevo. Los gobiernos de las clases dominantes, siempre y en todos lados han hablado de «pacificación» cuando en realidad han masacrado a las protestas de las clases populares. Así también denominaron al exterminio de pueblos indígenas en nuestra América.
Una vez obtenido el histórico triunfo electoral del Movimiento Al Socialismo (MAS), y en vista de toda la represión, así como la corrupción que campeó en el gobierno de la autoproclamada, los medios de comunicación de las clases dominantes se apresuraron en proclamar que el país exige una «reconciliación nacional» y que se acabe el discurso del odio y de las «persecuciones políticas». Extrañamente esa necesidad emergió súbitamente al día siguiente del triunfo electoral de Arce y Choquehuanca. Días antes no había la necesidad de esa «reconciliación», cuando los voceros del gobierno golpista hablaban de «salvajes y delincuentes» refiriéndose a los militantes del MAS y de la izquierda. Se trata pues de otro eufemismo con el que claman por la impunidad. Eso implica el discurso de la «reconciliación», que no se haga justicia con los masacradores y los corruptos.
Por otro lado, la derecha pretende que la democracia se materializa con el procedimiento legislativo de los dos tercios en la toma de decisiones. Por eso es que cuando el MAS, haciendo uso de su mayoría absoluta, toma una determinación es calificado de autoritario y antidemocrático. De este modo han reemplazado el principio básico y elemental de la democracia, según la cual la mayoría manda, con el pseudoprocedimiento de los dos tercios. En realidad se trata de darle un derecho a veto a la minoría, eso implica y significa el requerimiento de los dos tercios en la toma de decisiones. Aquí vemos pues develado otro eufemismo de la derecha.
Ahora bien, lo sorprendente de esto es que a momentos, diversos voceros del MAS, caen en la trampa de la derecha y se introducen en la agenda enmarcada compitiendo con ella para ser más «pacificadores» o más «conciliadores». En estos casos, la analogía de «haber caído en la trampa» no puede ser más apropiada. Evidentemente, en la discusión política, cuando aceptas y utilizas los conceptos y caracterizaciones de tu rival, has aceptado de hecho sus planteamientos y has quedado enredado en ellos. Esto es muy peligroso puesto que te lleva hacia el abandono de tus propios planteamientos y consiguientemente hacia la traición de tus principios. ¿Está ocurriendo eso? Creo que por el momento, sería muy apresurado hacer esa acusación, pero es importantísimo advertir de ese peligro.
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