http://www.youtube.com/watch?v=_r6aCUKnBrg
Mamá
mira, un indio!
Retornemos
el calendario en la fantasía al momento de la colonización cuando
un extraño encuentro entre Europa y América se da: un momento
dramático donde el europeo se define a sí mismo en relación al
indio. Nos encontramos en el momento en que Europa llega a ser Europa
a través de la explotación de América. El europeo es el señor y
el indio el esclavo.
Algo
nuevo ha sucedido en el panorama político de Bolivia, algo que
tenemos que tomar en cuenta, de lo contrario cualquier análisis
puede resultar engañoso, distorsionado, inútil puesto que, nuevos
elementos han surgido en la realidad boliviana.
“…desafortunadamente,
la gente que no conoce mucho sobre Bolivia piensa que todos somos
indios, de el lado Oeste del país, es La Paz la imagen que refleja
eso, esa gente pobre y gente de baja estatura y gente india y…” Esta
frase que no vale la pena recordarlo de quien viene, evoca
tristemente la realidad del pensamiento de “nosotros y ellos” en
Bolivia. Un dualismo que siempre ha sido parte establecida de la
sociedad, y que se pone al descubierto de las maneras más
inesperadas. La verdad es que los códigos racistas han existido
cientos de años, inmersos en el idioma, la forma de pensar, la
historia y los libros de educación que rebalsaban de prejuicios.
Por eso, analizar estas tendencias en Bolivia es estar tras los
restos de una ideología colonial. La urbanización de las ciudades
pertenece sin duda a este tipo de restos coloniales. Basta pasearse
por cualquier ciudad boliviana para darse cuenta de las muchas caras
del colonialismo interno.
Hace
un tiempo atrás conocí un dirigente indígena que me comentó entre
otras cosas lo que les transmito en cursiva más abajo. Hagamos un
ejercicio antropológico he intentemos encarnarnos en el cuerpo de un
indio caminando en una ciudad cualquiera, para ver con sus ojos, y
sentir desde la perspectiva de ese sujeto.
Mira,
un indio! Un estimulo externo que actuó sobre mí al pasar. Pude ver
una sonrisa.
Mira,
un indio! Innegablemente cierto. Lo pude disfrutar.
Mira,
un indio! El cable ya empieza a acortarse. Mostré abiertamente que
lo disfrutaba.
Mama,
mira un indio, tengo miedo, miedo! miedo! Ahora empezaron a tener
miedo de mí. Quería hacerme al tonto, pero no pude….
Dónde
me podía ocultar?
Mira
un indio! ….Mamá un indio!… schhhhhh cállate! Se puede enojar…
No se preocupe, él no sabe que usted es igual de civilizado que
nosotros…”
Lo esencial para
aquel amigo era más que nada, la mirada lo que determinaba todo, esa
mirada que conduce la discusión a ¿Quien soy yo en realidad? Justo
aquí es cuando un posible encuentro se transforma en un
desencuentro, se miran mutuamente pero no se ven.
Por
lo tanto, podríamos afirmar que: “el otro” para el indio no es
el indio, sino, sigue siendo el k´ara i vice-versa. El desafío esta
en interpretar y traducir esta realidad. Esa nueva realidad que
tiene que ver con el espacio que tienen los indios no sólo en
Bolivia si no, en todo el continente americano, donde las identidades
nacionales tienen rasgos coloniales. Un diagnostico socio-analítico
de las enfermedades coloniales en nuestras sociedades actuales acaba
de ser hecha en la última cumbre del ALBA en Otavalo: donde el no
reconocimiento de facto del sujeto indio, o afro descendiente en las
sociedades de nuestro continente fue reconocido.
Pero
el
hombre en cuanto hombre se pregunta por sí mismo. Ya
en los albores de nuestra civilización, Chilón,
uno de los siete sabios de Grecia, formuló la frase magistral que
figuraría en el frontón del templo de Apolo en Delfos: “conócete
a ti mismo”.
El hombre, dice Raimundo Panikkar1, es
el sí mismo que no puede conocerse si no se ve en el espejo del otro
porque su autoconocimiento pertenece a su misma naturaleza. Por eso,
como sujeto no puede ser objeto de ninguna ciencia. Es
el conocedor y no sólo lo conocido. http://www.youtube.com/watch?v=h9SLFJOomDM&feature=related
De
ahí que la antropología pueda significar la escucha de lo que el
hombre dice sobre sí mismo. Para eso, hay
que saber escuchar las diversas voces, las diversas melodías que el
hombre dice, que canta. De lo contrario, como R.
Panikkar nos advierte, la paradoja de la antropología que como “ciencia
del hombre” corre el peligro de quedar aprisionada en el ámbito de
la razón, de la cultura o de la
filosofía. Por eso, Panikkar
sugiere la expresión “antropofanía”
para entender lo que los otros dicen de sí.
Este
saber escuchar requiere simpatía, amor y conocimiento de lo que los
otros dicen de sí. Sin simpatía no se
puede entender, sin amor no nos abrimos al otro, sin conocimiento no
se puede saber lo que los otros dicen de sí.
Y los hombres se han interpretado según las distintas culturas de la
humanidad. No existe, una sola voz, una sola cultura ni una única
religión verdadera, pues la verdad es lo que todos buscamos y nadie
puede poseerla, sino participarla.
El
racismo no trata sólo de que peguen a los indios en plazas de Sucre,
Santa Cruz, las calles de Cochabamba, o los maten en el Beni. Pero
quizá el exagerado enfoque de atrocidades como esas conduce y aleja
la atención del menos verdadero y oculto racismo estructural, o del
racismo cotidiano. La estigmatización de esos actos es conocida por
la gran mayoría, pero no de manera crítica, sino, como un intento
de gestionar simbólicamente la discriminación en la sociedad
estacionando al racismo en plazas y calles de Bolivia. A esto hay que
sumar la mediocridad intelectual de los medios de expresión que
intentan desvirtuar la realidad y encubrir de esa manera su propio
racismo. Ese racismo mimetizado en el lenguaje, en estimaciones
periodísticas, o como también es común, en silenciosos acuerdos
familiares o de amistades. Así surge el racismo, como un
autopropulsado y casi pasivo fenómeno, lo que no lo hace menos
destructivo. El racismo banal y tímido puede ser el peor. Un racismo
que a veces es sentimental o que “exotiza”, pero que siempre se
presta a valorar y poner en un solo saco a un grupo de personas.
Una
mayoría indígena aún es negada a lugares “exclusivos”. Indios
de mierda murmuran algunos, cuando surge algún conflicto con
indicios de color de piel morena. Entonces el indio se convierte en
una rareza existencial. Y es esto lo que tenemos que poner sobre la
mesa de discusión, la dimensión político-cultural de las
posibilidades del reconocimiento. Dónde están las voces de
emancipación? Algunas voces lejanas logran entrar en la prensa
estatal de vez en cuando. La mediocridad intelectual boliviana
resbala fácilmente en el discurso etnocentrista: el indigenista esta
encerrado en su “indigenismo”, y el kára en su “káraismo”.
Entonces,
en un ambiente como éste, no es extraño que surjan grupos como el
de Quispe, o los talibanes del Alto, como una respuesta a la
arrogancia de un sistema colonial. Los ponchos rojos son la reacción
político-cultural que defiende el valor y especificidad del indio.
Sin embargo, sería saludable que estos grupos lean y aprendan del
ensayo de Sartre sobre “El Orfeo negro”, para comprender que todo
folklore exagerado puede ser una trampa. Una interpretación mía
del mito de Orfeo pueden leerlo en:http://www.tinku.org/content/view/4717/220/
Etnocentrismo,
prejuicios, y dualismo deben contrarrestarse, eso distorsiona la
perspectiva y nos impide vernos a nosotros mismos a través de ojos
ajenos. Ahora si se me permite interpretar la coyuntura boliviana
actual, ésta tiene entre otros logros, el haber visibilizado a los
indios a través de la nueva constituyente. Evo es nos guste o no, el
padre de la nueva patria postcolonial.
En la película
boliviana Quien mato a la llamita blanca? el director hace un
Tinku (encuentro en el desencuentro) con lo occidental y oriental,
es decir, deconstruye estas identidades, con un texto de advertencia:
“bienvenidos al paraíso del subdesarrollo.” Y ojo que aquí no
sólo se trata de una película cualquiera. Baste
decir que la pesadilla del “boliviano”, ya sea paceño, cruceño,
tarijeño, etc. etc. es superar el monoculturalismo de su grupo, raíz
o procedencia tan enraizado en él, por no reconocer la relatividad
cultural, pero no aquel relativismo que se destruye a sí mismo en
su formulación, sino, al reconocimiento del pluralismo como la forma
adecuada de acercarnos al fenómeno humano. Una “antropofanía”
intercultural nos facilita una fecundación mutua entre las culturas
de la humanidad; fecundación que exige conocimiento y amor.
No obstante, Quien
mato a la llamita blanca? Nos plantea una incógnita: ¿Será
posible otra comunidad más allá del indio y el Kára, más allá
del colla, camba, tarijeño, orureño, etc.? Las respuestas deberían
necesariamente plantear nuevas formas, frases y una nueva manera de
pensar y vivir. Un texto siempre será incompleto, sin embargo, una
interpretación, una traducción y un dialogo se aproximan a lo
divino, he ahí el logro de la película Quién mató a la
llamita blanca?.
Pero
hay más, el hombre en sí no existe. Existe en una tierra y junto a
otros muchos seres entre los cuales sus semejantes ocupan un lugar
especial. La idea que el hombre tiene de sí mismo depende del mito
en el cual vive, se mueve y piensa… Sus
distintas manifestaciones darán lugar a otras tantas antropologías
o antropofanías.
En
este periodo de transición donde Káras, indios, cambas, collas,
racistas, fascistas se acusan mutuamente, se extiende con peligro una
ofensiva de fundamentalismo autonomista que amenaza los pilares del
ser boliviano (léase humano): el derecho a la vida, a la libertad,
la justicia y la solidaridad así como el derecho a la búsqueda de
la felicidad porque la persona es algo más que una máscara. El
ser humano es un fin en sí mismo y jamás podrá ser un objeto o
medio para nada. Aunque
no supiéramos explicar el sentido de la vida, hay que afirmar que
tiene que tener sentido vivir. Y vivir con plenitud en el despliegue
de capacidades porque ser felices es el único quehacer digno del ser
humano. Si
todo ser que alienta “vive”, el ser humano “vive para”, y
esta dimensión no se agota en el mero altruismo sino en la
reciprocidad fecunda. http://www.youtube.com/watch?v=zx_ZLZvgDyY&feature=related
Bolivia, en el punto
central de la política del reconocimiento, sacude gran parte de sus
viejas instituciones: los indios empiezan a brillar con su presencia
en las expresiones político-culturales. Pero cuando el posible
encuentro resulta en desencuentro, entonces se crea el Tinku, es
decir, un espacio subversivo de posibilidades artísticas. Por ello,
la cultura nunca puede ser neutral. El Tinku es un viaje en el
interfaz de las categorías, una conmovedora claridad más allá de
las categorías: el indio no existe, no más que el blanco. Cada
cultura es como una galaxia que crea sus criterios de verdad, bondad
y belleza y es preciso acercarnos a ellas mediante un diálogo
“dialogal” y no reducir al hombre a un solo modelo.
Lo
que posteriormente al Tinku pueda ocurrir sería una conversión a
través de una decodificación de los valores establecidos, y quizá
de este constante dualismo podamos dar a luz a algo así como un
tercer cuarto que el señor ni la filosofía occidental lo ha
previsto. La cuarta dimensión no es otra cosa que el tiempo que
posibilita las traslaciones.
La
antropología del miedo nos enseña que, uno de los primeros pasos
para vencer al racismo consiste en reconocer, o admitir que vivimos
en una sociedad racista. Y no, que hay algunos racistas aquí y otros
allá, si no que, Bolivia es discursivamente, estructuralmente, he
interpersonalmente hablando, racista. Vivimos con una jerarquía
determinada por el color de piel que hace que la mayoría indígena
viva marginada, y que la segregación en las ciudades nos recuerda al
Johannesburgo de 1980.
Para
comprender el racismo en una perspectiva global e histórica, el
libro de Frantz Fanon2 “Los condenados de la tierra”, debería ser un texto obligatorio
de lectura en los colegios. Y por obligación escuchemos lo que Jean
Paul Sartre dice en el prologo del libro: “…
1961.
Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso
hace irrefutable su testimonio. Basta que nos muestren lo que hemos
hecho de ellas para que reconozcamos lo que hemos hecho de nosotros
mismos…..Ustedes, tan liberales, tan humanos, que llevan al
preciosismo el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen
colonias y que allí se asesina en su nombre…”.
Así
como Sartre vio en la negritud, los bolivianos deberíamos ver en el
proceso de cambio actual, un puente de transición hacia un verdadero
Tinku entre los condenados de siempre, y los privilegiados de
siempre, y construir lo que yo llamo una sociedad “cosmopolita”,
algo lejos de las trampas del racismo. Aunque, antes debemos
encontrar el verdadero rostro del racismo detrás o más allá de las
mascaras. http://www.youtube.com/watch?v=beGtNphTEds&feature=related
Podríamos afirmar
que la conciencia del racismo nos enriquece en un plano ético. A
saber, nos obliga a tomar posición. Nos infunde a practicar nuestra
humanidad todos los días. Una sociedad que se define como
multicultural debe ser consiente sobre la diferencia entre
definiciones estáticas y flexibles de la pertenencia de grupo como
algo fundamental. De lo contrario el concepto colectivo de
plurinacionalidad puede mostrarse ser una fuerza tan corrosiva en la
sociedad como el concepto de nación lo fue en Sud África a fines
del 50, y lo fue en Bolivia antes del proceso de cambio.
Como
emigrante boliviano yo sé que una persona que posee el lenguaje,
posee también el mundo que se expresa y presupone por medio del
lenguaje. Es a través del lenguaje que manejamos los códigos de la
sociedad en una realidad segregada, caracterizada por deformaciones
psicológicas que, encierran a todos en su propia especificidad.
Ante
el marasmo de basuras televisivas, ante el consumismo preconizado por
un modelo de desarrollo inhumano, ante la evasión inane de
sucedáneos deportivos y ante descalificaciones de gobernadores que
no respetan la realidad del otro, tenemos que reconfortar las
palabras de esperanza y de justicia de personas que van por el camino
en busca de la verdad sin fijarse límites ni imponer prejuicios. Eso
sería un auténtico progreso en la conciencia de la libertad
boliviana.
El
racismo es la más evidente expresión de los miedos de los
hombres… Saber que ni somos los únicos, ni somos los mejores.
Angelo
Ontiveros
Estocolmo
28 de junio 2010
1 El filósofo,
Raimundo Panikkar sugiere la expresión “antropofanía” para entender lo que los otros dicen de sí. Habla de la
fenomenología como una de las ramas de la filosofía que intenta
describir lo que aparece. Por eso “una
buena fenomenología debe abstenerse de juzgar sobre la verdad
objetiva del fenómeno”.
La interculturalidad nos impide caer en semejante reduccionismo
porque la razón no es el único órgano del conocimiento, “el
único ojo con el que el hombre ve”.
2 Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, 1961 una de sus obras que
tratan de la liberación de Algeria. Como psiquiatra investiga Fanon
sobre la dimensión psicológica del colonialismo. El titulo es una
cita del texto francés de la Internacional que empieza así:
“Debout les damnés de la terre”.
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