Obviamente, en el 52 había una variedad de fuerzas políticas y sociales que participaron de la revolución, pero eso no quita que debamos preguntarnos: ¿hubiera habido revolución sin el MNR? Y más importante -y menos especulativo-: ¿por qué se impuso el MNR en la puja con el POR por ejemplo?
Lo mismo vale para otras revoluciones. ¿Qué decir de la revolución cubana? Allí Fidel, Raúl y el Che, entre otros, entraron a La Habana después de fortísimos movimientos de masas y huelgas urbanas, que fueron en gran medida borrados de la historia en favor de la mítica “gesta barbuda”.
¿Y hoy acaso aporta a un mejor conocimiento del proceso político boliviano decir que Evo “no es” el proceso de cambio? Lo cierto es que desde 2000 dos fuerzas lideraron el bloque indígena-popular: el MIP de Felipe Quispe y el MAS liderado por Evo. Ya en 2002, el MAS había logrado un numeroso bloque parlamentario gracias a su expansión política desde Cochabamba (¿será una casualidad que nuevamente sea desde esta región desde donde se articula una fuerza nacional?, mientras que el MIP quedó relegado a una fuerza regional -como en gran medida le ocurrió a Condepa en los años 90.
Ya en 2005 Evo Morales había articulado un amplio bloque urbano-rural con un programa básicamente nacional-popular y desarrollista combinado inestablemente con algunas propuestas sueltas que luego darán origen al “vivir bien”, pero claramente lo que articulaba todo este amplio frente sustentado en sindicatos, comunidades, gremios y juntas vecinales era una agenda nacionalista-popular (¿acaso que otra cosa fue la guerra del gas?).
Quienes analizan la política desde perspectivas basistas dirán que la mayoría de la gente que protagonizó el octubre boliviano no era del MAS, que Evo no estaba en el país, etc., etc. Pero eso no quita que quien logró que la fuerza de la calle se transformara en una alternativa política fue Evo Morales. Cuando no existe ese tipo de alternativas, como en Argentina en 2001, esa fuerza se termina diluyendo y en el mejor de los casos termina por marcar una cierta agenda al Gobierno que entra, como ocurrió con los Kirchner. Decir que “Evo no es el proceso” no nos aporta nada. De lo que se trata es de tratar de analizar por qué en la pelea política se impuso el evismo -y los cocaleros- y no otras fuerzas alternativas.
Las élites blancoides se burlan en Facebook de que algunos comerciantes pidan que se incluya al chino mandarín en los programas escolares (y obviamente es imposible por varias razones hacerlo) pero después son esos comerciantes aymaras y quechuas los que les pasan por encima a las viejas élites -económicamente- a través de ese capitalismo popular tan efectivo como complicado de sostener en términos de lucha por la emancipación y una mínima construcción institucional.
El problema no es si el Ekeko es mestizo o no (todas las fiestas “originarias” son bastante católico/coloniales), el problema es tratar de captar qué tipo de formación social tenemos, y las aspiraciones populares.
En ese sentido, lo peor que podemos hacer es empezar a clasificar a los “buenos” movimientos sociales y a los “malos”. Ni los cocaleros eran antes santos ni ahora son todos narcos; ni los tipnis son agentes del imperio ni la vanguardia en favor de una civilización alternativa. Hay un “pueblo” bastante complejo -y hoy la mayoría de los bolivianos vive en zonas tan complejas como El Alto, el Plan 3.000, las regiones cocaleras, Buenos Aires, Mendoza o San Pablo. ¿No será que Evo -por su propia biografía- y el MAS como una suerte de democracia corporativa popular representó y representa eso mejor que ciertas alternativas más etnizadas o más comunitaristas?
Eso no quita que se puedan construir alternativas (ni que luchas como las del TIPNIS pongan en debate discusiones que se buscaban cerrar y deben mantenerse abiertas); pero hay que construirlas en todo caso, no sostener que existe todo un bloque comunitarista como viejos partidos obreros minúsculos que creían representar a “la” clase obrera. Ya es claro que el MAS optó por alguna variante neodesarrollista. Se verá si quienes le oponen a ello el “vivir bien” construyen una fuerza efectiva para impulsar ese programa -que deberá construirse con más precisión-. Allí se verá si hay bases para ello.
Pablo Stefanoni es periodista.
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