Por: Virginia Gonzales Salguero
El Proceso de Cambio, en el que Bolivia se encaminó hace más de 14 años atrás, se trazó como objetivo principal el transformar la «colonia en Patria» bajo la conducción del MAS IPSP y del inobjetable liderazgo de Evo Morales y ahora, también, de Luis Arce. Esa tarea tuvo errores y aciertos, pero fueron estos últimos, indudablemente, los que determinaron los avances sociales, económicos y políticos que marcaron el paso del MAS por el gobierno.
Esto explica el odio irascible de parte de los partidos neoliberales hacia un gobierno que forjó un sendero de soberanía y dignidad para Bolivia afectando intereses oligárquicos y desplazando a los partidos de derecha de los ámbitos de poder político. Simultáneamente reivindicó el valor de las identidades y los saberes indígenas y consolidó el protagonismo político de los indios en el destino del país.
Lo paradójico en este proceso es el odio exacerbado de fracciones autodenominadas de izquierda, pertenecientes a clases medias urbanas, una especie de ficción de «señoritos» vinculados a la academia, denominados por muchos autores como «la izquierda señorial». Este hecho podría parecer extraño, si no fuera que la conducta de ciertas «izquierdas principistas» es reincidente en el tiempo y en el espacio del acontecer político mundial.
Nos preguntamos al respecto cómo es que grupos que se autodefinen de izquierda no se insertan y no respaldan un proceso que ha elevado las condiciones materiales de vida de los sectores más desposeídos y de todos los sectores del pueblo boliviano en general, que ha provisto de convenientes posibilidades de integración regional, que ha sentado soberanía nacional expulsando al FMI, a la DEA, a USAID y a la embajada de EEUU, instancias que dirigían, anteriormente, la economía y la política del país.
Pero sobre todo que ha posibilitado la construcción y la conquista de la, tan lastimada, dignidad de los indígenas en un país obstinadamente indio.
Es realmente destacable la enorme obsecuencia de parte de su población urbano – mestiza para inferiorizar a los indios desde siempre. En los años de 1960 – 1970 la izquierda urbana de clase media se entronca con las luchas minero – fabriles – campesinas y forma alianza con estos sectores mediante la unificación ideológica de las concepciones marxistas leninistas y a través de los partidos políticos que encarnaban estas posiciones así como por el empeño en la formación de cuadros políticos.
En este contexto y desde el punto de vista de intelectuales influidos por corrientes europeas, se atribuía el protagonismo histórico del sujeto de la revolución al proletariado, en tanto sujeto de clase y no en tanto indio o indígena originario. De este modo, no fue el indio el que simbolizaba el sujeto del cambio social, sino el proletario. La historia de las luchas indias, según el sociólogo Pinto Quintanilla, pareciera transcurrir en una secuencia paralela a la historia de las reivindicaciones de obreros, mineros, campesinos como si éstos no fueran indios por encima de todo.
Juan Carlos Pinto afirma que ese entronque que se dio en el pasado entre izquierdistas y proletarios, no se da durante los gobiernos de Evo Morales entre algunos grupos de autonombrados de izquierda y «las hordas masistas». Hoy ya no se trata de cuadros políticos sino de masas «sin conciencia de clase». Esto sin contar a los «izquierdistas» de fines del siglo pasado, actualmente tristes apologistas del neoliberalismo.
Lo que hoy registra la historia, sin embargo, es que el sujeto político protagonista del proceso emancipatorio en el siglo XXI en la Bolivia actual es el indio, el indígena, el originario de estas tierras altas, de estas tierras bajas y de estas tierras vallunas.
En el sentido señalado y hablando de comprender lo básico, hay que separar los procesos reales revolucionarios de los criterios intelectuales que viven pontificando sobre las desviaciones de los procesos políticos concretos y a la vez esperan el descenso desde el cielo de un sujeto político sin mácula y sin contradicciones así como líderes que estén a la altura de sus «elevadas» expectativas y que no sean de este mundo sino que provengan de sus sueños más exóticos.
La política, algún día entenderán los revolucionarios de gabinete, no es una carta de declaraciones de buenas intenciones a los reyes magos, sino justamente la práctica aterrizada de luchas que son posibles en condiciones adversas y frente a poderes de calibre universal. Lo demás son plegarias preñadas de un entusiasmo merecedor de mejor objetivo. Mientras esto no lo entiendan, seguirán siendo una minoría provista de una vigorosa e intensa esterilidad.
*Boliviana
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