Por: Carlos Noriega
Desde Lima. Hijo de campesinos, Pedro Castillo, de 51 años, profesor de una escuela primaria y sindicalista de izquierda, es la sorpresa en estas elecciones. Dos semanas antes de la primera vuelta no entraba en los cálculos de nadie. Repentinamente, en la última hora empezó a subir y ganó esa primera vuelta -aunque con la votación más baja con la que ha triunfado un candidato presidencial, 19 por ciento- y se metió al ballotage que lo ha puesto muy cerca de la presidencia.
De origen popular y andino, buena parte de la población se ha identificado con su figura y con su mensaje de cambio del modelo económico neoliberal. Ha ganado respaldo en el profundo descontento con las desigualdades y marginación agravadas por tres décadas de neoliberalismo y expuestas dramáticamente con la pandemia. Hay mucho de reivindicación social y de esperanza de cambio en el apoyo a su candidatura. También juega a su favor el antifujimorismo.
Castillo nació en la provincia de Chota, en la norteña región andina de Cajamarca, una zona con altos niveles de pobreza, entre los mayores del país. Ha formado parte de las rondas campesinas, creadas para combatir la delincuencia en el campo y que en los años 80 y 90 se enfrentaron al grupo armado maoísta Sendero Luminoso. Castillo recuerda esto cada vez que la campaña de la derecha lo vincula con los simpatizantes que todavía quedan del derrotado Sendero. Siempre ha vivido en Cajamarca, donde trabaja como profesor en una escuela rural y en su chacra. Durante toda la campaña no se ha separado de su sombrero de paja de ala ancha, típico de los hombres de campo de Cajamarca, y de un lápiz gigante, el símbolo de su partido.
Postula por el partido Perú Libre, una agrupación que se define como marxista-leninista y a la que Castillo, que no se dice marxista, se ha integrado recientemente para presentarse en estas elecciones. Es un partido nuevo, que desde el interior del país -se originó en una región andina- ha saltado rápidamente a la política nacional. Su fundador y secretario general, Vladimir Cerrón, exgobernador de la región Junín, cuna de Perú Libre, ha sido condenado a prisión suspendida por corrupción. Este hecho, y el discurso radical de Cerrón, han sido un flanco que los rivales de Castillo han utilizado para golpearlo.
Antes de integrarse a Perú Libre, Castillo fue, por más de una década, militante de Perú Posible, el partido del expresidente Alejandro Toledo, que encabezó un gobierno de continuidad neoliberal y ahora enfrenta un proceso judicial por recibir sobornos. Cuando Toledo era presidente, Castillo postuló por el entonces oficialista Perú Posible a una alcaldía en su región, pero perdió. Estuvo en el partido de Toledo hasta 2017. Ese año encabezó una huelga nacional del magisterio que se prolongó por más de dos meses. Se puso al frente de una facción disidente del sindicato de profesores, el más grande del país, que llamó a la huelga en contra de la opinión de la dirigencia oficial, exigiendo aumento de sueldos y la anulación de las evaluaciones a los maestros. Para desacreditar la huelga, el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski acusó a la dirigencia sindical encabezada por Castillo de estar relacionada con el Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales (Movadef), heredero político de Sendero Luminoso. Esa huelga lo puso en el escenario político nacional.
“No más pobres en un país rico”, ha sido el lema de su campaña. Quienes lo conocen dicen que es un sindicalista pragmático.
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