“Deambulé por las calles inmerso en el sueño, sin tocar la tierra que recorrían mis pies, pero en algún punto del delirio comenzó la pesadilla, reaccione y no me había movido en mucho tiempo, mis acciones no correspondían con mis sentimientos, mis ideales y todo por lo que había luchado, no existía una continuidad en mi espacio y tiempo, el éxtasis se acabo, solo quedaban ruinas de mi ser, mis manos destruyeron todo a su paso mientras soñaba, nada tenia coherencia…” Descripción de los sueños de un opiómano ¿Sucederá así…? Se pregunta Aldo Mariátegui -el director del diario “Correo”- en su columna editorial correspondiente al pasado 31 de agosto cuando intenta imaginar lo que -supone- podría suceder en Cuba más adelante. A partir de tan melifluo interrogante, el periodista de marras sugiere un escenario propio de sus elucubraciones, a partir de “las muertes casi seguidas de Fidel Castro por una embolia y del presidente venezolano por cáncer”. A partir de allí -asume- se derivará un torrente de acontecimientos que irán desde “una pequeña protesta en Matanzas” hasta el envío a la isla de “fuerzas de paz” -como Irak o en Libia- por parte de los Estados Unidos con el apoyo de Canadá y México y el aval de la Unión Europea. En el camino, todo lo imaginable: represión militar en las ciudades cubanas contra los “manifestantes desafectos”, choque entre soldados y “militares insurrectos”, “serios incidentes” en distintas poblaciones de la isla, llegada a Cuba de “flotillas” procedentes de Miami, deserciones de pilotos de la aviación cubana y “caída” -¡cómo no!- del régimen socialista de Cuba. Bien podría decirse, recogiendo lo que el mismo columnista afirma se trata apenas de “política ficción”, y no de verdaderos sueños de opio, caracterizados -según opinan los expertos- por el verdadero y absoluto abandono de la realidad y por el comienzo de una etapa de alucinaciones que carecen de sustento y que responden más bien a motivaciones inconscientes de personalidades frustradas y/o sentimientos negativos que inducen a la huida violenta del contexto concreto. ¡Quién lo sabe! Lo que sí se sabe de quienes así actúan, es lo que Antonio Machado decía de ellos: “Mala gente que camina / y va apestando la tierra”. Podríamos no responderle al periodista en mención, habida cuenta que se trata apenas de una especulación sui géneris mediante la cual busca traspolar acontecimientos ocurridos en otros escenarios para construir un real-imaginario que satisfaga sus propias -más íntimas- motivaciones. Pero es claro que el tema en sí merece un comentario, a modo de reflexión referida a la realidad latinoamericana, pero también al modo cómo determinados medios de comunicación procuran “recrear” los hechos para acomodarlos a su antojo y satisfacer de ese modo sus apetitos sirviendo -al unísono- los intereses del Gran Capital. Han transcurrido más de 50 años de Revolución Cubana. En todos estos años ¿alguien ha visto la foto de una manifestación disuelta en Cuba por la fuerza de las armas? ¿Alguien ha podido mostrar una fotografía de un “rochabús” en La Habana disolviendo manifestaciones de rechazo al socialismo? ¿Alguna vez se ha podido ver escenas de “policía anti motines”, de manifestaciones disueltas con el uso de gases lacrimógenos o similares, o de soldados dispersando multitudes en las calles de la capital cubana o en otras ciudades de la isla? ¿Alguien ha sustentado una denuncia seria y demostrable en torno a apaleamientos callejeros a trabajadores o estudiantes en lucha en Cuba socialista? ¿Alguno por casualidad ha sido testigo de la crueldad que muestran las “autoridades policiales” de nuestros países cuando intervienen un barrio, una vivienda o una persona en busca de cualquier cosa? En Cuba hay –y trabajan ostentosamente- corresponsales de prensa de todas las agencias importantes del planeta, incluida las norteamericanas ¿Por qué ellas no reportan las “manifestaciones de descontentos y sí, por ejemplo, la Marcha del Pueblo Combatiente a favor del socialismo, de Cuba y de los 5? Preguntamos esto porque vivimos en países en los que escenas macabras constituyen el pan del día en nuestro continente. En Chile de Pinochet -y aún en el de hoy- ¿cuántas veces los carabineros disuelven por la fuerza las manifestaciones estudiantiles y obreras? En la Argentina de Videla cuántos casos se denunciaron de ejecuciones extrajudiciales, tortura institucionalizada, centros clandestinos de reclusión? ¿Y en Paraguay, o en Bolivia de los regímenes de fuerza, o en el Brasil de los militares de la Escuela Superior de Guerra? ¿Esa no era, por ventura, la información vedada de cada día? En el Perú -nuestra herida patria- ¿acaso no acaba de denunciarse que 191 personas fueron asesinadas por “las fuerzas del orden” en los disturbios sociales ocurridos durante el gobierno “democrático” del señor Alan García? Y eso, si no tomamos en cuenta las decenas de miles de víctimas registradas “en los años de la violencia”, que convirtieron en “hermanos de sangre” a los gobiernos de Belaúnde, García y Alberto Fujimori?. ¿No se sabe a ciencia cierta que durante “el régimen de pacificación” del señor Alvaro Uribe en Colombia se registraron más asesinatos de sindicalistas en los últimos diez años que en toda América Latina junta, o que en Honduras bajo el gobierno impuesto luego del Golpe de Estado que derrocara al Presidente Zelaya, han sido asesinados ya casi 50 líderes de organizaciones campesinas de la resistencia, y que la “Guardia Nacional” disuelve a tiros todas las manifestaciones de protesta? ¿Dice algo en torno a estos hechos la “prensa grande” de la que se solaza en formar parte el editorialista del cual nos ocupamos? Ciertamente que no. Para ellos, lo que existe es otra cosa: la “agitación sindical”, “el desborde social”, “las infundadas demandas de las poblaciones indígenas”. Y, como contrapartida natural a ellas, la “defensa del orden”, “las medidas precautelatorias”, “el control social”. No entienden en absoluto lo que es una Revolución. Tampoco la idea de que el socialismo implica la participación ciudadana en todos los niveles de gestión. Menos entenderán tampoco por qué los pueblos no se venden ni traicionan su conciencia para dar gusto a sus seculares opresores. El pueblo de Cuba fue históricamente imbatible y lo seguirá siendo, sin ninguna duda a despecho de los escribientes serviles del Imperio. En Irak, como en Libia -es bueno que se recuerde- no hubo nunca una Revolución Social. Hubo procesos antiimperialistas larvados o frustrados que se expresaron en la insurgencia de caudillos o núcleos radicales que tomaron el Poder en circunstancias fortuitas y buscaron caminos contradictorios sin encarar el drama de sus propios pueblos. Eso generó la distancia que separó tradicionalmente a gobernantes de gobernados, y que, finalmente, se confirmó en el aislamiento en el que quedaron las autoridades hoy derrocadas. Pero incluso, independientemente de ello, hay que considerar el hecho que los regímenes de corte patriótico que en su momento lideraron los hoy caudillos vencidos, sufrieron no sólo el efecto de una agresión económica y financiera brutal, sino también el ataque militar de la OTAN que se inmiscuyó sin tapuj9 alguno en los asuntos internos de países soberanos sin respetar en absoluto las normas del Derecho Internacional ni los principios de la convivencia mundial. La No Intervención y la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados quedó como vulgar letra muerta para las acciones punitivas y humillantes que libraron los grandes monopolios empeñados en apoderarse del petróleo Iraquí o Libio a cualquier precio, para salvar sus intereses y perpetuar su sistema de oprobio y dominio sobre pueblos y naciones. El pueblo de Cuba no podría “alzarse” contra su Revolución sin traicionarse a sí mismo. Y ni el ejército norteamericano -ni la OTAN- podrían impunemente atacar a Cuba, donde todos recuerdan a Antonio Maceo: “el que ose atacar Cuba sólo podrá recoger el polvo de su suelo anegado en sangre, sino perece en el intento”. Atacar a Cuba puede ser, en efecto, el sueño de los Imperialistas y sus lacayos en todos los confines del planeta. Pero uno y otros deben estar seguros también que atacar a Cuba es herir al mundo. Y que nadie -en ningún rincón del planeta- habrá de pasar este hecho criminal como una acción ordinaria. Allí también acabará la paz y la seguridad de los agresores y de sus plumíferos en todos los países de la tierra. Los presuntos sueños de opio de los “periodistas” a su servicio habrán de servir como graznido de cuervos, pero jamás como aliento de libertades ni defensa de los derechos de los pueblos (fin)
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