El iniciar nuestra actividad debemos decir, por cierto, que estamos contentos de haber arribado a este aniversario, complementado con la edición Nº 96 de nuestra publicación. El hecho, lo debemos al esfuerzo de nuestro núcleo de dirección y a la voluntad inquebrantable de nuestros periodistas, colaboradores y técnicos. Pero también al creciente apoyo que hemos encontrado y al afecto de nuestros lectores y amigos que ahora no sólo reciben con viva simpatía nuestro mensaje, sino que nos ayudan a asegurar su publicación.
Debemos, sin embargo, lamentar una calificada ausencia. Por primera vez no está con nosotros quien fuera uno de nuestros mejores cuadros, el querido compañero Asunción Alberto Caballero Méndez, quien dejara de existir el 23 de septiembre pasado. En su memoria, los invitamos a guardar un minuto de silencio.
Asunción Caballero fue un modelo de luchador social, de profesional calificado, de honrado combatiente por la causa del socialismo, de revolucionario a carta cabal. Nacido en 1915, vivió a lo largo de casi todo el siglo XX comprometiendo el accionar de su vida, pero también su pensamiento total, con la misma causa que enarbolamos nosotros. Y fue, hasta el mismo día de su deceso, un activo colaborador de Nuestra Bandera. Su memoria de hombre sencillo, modesto y solidario, de internacionalista a carta cabal, guiará nuestra ruta con la misma fuerza que nos legaran otros viejos luchadores de nuestra historia. Su recuerdo y su nombre, nos acompañarán siempre en las tareas cotidianas. Tenerlo aquí, entre nosotros, será no sólo un deber, sino también un aliciente para mirar más lejos y avizorar mejor el porvenir.
El año 2010 es un año emblemático para la historia de nuestros países. Se trata del inicio del bicentenario de las luchas independentistas en esta parte de América. Y celebrar nuestro octavo aniversario en esa circunstancia, no puede ser sino un reto sugerente.
En nuestro país la crisis del gobierno aprista se expresa no tanto en las cifras formales de la macro economía, sino en la descomposición social, en la compulsiva pérdida de valores, en la desmoralización galopante, en la carencia total de las responsabilidades sociales y públicas, pero también en los dramáticos indicadores de la pobreza falseados vergonzosamente por las entidades oficiales, en la inopia de los funcionarios públicos. Viendo lo que ocurre en el escenario nacional con la miseria mostrada al descubierto, ministros envilecidos, congresistas quebrados, jueces y fiscales corruptos, bien podríamos decir que el Perú ha vuelto a los años a los que aludía González Prada en sus escritos más lapidarios. Aquí también, donde se pone el dedo, brota la pus.
El gobierno, sin embargo, se empeña en asegurar que vivimos en el umbral del primer mundo, como si a ese iluminado escenario no pertenecieran el hambre de los niños, la contaminada Oroya, las miserias del Trapecio Andino, la violencia y la muerte que se afirman de modo cotidiano, el saqueo inclemente de nuestras riquezas básicas, los negociados ilícitos que asombran hoy al mundo, el cinismo de los gobernantes y la torpeza de los poderosos.
Esta es una realidad apabullante. Y ha sido construida piedra a piedra por una oligarquía envilecida y que aspira solamente a perpetuar su dominio a cualquier precio. Ella, hoy se prepara a convertir los comicios de los años venideros en una frívola fanfarria destinada a sorprender a incautos y a engañar a tontos.
Para afirmar esa posibilidad, ha logrado consagrar dos propósitos: mantener dividida y desorganizada a la población, y limpiar de ideas políticas el cerebro de la gente. Esa malhadada herencia, incubada en los años de la dictadura fujimorista, genera el conjunto de limitaciones que nos abaten hoy y que la clase dominante mira de soslayo, y sonriente.
El cinismo de los “de arriba” no admite parangón. Acaban de notificarnos que son ellos, los propietarios de la democracia. Y que se han puesto de acuerdo ya para integrar una nueva fuerza que, a decir de sus proclamas, se propone “salvar al Perú”. Y nos han informado que, para ese efecto, se ha resuelto de una vez, quién ocupará el sillón municipal capitalino los próximos comicios, y quién la Presidencia de la República.
Bien debemos preguntarnos ¿Quién ha tomado tales acuerdos? ¿En qué asamblea se ha discutido el tema, y aprobado esas candidaturas? ¿Quién resolvió que eso, fuera así? ¿Qué consulta popular se hizo para tal efecto? ¿Qué decisión democrática ha tenido a bien encargar a Lourdes Flores el Municipio de Lima y a Castañeda Lossio la Presidencia de la República?
¡Vaya que si los demócratas estos se las traen!- Ellos idearon un conciliábulo y de la noche a la mañana, como el mago que extrae conejos de un sombrero, sacaron sus “candidatos” y propuestas para que los apruebe el pueblo. A un pueblo, además, desorganizado, disperso, golpeado por la crisis, debilitado por sucesivas derrotas. Nosotros no aceptamos esa “democracia” farisaica de quienes se autoproclaman salvadores de todos. Tampoco aceptamos ministros abyectos, ni operadores mafiosos, ni congresistas rastreros, ni jueces corruptos.
González Prada nos decía hace ya muchos años: “en ninguna parte se necesita más de una revolución profunda y radical. Aquí, donde rigen instituciones malas o maleadas, donde los culpables forman no solamente alianzas transitorias sino dinastías seculares, se debe emprender la faena del hacha en el bosque. No estamos en condiciones de satisfacernos con el derrumbamiento de un mandatario, con la renovación de las Cámaras, con la destitución de unos jueces ni con el cambio total de funcionarios subalternos y pasivos”. Como él acotara, “los conocemos a todos”.
Nuestro camino tendrá que ser, distinto. Y deberá marchar con el pueblo a partir de un acuerdo abierto y público que comprometa de verdad a los que luchan por la dignidad y la justicia. Basta de hablar de la necesidad de unir al pueblo, de hacer discursos y proclamas aludiendo a la unidad como un reclamo y una exigencia nacional. Ha llegado el momento de las definiciones. Hoy, quienes hablan de la unidad diciendo que la están construyendo, tienen el deber de informar acerca de sus actos. En todo caso, nos tomamos la libertad de exhortarlos a que lo hagan ahora, porque tienen el deber de dar cuenta de su obra.
Hay que decir en qué se ha avanzado para forjar la unidad, entre quiénes se han pactado acuerdos, qué puntos de coincidencia se han encontrado y qué diferencias subsisten y cuál es, hasta hoy, la causal de que no cuaje un entendimiento elemental de las fuerzas avanzadas de la sociedad. Hay que poner, en otras palabras, las cartas sobre la mesa.
En el seno del pueblo los encuentros no pueden ser soterrados, ni los entendimientos proceder bajo cuerda, ni las alianzas pueden ser secretas. Ni fraguarse a la sombra y a espaldas de la ciudadanía. Ha llegado la hora de exigir transparencia, claridad, confianza plena, diálogo abierto.
Y hay que ser conscientes de una verdad irrebatible: la elección, cualquiera que sea el resultado de ella, no resolverá los problemas del país. Una elección puede producirse antes, o después de una Revolución, pero nunca en lugar de una Revolución, que es el camino que nuestro país apremia desde los años de González Prada y de José Carlos Mariátegui.
El Perú no vive aislado del mundo exterior. Somos una región clave en un continente convulso. Lo apreciamos cada día. En Bolivia, en Ecuador, en Venezuela, pero también en Uruguay y en Brasil, soplan otros vientos. Pero en Colombia, en Chile ahora, en la Honduras de hoy, el fascismo recupera su imagen y su fuerza, y nos notifica a todos. La historia no ha concluido y la lucha sigue en los más diversos confines. Hay que enfrentarla sin vacilaciones.
Cuba abrió hace 51 años, un nuevo escenario continental y en él se combate hoy por hacer realidad los sueños de Juan Santos Atahualpa y Tupac Amaru, de San Martín y Bolívar, de Martí y de Sandino.
Debemos tener como colectivo social, como clase trabajadora, como conjunto de peruanos empeñados en un porvenir mejor; un comportamiento más apropiado y una voluntad más combativa. Pero como personas, como ciudadanos identificados con una causa y como abanderados del ideal socialista, tenemos el deber de ser mejores, de afirmar nuestros propios valores, de responder con más entereza a los retos que se nos plantean: no arredrarnos ante las dificultades, las agresiones enemigas, los ataques de la reacción.
Podemos inspirarnos para eso en nuestros propios hombres y mujeres; en figuras de leyenda, como Tupac Amaru o Micaela Bastidas; o en personalidades de nuestro tiempo, presentes siempre en nuestro recuerdo. Pero no debemos olvidar que hoy, a algunos miles de kilómetros de distancia de nuestra patrias, están encarcelados desde hace más de once años cinco héroes cubanos que simbolizan la dignidad y la justicia.
René, Fernando, Ramón. Antonio y Gerardo -los Cinco, como los conoce el mundo- son el prototipo del hombre nuevo, capaz de entregar la vida por una causa justa. Y capaz también de soportar todas las privaciones y amenazas sabiendo que por encima del beneficio personal está la voluntad solidaria de todo el pueblo. Ellos pueden ser figuras emblemáticas para las nuevas generaciones de revolucionarios de todos los países, incluido el nuestro. No solamente encarnan a la heroica Cuba y Fidel y del Che, sino también la dignidad del mundo y el valor del hombre.
Jorge Basadre nos recordaba que el Perú es suelo generoso y simiente de muy altos valores. Mariátegui nos indicaba la ruta a seguir con coraje y con esfuerzo. Debemos ser capaces de empinarnos ante la adversidad y afirmar el futuro. El optimismo histórico del que nos hablan los pueblos, habrá finalmente de triunfar también en nuestra patria. Y cuando ello suceda, como lo decía Vallejo, “el oro mismo, será entonces de oro”. Muchas gracias.
(*) Intervención en nombre del Colectivo de Nuestra Bandera en el acto de homenaje al 8º Aniversario de la publicación. Casa Mariátegui. 25 de febrero del 2010. Lima.
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