Los conocemos. Y no de ahora por cierto. Son los mismos de siempre: Buscan comicios de todo tipo para promover sus figuras como candidatos a cualquier cosa: al Municipio, al Congreso, al Parlamento Andino, a la Presidencia de la República, o para integrar una fórmula presidencial, no importa, pero eso -dicen- es ·”hacer política”, alta política.
El criterio, no resiste el menor análisis. Para fundamentarlo, nos ponen como ejemplo la experiencia aleccionadora de los comunistas salvadoreños, uruguayos o chilenos, que participan en elecciones. La prueba -dicen- de que “hacen política”. ¿Significa entonces que no hacían política cuando se batían heroicamente combatiendo las dictaduras asesinas del pasado reciente en sus respectivos países? ¿Qué hacían?
No se necesita siquiera tener una base marxista, ni recurrir a citas de Lenin para entender que en sociedades como las nuestras la lucha de los trabajadores y de los pueblos adquiere múltiples formas y muy variados matices. Que esas “formas”, son precisamente eso: formas. Y no necesariamente comprometen esencias.
Por eso adquieren distintas modalidades, y se ajustan a las circunstancias y al escenario en el que se desarrollan. Y cambian en la medida que va cambiando también la realidad que las enfrenta.
En determinadas circunstancias, en efecto, es posible, y aún recomendable, participar en elecciones y luchar incluso en las estructuras burguesas del Poder, en los establos parlamentarios, les decía Lenin. Pero en otras, no es posible ni recomendable hacerlo porque la situación concreta aconseja obrar de otro modo ¿significa eso negarse a hacer política?
Entendámonos: para hacer política -es decir, política revolucionaria- hay que tener voluntad de Poder. Eso implica desplegar una lucha constante en todos los frentes en los que se puede deteriorar la capacidad de gestión de la clase dominante y crecer ante la conciencia del pueblo organizando y alentado sus luchas, y -sobre todo- jugando el rol de vanguardia en ellas.
Y para hacerla correctamente, hay que fundir el trabajo cotidiano con la acción y las expectativas de las masas, pero no adulando a las masas ni corriendo como furgón de cola tras ellas; sino pensando y actuando como ellas, pero con una ventaja: mirando el horizonte.
Será eso lo que nos permita mirar más lejos y percibir la naturaleza de la confrontación social, pero también tomar el pulso a los trabajadores para orientar sus acciones y llevarlas al camino revolucionario que les corresponde.
Porque es claro que la Revolución no es un fenómeno espontáneo. Ni llegan a ella los trabajadores y el pueblo por arte de un Supremo Hacedor. Es trabajo esforzado, duro, sacrificado y heroico; y sobre todo constante, de una vanguardia que se precia de serla, y no de quien renuncia a su papel porque quiere…¡participar en elecciones!.
Siempre podremos decir que hacerlo es “una tarea de honor” porque habremos de llevar “un mensaje de clase” a la ciudadanía. Pero esa voluntad se convierte en subliteratura cuando no se compagina con la realidad.
Podríamos poner decenas de ejemplos en torno al tema, pero quizá eso nos llevaría a herir la susceptibilidad de algunos. Y no es ciertamente nuestra intención llevar el debate al nivel de los reproches personales. Pero quienes recusan lo que aquí afirmamos, saben perfectamente bien de qué se trata.
Hay, sin embargo, una forma práctica de comprobar las cosas. Es el contraste con la vida: si quienes se mantienen impertérritos desde hace más de dos décadas en la más alta dirección de la llamada “izquierda oficial” peruana estuvieran haciendo lo que dicen que hacen ¿como se explican sus sucesivas y catastróficas derrotas en todos los comicios que han tenido lugar en el país en los últimos veinte años?
¿Acaso el pueblo -y los trabajadores- les han dado la espalda porque los han vito como heroicos luchadores de su causa? ¿Cómo entender las votaciones paupérrimas que los han acompañado en una u otra contienda electoral desde 1990 hasta la fecha?
Lo primero que hay que anotar es precisamente que en estos cuatro lustros, estos afamados “dirigentes” se dedicaron a participar en elecciones. Y no a hacer política. No organizaron, ni educaron a nadie. No publicaron periódicos ni revistas. No encabezaron luchas, ni participaron ellas. No estuvieron presentes en las confrontaciones de clase porque sostuvieron en su momento que la lucha de clases era “una formulación obsoleta”. Incluso aseguraron que el socialismo había “fracasado” y que debíamos buscar “otro modelo” para ofrecerlo a los trabajadores. Y sólo recordaron que su “tarea histórica” era trabajar por la unidad… cada cinco años.
Hoy, muy sueltos de huesos, afirman: “mientras no exista una crisis revolucionaria que ponga al orden del día (sic) la lucha abierta por el Poder, las elecciones son el principal campo de batalla política”. Participar en ellas, es “construir una táctica correcta”. Y es más, afirman: “la proximidad de las elecciones nos obligan a reforzar los esfuerzos para lograr establecer una alternativa unitaria (sic)”.
Las perlas, caen una por una. Hay que abordarlas: Una crisis revolucionaria no “existe” por arte de birlibirloque. Sea crea en la dinámica de la lucha de clases, razón por la que hay que intervenir activamente en ella sin “esperar” que “se cree” esa “crisis revolucionaria”, sino para provocarla o precipitarla. La lucha por el Poder no se plantea sólo cuando hay una confrontación “abierta”. Se plantea siempre, porque hay que borrar de la cabeza de la gente la idea de que la sociedad capitalista es eterna e imbatible. Siempre hay que plantear el fin del Poder de la burguesía y la indispensable construcción de un orden nuevo, el orden socialista..
Y eso de decir que “la proximidad de las elecciones… nos obliga” a alentar “una alternativa unitaria”, es como decir que la lejanía de los procesos electorales nos permite vender los bienes del Partido, usufructuar de los puestos dirigentes, manipular a las organizaciones que tenemos a la mano y vegetar a la sombra de un “poder” que, realmente, nadie nos dio.
No, amigos, la lucha electoral es una forma de hacer política, y no la única. Y puede, en una determinada circunstancia, convertirse en un reto. Pero incluso para eso, se requiere prepararse: inscribir al Partido en el registro electoral, recaudar el número de firmas que se necesita para ello, tener dirigentes políticos con prestigio y autoridad en el seno de las masas, llevar un mensaje claro, permanente y constante, de lucha y de esfuerzo a los trabajadores, y abrigar la seguridad de que, participando en comicios, vamos, en efecto, a forjar una verdadera y estable alternativa capaz de combatir en otros planos la dominación capitalista.
No actuar de ese modo, y simplemente esperar elecciones para discutir cupos partidarios y puestos en las listas de candidatos, y auparse en los hombros de las organizaciones sindicales para ser “tomados en cuenta”, no es tener una opción política. Ni siquiera electoral. Es, simplemente mostrar un descarado afán electorero que está condenado a la derrota (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra- bandera.com
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