A comienzo de semana, el gobierno peruano sorprendió a todos. Un escueto anuncio de la Cancillería notificó la decisión del Presidente García de romper relaciones diplomáticas con Libia como consecuencia de los trágicos hechos de violencia acontecidos en ese país del norte de Africa. Hasta este momento, el Perú ha sido el único país del mundo que ha tomado esta decisión. Todos los demás, han deplorado los hechos y han expresado de una u otra manera su voluntad de cooperar para ayudar al pueblo Libio a superar la crisis que lo agobia.
¿Qué impulsó al señor García a adoptar esta decisión absolutamente unilateral, que ningún otro gobierno de la faz de la tierra ha seguido y que pone en serio riesgo incluso la realización en Lima de la III Cumbre de América del Sur y los países árabes que debió realizarse en marzo y fue pospuesta tentativamente para abril?
Si nos atenemos a la versión oficial, debemos suponer que el gobierno peruano tuvo una abrupta crisis de conciencia, que es ahora extremadamente riguroso y sensible -el más sensible del mundo- en materia de Derechos Humanos.
Pero si confrontamos esta declaración con la realidad, entonces los ojos se nos ponen cuadrados. Porque lo que dice el titular de Torre Tagle en la nota a la que aludimos, no tiene nada ver con la política real que ha seguido el gobierno de García no solo en el plano interno, sino también externo.
Porque eso de bombardear desde aviones a poblaciones indefensas, lo hizo el señor García en Ayacucho en la segunda parte de la década de los 80 del siglo pasado. Y volvió a hacerlo este año, el 2009, más precisamente, cuando quiso ahogar en sangre y gases la protesta de las tribunas amazónicas en los días del Baguazo.
Pero cuando ocurrió eso, el señor García justificó la represión brutal desatada en contra las poblaciones. Y no le pareció en absoluto que ella afectara los derechos humanos de nadie. Al contrario -aseguró con desparpajo- “es la manera de asegurar la gobernabilidad en la región”.
Escopeta de dos cañones le llaman a eso, pero también hipocresía de clase. Luz en la calle y candil en la casa, decían nuestras abuelas. Pero la gente la recuerda. Y no le cree al mandatario que cayó a la más baja estima en la opinión ciudadana en el último fin de semana.
Libia, es ciertamente un país importante por su ubicación geográfica, y su situación costera; por su localización al costado de Egipto, su alta producción petrolera, pero además por sus antecedentes históricos.
A ellos se ha referido recientemente el director de un diario capitalino, que ha recordado con nostalgia los años de la administración de Italo Balbo en la zona. Y también, del catastrófico general Graziani, que despertó el rechazo más firme de toda la población nativa, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.
En estos melancólicos recuerdos de sus bienqueridos años coloniales, subyace por cierto su nostalgia por el fascismo. Por lo menos, así puede deducirse si se toma en cuenta que ambos -Balbo y Graziani- fueron los gonfaloneros de Mussolini en un territorio extraño, al que había invadido y ocupado sin derecho alguno y que pretendía anexar a la Italia de entonces para eterna memoria.
Pero el tema hoy, es otro. ¿Por qué García ataca a Libia? ¿Y por qué se olvida de Israel? ¿O de los Estados Unidos? A eso, no se refiere por supuesto el gobierno, ni la derecha peruana. Ni siquiera el director del diario aludido.
Recordemos. Israel tiene una larga historia de acciones contra los derechos humanos tanto del pueblo palestino, como de los pueblos árabes. ¿O es que se han olvidado de las alturas del Golán, o de Cisjordania y Gaza? ¿O de los campos de concentración ideados para las poblaciones nativas en los territorios ocupados por Israel?
La Organización de Naciones Unidas y sus estructuras especializadas tienen un inmenso y documentado acopio de violaciones de los derechos humanos consumadas por el régimen sionista de Tel Aviv. ¿Por qué no protesta ante ellas al gobierno del señor García?
Pero la cosa es aún más neta si hablamos de los Estados Unidos. Hoy mismo, mientras escribimos estas páginas, ¿Cuántas personas han muerto ya en Irak desde la agresión militar yanqui consumada contra ese país haciendo uso de pruebas falsas referidas a arsenales de armas nucleares que no existieron nunca? ¿Y cuantas más murieron en Afganistán, desde octubre del 2001, es decir hace exactamente hace diez años?
Sólo sin contamos el numero de soldados norteamericanos caídos en ese escenario de guerra, podríamos hablar de miles. Pero si nos referimos a pobladores irakíes o afganos, tendríamos que aludir a decenas, cuando no a centenares de miles para aludir a cantidades aproximadas.
Si miramos objetivamente las cosas, podremos encontrar dos verdades que sobresalen en el escenario nor – africano de estos días. Una tiene que ver con los inmensos yacimientos petrolíferos de Libia, y que anhela tener en sus manos la Casa Blanca.
Si el ansia por el oro negro llevó al señor Bush y a los halcones del Pentágono a promover la guerra en el Asia Centra, ¿qué puede esperar la población del norte africano en la materia? El señor Obama tiene la misma angurria de sus predecesores porque no se trata de una exigencia personal, sino de un requerimiento básico para su industria de guerra, pilar esencial para su economía, hoy en profunda crisis.
Por eso no acaba con la Guerra despiadada en la región, y tampoco con sus deformaciones “colaterales” más perversas: la base militar de Guantánamo convertida en centro clandestino de reclusión, y las prisiones irakíes donde se han demostrado hasta la saciedad subsisten las más atroces violaciones de los derechos humanos.
¿Alguien ha escuchado aquí, o en cualquier lugar del mundo una protesta, una sola, o aunque sea una queja del señor Alan García en torno a estos temas?
Y la otra verdad, tiene que ver con la caída de los regímenes pro yanquis en la región, abatidos, sí, por la insurgencia legítima de sus poblaciones. El gobierno del señor El Abidini Ben Ali, en Túnez, estuvo descaradamente al servicio del Imperio en la línea de Arabia Saudita y sus Monarcas. Cayó abatido por la repulsa popular que abrió camino a un proceso que aún no culmina.
En Egipto, por lo demás, Mubarak fue durante décadas el rostro del Imperio en la región. Siguió a pie juntillas las orientaciones de Sadat, quien torciera el cuello al proceso patriótico y antiimperialista de los años del coronel Nasser; pactó luego con Israel los acuerdos de Camp David, y se puso al servicio de Washington para todo lo que fuera aplacar el sentimiento nacional y patriótico de los habitantes del norte africano.
Pues bien, el señor Mubarak también cayó y Washington no pudo hacer absolutamente nada por salvarlo. Y ahora, quiere la venganza. Si busca derrocar a Gadafi es para volver a colocar el “score” en términos de empate. Una por otra, parece decir la Casa Blanca.
Y eso explica la campaña mundial y las presiones que se hacen hoy en todas partes contra el régimen de Gadafi. De por medio, además de una dictadura sangrienta, está la aviesa mano de la CIA.
Y ¿por qué la oculta el señor García? Es que nuestro mandatario busca usar la crisis Libia para su propia cosecha, para consumo interno. Procura, así, identificar al señor Gadafi con el Presidente Chávez. Y luego de satanizar hasta la extenuación al Presidente Venezolano, subrayar su ligazón inexistente con Ollanta Humala, para presentarlo como “coludidos” entre sí.
Y es que el señor García, no da puntada sin nudo. (fin)
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