De hecho, dentro de los preparativos se encuentra la firma de un convenio sobre energía nuclear entre el gobierno del paisito y el de Estados Unidos, en el peor contexto mundial posible, mientras se suceden catástrofes y aumenta exponencialmente la incertidumbre sobre el ámbito luego de la tragedia natural de Japón desencadenada por el terremoto marino del 11 de marzo.
A imposición del Estado norteamericano, el acuerdo –que en rigor es la subordinación chilena a una política de inversiones nucleares del imperio, aprovechando la crisis energética planetaria- se firmará dos días antes de la llegada del inquilino de la Casa Blanca.
La gente de a pie dice con sabiduría que si un desastre nuclear de proporciones inconmensurables puede ocurrir en un país del primer mundo, con el agravante de estar sobre un territorio tan telúrico como el chileno (de hecho, vinculado tectónicamente con el chileno bajo el Océano Pacífico), qué le podría esperar a una zona que es puro borde costero flanqueado inmediatamente por la cordillera andina, tercermundista, empobrecido, sin más puntales que los ahorros privatizados de sus trabajadores, el cobre, la madera y un puñado de bancos transnacionalizados; y donde hasta ahora reina la improvisación y la resignación dolorosa ante los embates duros de la naturaleza venidos del mar y de la tierra y del cielo. En cualquiera de sus formas , la energía nuclear, atenta contra la misma sobrevivencia de una comunidad humana precarizada, tapizada de propaganda mientras bajo alfombras de plástico chinas los orines del subdesarrollo enrarecen las ciudades y el campo. El futuro de una vida mejor para las chilenas y chilenos se aleja sideralmente con acuerdos nucleares, toda vez que existen muchas alternativas de producción energética (solar termoeléctrica, la solar fotovoltaica, la eólica terrestre, la eólica marina, la geotérmica, la procedente de la biomasa, etc.) ampliamente estudiadas y puestas en práctica en varios lugares del mundo y que resultan más limpias y baratas.
Sin embargo, y más allá de rumores bien o mal fundados sobre la cancelación de la visita de Obama a Chile a última hora –no porque aquí se viva una situación pre-revolucionaria, claro está, sino simplemente porque su agenda bélica lo demandaría en el centro del centro del poder imperial-, el ex director de la revista Foreing Policy y especialista en política exterior de Estados Unidos, Moisés Naím, señala con claridad de mediodía que el gusto norteamericano por el país se sostiene porque “Lo que más se admira de Chile es la continuidad independiente del signo ideológico del gobierno. Tanto el Presidente Lagos, como la Presidenta Bachelet, que se presentaban como gobiernos de izquierda gobernaron de una manera muy pragmática. De la misma manera, Piñera que se presenta como un mandatario de derecha también es pragmático y no hemos visto profundas discontinuidades entre la política exterior de uno y otro.”
Cuando se habla de “pragmático”, hay que leer sumisión a la hegemonía del capital internacional y a las órdenes e intereses del Estado norteamericano. Sumisión a los mandamientos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, y la OCDE. Sumisión y obsecuencia en relación a las maldiciones, confabulaciones y ataques sistemáticos que martillan la cabeza y el corazón de los pueblos de Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, y sabotean dolarizada y materialmente la independencia y posibilidades de autodeterminación genuina de esas naciones. Sumisión y obsecuencia frente al olvido centralmente planificado del imperialismo respecto de los crímenes de la dictadura pinochetista, las violaciones a los derechos humanos en los propios gobiernos civiles post-tiranía, y a la desmemoria de una sociedad que a comienzos de la década de los 70 del siglo pasado se encendió con el vértigo de la libertad y la promesa de la igualdad, cuando apenas había 9 millones de personas en Chile y un Presidente que no le temblaba la voz ni la mano, junto a un pueblo tal vez ingenuizado por direcciones políticas que jamás terminaron de condensarse y tomar la decisión estratégica de acabar de una vez con la minoría propietaria, pero que escribieron con vigor de gigantes en la historia la contra-fatalidad de que las cosas pueden ser de otro modo.
Nuevamente, el imperialismo norteamericano, principal inversionista extranjero en Chile, con su visita premia la ausencia de decoro y soberanía, la gobernabilidad de la derecha y la Concertación entendida como control social, alienación ampliada, sobreexplotación, aperturismo económico para bien de los menos y maldición de los más; saqueo y acumulación originaria infinita; carta blanca para la hegemonía del momento financiero del capital; patrón primario exportador puramente extractivista mineral y mucho después maderero; concentración económica sin freno ni regulación alguna y desigualdad social creciente; fragmentación del pueblo trabajador; y bancarrota multidimensional (política, sanitaria, educativa, psiquiátrica, económica, cultural, sexual, humana) de las relaciones sociales del 90% de la población malviviente.
Bienvenido Barack Obama, gobernador transitorio de los pesares y atropellos infames en Chile y en medio mundo. Sepa usted que no es dios, ni su Estado el final desgraciado de la historia. Que es sólo un hombre sobre el dólar y la mitad de la industria bélica de La Tierra. Que tiene su tiempo y su sitio provisoriamente, como el Pentágono y los organismos tutelares del capital. Como asimismo debe saber por boca informada, tanto de sus analistas multiplicados a pago millonario y tecnología de última generación, como de brujos y bufones de corte y con banda presidencial repartidos en todas las costas, que los pueblos del mundo también tienen –de a saltos explosivos o a pasitos invisibles- su hora y su lugar. Que le asienten los mariscos exóticos de Chile que desconocen los trabajadores y los descamisados del país. Cada bocado que pruebe es la dentellada reunida que hará trizas las causas de la miseria y la muerte absurda que su Estado produce como exportación cardinal.
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